Stephen King: Los acreedores se han convertido en tiburones
Puede que el Tratado de Maastricht permitiera la creación del euro, pero ésta no habría sido posible sin el Tratado de Roma. Resulta paradójico, por tanto, que el último país en verse engullido por la crisis de la eurozona sea Italia.
La semana pasada, la agencia Standard & Poor's reaccionó con un rebaja crediticia a la difícil situación fiscal de la deuda soberana de Italia, que ahora corre el riesgo de entrar en una espiral fuera de control. Es como si los acreedores de Italia y sus cómplices de las agencias de calificación se hubieran transformado en prestamistas tiburones provistos de bates de béisbol financieros, listos en todo momento para impartir el máximo de dolor y la mínima simpatía.
No todas las rebajas de calificación indican un desastre inminente. El mercado de bonos japonés ha sido degradado en numerosas ocasiones en los últimos años y, sin embargo, los tipos de interés a largo plazo son de apenas el 1%. Tras la decisión de S&P este verano de rebajar la nota de la deuda pública de EEUU, el coste de endeudamiento americano a largo plazo cayó de manera perversa. Se encuentra ahora por debajo del 2%.
En el caso de Italia, sin embargo, los costes del endeudamiento van en aumento. Antes de la crisis financiera, el Gobierno italiano podía emitir bonos a diez años a un tipo de interés ligeramente por encima del 3%. Tras la crisis, el tipo oscila entre el 5 y el 6%. Esta rebaja de su calificación crediticia sólo echa más leña a un fuego que ya causa estragos en los mercados de obligaciones. Las agencias de calificación a menudo pueden actuar como el último en enterarse, pero cuando un deudor se encuentra en problemas, sus declaraciones a veces también pueden representar un auténtico beso de Judas. Ésa es una de las razones por las cuales George Osborne tenía tanto interés en reconducir la pobre situación económica de Reino Unido.
¿Por qué las recalificaciones de rating?
Para un país con un gran stock de deuda pública -herencia de los pasados desmanes fiscales-, un aumento de los costes de endeudamiento es una muy mala noticia. Periódicamente, parte de la deuda italiana existente vence y debe ser sustituida por una nueva emisión de bonos públicos. Con los tipos de interés actuales, que casi doblan los niveles anteriores, esta circunstancia supone una carga inesperada. La tragedia es que el país transalpino no puede hacer nada al respecto.
No es de extrañar que Italia se encuentre bajo presión por parte de sus vecinos del norte para que aplique una mayor austeridad. No obstante, a muchos italianos les resulta difícil comprender por qué tienen que ser más austeros sólo por los caprichos de las agencias de calificación o de los inversores internacionales, sobre todo cuando la austeridad es contraproducente. El crecimiento acaba siendo inferior, la capacidad para pagar la deuda se aleja y el riesgo de una nueva rebaja de calificación aumenta. Todo el mundo sabía que Italia acumula una gran cantidad de deuda desde hace muchos años, pero entonces sus parámetros económicos le permitieron obtener un certificado de buena salud. Así que, ¿por qué están ahora tan preocupados los inversores? ¿Y por qué sus cómplices de las agencias de rating anuncian estas brutales recalificaciones?
La respuesta la encontramos en la creciente, a la vez que sorprendente, realidad de que el mundo occidental ha vivido por encima de sus posibilidades. En los años de vacas gordas, un rápido recorte de los tipos de interés o una relajación de los impuestos habrían restaurado la confianza y las economías se habrían recuperado.
Ya no. Las economías occidentales no escapan al hecho de que se están ahogando en un mar de deudas. En la lucha por hacerse con un bote salvavidas, estamos siendo testigos de una sangrienta batalla entre deudores y acreedores. Ambos se dan cuenta ahora de que tienen mucho que perder y están tratando desesperadamente de minimizar sus propias pérdidas.
En ningún otro sitio como dentro de la zona euro eso implica una importantísima carga política. Después del nacimiento del euro, los Estados acreedores del norte de Europa invertían sus excedentes de ahorro no en empresas nacionales, sino en bonos públicos de los países llamados periféricos. Antiguamente, estos mercados eran rechazados por motivos evidentes, ya que la lira, la peseta y el dracma tenían la mala costumbre de caer frente al marco y otras monedas del norte de Europa.
Ante el desastre político
Con la creación del euro, este riesgo prácticamente desapareció de la noche a la mañana. Se abrieron las compuertas y el dinero del norte comenzó a pensar en los bonos del sur. Los acreedores noreuropeos dicen ahora que los países del sur se han portado mal. Si los países del sur hubieran sido, en fin, más alemanes...
Es una queja ahora habitual, pero a la vez arroja una tremenda discordancia política. Alemania, después de todo, fue una de los primeros que trampeó las normas presupuestarias, decidiendo hacer caso omiso a los criterios de convergencia de Maastricht poco después de la creación del euro. Berlín no sentó precisamente los mejores precedentes.
Así que ahora nos enfrentamos a un desastre político, más que económico. ¿Quién paga la factura de la falta de crecimiento? Los países deudores no pueden pagar a sus acreedores, pero a su vez los acreedores no quieren asumir las pérdidas. La austeridad resultante puede ser económicamente dolorosa y políticamente catastrófica. El reparto de la carga, que debe corresponder al corazón del proyecto de eurozona, está siendo ignorado, desbordado por el interés nacional.
Sin solución a la vista, los inversores, naturalmente aterrados, se dirigen a un escenario de futuros espasmos financieros.
Lección histórica
Si la historia sirve de guía, el deseo de evitar la responsabilidad por lo que es, después de todo, un fracaso colectivo amenaza con ser extremadamente perjudicial. En 1931, cayó el banco austríaco Creditanstalt. Su desplome estuvo estrechamente vinculado a la decisión de Francia de no ofrecer préstamos que dieran solidez a la liquidez del sistema bancario de Austria. En gran parte, porque los franceses, con razón, temían que la unión aduanera propuesta de Austria y Alemania entraría en conflicto con sus obligaciones en virtud del Tratado de Saint Germain, el equivalente austriaco al Tratado de Versalles.
Hoy se cree que el hundimiento del Creditanstalt ayudó a precipitar la crisis de confianza que derivó en una horrible recesión dentro de una Gran Depresión mundial. En 1929, Francia parecía en una situación financiera muy segura, respaldada por toneladas de oro, pero al final sufrió como el resto. Su fallo a la hora de valorar su responsabilidad como acreedor contribuyó sin duda a su posterior desplome económico.
La lección es simple. Los más adinerados tienen que reconocer ahora su función contributiva a la confusión actual y a su resolución final. De lo contrario, existe una amenaza masiva de fisuras financieras. Está muy bien que S&P rebaje la calificación de la deuda italiana, pero esto no es más que una subparcela dentro de la continua lucha entre acreedores y deudores. Sin ser ninguna de las partes capaces de conseguir un golpe de efecto político, el riesgo de pánico financiero aumenta cada día.
Lo que necesitamos ahora es responsabilidad colectiva, no culpables individuales. Esto no significa necesariamente una unión fiscal en la eurozona; lo que hace falta es sin duda que los acreedores asuman su parte de la carga.
Stephen King. Economista jefe del grupo HSBC y autor del libro Perdiendo el Control: las Amenazas Emergentes contra la Prosperidad de Occidente. © The Times.
No hay comentarios:
Publicar un comentario