jueves, 29 de abril de 2021
En el fondo del Mar...matarile...
ANTE EL PRIMERO DE MAYO
'Quo vadis?' El ser o no ser del sindicalismo del siglo XXI
Los sindicatos tienen ante sí un reto colosal. Modernizar sus estructuras para que la historia no les pase por encima. Su ecosistema tradicional ya no existe
placeholderFoto: Los sindicatos CCOO PV y UGT-PV. (EFE)
Los sindicatos CCOO PV y UGT-PV. (EFE)
Por Carlos Sánchez
29/04/2021 - 05:00
El historiador Eric Hobsbawm lo llamó la "doble revolución". Se refería a las transformaciones que vivió el mundo entre 1789 y 1848. La primera fecha, como se sabe, significó un salto histórico de indudable trascendencia en el plano político. La segunda, marca el inicio de las revoluciones obreras (y nacionalistas) al calor de la Revolución Industrial, que alteró profundamente el sistema económico gracias a los avances técnicos. Al contrario de lo que suele creerse, sin embargo, como recuerda Hobsbawm, lo que hoy se llama el movimiento obrero no cristalizó en torno a los “nuevos proletarios de las factorías”, sino que los trabajadores pobres más conscientes fueron los maestros, los artesanos independientes, los trabajadores a domicilio en pequeña escala y algunos otros que trabajaban y vivían como antes de la Revolución Industrial. De hecho, concluye el historiador británico, los primeros sindicatos (‘trade unions’) los formaron impresores, sombrereros, sastres… Oficios destinados a satisfacer las demandas de las nuevas burguesías rampantes. Probablemente, porque el nuevo proletariado fabril estaba en mejores condiciones materiales, pese a sus penurias, que los artesanos preindustriales, que para mayor escarnio vivían en las grandes urbes de la época en condiciones infrahumanas.
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Un ejemplo. El núcleo de los líderes del cartismo, que canalizó las primeras reclamaciones del incipiente movimiento obrero, estaba compuesto en una ciudad como Leeds —una de las cunas de la Revolución Industrial— por un ebanista convertido en tejedor a mano, un par de oficiales de imprenta, un librero y un cardador. Este escenario social y político tiene poco que ver con la situación actual, pero no hay duda de que, como en el segundo tercio del siglo XIX, ha aflorado, con todas las distancias que se quieran, un nuevo ecosistema en el que la pobreza laboral, hoy concentrada en la micropymes, no se localiza en el empleo industrial, con salarios más altos y mayor estabilidad en el puesto de trabajo, sino en las grandes ciudades y en todo aquello que tenga que ver con una economía de servicios de bajo valor añadido: repartidores, dependientes, comerciales, transportistas, teleoperadores, autónomos o, simplemente, pequeños empresarios.
Robotización del trabajo
O, incluso, profesiones liberales que hoy han sido proletarizados ante el empuje de la globalización, ante la explosión de la externalización de actividades para ahorrar costes y desactivar los centros de trabajo donde la capacidad de presión sindical es mayor y ante los avances tecnológicos que producen excedentes en el factor trabajo. En particular, a consecuencia de la mecanización y robotización del empleo. Algunos estudios estiman que en EEUU un trabajador puede cambiar, por término medio, hasta 11 veces de empresa a lo largo de su vida laboral, y España va en la misma dirección.
Foto: Las múltiples razones del declive de los sindicatos
Las múltiples razones del declive de los sindicatos
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Es verdad que ahora existen sindicatos libres —justo estos días se cumplen 44 años de la legalización de UGT y de CCOO— que hoy luchan por sobrevivir en un contexto completamente diferente respecto de lo que ha sido su tradición histórica. No solo en España, con uno de los índices de afiliación más bajos de Europa, sino en medio mundo. Como ha mostrado un estudio publicado por la Fundación 1º de Mayo, dependiente de CCOO, en 24 de los 32 países europeos estudiados se produjo un descenso de la afiliación entre 2010 y 2017, siendo el promedio de la caída del 13,9%. No sin razón, el estudio se titula: ‘Un futuro sombrío’. Hay un cambio como consecuencia de la individualización de las relaciones laborales El retroceso fue modesto en solo tres países: Suecia (-2,2%), Dinamarca (-3,1%) y Suiza (-3,3%). España —con más de un millón de afiliados— es uno de los pocos países que se salvan (avance del 0,2% durante ese periodo), pero los problemas son los mismos: baja cultura sindical, capacidad de influencia en retroceso respecto del poder político y empresarial y desequilibrio en la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, que en los países avanzados se articula en torno a la negociación colectiva. Los altos niveles de afiliación (fundamentalmente en los países del norte) no significan, sin embargo, mayor movilización, sino que los trabajadores se benefician de determinadas prestaciones sociales (sindicalismo de afiliados), al contrario que en España (sindicalismo de votantes que participan en elecciones para elegir a los comités de empresa), donde la legitimación de los representantes de los trabajadores hunde sus raíces, precisamente, en el voto en los tajos.
