sábado, 5 de diciembre de 2020
La Sabatína de A.Papell...
El primer rey constitucional, don Juan Carlos, que cometió errores detestables en el declive de su reinado, dejó sin embargo —y no hay por qué ocultarlo ni negarlo— un modelo consuetudinario de neutralidad política perfectamente adaptado al dibujo de la institución que realizaba la Carta Magna, que a su vez bebió en la fuente de los modelos foráneos, de las grandes monarquías europeas. En sus buenos tiempos, antes del incomprensible y vituperable declive, Juan Carlos, fundador del régimen, mantuvo una relación perfecta con los sucesivos gobiernos, con los estamentos y las instituciones públicas y privadas, y estuvo muy cerca del ideal de ser “el rey de todos los españoles”, con independencia de su adscripción política.
Su hijo y heredero, don Felipe, no es tan expansivo, pero en los difíciles años de su ejecutoria como jefe del Estado también ha sabido mantener esta sobria equidistancia que caracteriza a una institución que debe mantenerse por encima de los intereses políticos y particulares. Su prudencia ha sido calculada y proverbial, y no tiene flancos débiles, y pocos ciudadanos de pro considerarán que su ya célebre discurso del 3 de octubre de 2017, en que afeó la intentona separatista del nacionalismo catalán y afirmó los valores constitucionales, estuvo fuera de lugar: aquel impetuoso alegato afirmó al Monarca y llenó de contenido su vaporosidad institucional.
Viene esto a cuento, es obvio, de un incidente recién acaecido, que roza al Rey por ostentar este “el mando supremo de las Fuerzas Armadas” (art. 62 h C.E.).
Como todo el mundo sabe, 73 militares retirados han dirigido recientemente una carta a Felipe VI en que afirman que España vive una situación de “deterioro”, en que la “cohesión nacional” corre graves riesgos, y culpan al Gobierno “social-comunista, apoyado por filoetarras e independentistas” de amenazar “con la descomposición de la Unidad Nacional”, a la vez que muestran su lealtad al Rey “en estos momentos difíciles para la Patria”. En un chat privado, algunos de los firmantes del escrito han proferido amenazas y han llegado a hablar de ‘fusilamientos’ y demás lindezas golpistas en el tono tabernario y primitivo de los espadones antiguos. Uno de sus integrantes, el general retirado Francisco Beca, llamó en ese chat “irrepetible” a Franco y manifestó su disposición a fusilar a “26 millones de hijos de puta”; también llamó “hijo puta” al “coletas” y “malnacido” al presidente.
La mayoría hicieron la mayor parte de su carrera en democracia, no se hubieran atrevido a lanzar un panfleto de esta naturaleza si no hubiera surgido una fuerza política de extrema derecha que se siente vinculada a la dictadura
No hay pruebas, evidentemente, pero la malicia profesional de este escribidor le lleva a creer que estos individuos, la mayoría de los cuales hicieron la mayor parte de su carrera en democracia, no se hubieran atrevido a lanzar un panfleto de esta naturaleza si no hubiera surgido una fuerza política de extrema derecha que se siente vinculada a la dictadura, que proviene de aquellas fuentes autoritarias, que desdeña la libertad porque ve peligrar sus privilegios y que si pudiera nos devolvería a los disidentes y heterodoxos a las mazmorras y a los campos de concentración.
También ha ayudado a esta expansión golpista la tibieza inicial del PP, que en lugar de aferrarse a la Constitución frente a Vox, ha pactado con este partido en ayuntamientos y comunidades autónomas, con lo que le ha proporcionado una especie de legitimación. Una legitimación que las fuerzas democráticas europeas no otorgan a la extrema derecha, confinada en Francia y en Alemania (por ejemplo) por un insalvable cordón sanitario que le impide influir en la formación de mayorías. Hay que reconocer sin embargo que Casado ha reaccionado correctamente al chat “de la XIX del Aire”, tachando de “intolerables” las afirmaciones de los exmilitares y esperando que se depuren responsabilidades.
El Rey no ha respondido a la misiva (tengo la convicción de que aludirá a ella cuando sea oportuno para condenarla) pero sí la ministra de Defensa, quien, tras elogiar a los militares en activo que sirven a la patria con neutralidad, profesionalidad y eficacia, ha dicho no reconocer “a aquellos que en misivas, amparándose en una carrera militar que ya no sirven, de la que están muy lejos, sin defender los valores castrenses, pretenden implicar al jefe del Estado, vulnerando la clave fundamental, la neutralidad política”. Robles les ha recordado que el Rey “es de todos, no de algunos”, y por eso ha negado este reconocimiento a quienes “se embozan, en el uniforme militar, que ya no tienen derecho a llevar, para implicar a su majestad el Rey”.
El incidente no es relevante objetivamente porque no hay la menor sombra de duda sobre la incondicionalidad democrática de nuestro Ejército, que sabe bien cuál es su obligación. Pero sí se presta el caso a una reflexión que puede ser útil como aviso a navegantes. Y esa reflexión consiste en que, una vez que este país vuelve a considerar a Felipe VI una referencia capital del sistema, una vez dejadas atrás historias viejas de su progenitor que se liquidarán en su momento, el mayor riesgo que corre hoy la Corona es el celo interesado de los “patriotas” de ultraderecha, que ya se han apropiado de nuestra bandera y que ahora quieren hacer lo propio con la monarquía.
