domingo, 18 de junio de 2017

Los peligros de la concentración Bancaria....

Cuenta Bernanke en sus memorias una anécdota deliciosa. En una ocasión, su antecesor en la Reserva Federal, Alan Greenspan, le confesó que cuando se declaró a su mujer, Andrea, lo hizo de forma tan ambigua que ella –corresponsal de la NBC News– tardó tiempo en comprender que lo que le estaba pidiendo era el matrimonio.
Greenspan, como se sabe, tenía fama de ser deliberadamente enigmático, y suya es la célebre respuesta que le dio a un periodista cuando le preguntó sobre la política monetaria de la Reserva Federal. “Si usted cree que me ha entendido, es que no me he explicado bien”.
La formidable ambigüedad de Greenspan marcó una época. Hasta el punto de que ha creado escuela entre los gobernadores de los bancos centrales. De ahí que cada comunicado del BCE o de la Fed haya que leerlo entre líneas. Los comunicados, de hecho, hablan más por lo que callan que por lo que cuentan. Hoy, al contrario de lo que sucedía en tiempo de Volcker o de Karl Otto Poehl, el poderoso presidente del Bundesbank, lo que se gestionan son las expectativas. De ahí, la calculada oscuridad en los mensajes sobre tipos de interés o sobre movimientos futuros de la política monetaria.
No es el caso de España, donde el banco central no cultiva la ambigüedad. Ni siquiera los eufemismos. Simplemente, oculta la realidad escondiéndose tras una mera descripción de lo que ha sido la crisis financiera, pero sin entrar a hacer una mínima valoración crítica. No solo de su gestión, sino de lo que ha sucedido en este país para que las ayudas al sistema financiero se hayan saldado con un coste de 60.600 millones de euros, de los que el 65% los paga el contribuyente –vía deuda– y el resto el Fondo de Garantía de Depósitos, que en última instancia también es dinero del ahorrador.
El gobernador Linde tuvo una buena idea cuando lanzó la iniciativa de hacer un informe sobre la crisis financiera, pero en un lugar de plantearlo como un ejercicio intelectual valiente para conocer lo que había fallado, el resultado en un mera descripción sin enjundia económica y sin músculo intelectual. Craso error. Sin un análisis certero de lo que ha sucedido, es probable que se vuelva a caer en los mismos errores. O similares. Y ahora que se cumplen diez años desde el estallido de las hipotecas 'subprime' bueno sería que se analizara el pasado. No con afán revanchista –como deja entrever la comisión de investigación que se ha creado en el Congreso de los Diputados– sino, simplemente, para evitar futuras crisis financieras.

Aquí empezó todo

Como se recordará, todo empezó el 7 de junio de 2007, cuando dos fondos de cobertura con una fuerte carga hipotecaria gestionados por Bearn Stearns –el quinto mayor banco de inversión de Wall Street– comenzaron a sufrir enormes pérdidas, lo que obligó a los prestamistas, en unos casos, a exigir mayores garantías, o en otros, simplemente, se negaron a prestar más dinero. El 31 de julio, menos de dos meses después, ambos fondos entraron en quiebra, y Bank of America, que había garantizado algunas operaciones, perdió en el envite 4.000 millones de dólares.
Lo más singular era que solo el 13% de todo el mercado hipotecario era 'subprime' (alto riesgo por el perfil económico del comprador de la vivienda)
Diez días después, el 9 de agosto, BNP Paribas, por entonces el mayor banco de Francia, había impedido que los inversores sacaran su dinero de tres fondos de inversión con títulos respaldados por hipotecas 'subprime' a causa de que se había evaporado su liquidez, como había reconocido la propia entidad. Tan solo seis días después, el 15 de agosto, Countrywide Financial, el mayor banco de crédito hipotecario de EEUU, amenazó con la quiebra. La Gran Recesión llegaría pocos trimestres más tarde, y con ella cambios políticos de indudable transcendencia. Aunque el capitalismo nunca se reinventó, como reclamaba Sarkozy, lo cierto es que el mundo de ayer, como diría Zweig, era muy distinto al actual.
¿Qué había pasado? Como reconoció honestamente Bernanke, “nuestras previsiones resultaron erróneas porque no tuvimos en cuenta la posibilidad de que las pérdidas en las hipotecas 'subprime' pudieran desestabilizar no solo al sistema financiero de EEUU, sino al sistema financiero mundial”. Lo más singular, como reconoció Bernanke, era que solo el 13% de todo el mercado hipotecario era 'subprime' (alto riesgo por el perfil económico del comprador de la vivienda). Lo cierto, sin embargo, ese que ese pequeño porcentaje contaminó todo el sistema financiero, que se basa, como se sabe, en la confianza. Pero también en la transparencia.

