Chomsky pide para el ciudadano explicaciones concretas de las que se puedan obtener conclusiones, “proposiciones empíricamente comprobables”. No es tiempo para teorías camufladas en “términos elegantes con polisílabos”, reclamó el filósofo norteamericano en sus declaraciones a una radio a finales de 2012, que han derivado en un río de contestaciones un tanto subidas de tono. La última es del esloveno, en un escrito de ocho páginas, hace unas semanas.
Ambos se disputan el trono de la referencia de la izquierda global, mientras el capitalismo pasa por sus mejores momentos. Para uno el discurso manda, para el otro la acción y explicaciones de “cinco minutos que pueda entender un niño de doce años”. “No estoy interesado en posturas que utilizan términos de lujo como polisílabos para fingir que se tiene una teoría, cuando en realidad no tiene ninguna”, se queja Chomsky, para quien una vez decodificada esas bonitas palabras de Zizek aparece un gran vacío. Y remata con un gancho al maestro de su rival, Jacques Lacan (1901-1981): “Era un charlatán total. Simplemente, tomaba posturas ante las cámaras de televisión al modo en que muchos intelectuales parisinos repiten hoy. ¿Por qué esto es influyente? No tengo la menor idea. No soy capaz de ver nada ahí que deba ser influyente”.
Dos escuelas irreconciliables
Zizek se revuelve en su último artículo, la penúltima batalla en esta pelea entre mansos por el método para descubrir la verdad de la naturaleza humana. Se defiende de esas acusaciones de irracionalidad y postureo con el preciosismo del lenguaje, porque también las “tuvieron que escuchar cientos de veces Hegel, Heidegger, Derrida, etc”. Pero lo que más le llama la atención es “la ciega brutalidad del desaire” de Chomsky. “Creo que las diferencias en nuestras posiciones políticas son tan mínimas que realmente no pueden explicar el tono tan desdeñoso con el que me ha atacado”, se lamenta. “Nuestro conflicto es, en realidad, de otra índole: no es más que un nuevo capítulo en la gigantomaquia sin fin entre la llamada filosofía continental y la tradición anglosajona empirista”, añade.
La gigantomaquia a la que alude se refiere a dos posiciones irreconciliables: la razón contra la experiencia, el discurso abstracto contra la teoría atada a la realidad, la pregunta ontológica contra los métodos científicos. Los continentales encuentran las respuestas en sí mismos y sus discursos, los anglosajones (analíticos) en lo que les rodea. La colina que hay que conquistar es la palabra “real”: para unos se escribe con mayúscula y para los otros no. Los empiristas anglosajones piensan que la palabra “real” debe ser descubierta y debe ir en minúscula; para la tradición contraria, “real” es un reino a construir en mayúsculas, porque se refiere a algo inaccesible, a algo que, curiosamente, no es real.
Desde hace casi una década se dedican a clavarse puñales bajo el mantel filosófico, porque uno no soporta la “charlatanería” y la monserga abstracta del otro. El origen de todo se encuentra en el supuesto apoyo de Chomsky a los Jemeres Rojos, en los años setenta, y su arrepentimiento más tarde con la excusa de que entonces no había pruebas empíricas de los asesinatos y la ley del miedo impuesta por los totalitaristas camboyanos. Para Zizek la espera de pruebas no justifica un traspié como ese. Porque según su método, la sociedad tiene prioridad sobre el individuo, y éste no es capaz dedesvincularse de las relaciones de poder que condicionan su naturaleza. De ahí que sea necesaria una teoría especulativa –y psicoanalítica- para descubrir cómo influyen estas relaciones.
La jerga fantástica
Para los que quieren algo concreto –los filósofos analíticos, convertidos en una especie de escolástica inamovible y cada vez más cercanos al fraseoderridiano- este tipo de averiguaciones carecen de pesoy rebosan de truco. Creen, como Chomsky mantiene desde hace décadas, que ni con un decodificador de discursos filosóficos lacanianos estas reflexiones servirían para algo. El propio Zizek –que estuvo altavoz en mano en las concentraciones de Ocuppy Wall Street- reconoce, en la última entrega de la contienda, que la tradición continental “a menudo es difícil descifrar”, y que a veces también está “contaminada por la jerga fantástica”, sin perder nunca “el respeto por los datos empíricos”.
Así que el mundo está hecho unos zorros, no hay alternativas a un sistema que amplía las injusticias y las desigualdades y, mientras, los ideólogos de la izquierda se zurran la badana: “¿Y si Chomsky no puede encontrar nada en mi trabajo que vaya “más allá del nivel de algo que se pueda explicar en cinco minutos a un niño de doce años” no será porque su mente, cuando se trata de pensamiento continental, funciona como la mente de un niño de doce años, una mente incapaz de distinguir la reflexión filosófica seria de posturas vacías?”. Esto no ha hecho más que empezar.
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