Cultura
Charles Powell: «EE.UU. no tuvo nada que ver con la muerte de Carrero ni con el 23-F»
En su nuevo libro, «El amigo americano. España y EE.UU.: de la dictadura a la democracia», traza un apasionante recorrido por los años cruciales que van del tardofranquismo a la Transición
TULIO H, DEMICHELI
Día 25/04/2011 - 04.26h
El historiador Charles Powell lleva veinticinco años estudiando el último tercio del siglo XX español. Tras escarbar en la documentación ya desclasificada de los archivos de las Bibliotecas de los presidentes Nixon, Ford, Carter y Reagan, publica El amigo americano. España y EE.UU.: de la dictadura a la democracia (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). «A mí me ha sorprendido ver la gran debilidad del sistema norteamericano en asuntos de política exterior», comenta.
—Las bases norteamericanas, ¿ayudaron a la Dictadura?
—Afianzan al Régimen. El convenio de 1953 resultó ser el mayor triunfo de la política exterior de Franco. Él mismo llega a decir que «formalmente hemos ganado la Guerra Civil». ¿Benefició a la sociedad española? En general, sí. En términos económicos, los convenios no fueron muy trascendentes, pero sí en cuanto a las inversiones internacionales privadas, porque España se insertó en instituciones como el FMI y la OECE.
—Henry Kissinger fue una figura central durante las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford como secretario de Estado… Resulta curioso ver cómo un universitario tenía una visión del mundo hispánico tan plagada de tópicos.
—Desprecio, incluso racismo, y un desconocimiento extremo de su realidad histórica, cultural, social y política. Al ministro de Exteriores Pedro Cortina Mauri le dice: «Usted viene de un país que conquistó un continente solo con 70 hombres y caballos»… Kissinger tenía un hermano un poco mayor que él que hablaba inglés sin acento. Un periodista le preguntó: «Los dos emigraron al mismo tiempo. ¿Cómo puede ser eso?» Y él respondió: «Yo soy el Kissinger que escucha».
—Una conspicua teoría conspirativa sugiere que EE.UU. sabía e, incluso, estaba detrás del asesinato de Luis Carrero Blanco, porque sería un obstáculo político para Don Juan Carlos tras la muerte de Franco, teoría que incluye también a los servicios secretos españoles… ¿Qué piensa de ello?
—¡Es una leyenda urbana! ¿Qué diablos iba a ganar EE.UU. con su muerte? Carrero fue el gran defensor de las negociaciones de las bases. Desplazó al duro ministro Fernando Castiella y puso al dócil Gregorio López Bravo. Aunque Carrero era un reaccionario total, también era un monárquico que impulsó con López Rodó la candidatura de Don Juan Carlos en el difícil proceso de la sucesión. Kissinger, que se había reunido con Carrero la víspera del atentado, cuando se produjo, dijo que su muerte era «una gran pérdida». Pensaba que Carrero le habría presentado su dimisión al Rey cuando sucediese a Franco. La Comisión Frank Church, que investigó la participación de Estados Unidos en ese y otros asesinatos, despejó esas dudas.
—¿Apostó EE.UU. por Don Juan Carlos desde el principio?
—Allá por 1969, los estadounidenses eran un poco escépticos, pero cuando Nixon se entrevista con él en 1970, se lleva una buena impresión. Luego, los Príncipes visitan oficialmente EE.UU. en 1971 y su imagen mejora mucho. La entonces Princesa Doña Sofía causa una viva impresión y se la considera como el gran apoyo que el futuro Monarca habrá de tener tras la muerte del dictador. Kissinger tenía ciertas dudas, como otros dirigentes europeos, sobre su inteligencia y fuerza de carácter. Pero empieza a cambiar de opinión durante la visita que Ford realiza a España en 1975. Don Juan Carlos ha ganado en seguridad personal y ahora ya no habla como Príncipe sino como próximo Rey. La buena relación se intensifica con la crisis del Sahara. Don Juan Carlos casi logra que Ford asista a la misa de Te Deum posterior a su proclamación en las Cortes. No pudo ser porque la agonía del dictador se prolongó mucho y este acto no coincidiría con la gira europea que realizaba el presidente… EE.UU. hizo una gran apuesta por él que salió muy bien.
—Otro asunto importante en las relaciones bilaterales fue el Sahara español. ¿Colaboró EE.UU. en la Marcha Verde?
