Actitud. El gen competitivo de Simeone se rige por dos principios: esfuerzo innegociable y corazón para igualar el presupuesto. En esas dos suertes, Falcao es determinante. No se siente cómodo como la estrella del equipo, no se aferra a ese estatus y se emplea como un soldado más de la tropa, con esfuerzo y corazón. No reniega de la intendencia, se exprime y se exige hasta el tuétano. No sólo golea, también lidera. Su ascendente en el vestuario es incuestionable. Voraz, solidario y con un espíritu de superación personal bestial, no conoce límites. El traje de hombre-gol se le ha quedado pequeño. Es mucho más. Un referente ideal. Fuera del campo, el Atlético disfruta de su figura de antidivo. Dentro del campo, de los zarpazos de un tigre que anda suelto. Se merece todo lo que le pasa, porque se prepara para que le pase. Su actitud le convierte en el mejor. En la bandera del Atlético de Madrid.
Radio de acción. Su progresión es imparable. Autodidacta y perfeccionista, ha dado un salto de calidad en sus prestaciones. Su radio de acción está unido al principio de acción y reacción. Para toda acción hay una reacción. Y la reacción de Falcao, en el área, es devastadora: fuera del área parece limitado, pero dentro se transforma. Ahí hace gala de una inteligencia superior. Sus movimientos son impredecibles, sus desmarques imprevisibles — sabe ganar la espalda a las defensas y superarlas por anticipación- y siempre contacta con la pelota una décima de segundo antes que su marcador.
Armas. Radamel Falcao tiene muelles en las piernas que le permiten rematar desde cualquier posición, por inverosímil que parezca. Su aspecto físico engaña. A pesar de su apariencia liviana, Falcao es un superdotado. Hace unos años, algunos clubes ingleses rechazaron su fichaje al considerar que un delantero de apenas 1,77 y que casi no pasaba de los 70 kilos, no se haría respetar en un fútbol tan físico como el inglés. Ahora se tiran de los pelos. Falcao es un tanque en miniatura. Posee una carrocería dinámica, tiene más potencia de la que se podría imaginar y dispone de una capacidad innata para cabecear cualquier balón. Resistente al choque y potente en carrera, su musculatura le ayuda a pegar a la pelota con las dos piernas y también a fabricarse el espacio justo para poder armar la pierna y marcar. No es poco.
Voracidad. Su tenacidad y su hambre de gloria le ponen en una dimensión diferente. Falcao es un futbolista con un ego domesticado, pero con una ambición desmedida. Nunca tiene suficiente. Su apetito de gol es insaciable y se vacía, en cada entrenamiento y en cada partido, con la esperanza de seguir madurando su fútbol para pulir pequeños defectos. Apenas queda nada de aquel delantero tosco que convertía goles por furia en River. Y su juego ha evolucionado de manera bestial conforme al rol que tenía en el Porto. Ahora Falcao ha crecido de manera insospechada. No es un goleador, es mucho más. Si Simeone representa el gen ganador compulsivo del Atlético, Falcao es su brazo ejecutor. Siempre quiere más. Nunca baja la guardia. El secreto de su éxito es la intensidad. Cuanto más ritmo tiene el partido, más terrible es Falcao.
Intangibles. Falcao no sólo es la mejor arma de destrucción masiva de la que dispone Simeone. Es más que eso. Es una constante amenaza. La que sienten en sus carnes las defensas rivales al detectar la presencia de un depredador con sangre en el ojo. Su presencia inquieta, impone un respeto reverencial entre los contrarios y permite que otros compañeros puedan aprovecharse de la extrema vigilancia a la que le someten. Los rivales son conscientes de que Falcao, en modo liquidación, puede arruinarles cualquier plan en segundos. Esa baza psicológica, infundir respeto y casi miedo en los rivales, es el gran valor intangible de Falcao. Golea, pero también atemoriza.
