El embajador francés ignora la política migratoria de Sarkozy y homenajea a Camarón
@Eduardo Verbo - 06/12/2010
Un intenso y profundo quejío rompe el señorial silencio del Gran Salón de la residencia del embajador francés en España. Suena Camarón, Camarón de la Isla, rodeado de tapices del siglo XVII y un óleo de Isabel de Valois, reina consorte de España. Mientras, diferentes miembros de la Fundación de Cultura Gitana y del Consejo Estatal del Pueblo Gitano, venidos expresamente desde San Fernando, entran con premura en las dependencias palaciegas, que un día sirvieron de cobijo y abrigo para los Urquijo. El acto, uno de los tantos que organiza el siempre animado Bruno Delaye en su casa, está a punto de comenzar. “La puntualidad es la educación de los reyes”, dijo un temido monarca galo. No hay tiempo que perder.
Jean-Pierre Filiu, diplomático, profesor y uno de los investigadores más notables en materia islamista, es uno de los protagonistas de la noche. No va hablar sobre Al-Qaeda ni sobre la insurgencia talibán en Afganistán, temas que domina con solvencia. Acaba de escribir la primera biografía en francés sobre José Monge Cruz, porque “en Francia somos muchos los ‘camaroneros’ de toda la vida”. Ha pasado horas y horas frente a la tumba de Camarón, ha departido con sus familiares, vecinos, amigos… a pesar de que para el propio Filliu su libro tan sólo sea el resultado de un simple aficionado, amante de la cuerda pulsada de Paco de Lucía o de Jimmy Hendrix y de un crédulo enamorado del soul, el alma, el desgarro. Pero Camarón lo que toca lo convierte en oro. Lo hace eterno. Por eso, cada obra es inédita, aunque su contenido sea el mismo, que no es el caso.
El homenaje del gran visionario del flamenco, el mejor cantaor de todos los tiempos, en casa de monsieur ambassador ha contado con la bendición de los amigos más íntimos del malogrado artista, como la bailaora La Tati, que se han emocionado al recordar al José cercano y familiar, el que lloraba cuando cantaba, el que se bebía la vida a sorbos. Se cumplen sesenta años de su nacimiento, mientras que proliferan las biografías, su mito se alarga como la sombra del ciprés en el crepúsculo y su leyenda se vuelve pasto de la historia. Pero, además de lo obvio, en esta y otras muchas ocasiones, su arte ha servido para limar asperezas entre una de las etnias más maltratadas de la historia, que sigue en conflicto todavía en nuestros días, y las instituciones, que no pueden dudar sobre la atrayente energía del imán de Camarón. El público asistente se rinde en un caluroso aplauso.
En Francia, Sarkozy sigue adelante con su campaña de expulsión de gitanos rumanos en situación irregular, no por su interés personal en cobrar relevancia internacional, como revelan los informes de Wikileaks sobre el presidente de la República que han puesto en jaque las relaciones diplomáticas de medio mundo, sino por convicción política. Por eso, el gesto del embajador Bruno Delaye al invitar a las organizaciones que velan por la consecución de derechos de la cultura gitana, entre otros muchos ámbitos, debe entenderse como un brazo tendido, un puente de culturas entre el Estado convertido en el azote de los gitanos rumanos y los propios afectados, por medio de sus representantes universales. Dicen de Delaye que no es un cortesano al uso, por lo que no es de extrañar que se sienta más a gusto en Madrid que en París. Obras son amores.
“El gitano es lo más elemental, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza universal”, diría Federico García Lorca. La escenografía de aristocracia rancia y cliché obsoleto que llega a escenificar la residencia oficial de un emisario como es la del señor Delaye adquiere una esencia mucho más señorial con las bulerías de Camarón como hilo musical y las vivas creaciones artísticas de la pintora Lita. Tal vez haya llegado el momento de brindar con champagne por el acercamiento de culturas que ha conseguido el arte y el duende del gran Camarón de la Isla.
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