La victoria de Trump impulsa una izquierda militante en expansión
Desde la misma noche electoral americana, nadie en la izquierda duda cuál es la tarea que hay en este momento por delante: organizar la resistencia. La pregunta es cómo y con quién.
Bernie Sanders.
Este reportaje sobre la reacción de la izquierda a la victoria de Trump está incluido en#LaMarea44
¿Ira o luto? ¿Miedo o coraje? La izquierda norteamericana se despertó el 9 de noviembre en un mundo irreconocible. Pero las primeras discusiones no vertían sobre la consabida pregunta de Lenin —¿qué hacer?— sino sobre una duda más íntima: ¿qué sentir? ¿Estaba permitido tomarse un respiro para llorar la pérdida de una victoria tan esperada que ya se daba por hecha? La negativa no tardó en formularse. “Duelo y luto son términos de desesperación burguesa, no de resistencia”, decía un activista en Facebook. “Los jóvenes que han salido a la calle están furiosos. Pero de ninguna forma se sienten aplastados”.
Desde la misma noche electoral americana, nadie en la izquierda duda cuál es la tarea que hay en este momento por delante: organizar la resistencia. La pregunta es cómo y con quién. El mismo día después del fatídico 8-N, mientras las calles se llenaban de protestas espontáneas, la revista The Nation sacó un número cuya portada decía, en letra gris y blanca sobre fondo negro: “Luto / Resistencia / Organización / Adelante”. “Hoy nos rededicamos a nuestro papel de periodistas de principios y de conciencia”, escribía en un editorial su directora, Katrina vanden Heuvel. “Hoy volvemos a comprometernos con la movilización contra el odio, la intolerancia, la misoginia y el sufrimiento económico. Así como lo hicimos en otros momentos de crisis, avanzaremos en solidaridad y conscientes de que es en momentos de crisis cuando las comunidades surgen reforzadas”, proseguía el texto.
El periodista D.D. Guttenplan, por su parte, subrayaba la urgencia de la unidad. En lugar de perder tiempo en “luchas internas o sofismas sectarios” hay que “trabajar juntos”: forjar alianzas entre votantes verdes y demócratas, “entre negros, latinos y blancos; entre cristianos, judíos, musulmanes y ateos; entre socialistas y liberales (y hasta algún libertario)”. Nada menos que un nuevo Frente Popular para resistir el neofascismo.
Análisis y contexto
¿Qué papel deben jugar los medios en esta lucha? “Más que activismo directo, lo que debemos proporcionar es análisis y contexto”, afirma Sarah Leonard, editora de The Nation y Dissent. “Y lo llevamos haciendo desde hace tiempo. No hay que olvidar que The Nation es una revista que se fundó hace más de 150 años. Podemos explicar mejor que nadie cuál es la historia del socialismo en este país porque formamos parte de ella. Claro que hará falta mucha discusión y diálogo –agrega–, pero son las revistas las que proporcionan el espacio indispensable para ello”.
Y la ciudadanía lo sabe. Entre los beneficiarios más inmediatos de la debacle electoral están, irónicamente, los medios liberales y progresistas. Según la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard, desde el mismo 8-N se ha producido un auge sin precedentes de donaciones a organizaciones periodísticas como Pro Publica, mientras que revistas y diarios como The New Yorker, Mother Jones y The Washington Post se han visto inundados de nuevos suscriptores. “Los gobiernos republicanos son buenos para nosotros”, bromea Leonard. “Desde el martes electoral, en The Nation también hemos visto un número récord de nuevas suscripciones”, asegura. Pero la tendencia se inició bastante antes: “La izquierda se ha venido expandiendo. Se demuestra en el movimiento Black Lives Matter y ya se vio con Bernie Sanders. Hay un optimismo nuevo, una conciencia de que podemos ganar”.
El movimiento conservador, sin embargo, está igual de determinado, dispuesto a aprovecharse de la hegemonía casi absoluta que le rindieron las elecciones en las tres ramas del gobierno para aplastar a la oposición, empezando por las organizaciones obreras. “Los sindicatos quizá son los que más deben temer”, sostiene el politólogo Chris Howell. “Son conscientes de que la derecha no dudará en usar la Corte Suprema y una reforma constitucional para acabar de una vez por todas con ellos. Se preparan para una lucha a muerte”, añade Howell.