Vivir adivinando. Los mejores defensas de la historia se labraron su reputación no pegando, sino adivinando el pase del contrario. Falcao supera a sus marcadores porque su principal virtud es la de los mejores centrales: adivina qué pasará antes que nadie. Piensa la jugada antes de que ocurra. Sabe precisar en qué sitio debe posicionarse, prevé el pase del compañero y sabe activarse para estar siempre en boca de gol.
Recursos: A las anteriores virtudes innatas de posicionamiento y desmarque, naturales en su juego, Falcao añade fundamentos trabajados. No tiene precisión de cirujano ni tampoco posee un regate fascinante, pero es hombre de recursos: es un fajador nato, sabe proteger la pelota, tiene un primer paso muy rápido, sabe girar para descargar al extremo y siempre acompaña la jugada. Conceptos primitivos que, ejecutados con voluntad espartana y facilidad, catapultan su efectividad. Su jugada favorita consiste en amagar a un lado saliendo por el inesperado, ejecutar una maniobra de distracción, en forma de recorte o bicicleta, y disparar a portería con violencia. Otro recurso que explota como nadie es el balón parado. Un arma que ha dado mucho rédito a Simeone. En cada saque de esquina y en cada falta, aparece como amenaza. Remata todo. Por tierra, mar y aire. No hace mucho, le preguntaron al colombiano qué aspecto del juego le gustaría mejorar. Contestó que él también sabe lanzar faltas directas. La Real Sociedad puede dar fe de que también sabe ejecutarlas. De cabeza, de disparo, a quemarropa, de tijera y también…de falta directa. Lo tiene todo.
Socios. Falcao no tiene socios de dimensión y categoría mundial, como en los casos de Messi o Cristiano, respaldados por los mejores pasadores del mundo. No obstante, dispone de dos suministros puntuales. El primero es Arda, el jugador que más y mejor se expresa con la pelota en los pies en el Atlético. El segundo socio es Adrián, un talento de cambio de ritmo irresistible y litros de sangre fría en las venas. Arda le surte de balones y Adrián le libera. Con ellos dos sobre el terreno de juego, sobre todo si ambos despliegan su fútbol tirados a un costado, siempre llega la mejor versión de Falcao.
Números. Su influencia tiene forma de estadística: en los últimos 10 partidos, ha anotado 16 goles, 12 con el Atlético y 4 con Colombia, igualando la mejor racha histórica de otro extraterrestre, Leo Messi. En la pasada Liga vacunó 24 veces a los rivales. En el presente curso, ha marcado 9 veces en apenas 29 remates. En 2012 ha anotado 40 goles, con tres hat-tricks y cinco asistencias de gol. A eso hay que unir su salto cualitativo en los grandes partidos, donde se extramotiva: tres goles al Athletic en Bucarest y otros tres al Chelsea en la Supercopa. No diga gol, diga Falcao.
Repertorio. Su repertorio es infinito: derechazo, zurdazo, cabezazo, tijera o chilena. En estático, en carrera, en postura acrobática o sin ángulo. Siempre encuentra el modo de llegar a la pelota. Y cuando lo consigue, abre fuego a discreción. Sin piedad. Su cabeza recuerda al chileno Iván Zamorano, su diestra es una réplica de los obuses de Haselbaink, sus zurdazos se asemejan a los estacazos de Vieri y sus acrobacias desprenden perfume de Hugo Sánchez. Las faltas también las manda a guardar. Tiene la contundencia de un asesino en serie en el área y las plasticidad de los mejores de todos los tiempos. Si el fútbol es mitos, ritos y símbolos, Falcao personifica al depredador que festeja tras un día de caza. Dicen que la afición del Atlético tiene que disfrutarle, porque le queda poco de rojiblanco. Pero hoy, los que le disfrutan son los atléticos. Y los que le sufren, son otros. Se llama Radamel Falcao García. Es un asesino nato del área. Un tigre que ruge. Es el gol.
Rubén Uría / Eurosport
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