miércoles, 21 de septiembre de 2022
El de Canga es un pedazo escritor...
Rafael Reig: «La vejez es liarse la manta a la cabeza. La vejez nos hará libres»
CÉSAR COCA
MADRID
CULTURA
«Son los demás quienes nos dan nuestra identidad», advierte Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963).«Son los demás quienes nos dan nuestra identidad», advierte Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963). Iván Giménez
El novelista asturiano narra en su nueva novela, «El río de cenizas», la vida de un hombre de 75 años que tras sufrir un ictus ingresa en una residencia
20 sep 2022 . Actualizado a las 21:51 h.
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Después de haber hecho autoficción en Amor intempestivo, Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) cambia el punto de vista con una novela que es invención pura. Si en aquella el eje argumental era la muerte de sus padres en un incendio, en El río de cenizas (Tusquets Editores) el protagonista-narrador es un hombre de 75 años que tras haber superado un ictus se traslada a vivir a una residencia situada en la sierra. Allí, rodeado por unos personajes tiernos y extravagantes, descubrirá la naturaleza de la vejez.
—Ha pasado de poner el punto de vista en un hijo que recuerda a sus padres a ponerlo en un padre que de vez en cuando recibe la visita de un hijo.
—La paternidad no es exactamente el tema central, pero es uno de los ejes de la novela; qué siente un padre por los hijos, cómo debe aceptar sus vidas... Porque a un hijo, a una cierta edad, ya no se le puede ayudar. Debe ayudarse a sí mismo.
—Esta nueva novela es un retrato de la vejez. Y le sale bastante amargo.
—No tanto. Es amargo en cierta medida, sí, porque la vejez no es ninguna broma. Una vejez digna es la que permite aceptar que luego viene la muerte. Hay un lado positivo en ello: la libertad que da. Porque ya no hay miedos, ni jefes, ni hay que quedar bien con nadie callando lo que pensamos. La vejez es liarse la manta a la cabeza. Espero ser un buen cascarrabias de viejo, porque de hecho ya lo era de joven. La vejez nos hará libres.
—Algunos de sus personajes son libres... y extravagantes.
—Porque la extravagancia y la excentricidad son atributos de quienes se consideran libres. No lo seremos nunca del todo, pero hay que actuar como si lo fuéramos. Eso ayuda a sobrellevar las miserias de la vejez. La vida no tiene sentido sin la muerte, que no es justa ni injusta, pero el gran logro de una vida es que parezca injusta. Ya lo decía Miguel de Unamuno.
—¿Por qué la literatura española reciente no se ha ocupado demasiado de la vejez tratándola desde dentro?
—Porque los ancianos son invisibles. Cuando tienes 35 años ni eres consciente de que son personas que piensan. Crees que son personas que solo comen acelgas y no les interesa el sexo... Una de nuestras hijas ha trabajado casi toda la pandemia en una residencia y nos ha contado cosas mucho más terribles que las que aparecen en la novela. Varones de más de ochenta años semidesnudos persiguiendo a las enfermeras por los pasillos, por ejemplo.
—Su personaje dice que no hay que vivir como si fuera el último día, sino como si fuera el último día de los demás. ¿Podríamos vivir sin los demás?
—No. Nuestra vida la construye el conjunto de relaciones con la familia, los compañeros, los amigos del bar... A solas no sabríamos quiénes somos. Son los demás quienes nos dan nuestra identidad. Por eso no quiero que los demás mueran mañana sin haberles dicho que les quiero. En cambio, me parece absurdo vivir pensando que es mi último día porque si lo hago así qué sentido tiene que me lave los dientes o que me prive de tomar un quinto güisqui...
—En la novela irrumpe una peste de síntomas distintos a la pandemia que hemos vivido. Pero eso le sirve para matar a algunos personajes y hacer caricatura con los dirigentes políticos.
—Y es que empecé a escribir en plena pandemia. ¿Iba a eludirla? Es difícil en una novela contemporánea, pero al mismo tiempo todo lo que he leído en ficción sobre la misma me ha resultado muy aburrido. Por eso he inventado una epidemia diferente para poder hacer sátira. Después de dos años gimoteando por las esquinas, me interesaban el humor y la crítica.
—Los personajes que están en la residencia son un jugador de ajedrez que indaga en la vida de los demás, una mujer que dirige una orquesta inexistente, una viuda que prepara la maleta cada día a la espera de que vaya a recogerla su marido... ¿De dónde ha sacado esa galería?
—Muchos son inventados. Son esas chaladuras que me interesan y las he puesto en personajes secundarios pero que articulan la novela. Algunos episodios me los han contado empleados de residencias, como el de esa mujer que cada día preparaba una maleta y se sentaba a esperar a su marido, muerto mucho antes. Y un día le decían que Soria estaba cerrada y no podía salir para ir a buscarla, o que habían suprimido todos los trenes de Murcia, según donde viviera el marido. La novela transcurre en un espacio cerrado y son las pequeñas excursiones del protagonista y esas historias de los residentes lo que la hace avanzar.
«Soy un escritor dócil»
En su nueva novela El río de cenizas Rafael Reig habla de lo bello y lo sublime. Pero lo sublime, la mayoría de las veces, parece un concepto poco dado a hacerse presente.
—Longino decía que el rayo de lo sublime se concede a pocas obras, pero que cuando se produce es duradero y causa un impacto mucho mayor que el de una que sea tan solo bella. No soy Rimbaud y no creo tanto en lo sublime. Pero hay que ser al menos aristotélico en la búsqueda de la belleza, y si aparece ese rayo, bienvenido sea.
—Con «Amor intempestivo» reconoció que redujo el original a la mitad antes de su publicación. «El río de cenizas» apenas alcanza las 250 páginas. ¿Es una reivindicación de una forma de escribir en un mundo en que las novelas de 700 páginas y las series de 40-50 episodios son las favoritas del gran público?
—No tengo nada contra los novelones de mil páginas si son como Guerra y paz, pero sí contra esas infladas como neumáticos a base de descripciones de ropa y decorados... Quienes crean que eso funciona que lean La leyenda del santo bebedor, una obra maestra de ochenta páginas. En este caso, incluso la he alargado un poco, por recomendación de mi editor, para contar algunas cosas de la biografía del personaje entre los 40 y los 75 años. En cambio, en Amor intempestivo corté mucho. Soy un escritor dócil.
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