DIEGO HERRANZ
La Nueva Revolución
Cultural ha comenzado. China ha dejado de ser el gran mercado emergente
al que Occidente le reclamaba constantemente implicación en el gobierno
económico mundial. La crisis le ha sentado de perlas al segundo PIB del
planeta. De la mano de su actual Timonel, ha abandonado el apelativo de
Gran Factoría Mundial. Ya no produce para exportar, a bajos precios y
con salarios reducidos, para competir con ventajas productivas respecto a
sus rivales en los mercados globales.
De igual forma, baraja acabar con las bandas
de fluctuación controladas que utiliza para sostener el tipo de cambio
del rinminbi. Y ha logrado disminuir la crudodependencia y las exigentes
necesidades energéticas para satisfacer su vorágine productiva. Tras
décadas de un patrón de crecimiento fulgurante, aunque propio de las
economías emergentes, su modelo ha virado hacia la demanda interna. Todo
un signo de identidad de las potencias industrializadas.
El consumo y la innovación son los lemas del
presente. Con indiscutible éxito. La predisposición al gasto familiar y
empresarial ha dejado dos grandes burbujas -inmobiliaria y financiera-
que, sin embargo, da muestras de remisión. A pesar del calado de sus
desequilibrios. Gracias, sobre todo, a una política de planificación
ordenada y efectiva desde Pekín, que ha puesto coto a los elevados
niveles de endeudamiento de sus compañías, mediante el cierre del grifo
crediticio de unos bancos que han suministrado sin descanso las demandas
financieras que las firmas chinas han precisado en su espectacular
salida de compras por los cinco continentes.
China navega con una economía
dinámica, impulsada por la demanda interna, con precios bajo control,
pleno empleo y una deuda pública del 46,2% del PIB
Xi
Jinping ha dirigido las operaciones en este doble salto mortal
geoestratégico. Un reto que ha logrado sin colchoneta de seguridad.
Durante la mayor crisis financiera e internacional desde el Crash del
29, con los créditos congelados por doquier para extirpar los activos
tóxicos de la banca y tasas de endeudamiento -públicas y privadas- sin
parangón. Aunque buena parte de este salto hacia adelante sea
responsabilidad de Liu He, director de la orquesta de asesores
económicos del jefe del Estado desde su toma de posesión del cargo, en
marzo de 2013. Un equipo al que se le deben compulsar, sin duda, los
méritos del tránsito económico-financiera y de la prominente creación de
empleo, desconocida desde la época de Xioaping. En connivencia con la
gestión del día a día realizada por el primer ministro, Li Keqiang,
junto al siempre difícil Consejo de Estado.
Economía en rumbo dinámico
La radiografía multilateral durante el
estallido de la crisis admitía la pérdida de influencia china en el
dinamismo económico global. Al fin y al cabo, estaban de reformas. Pero
el tándem Keqiang He ha logrado ratios de prosperidad claramente por
encima del 6%, el eslabón máximo que los mercados vaticinaban para China
hasta finales de esta década. En los dos trimestres de este año, el
segundo PIB mundial navega a ritmos del 6,9%; con precios controlados
(1,5%), en línea con la ausencia de inflación global pero alejada de los
índices dobles de la década pasada, e instalada en el pleno empleo
(3,9%). Todo un mérito para la nación más poblada del planeta que,
además, administra una deuda pública cómoda, del 46,2% del PIB.
Nada que ver con los endeudamientos de gran
parte de los socios europeos, superiores a la riqueza que son capaces de
producir cada año sus economías, y a la astronómica factura pendiente
de pago de EEUU, que supera el 100% de su PIB, y que rebasa con creces
los 18 billones de dólares.
El mismísimo CEO de JP Morgan, Jamie Dimon,
una de las voces más autorizadas de Wall Street, insiste en ensalzar los
“enormes progresos” en la carrera reformista del Ejecutivo chino,
motivo por el que valora incrementar los negocios de su banco de
inversión en el gigante asiático.
