sábado, 10 de septiembre de 2022

I.D.A. Madrid y la Libertad...

Sobre la libertad (de Ayuso) como el camino más corto a la extinción Pedro Bravo - Hace 12 h | 4 Compartir “Madrid debe seguir siendo una región abierta, libre y plural”, dijo el otro día Isabel Díaz Ayuso en un acto en Alcalá de Henares junto a Alberto Núñez Feijoo. La presidenta de la Comunidad tiene claro el relato para mantenerse como tal el año que viene. Es el mismo que la coronó como diva de la derecha española, el que presume de un modelo Madrid en el que la libertad es el eje no tanto de la actuación política como de su comunicación. La apropiación del concepto en las elecciones de 2021 fue un acierto en aquel momento pandémico. Ahora que el contexto es otro, la causa les puede seguir siendo rentable pero merece la pena detenerse en ella porque nos la jugamos aún más. Y no me refiero a las elecciones. Sobre la libertad (de Ayuso) como el camino más corto a la extinción Sobre la libertad (de Ayuso) como el camino más corto a la extinción © Proporcionado por eldiario.es ¿Cuánto le durarían 500.000 € durante su jubilación en España? Publicidad Fisher Investments España ¿Cuánto le durarían 500.000 € durante su jubilación en España? Crisis de suministros, escasez de materias primas, invasión de Ucrania y sus múltiples subtramas, conflicto posible por Taiwan, China medio confinada aún por Covid-19, inflación galopante y tipos de interés por las nubes, desigualdad estructural, el eterno problema con la vivienda, nuevos virus revoloteando, sequías, inundaciones, incendios y, por encima y en torno a todo ello, el calentamiento global, que este verano se ha hecho definitivamente evidente. El panorama mundial presente es inquietante y el futuro promete serlo mucho más, puesto que en casi todos los asuntos implicados las malas noticias llevan a otras peores. Los retos a los que se enfrenta la humanidad son tales que cuesta encontrar optimistas entusiastas hasta en una convención de criptomonedas. Da la sensación de que ni siquiera en Silicon Valley terminan de creer eso de que la tecnología nos sacará del atolladero. Pero conocer la situación no significa aceptarla. Y aquí es donde entra en juego la palabra libertad. Si uno es fumador y tiene un cáncer de pulmón de grado 3, los médicos le pedirán que deje de fumar para tener opciones de vivir. Claro que uno se puede sentir muy libre de echarse un cigarro a ver qué pasa. Pero si uno tiene ese cáncer de pulmón y además un coronavirus que va para neumonía, una situación económica tan desastrosa que sólo comprar una cajetilla de tabaco supone la ruina, está discutiendo a golpes con un grupo de amigos a los que lleva en un coche que conduce a 250 km/h por el carril equivocado de una autopista llena de vehículos y se agacha a buscar el mechero para encenderse ese cigarrito, el concepto de libertad cambia un poco, ¿no? La situación global requiere urgentes y radicales transformaciones de la forma en que producimos, trabajamos y nos entretenemos. Lo explica muy bien esta frase que nunca dijo Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Pero no es la lógica, ni siquiera el instinto de supervivencia, quien guía los pasos de nuestro cerebro sino la capacidad de inventar y creernos relatos con planteamiento, nudo y desenlace. “Vivimos nuestras vidas cotidianas como si de una narración se tratara. Nuestro cerebro crea un mundo en el que podamos vivir y lo puebla de aliados y de villanos. Torna el caos y la desolación de la realidad en una narrativa sencilla, alentadora, y sitúa en su centro a la estrella —a mí, un ser maravilloso—“. Lo explica Will Storr en La ciencia de contar historias (Capitán Swing, 2022), un libro que aplica los estudios sobre neurociencia para ayudar a los narradores a hacer su trabajo y que sirve también para entender nuestra forma de actuar en un momento como éste y por qué elegimos determinados mensajes políticos. Por cómo funciona nuestro cerebro, mucha gente, aunque sepa que estamos metidos en un lío muy gordo, cree que esto no puede acabar mal, que algo (alguien) llegará para salvarnos. Por eso, bastante de esa gente, como buena protagonista de su propia historieta, compra el argumento de que es opresora la sugerencia de cualquier tipo de cambio y se aferra como una bandera a la palabra libertad. Pero ¿qué es libertad? ¿Es libertad un atasco de madrugada en la Gran Vía? ¿Es libertad un escaparate iluminado toda la noche en plena crisis energética? ¿Es libertad hablar de alarmismo climático? Si nadie lucha por resignificar la palabra, sí. Porque así lo dice la estrategia de comunicación de la presidenta de la CAM. Ayuso no está sola en esta apropiación. Ella es nuestro ejemplo más cercano de cómo las derechas y ultraderechas —las corrientes políticas tradicionalmente más autoritarias en entornos democráticos—, se están apropiando del marco de la rebeldía para mantener el modus operandi de unos poderes económicos que, por su parte, llevan décadas invirtiendo millones en publicidad para vendernos el libre mercado como libertad. Por debajo de ellos y gracias a los nuevos medios, hay todo un ejército que opera en redes y canales de streaming y que, a base de insistencia y argumentos simples, que es lo que se lleva ahora, está emitiendo los sonidos de la confusión necesarios para rematar el trabajo. El resultado es tan atroz como sorprendente. En uno de los momentos más decisivos de la Historia, hay cientos de millones de personas en todo el mundo (la mayoría de las que votan en Madrid) que compran un confuso mensaje conservador-libertario gracias al cual se consideran revolucionarias actuaciones insolidarias e irresponsables que vienen a ser un tiro en el pie individual y colectivo; un mensaje rebelde emitido desde los mismísimos centros de poder con el único objetivo de seguir acumulando poder y, por tanto, generando desigualdad. Y aquí está la clave. La libertad que se exige es, en esencia, la de acumular beneficios económicos sin límite aún a costa de generar desequilibrios económicos y ecológicos ilimitados. La libertad que piden airadamente muchos, es una que sólo pueden y podrán disfrutar unos pocos. Que nadie entienda, por tanto, que este texto está pidiendo algún tipo de cadenas. Al contrario, sólo trata de lanzar un SOS para que hagamos el esfuerzo de recuperar y vivir el significado de la palabra libertad, enlazarlo con los de responsabilidad y esperanza y pintar un panorama en el que sean los principales provocadores del desastre los que tengan que adaptarse a los cambios necesarios. Quizá sea el único camino comunicativo para lograr la transformación (a mejor, claro) de lo que tenemos.

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