Ahora puede parecer increíble, pero un verano como el que se está viviendo en Asturias este año, debido a una posición geográfica cercana y paralela al mar que la protege de las olas de calor, se echará de menos en el futuro que el cambio climático está dibujando para la región. Un dibujo, en todo caso, que lleva décadas perfilándose como consecuencia de la acción del hombre y que ahora, en el presente, ya muestra diversas evidencias perfectamente constatables. Por ejemplo, cualquier bañista que disfrutara de las playas asturianas en los años 90 se habrá dado cuenta de que la temperatura del agua no es la misma antaño que ahora. «La temperatura del agua aumenta a un ritmo mayor. Hace 20 años era bastante raro que hubiera varios días en verano en los que la temperatura estuviera por encima de los 21 y los 22 grados, y ahora es bastante fácil que haya cinco o siete días en los que se superan los 22 grados», explica el biólogo José Manuel Rico, que es decano de la Facultad de Biología de la Universidad de Oviedo y que estudia el patrón climático en el medio marino.
Desaparece el bosque de laminarias y escasean las especies marisqueras
La subida de la temperatura es uno de los dos fenómenos del cambio climático en las aguas de la costa Cantábrica. El otro es que ya no aparecen tantos afloramientos costeros como antes. «Cuando los vientos nordestes son fuertes se producía una subida de las aguas más profundas, que están más frías, y en los años 90 se daban bajadas en conjunto de hasta 14 grados. Ese afloramiento cada vez es menos frecuente y ahora te puedes pasar todo el verano con una versión más limitada», añade Rico.
Son solo dos evidencias de los efectos que el cambio climático ha provocado en los últimos 25 años en Asturias y que se suman a la desaparición de la práctica totalidad de los bosques de grandes algas o laminarias del fondo marino, que llegaban a medir hasta dos y tres metros de altura y que ya han dejado de ser una de las características de las aguas de la cornisa cantábrica. «Eran propias de climas templados fríos y ahora estas aguas son templado cálidas. Han desaparecido al menos una docena de especies de algas. Antes, desde el cabo Peñas a Occidente, te sumergías en un bosque de laminarias y ahora o hay nada», indica Rico. Con las consecuencias de ese cambio en los ecosistemas y lasque que conocen bien las pesquerías tradicionales de la región, como son la escasez y la reducción de especies marisqueras como el santiaguín, la andarica, el centollo o los oricios, con una veda de dos años abierta en septiembre de 2016.
«El cambio climático no sólo es más calor o más frío, sino que es todo el conjunto y acarrea consecuencias más graves», añade, mencionando por ejemplo el aumento de fenómenos extraños como los temporales más intensos en inviernos, sequías en el interior más severas de lo habitual y, en general, «fenómenos impredecibles relacionados como el clima cada vez más frecuentes y que tienen que ver con ese desequilibrio del clima en su conjunto».
La temperatura media sube 0,5 grados cada diez años
En 2009, un amplio número de investigadores y expertos asturianos presentaba
un exhaustivo trabajo auspiciado por el Gobierno del Principado en el que se recogían las evidencias y los efectos potenciales del cambio climático en Asturias. El entonces catedrático de Ecología de la Universidad de Oviedo Ricardo Anadón, hoy jubilado, fue uno de los coordinadores de ese extenso documento que ya entonces reflejaba los notables cambios sufridos en Asturias por el calentamiento global en las tres décadas anteriores. «La temperatura del agua sube 0,33 grados cada década, varía si está cerca de la costa o te alejas de ellas, pero en condiciones oceánicas ha subido entre 0,33 y 0,34 grados cada década. En tierra, algo más», indica. En concreto, los datos de 2009 constataban un incremento de 1,30 grados en 30 años, un valor bastante similar al del conjunto de España, y que resulta en casi 0,5 grados cada diez años.
«Puede parecer que no es una cifra muy elevada, pero es la temperatura que hay que sumarle a la media que existía entre los años 60 y 90 del siglo pasado. En invierno, eso se traduce en mayores temperaturas que generan menos nieve», explica. De hecho, otra de las evidencias que habrán comprobado quienes practican deportes de nieve en Asturias es que la temporada de esquí es más corta y que la calidad de la nieve es también peor. «La cordillera Cantábrica no deja de estar más baja que los Pirineos y las condiciones para que la nieve se mantenga en buen estado son más dificultosas. Las temporadas se están reduciendo y eso lo saben bien las estaciones de esquí», añade Anadón. En concreto, si antes la temporada se iniciaba a principios de diciembre y se prolongaba hasta abril, ahora, con menos nevadas, se queda entre enero y marzo como mucho.
Menos lluvia que, en el futuro, obligará a repensarse el abastecimiento de agua
Que llueve menos también es otra evidencia del cambio climático en Asturias que puede tener consecuencias hoy impensables en una comunidad que siempre se había caracterizado por la lluvia. «Se está dando un descenso general de la pluviosidad que este año ha sido muy intenso, pero ya venía de hace tiempo. Hay una tendencia descendente y, aunque todavía no ha descendido lo suficiente para que afecte de una manera severa a los recursos hídricos, si sigue bajando y empieza a haber periodos de sequía como los que ha habido este año en otras zonas de España entra dentro de lo posible que haya necesidades de repensarse el abastecimiento de agua», explica Anadón, que indica que de momento «es una cuestión de futuro»: «Por ahora solo se han visto reducidas las reservas en una época rara como es el invierno».