Qu Hongbin, economista jefe para China de
HSBC, incide en que el boyante mercado inmobiliario ha sido, junto al
boom consumista con el que se conforma buena parte del giro económico
del país hacia la demanda interna, “una de las claves de este éxito”. A
través de una política dirigista, que ha premiado la proliferación de
ciudades de mediana dimensión. Incluso nuevas. Pero con desafíos
urbanísticos y productivos. Hongbin habla de Chongqing, el mayor
municipio del valle del Río Yangtzé, donde el precio de sus viviendas ha
permanecido “más o menos estable”, a pesar de registrar tasas de
crecimiento de dobles dígitos desde 2002. En 2016, del 11%. Es un claro
ejemplo de las nuevas urbes del sur y del oeste del país. Aunque hay una
lista de ejemplos.
Irrupción de las ciudades medianas
Wuhu, situada en la deprimida provincia
central de Anhui, ofrece ventajas impositivas y costes empresariales
subsidiados que han revitalizado su sector inmobiliario. Hasta elevar el
precio de sus propiedades en un 30% en 2016. Pero el Gobierno impuso a
comienzos de este año medidas para frenar la especulación, que han
conseguido contener el frenesí comprador y, por ende, su encarecimiento.
O, desde el 2 de abril pasado, la nueva Zona Económica Especial (SEZ, según sus siglas en inglés) de Xiongan, situada a 100 kilómetros al sur de la capital, engloba a tres condados (Xiongxian, Rongcheng y Anxin) y conforma un triángulo productivo formado por Pekín, la ciudad portuaria de Tianjin, centro de tráfico marítimo de referencia del gigante asiático, y Shijiazhuang, capital de la provincia de Hebei. Con el objetivo de servir de enlace mercantil entre los clusters urbanos de su órbita de influencia y convertirse en una mega-ciudad de los negocios. Sólo horas antes del anuncio oficial de esta nueva SEZ, el régimen de Pekín suspendió todas las transacciones relacionadas con propiedades, tanto inmobiliarias como mobiliarias, en los tres condados.
El punto negro de su coyuntura es la
doble burbuja, financiera e inmobiliaria, que la política de
intervencionismo estatal está solventando en los últimos añosO, desde el 2 de abril pasado, la nueva Zona Económica Especial (SEZ, según sus siglas en inglés) de Xiongan, situada a 100 kilómetros al sur de la capital, engloba a tres condados (Xiongxian, Rongcheng y Anxin) y conforma un triángulo productivo formado por Pekín, la ciudad portuaria de Tianjin, centro de tráfico marítimo de referencia del gigante asiático, y Shijiazhuang, capital de la provincia de Hebei. Con el objetivo de servir de enlace mercantil entre los clusters urbanos de su órbita de influencia y convertirse en una mega-ciudad de los negocios. Sólo horas antes del anuncio oficial de esta nueva SEZ, el régimen de Pekín suspendió todas las transacciones relacionadas con propiedades, tanto inmobiliarias como mobiliarias, en los tres condados.
El antecedente de Wuhu precipitó la conversión de esta receta en preventiva.
El analista del HSBC otorga trascendencia a las reformas. Entre otras, al registro de propiedades, en vigor desde septiembre de 2015, sobre el que se articula un censo residencial con el que las autoridades locales distribuyen beneficios del incipiente Estado de Bienestar y servicios sociales. A la reforma agraria, que permite que las granjas inicien su andadura como economías de escala para abastecer a los nuevos territorios empresariales. Y a las ayudas a la vivienda, prevista, sobre todo, para trabajadores inmigrantes.
El analista del HSBC otorga trascendencia a las reformas. Entre otras, al registro de propiedades, en vigor desde septiembre de 2015, sobre el que se articula un censo residencial con el que las autoridades locales distribuyen beneficios del incipiente Estado de Bienestar y servicios sociales. A la reforma agraria, que permite que las granjas inicien su andadura como economías de escala para abastecer a los nuevos territorios empresariales. Y a las ayudas a la vivienda, prevista, sobre todo, para trabajadores inmigrantes.
Este control regulatorio y otros cambios,
como la modernización de la red de infraestructuras -rodadas y
ferroviarias, que han catapultado a China ser el país con más kilómetros
de AVE- “han añadido estabilidad” dice Hongbin, en un sector que “había
inflado la burbuja” en años recientes “sin deteriorar el impulso del
mercado”. En consecuencia, ciudades medianas, de zonas pobres y poco
pobladas, han servido de contrapeso al desorbitado boom inmobiliario de
grandes urbes como Shenzhen, Pekín, Shanghái y, por supuesto, Hong Kong,
que están en el top-twelve de las capitales más caras del mundo según
la consultoría financiera Mercer, en cuyo ranking anual se hacen eco,
además de la evolución del precio de la vivienda, de parámetros como la
inflación o el precio de los productos básicos, entre otros, para
realizar su análisis de coste de vida.