El desgaste se inició hace décadas. “Desde los años de Reagan, los sindicatos han vivido un largo declive”, afirma la periodista Leonard. “En Estados Unidos hoy, solamente un 11% de la mano de obra está sindicalizada. Por tanto, hay toda una generación de activistas —la de Occupy Wall Street, sin ir más lejos— que se crió ajena a la cultura de la organización obrera. Eso sí, a diferencia del liderazgo del Partido Demócrata, los activistas obreros nunca perdieron el contacto con el mundo en que vivían. Se ve en Fight for Fifteen, el movimiento por subir el salario mínimo a 15 dólares por hora, que ha logrado éxitos impresionantes”.
“Los sindicatos tradicionales, sobre todo los fabriles, se construyeron sobre bases amplias de miembros que les permitieron crear grandes estructuras burocráticas”, sostiene Howell. “Las bases han venido menguando, pero las burocracias persisten, con un liderazgo cada vez más viejo. Esto limita su capacidad de reacción y movimiento. Donde sí hay fuerza sindical, por otra parte, es en el sector público y de servicios. Hemos visto una organización impresionante de los low-wage workers, los obreros precarios, no sólo en la industria de la comida rápida sino en otros ramas como la atención médica a domicilio o incluso entre el precariado universitario, que es cada vez mayor. También llama la atención que una campaña como Fight for Fifteen se haya podido organizar de forma local y altamente innovadora. Es mucho más flexible que los sindicatos tradicionales a la hora de aliarse con otros movimientos progresistas como Black Lives Matter”, reflexiona el politólogo.
La crisis del Partido Demócrata
Quizá el mayor obstáculo para el nuevo Frente Popular antifascista sea el partido que nominó a Hillary Clinton. El propio Bernie Sanders decía en una entrevista en octubre que si el Partido Demócrata quería seguir a flote tendría que convertirse en algo menos fino que lo que representaban aquellos hombres y mujeres que acuden a galas benéficas de 10.000 dólares el cubierto. “Este Partido Demócrata, tal y como está, no tiene por qué seguir existiendo”, le hacía eco John Nichols en The Nation una semana después de las elecciones. “Debe cambiar o se tiene que sustituir. Y dado que ningún gran partido se ha podido sustituir desde los Whigs de Henry Clay, es hora de que se reconozca la necesidad de una reforma del Partido Demócrata tan profunda como la que se realizó en los años treinta —cuando Franklin D. Roosevelt lo alineó con el movimiento obrero y los movimientos progresistas que habían abandonado el seno del Partido Republicano en Estados como Wisconsin y Minnesota— o entre finales de los 40 y comienzos de los 60”, añadía. El Partido Verde, por su parte, acusa al “cínico” liderazgo demócrata de ser responsable de la victoria de Trump por haber “saboteado” la candidatura de Sanders.
“La realidad es que tanto el Partido Demócrata como el Republicano son muy débiles como partidos”, dice Howell. “En términos organizativos, apenas existen en los periodos entre las elecciones. Tienen muy poco peso a la hora de determinar las plataformas de los candidatos. El problema, por tanto, no es el peso de su burocracia. El problema es que carecen de presencia a ras de suelo. En ese sentido, la campaña de Bernie Sanders por la nominación del partido fue decepcionantemente tradicional. No hizo mucho por echar raíces locales. De hecho, es lo que su movimiento se propone sólo ahora, pero dudo que lo pueda hacer sin salir del Partido Demócrata”. Nuestra Revolución, la organización impulsada por Sanders, es la iniciativa política progresista más ambiciosa de las últimas décadas. Cuenta con una junta directiva que incluye a conocidos representantes de los movimientos laboral, indígena, afroamericano, latino, musulmán, LGBTI y medioambiental. “Uno para todos y todos para uno”, declaraban en una proclama publicada el 15 de noviembre, el mismo día que salía a la luz un libro de Sanders también llamado Nuestra Revolución. “Lucharemos por la democracia y contra la influencia corporativa en el Partido Demócrata. … ¡Nos veremos en el frente!”.
Todo indica que la primera gran muestra de fuerza será el mismo día de la toma de posesión del presidente Trump, el 20 de enero. Junto con Occupy Wall Street, el Partido Verde coorganiza Occupy Inauguration, una protesta a nivel nacional que pretende llevar a millones de personas a Washington al mismo tiempo que habrá ocupaciones de espacios públicos en muchas otras ciudades. Para el día después, el 21, se planifica “La marcha del millón de mujeres”, en recuerdo del legendario March on Washington for Jobs and Freedom de 1963, en la que habló el reverendo Martin Luther King, Jr. La marcha, afirman las organizadoras, “es una muestra de solidaridad para exigir nuestra seguridad y salud en un momento en el que nuestro país nos ha marginado y ha convertido el acoso sexual en un hecho normal y aceptable”.
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