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En todos los casos, sin embargo, se viene produciendo un alejamiento de los centros de poder —el nuevo hábitat en el que tienen que vivir los sindicatos— como consecuencia de la creciente individualización de las relaciones laborales iniciada en los primeros años ochenta al calor de las desregulaciones y de lo que se ha llamado 'hegemonía del mercado' frente a las viejas instituciones laborales. Una especie de mercantilización de las relaciones laborales que supone una huida del derecho del trabajo, con todo lo que eso conlleva.
Trabajo físico
Como se preguntaba hace algún tiempo un documento de CCOO: ¿cómo afiliamos en algunos de los sectores de los servicios que se caracterizan por altos niveles de precariedad laboral y una alta tasa de rotación? Y lo que no es menos importante, en medio de la consideración del empleo como una mera prestación de servicios que aleja el trabajo físico del corpus social. O lo que es lo mismo, restringe la socialización en torno al trabajo, que es una de las características de la segunda mitad del siglo XX y una de las causas de los avances sociales. El proceso se ha acelerado con el estallido de lo que se ha venido en denominar economía de las plataformas y de los algoritmos, que han acelerado la rotura del vínculo tradicional entre empresa y trabajador, en particular entre los más jóvenes. La edad media de los afiliados sindicales se sitúa en España cerca de los 48 años, por encima de los 43,5 años en el conjunto de la población. Con un crecimiento de casi seis años entre 2006 y 2010. Lo que, unido a la extensión del teletrabajo, liquida el espacio físico en el que se producía el conflicto laboral, inherente a las sociedades democráticas.
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En el caso de CCOO, según datos del propio sindicato, el 47,3% de los afiliados cuenta con edades comprendidas entre 45 y 60 años, y únicamente el 5,1% tiene menos de 30 años. El 83,3% tiene empleo y el 10,9% son desempleados (el resto pensionistas) En cuanto a sexos, el 53,6% son hombres, un porcentaje similar al que les corresponde en términos de ocupación total, según la EPA, lo que rompe con la imagen tradicional de un sindicato de varones empleados en sectores industriales. No es un asunto menor. Como han acreditado diversos estudios, el nivel de sindicalización es determinante en el reparto de la renta y de la riqueza. Y, por lo tanto, en la desigualdad. En los países donde los sindicatos son más débiles, la precarización laboral es mayor, y, por lo tanto, la participación de los salarios en el reparto de la tarta nacional o en las ganancias de productividad es menor. De ahí la importancia de contar con instituciones laborales fuertes, como la negociación colectiva, maltratada en la última reforma laboral, alentando una mayor individualización de las relaciones laborales y favoreciendo convenios en unidades más pequeñas. Olvidando que también la negociación colectiva forma parte del pacto social posterior a 1945, cuando la alianza entre el trabajo y el capital hizo posible el mayor progreso económico de Europa en siglos. Precisamente, por la articulación de un crecimiento inclusivo que beneficiara a todos y no solo a unos pocos.
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Algo que es todavía más relevante en un contexto de enorme mutación como el actual, en el que la globalización (caída de la protección arancelaria que beneficiaba a los sectores más vulnerables) y los avances tecnológicos (economía basada en algoritmos) están horadando el modelo de bienestar europeo, que tiene que competir con países de bajos salarios, escasa protección medioambiental o nulos derechos laborales.
Capacidad de presión
El sindicalismo de clase tradicional —en ocasiones, con un fuerte contenido ideológico que lo ha alejado de ciertos sectores— se ha intentado proteger en los últimos años a través de los comités de empresas transnacionales, pero la realidad es que solo en las grandes empresas los trabajadores están protegidos, mientras que en las pymes, que son más del 80% del tejido productivo (más de un 90% en España), la capacidad de presión de los sindicatos ha menguado. En particular, en periodos de crisis económicas. Como han reflejado muchos estudios, el nivel de sindicalización está asociado al tamaño del lugar de trabajo y, por tanto, a la densidad sindical, lo que significa que los afiliados tienden a estar empleados en empresas de tamaño mediano a grande. Lo que unido a la aceleración de los nuevos sistemas productivos hace que los sindicatos vayan detrás del cambio, lo que los hace más vulnerables. Entre otras razones, porque sus propias estructuras organizativas, pensadas para un modelo fordista de relaciones laborales ya completamente obsoleto, desde luego en España, han quedado superadas. Querer detener el viento con la mano siempre es complicado. Sobre todo, cuando sopla fuerte.
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