Coto al endeudamiento corporativo
Quizás, el auténtico Talón de Aquiles de la
economía china sea la inmensa deuda corporativa y los vínculos directos y
nada disimulados de sus potentes bancos estatales para financiar el
coste del creciente tamaño de sus empresas y la propensión al consumo de
sus ciudadanos. Aun así, la planificación de la economía de Pekín deja
otra señal nítida de actuación inmediata que, de momento, ha evitado la
reedición de un credit-crunch en China. Con relativo éxito.
Las alarmas se encendieron hace varios
ejercicios y siguen escuchándose en los mercados. Las firmas chinas
adeudan 16,2 billones de dólares. El argumento nuclear del reciente
descenso de la calificación de la deuda por parte de Moody’s bajara
recientemente su calificación. El 156% del PIB. Con el riesgo de que, en
una economía dirigista y con capital público en sus empresas, se
traslade una buena parte de esta losa al balance presupuestario. Como
ocurrió en Europa y, es especial, en países como España, con el rescate
bancario propiciado, en gran medida, por la financiación de la inmensa
deuda corporativa y familiar, que superó tres veces el PIB.
Pese a ello, la ratio deuda-valor bursátil
de las cien mayores firmas no financieras se ha reducido al inicio de
este año en cuatro puntos, hasta el 68%, respecto al ejercicio
precedente. El peso de la creciente capitalización ha dejado un flujo de
caja adicional de 93.000 millones de dólares. Pero este éxito inversor
no hubiera sido posible sin la intervención del régimen. Muy en concreto
por la limpieza de activos encargada a cuatro grandes y complejos
conglomerados industriales: HNA, que posee desde líneas aéreas hasta
marcas de moda; Fosun, que opera mayoritariamente en el ramo de la
Salud; Anbang, aseguradora y la inmobiliaria Dalian Wanda. Todas ellas
-y otros agentes empresariales como Zhejiang Rossoneri, con cuyo capital
acaba de adquirir el equipo de fútbol del Milan, se han encargado de
actuar como especies de bancos malos. Han absorbido acciones y deuda de
los principales bancos del país. Dentro de una regulación financiera que
ha aliviado los vencimientos corporativos, que ascienden a 230.000
millones de dólares.
Estos cuatro grupos han puesto en el
mercado más de 60.000 millones, a costa de engordar sus activos tóxicos.
Pero han reducido el riesgo sistémico de bancos como ICBC, con una muy
alta exposición en los mercados, al lado de sus clientes corporativos,
que han liderado las fusiones y adquisiciones durante la crisis: 310.000
millones de dólares desde 2016.
La relación de los jerarcas chinos con los
máximos responsables de estas empresas asegura los futuros negocios
domésticos en China. Amparados por el boyante consumo, que ya
contabiliza el 77,2% del crecimiento económico, y el despegue de las
inversiones, porque las carteras de las compañías han aumentado en un
6,6% sus proyectos en el país. Con 3,34 millones de personas más en el
mercado laboral para sostener el poder adquisitivo y después de que
índices como el que acoge a las 300 mayores compañías del país,
crecieran en el primer trimestre casi un 7%. Más beneficios para sanear
balances.
Chris Biggs, analista de Boston Consulting
Group, llama la atención sobre la calidad del consumo. China se ha
vuelto digital, invierte en innovación y sus millones de nuevos
multimillonarios y de clase media, con ingresos notables, han
configurado un mercado de alto standing. Además de liderar los pedidos
por e-commerce. Según sus cálculos, China elevará en 1,8 billones de
dólares adicionales el peso del consumo antes de 2021.