Oligopolios y competencia

Y en este sentido, se echa en falta la ausencia de un debate serio sobre las consecuencias que traerá para España un proceso de concentración del poder bancario sin precedentes, lo cual sugiere –a priori– la creación de oligopolios incompatibles con la competencia. No estará de más recordar que con la compra del Popular por parte del Santander, la cuota de mercado de las tres primeras entidades del país –el propio Santander, BBVA y la Caixa– asciende al 49% en el mercado de pymes; al 48,3% en crédito a empresas y familias; y al 49,6% en recursos de clientes. Es decir, la mitad del mapa bancario está ahora en manos de tres consejos de administración.
No es un asunto menor. Como le gustaba decir a José Ángel Sánchez Asiaín, el negocio bancario es profundamente asimétrico. La banca tiene una posición privilegiada porque obtiene información de sus clientes que es negada a otros intermediarios, lo que concede a las entidades financieras una mejor posición de partida. Como decía Asiaín, “cada producto de activo y pasivo es una fuente de información”, y de ahí que jueguen con ventaja. Los bancos no solo prestan dinero, sino que tienen habitualmente una intensa presencia en actividades económicas, muchas de ellas reguladas. Incluidos servicios públicos esenciales, como la energía, las telecomunicaciones o las infraestructuras. Ademas de los seguros o la asistencia sanitaria privada. Es por eso que una buena regulación es la clave para impedir la existencia de oligopolios capaces de doblar el brazo a cualquier consejo de ministros.
Máxime, cuando este país ha vivido ya dos formidables crisis financieras en 40 años de democracia. La primera, afectó a nada menos que 56 de los 110 bancos que operaban en España en 1977, mientras que la más reciente se ha comido cerca del 6% del PIB que nunca se recuperará.
Los bancos no solo prestan dinero, sino que tienen habitualmente una intensa presencia en actividades económicas, muchas de ellas reguladas
Y por eso, haría bien el Banco de España en explicar los riesgos de una alta concentración en el sistema financiero, muy superior al de países como Francia, Alemania o Italia, donde entidades regionales –ahora liquidadas tras la ruina de las cajas de ahorros– intervienen de forma significativa. Sobre todo, cuando se trata de un mercado en el que juegan solo los operadores nacionales.
Es curioso, en este sentido, que, en plena globalización, el mercado del dinero siga siendo un asunto local en España, lo cual sugiere la existencia de barreras a la competencia exterior, en particular en algunas regiones con cuotas de mercado inaceptables. Y aunque es evidente que el número de operadores no garantiza la competencia –en la España posfranquista siete entidades se repartían el mercado con una desvergüenza total–, lo cierto es que cuotas de mercado tan relevantes invitan a la sospecha. O, al menos, a la duda.
Es evidente que la naturaleza del informe del Banco de España no tenía por objeto evaluar los riesgos futuros del sistema financiero. Pero hubiera sido más útil que el presentado este viernes, que es un mero documento descriptivo de lo que ha pasado en el mapa bancario desde que Zapatero dijo en Nueva York aquello de que el sistema bancario español era el más solvente del mundo. Que se lo digan a los accionistas del Popular y a los contribuyentes.

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