André Bretón
Mark Polizzotti
Se trata de una biografía canónica, muy al modo anglosajón, del líder y padre del surrealismo. Si aviso del “modo anglosajón” de la obra es porque tales biografías, académicamente muy notables, suelen con harta frecuencia ser aburridas para el lector general. El trabajo de Polizzotti es prolijo y detallista, pero se lee con interés, quedando un importante aparato de notas en las páginas finales, sólo para los muy interesados.
André Breton nació en Tinchebray (un pueblo de Normandía) el 19 de febrero de 1896, hijo de padres bretones. Fue un hombre apasionado y enérgico -salvo en su decaído final- que soñó siempre con una poesía nueva, hirviente de palabras, que no tuviera que ver con “el mundo literario” sino con la vida misma vivida con verdad, libertad y pasión absolutas. Lo recalcó todavía en una entrevista de 1946: “transformar el mundo, cambiar la vida, remodelar el entendimiento humano de arriba abajo”, eso era lo que siempre había pretendido. Primero leyó a los simbolistas y se fascinó con Mallarmé, después siguió la tutela de Valéry, enseguida vio el hervor vanguardista de Apollinaire en los años de la I Guerra Mundial y tras el estreno de Las tetillas de Tiresias se fascinó (casi hasta el amor) por un personaje entre el dandismo y la subversión cuyas cartas editó tras su suicidio en 1919: Jacques Vaché, importantísimo en su vida, pese a las sospechas finales de homosexualidad que recayeron en él, lo que repugnó a Breton, que mantuvo siempre un extraño rechazo a “los invertidos”, más chocante en quien defendió tantas libertades
¿No se habría enamorado sin saber de Vaché?
Amigo luego y superador de Tzara y del dadaísmo, Breton halla su puesto con sus iniciales “mosqueteros”, Aragon y Soupault, al inventar “la escritura automática”, no sin débitos para con Freud y Apollinaire, al publicar primero su libro segundo Los campos magnéticos en 1920 y después (en 1924) el Manifiesto del surrealismo. Definido por el propio Breton como “automatismo psíquico en estado puro”, el Surrealismo con todas sus crisis, heterodoxias y múltiples regaños entre sus integrantes ha sido una de las grandes revoluciones creativas, literaria y pictórica, del siglo XX.
Autor de obras bellísimas (para muchos mejor en prosa que en verso, pensemos en Nadja
1928¡) Breton fue antes de la II Guerra Mundial un intransigente rebelde, que regañó con Eluard, con Aragon, con Dalí o con Matta buscando una libertad pura que terminó poniéndole a mal tanto con losconservadores (a quienes detestaba) como con los comunistas estalinistas, a quienes denunció, siempre a favor de Trotsky. ¿Cuál era esa tercera vía quebuscaba, y que no parece haberse hallado todavía?
Para Maurice Nadeau, su historiador fundamental, el surrealismo acaba en 1939, cuando Breton se marcha a América, huyendo de la guerra. El final de Breton (regresado a Europa con su tercera mujer y su hija Aube en 1946) fue el de un hombre en declive. Un intransigente y autoritario genio del lenguaje a quien se le hacía más dificil crear porque le faltaban nuevas mujeres, pese a sus coqueteos con Joyce Mansour. Murió en 1966, después de haber cumplido 70 años. Fue todo un mundo y toda una época. La miniciosa biografía de Polizzotti da todos los detalles requeridos. A veces hay expresiones en la traducción que no me suenan bien, pero como no conozco el original inglés, nada diré, salvo que aquí siempre se tradujo (uno de los ideales estéticos de Breton) como “belleza convulsa” y no “convulsiva”, pero consultado el diccionario de la RAE, no hay tanta diferencia cuanto costumbre.
Luis Antonio DE VILLENA
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