—Para Kissinger, la crisis del Sahara era un engorro, pues a EE.UU. no le interesaba un enfrentamiento entre dos aliados tan importantes como Marruecos y España. La muerte de Carrero fue fundamental porque Hassan II creyó que cambiaba el paisaje. Además, la Revolución de los Claveles, que fue uno de los últimos actos de la descolonización de África, le envalentó mucho. En España hubo conflicto entre los partidarios de un acuerdo con Marruecos (Carrero lo era y había influido en Arias Navarro) porque consideraban que un Sahara independiente era inviable, pues se convertiría en satélite de Argelia, que estaba apoyada por la URSS; y los partidarios, como Cortina, de que había que actuar de manera compatible con el derecho internacional, asumiendo las resoluciones tomadas en la ONU que contemplaban un referéndum de autodeterminación. Kissinger busca una salida airosa que salve a Hassan II, que no beneficiase a Argelia y que tampoco debilitara a Don Juan Carlos. En resumen, por parte de EE.UU. no hubo participación directa. Sí hubo complicidad… la misma que por parte española: fue un acuerdo elaborado por Arias y un asunto muy delicado porque el Príncipe, como jefe de Estado en funciones, lo autorizó.
—Otro tópico que llega a nuestros días es que EE.UU. auspició la defenestración de Adolfo Suárez por sus veleidades de convertir España en líder de los países no alineados. ¿Fue así?
—Al presidente Jimmy Carter le parecía útil la heterodoxia de Suárez. Además de haberse entrevistado con Fidel Castro en 1978 y de alentar la presencia española como observadora en la VI Cumbre de los países no alineados, Suárez fue el primer dignatario europeo que se entrevistó con Yasir Arafat en 1980. Cuando ambos se reúnen, Carter se toma muy en serio los análisis que Suárez hace de Oriente Medio. El presidente español se muestra muy valeroso: defiende el derecho palestino a fundar un Estado propio y cuestiona los acuerdos de Camp David. Carter le replica que no le molestó que se entrevistara con el líder palestino: «Me viene bien porque yo no lo puedo hacer».
—Por último, el otro gran tópico es que EE.UU. apoyó el 23-F.
—El golpe del 23-F coincidió con el periodo de transición entre las administraciones de Carter y Reagan. El nuevo secretario de Estado, Alexander Haig, comete una gran metedura de pata cuando solo dice que «es un asunto interno». En cuanto al papel que desempeñó el embajador Terence Todman, esa es otra leyenda urbana. Le inventaron un encuentro con Alfonso Armada; reuniones con el comandante José Luis Cortina del CESID, implicado en la intentona; dijeron que se presentó en La Zarzuela después de la entrada de Tejero en el Congreso… También se dijo que las bases americanas estaban en alerta desde la mañana del 23-F y que sus colegios no dieron clase, que se habían interferido las comunicaciones estratégicas españolas… ¡Todas estas chorradas se repiten hoy! Era un diplomático profesional. ¿Qué motivos tenía EE.UU. para apoyar el golpe? ¿Quitar a Suárez porque no había pedido el ingreso en la OTAN? Pero si es que lo hace y un golpe involucionista lo habría impedido. Además, Norteamérica jamás hubiera hecho nada que debilitara al Rey porque era su gran apuesta. Ninguno de los argumentos que le implican en el golpe es creíble.
Los divertidos errores de los Ford
«El amigo americano» es un análisis exhaustivo de las relaciones hispano-norteamericanas entre 1969 y 1988, que tiene un doble eje. Por una parte, las siempre difíciles negociaciones de los Convenios de Amistad y Cooperación que permitían las bases norteamericanas en España y que fueron suscritos durante ese periodo, que va desde la designación de Don Juan Carlos como sucesor de Franco hasta la consolidación de la democracia. Y por la otra, el escenario político en que se producen. Fuera de España y en el contexto mediterráneo ocurren el golpe de Gadafi (1969), la cuarta guerra árabe-israelí llamada del Yom Kippur (1973), la Revolución de los Claveles portuguesa y la guerra entre Grecia y Turquía por Chipre, ocurridas ambas en 1974. Y dentro: el caso Matesa, la crisis del Sahara, la agonía y muerte del dictador y la Transición, hasta la época de Felipe González.
A lo largo de más de seiscientas páginas el autor recoge numerosas anécdotas divertidas. Una de ellas se refiere a un momento en el que las negociaciones por uno de los convenios están estancadas por reticencias españolas y Franco le dice al ministro de Asuntos Exteriores que aguante hasta donde pueda, pero que luego firme lo que le pongan delante porque «lo necesitamos». La otra ocurrió durante la visita de Gerald Ford a España en 1975. Al llegar al Palacio de Oriente, donde se iba a celebrar la cena de gala, el presidente, muy galante, saludó a Carmen Polo llamándola «Majestad». Luego, la primera dama norteamericana le preguntó a Franco en la mesa cómo le había ido en su… ¡último viaje al extranjero! La pobre no sabía que sólo había hecho una visita oficial fuera de España a Portugal durante la dictadura de Salazar en los años 40.
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