Las heladas son otro fenómeno que se han visto, por ejemplo en esta última primavera, y pueden incrementarse en el futuro. Con las consecuencias que suponen para el medio rural. «Una temperatura más elevada favorece el inicio temprano de la floración pero, como no dejamos de estar en una primavera temprana o incluso a finales de invierno, al llegar una ola de frío puede estropear toda la floración. Y eso ya ha ocurrido», indica Anadón, que recuerda cómo también el descenso de la pluviosidad y la sequía afectó a la manzana en Villaviciosa. Con el resultado de que no sirven ni para sidra ni para mesa, puesto que cuando se dan sequías prolongadas se acorchan. «Lo más probable es que, aunque por ahora los efectos no sean muy notorios, se empiezan a notar y en el futuro se vayan a incrementar», advierte.
Las nuevas plagas que, si no han llegado todavía, lo acabarán haciendo
Otra evidencia del cambio climático en Asturias son las plagas. En Asturias, en los últimos años y en el caso de las que atacan a cultivos y la flora, aparece al menos una nueva cada año. «Se está viendo que, aunque no tengas la evidencia de una plaga como la del mosquito tigre o la mosca negra, se expanden por otras zonas de España y, aunque no la sufras todavía, llegará. Son plagas que están afectando severamente a algunas zonas y es cuestión de tiempo que aparezcan aquí. ¿Cuándo? Cualquiera lo sabe, depende de cómo vayan viniendo los años futuros, pero llegarán. Y como eso prácticamente todo lo que uno se pueda imaginar», asegura.
Sin ir más lejos, las olas de calor, que aunque no pesan tanto como de Pajares para abajo, también se han dejado notar en Asturias. Y que llegarán con sus consecuencias, si no lo han hecho ya, en el sentido de que afectan a la salubridad de quienes ya tienen problemas sanitarios. Anadón menciona la ola de calor de 2003 que provocó 70.000 muertos en toda Europa. «Si viene una ola de calor como aquélla, o como estas últimas, lo más probable es que provoquen un incremento de la mortalidad que, aunque no sea directamente por el calor, sí tiene que ver con agravamientos de enfermedades o de la salud de personas mayores», indica.
Las olas de calor también afectan a las necesidades energéticas de la población e incrementan la demanda de energía en la refrigeración: «En Asturias todavía no lo estamos sufriendo, pero de Pajares para el sur la cantidad de energía que se gasta en refrigerar está batiendo los récords de la que se utiliza para calentar. Y como la temperatura va a seguir subiendo, posiblemente incluso de una manera acelerada, lo empezaremos a notar también en Asturias». Rico, al respecto, recuerda que la tendencia de los últimos cinco años es precisamente que las olas de calor sean cada vez más frecuentes y que las temperaturas sean cada vez más altas.
¿Está Asturias preparada para afrontar el cambio climático?
Hay una pregunta inevitable: ¿está Asturias preparada para afrontar el cambio climático que ya tiene encima? «Creo que en 2009 la intención era la de establecer sistemas de control y de ver la evolución de las cosas, pero no se han conseguido esas intenciones y, aunque ahora parece que se quiere retomar aparentemente con una ley estatal de cambio climático y programas de adaptación por comunidades, se ha perdido un tiempo precioso», considera Anadón, que ahonda en su valoración: «Hubo un momento en el que el impulso que se estaba tomando en 2008 se redujo, o prácticamente se paralizó». En este sentido, explica que la comunidad científica que estudia y analiza el cambio climático en Asturias es cada vez más pequeña y lógicamente quedan campos que no se analizan ni se pueden comparar. «Y por lo tanto es un problema». Además, desde 2008, el año del inicio de la crisis económica por cierto, la labor de los investigadores sobre el cambio climático quedó supeditada principalmente a los programas nacionales e internacionales a los que ellos mismos se hubieran sumado. «Eso deja a Asturias en una situación de debilidad», indica, puesto que en un trabajo de investigación prima el interés científico «más que tratar de organizar la actividad de la región con vistas a reducir las emisiones y a tomar medidas para adaptarse al futuro». Pone un ejemplo: está más que comprobado que ha subido más de 25 centímetros en los últimos 50 años «Sigue subiendo entre cuatro y cinco milímetros al año y en Asturias no se toman decisiones al respecto».
«Asturias es un ejemplo de esa reticencia a reducir la producción de carbón»
También dice echar de menos más decisiones y actividad concreta, como sí menciona que están haciendo estados y ciudades estadounidenses pese a Donald Trump, en el conjunto de España. «En 2005 también se hizo otro estudio en España y los programas de acción están dando lugar a muy poca cosa, a muy poca actividad en mi opinión». Piensa, por ejemplo, en las energías fotovoltaica y térmica solar para calentar las viviendas o el agua caliente «que no se están aprovechando lo que se podrían aprovechar». O en impulsar a quienes en Asturias venden aerogeneradores o fabrican dispositivos de energía sostenible. O en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, que es la gran causa del calentamiento global, a través de la adaptación sostenible del gran parque de viviendas que tiene España.
«Hay muchas cosas que se pueden hacer, pero hay que tener en cuenta también qué está la gente dispuesta a hacer», considera, pensando también en las muchas reticencias que existen en algunos territorios a cumplir con la reducción de emisiones de CO2 causantes del cambio climático que tienen que ver por ejemplo con el uso del carbón, la fuente que más CO2 emite a la atmósfera. «Asturias es un ejemplo de esa reticencia a reducir la producción de carbón. Hay mucha gente que trabaja y vive de ello. Y eso lleva a las contradicciones que hay sobre qué podemos hacer y qué estamos dispuestos a hacer», afirma