Ángel Viñas, catedrático de Economía y de Historia en diversas Universidades, economista del Estado y funcionario internacional durante muchos años, ha publicado diversos trabajos sobre las expectativas de la monarquía en la España actual, y lanza en uno de ellos algunas advertencias que vienen muy al caso porque retratan cabalmente la situación. “Se equivoca el PP —escribe Viñas— al autoproclamarse como el bastión monárquico por excelencia. No lo es. El auténtico bastión monárquico en España en estos momentos es, en mi modesta opinión, el socialista. ¿Y de VOX? Basura. Como lo fue Falange antes de golpe de 1936”.
El diagnóstico es de sentido común, y de él se desprende otra evidencia: el peor servicio que la derecha puede prestar a la Corona es tratar de adueñársela, como al parecer pretendía hacer el referido documento en una de sus primas redacciones que después fueron desechadas. La adulación al jefe del Estado es perturbadora, venga de donde venga. Su destino es la soledad del punto medio, el equilibrio de la equidistancia. Y si la ciudadanía previera alguna desviación sistémica, se quitaría de encima a la institución monárquica más pronto que tarde. Por eso es tan importante que el Rey mantenga intacta la carga simbólica de la verticalidad.
El mensaje del odio
Este episodio recién reseñado corrobora una evidencia que empieza a resultar inquietante. Desde que este país ha llegado al multipartidismo y se ha enconado la lucha por el poder, obligando a realizar coaliciones y pactos que algunos inadaptados de todos los colores consideran traiciones a la lealtad ideológica, ha surgido en oleadas un flujo maloliente y letal de malquerencia, de desdén hacia el prójimo, de agresividad cargada de inquina.
Las crisis acentúan los sentimientos, agravan los resquemores, profundizan las divisiones sociales y generan antagonismo y enemistad. Es ley de vida porque la desesperación, la hambruna, el miedo mismo impulsan a buscar responsabilidades en el otro, en aquel a quien se puedan endosar lo trágico y lo mórbido. Y era, y es, patente que este país se ha llenado de ira en lo que llevamos de siglo; primero, por una gravísima crisis financiera internacional que por arte de nuestro propio entorno acabó cebándose en los menos favorecidos para agravar el hambre y la desolación; después, por la gran pandemia que ha convertido a las gentes de nuestro alrededor en peligrosos homicidas, potenciales transmisores del virus letal, y nos ha obligado a recluirnos en la gruta, en la osera de nuestras miserias, a soportar durante todo el día las relaciones podridas, a renunciar al aire de los parques y a la verdura del alfoz.
Todo esto era y es así, y ya lo sabíamos, pero quienes estamos desde hace tiempo en las redes sociales, más como entomólogos que como actores, más como observadores atentos que como soldados de las distintas guerras que se libran simultáneas en todo momento, hemos detectado que la malevolencia general, que transita a raudales, se ha convertido en un efluvio muy parecido al odio, que se derrama tras los cristales en elaboradísimos dicterios, en sofisticadas descalificaciones, en perversas metáforas, en insistentes agresiones que le dejan a uno, ya muy curtido, con el mal sabor de boca de ver una comunidad degradada, sin valores, dispuesta a eliminar materialmente al disidente (ya no digamos al adversario), ahíta de malquerencia y de detestación hacia cuanto no coincide milimétricamente con la posición propia.
Sin duda alguna, la ira más enconada, el odio más visceral se derrama sobre la cuestión territorial. Y en un país que viene de una guerra civil todavía no digerida del todo, esta evidencia es inquietante. Y quien firma estas líneas, que usa las redes como laboratorio para explorar el zoológico de este país, se ha tomado la molestia de examinar con algún detalle la respuesta masiva a dos tesis relacionadas con el problema de España, tan enhiesto y vivo hoy como en el 98. Una de ellas es la de que, como ha repetido Rodríguez Zapatero recientemente, la presencia de Bildu en la política del Estado español es un triunfo de la democracia. La segunda, que la implicación de Esquerra Republicana de Catalunya en los asuntos de política nacional, sus pactos con el gobierno, el hecho mismo de que haya quien maneja la hoy improbable reiteración del tripartito que se constituyó en 2003, ayuda a la resolución del conflicto catalán o, cuando menos, a encauzarlo por sendas pacíficas y constitucionales.
Como es natural, ambas opiniones no están improvisadas; provienen de una larga experiencia, arrancan del espíritu del pacto de Ajuria Enea y de las posiciones clásicas del catalanismo político durante la transición, defendidas estas por Miquel Roca en su acción como ponente en la tarea constituyente. Ambas parten de la base de que es posible una España plural y diversa, con sus viejos conflictos apagados y digeridos (también el provocado por ETA), siempre que sepamos recuperar el espíritu de concordia que nació con la desaparición del dictador y el acicate de no repetir el drama desolador de 1936.
Pues bien: las respuestas a semejantes insinuaciones pacificadoras —que vienen a representar el “paz, piedad, perdón” de Manuel Azaña aquel 18 de julio de 1938— han sido sencillamente atroces en un porcentaje no mayoritario pero sí significativo. Este país está lleno de salvajes que odian con un furor abisinio a los catalanes, de indigentes intelectuales que piensan que la herida de ETA debe permanecer abierta y supurante por los siglos de los siglos. De sujetos oscuros que profieren insultos de tal calaña que transmiten una desconcertante perversidad, la que se le supondría a un asesino en serie o a un depravado sanguinario.
Hay quien dice que la llegada de VOX puede tener que ver con ese tono inclemente, encallecido, desagradable de lo que se cuece en la plazuela pública. Puede que sí haya influido esta irrupción. Pero sobre todo lo que falta es escuela. Ojalá atinemos esta vez al construirla de nuevo.
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