La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, anunciando la subida del SMI.
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, anunciando la subida del SMI. MINISTERIO DE TRABAJO A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! El panorama es sombrío. Dos datos a modo de ejemplo que me han llamado la atención recientemente. El primero, la proporción de andaluces que se define como de extrema derecha en la última encuesta del CIS. En 2018 eran apenas un 1,8%. En 2022 han saltado al 9,4%. Las personas que admiten abiertamente ser de extrema derecha alcanzan cifras récords por doquier (en Castilla y León llegaron al 12%). Hace unos pocos años eran posiciones marginales que como mucho llegaban al 2-4% y, en la mayoría de ocasiones, ni a eso. Parece el sino de los tiempos: la derechización extremista. A nivel estatal también se aprecia el cambio. Desde hace años mantengo una apuesta, nada seria ni rigurosa, sobre cuál es el indicador que mejor resume el ánimo político de la opinión pública española. Siempre apuesto por la media ideológica de los españoles que publica el CIS (es una media en una escala del 1 al 10, en la que, cuanto más alta es la puntuación, más a la derecha se sitúan los españoles). La hipótesis consiste en que, si la media supera los 4,76 puntos, en las siguientes elecciones gobernará el PP, y si baja de esta puntuación, lo hará el PSOE. Si se fijan en el gráfico siguiente, de momento se ha cumplido, salvo en una ocasión: en la repetición electoral de 2016 salió un gobierno de Rajoy (aunque ese mismo parlamento terminaría invistiendo a Sánchez dos años después). A comienzos de 2022 este indicador pegó un nuevo salto hacia la derecha, superando los 4,8 puntos. En definitiva, la derechización avanza. Las señales están en todas partes. Gráfico. Autoubicación ideológica media en las encuestas del CIS (1996-2022)* *Media en la escala 1-10, donde 1 es la posición más izquierda y 10 es la más a la derecha. Fuente: cis.es Mientras, el liderazgo de la izquierda parece dividido. Por un lado, Yolanda Díaz busca la centralidad para intentar recuperar posiciones (entiendo que para movilizar al centro-izquierda y tratar de rascar algo por el centro). Por el otro, Pablo Iglesias da por perdida la batalla y propone hacer trinchera hasta que lleguen tiempos mejores. Estas discrepancias son cada vez más notorias y podrían tensionar el proceso de construcción de una candidatura para las generales. Sin embargo, hay mucho terreno en medio y margen para conciliar ambas posturas. Las elecciones generales se acercan. Desde la probable candidatura de Yolanda Díaz hay dos términos que parecen repetirse continuamente: “Proceso de escucha” y “confluencia”. Me van a perdonar, pero a la mayoría de la gente, la menos politizada, estos términos le dicen poco o nada. Faltan señales directas y precisas de qué representa una candidatura encabezada por Díaz. Un elemento clave es “el empleo”. Votar a Yolanda Díaz debería ser votar “por el empleo”. Eso está, a día de hoy, más o menos amarrado gracias a los datos del paro que, sin embargo, podrían torcerse antes de la cita electoral. En las condiciones actuales de derechización, no es fácil elegir el terreno sobre el que montar una campaña que promete ser dura. Hay varios potenciales y en todos puede haber problemas. Si tuviera que apostar, veo posibilidades en la “igualdad de oportunidades”. Luchar por la igualdad de oportunidades ofrece varias ventajas. En primer lugar, prestigia la noción de “igualdad” (frente a la “libertad” ayusista). Pero, sobre todo, permite enmarcar el programa político de la izquierda dentro de un sentido común general. “Igualdad de oportunidades” es que la educación pública sea de primera calidad. Que contemos con una sanidad universal que nos proteja independientemente de nuestro origen. Que se defienda el impuesto de sucesiones y donaciones. Que la fiscalidad sea progresiva. Que la España vaciada cuente con servicios e inversiones... Además permite definir unos adversarios claros: los privilegiados y las políticas que protegen sus intereses. Es decir, los “tramposos” que sabotean la igualdad de oportunidades. Los que segregan la educación. Los que quieren para sus hijos una educación elitista pagada con dinero público. Permite denunciar que la mortalidad es más alta en los barrios de la clase trabajadora. Que las pymes pagan, mientras las del Ibex evaden. Que la “meritocracia” es un timo. Canalizar el hartazgo ante un juego trucado. Es un término, además, tan aceptable que permite defender el programa de la izquierda incluso en los desayunos del Ritz. Porque ¿no es más adecuado, para una economía que aspira a ser competitiva, que haya límites claros a la herencia de los millonarios y que los ricos “se lo tengan que currar” para mantener su posición social? ¿No es más “funcional” para el capitalismo que la juventud de los barrios trabajadores tenga realmente oportunidades de competir y de producir riqueza y valor? ¿No resume acaso “la igualdad de oportunidades” la quintaesencia de parte del liberalismo clásico? ¿Quién se puede oponer a que, en la libre competencia, partamos de condiciones equitativas y justas? Solo los que están a favor de amañar el juego. En fin, no quiero ponerme pesado. Puede ser esta o cualquier otra idea-fuerza. Pero que sea alguna, por favor. Queda poco para las generales y necesitamos plantear una apuesta programática. Ideas sencillas, de cambio, que traduzcan la complejidad del programa político de la izquierda, aspiren a llegar a todo tipo de personas y nos permitan recuperar la iniciativa (o al menos intentarlo). No renunciemos a la batalla ideológica. Tampoco nos atrincheremos en cuarteles de invierno. Nada está absolutamente perdido, por ahora. AUTOR >
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