Mucho que reflexionar.
Mucho que reflexionar. MALAGÓN A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Los resultados de las elecciones andaluzas muestran dos tendencias que es necesario tener en cuenta. Por un lado, la derechización de una Comunidad Autónoma tradicionalmente izquierdista. Por otro, el regreso aparente del bipartidismo. Resulta inevitable especular sobre la extensión de estas dos tendencias al conjunto de España. Comencemos por la derechización. En 2018, PP, Ciudadanos y Vox sumaron exactamente el 50% de los votos válidos. En estas últimas elecciones, el PP y Vox han llegado al 56,6% aunque C’s ha desaparecido. Conviene recordar que, en sus buenos tiempos, las izquierdas arrasaban en Andalucía. En las primeras elecciones autonómicas, las de 1982, las izquierdas superaron los dos tercios, el 66,8% del voto. En 2000, cuando el PP obtuvo una mayoría absoluta en España, el apoyo a las izquierdas en Andalucía seguía superando el 50%. Aunque se observaba un desgaste paulatino, es sólo en 2018, tras la crisis catalana, cuando las derechas avanzan de forma clara, irrumpe Vox por vez primera y se produce la alternancia tras 36 años de gobiernos del PSOE. Se ha hablado mucho del cansancio de los votantes, del efecto de los escándalos de corrupción, y de la moderación y tranquilidad del primer gobierno popular encabezado por Juan Manuel Moreno Bonilla. Todo ello, sin duda, ha contribuido a la erosión de las bases tradicionales del PSOE, una buena parte de las cuales se ha pasado al PP sin el menor problema aparente. A esto se suma una profunda crisis en la izquierda, con su traducción en forma de divisiones. Adelante Andalucía sacó un 16,2% en 2018 y ahora la suma de Adelante Andalucía y Por Andalucía alcanza un 12,3%. Más allá de todos estos factores, en parte coyunturales, es posible advertir un cierto “cambio cultural” que tiene que ver con un orgullo autonomista y españolista que concibe Andalucía como una especie de reverso del separatismo catalán. Con modulaciones propias, puesto que Moreno Bonilla parece un profesor de yoga comparado con Díaz Ayuso, se trata de un fenómeno que también se ha observado en las elecciones de la Comunidad de Madrid de mayo de 2021 y en las más recientes de Castilla y León de febrero de 2022. Ni PSOE ni Unidas Podemos han encontrado aún la forma de hacer frente a esta pulsión de un nacionalismo español renacido y reactivo. Enarbolar los logros de la gestión del Gobierno o el miedo a la ultraderecha no ha sido suficiente para frenar el crecimiento de las derechas, y un 13,46% de los andaluces ha decidido votar esta vez a una fuerza que sigue creciendo aunque llevaba como primer punto de su programa la anulación de la autonomía catalana. En cuanto al bipartidismo, da la impresión de que se cierra un ciclo de cambio. En las elecciones andaluzas de 2012, la suma de PSOE y PP fue el 80,2% del voto. En 2015, bajó al 62% y en 2018 se produjo un mínimo histórico, el 48,7%. En las elecciones del pasado domingo, la suma de PP y PSOE recupera posiciones, pues los dos grandes partidos llegan al 67,2%. Ciudadanos ha sido absorbido por el PP, Vox ha hecho una campaña de pandereta y ha visto limitado su anunciado crecimiento, y las izquierdas se han situado aproximadamente en el apoyo que tenía Izquierda Unida en las autonómicas de 2012, antes del surgimiento de Podemos. Aun siendo arriesgada la traslación de los resultados andaluces al conjunto de España, parece que estas dos tendencias, derechización cultural de la sociedad española y refuerzo del bipartidismo por agotamiento o extinción de los nuevos partidos, serán claves en las próximas elecciones generales. Tanto en la socialdemocracia como a su izquierda, toca empezar a pensar con urgencia en los elementos que podrían revertir esta marcha de las cosas. Las primeras reacciones no son muy alentadoras. Escuchando a algunos dirigentes en la noche electoral da la sensación de que todo formaba parte de un astuto plan para frenar a Vox e impedir su entrada en el gobierno. El harakiri de la desunión, fenómeno bien establecido para cualquier espacio ideológico operando en sistemas con umbrales que castigan a las fuerzas pequeñas; el esperpento de las candidaturas; la insistencia en el quítate tú que me pongo yo formarían parte de un cuidado plan que ha dado sus frutos. La independencia de Moreno Bonilla respecto a Vox sería el mal menor de esta estrategia exitosa. Si es así solo quedaría felicitar a la izquierda por el trabajo bien hecho y desear que Santa Lucía les conserve el tino. Pero si se trata de impedir que las formas victorianas de apariencia amable sean el caballo de Troya de una gestión al servicio de los de siempre, una fórmula que Feijoo usó a la perfección en Galicia y que ahora ha funcionado en Andalucía, es hora de abandonar los ridículos discursivos y cambiar de estrategia.
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