Diplomacia económica para desbancar a EEUU
El relativo orden interno ha dado pie a
Pekín a explorar el orden global. Casi en la misma medida que las
políticas proteccionistas y la errática diplomacia de Donald Trump, que
elude de no poca responsabilidad a la Casa Blanca en materias como el
cambio climático, la reconstrucción de la arquitectura financiera
internacional o el libre comercio y la seguridad mundial. Prácticamente
sin proponérselo. Porque la consigna oficial habla de que Pekín no
quiere ocupar ese rol. Aunque en realidad, sea un canto a su política de
solución china. Inspirado en las proclamas de Xiaoping de “mantener un
perfil bajo, nunca tomar la iniciativa, pero marcar las diferencias”, la
política exterior, adaptada a los tiempos por Jinping, ha sabido capear
las afrentas al orden global de Trump y sus embestidas contra China a
cuenta del control del tipo de cambio del rinminbi o su declarado
acercamiento a Taiwán con dosis de ingenio y una gestión activa. Como
una tortuga, ha extendido su caparazón, en muchos casos de la mano de la
canciller Merkel -Alemania y China han sido acusados por el líder
republicano de ser un riesgo latente por sus elevados superávits
comerciales- por asuntos candentes de la globalización.
La solución china de los problemas
globales baraja medidas como el fin del control cambiario de su moneda y
un papel más activo en el escenario internacional
Entre
otras, co-liderando la lucha contra el cambio climático junto a Berlín.
O dando aliento al moribundo tratado comercial entre ambas orillas del
Pacífico, defenestrado por Washington y sacándose de la chistera la
Nueva Ruta de la Seda, que pone en liza 110.000 millones de dólares de
las arcas estatales chinas para que el Belt and Road, su nueva
nomenclatura, tome cuerpo y desarrolle billonarios planes de
infraestructuras rodadas, ferroviarias y marítimas, incentive los flujos
inversores y comerciales y, en paralelo, mejore la imagen de Pekín como
actor global frente al proteccionismo.
Louis Gave, CEO y cofundador de Gavekal,
uno de los fondos de inversión más rentables con un amplio juego de
intereses en China, se cree la Solución China. Pekín dejará de mantener
la banda de fluctuación sobre el valor de su moneda en los mercados
internacionales en tres años, alerta. Básicamente, porque su riqueza ha
crecido y se ha expandido por su sociedad y, si quiere lograr el estatus
de economía de mercado, debe abandonar estas prácticas. Algo que puede
conseguir de la mano de Alemania. Un viejo anhelo desde que entrara en
la OMC, en 2001, y que otorgaría al país un mayor rango de influencia
mundial. En línea con viejos mensajes de Administraciones
estadounidenses del pasado de pedir “mayor responsabilidad y activismo” a
Pekín en resolución de problemas globales. Y que han desaparecido con
la llegada de Trump.
La Solución China es un apelativo reciente.
Se escuchó en julio de 2016, durante el 95 aniversario de la fundación
del Partido Comunista Chino, de boca de Jinping. Los ciudadanos chinos
–afirmó- “deben tener la absoluta confianza de que aportaremos
soluciones reales a la humanidad en la búsqueda de mejores instituciones
mundiales”. Bajo el riguroso imperio de la ley, apostilló. Es, en
definitiva, la aplicación de la diplomacia del Panda. En alusión al
gesto de regalar osos panda a zoológicos emblemáticos de países con los
que construye especiales lazos políticos, un regalo que instauró con
EEUU, en tiempo de Henry Kissinger de secretario de Estado, en 1971,
cuando se restablecieron las relaciones bilaterales entre las dos
mayores economías del planeta. Y se ha reverdecido, recientemente,
durante el encuentro de Jinping con Merkel, en los días previos a la
cumbre del G-20 en Hamburgo.
Pero con un nuevo componente geoestratégico
(político y económico) que ha llevado a los ministerios de Exteriores y
Economía de Pekín a asegurar que “si el mundo requiere el papel de
liderazgo” de China, Jinping, cuyo mandato expira, en principio, en
2023, “asumirá sus responsabilidades”.Richard Koo, economista jefe de Nomura, cree que la nueva visión china ha contribuido a que el país se haya resarcido de las acusaciones de “manipulador cambiario” y de ser el gran artífice de la alteración del orden global, que han surgido desde la Casa Blanca, mientras “ha entorpecido” la política de dólar fuerte inculcada por el dirigente republicano de EEUU.
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