Joan Romero. / Foto cedida por el entrevistado
Joan Romero. / Foto cedida por el entrevistado En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Joan Romero (Albacete, 1953) es catedrático emérito de Geografía Humana por la Universitat de Valencia y una voz lúcida del panorama intelectual. Autor de varios libros sobre el pensamiento político, la globalización y la estructura territorial de España, Romero es un firme defensor del modelo federal. “Somos un ejemplo de federalismo incompleto y disfuncional, donde se confunde lo que es el Estado y lo que es la Nación”. Agudo y amable, llegó a ser conseller de Educación de la Generalitat valenciana en tiempos de Joan Lerma, cargo que abandonó para volver a ejercer la investigación académica, su verdadera vocación. No es de extrañar, por lo tanto, que su cordialidad se torne en ira al ser preguntado por el modelo educativo vigente en España. “Hay que desmercantilizar la enseñanza. Tenemos un sistema atípico en Europa que preserva un gran espacio a la red privada financiada con fondos públicos y que está provocando una gran fractura social”, afirma. Quizá ahí esté el origen de la lenta enajenación que sufre una política que a base de recrear la realidad se acerca cada vez más al surrealismo. Contra este mal universal, escribió Joan Romero en 2006 uno de sus ensayos más celebrados, España inacabada, que 18 años después de ver la luz sigue siendo una herramienta útil para desmontar las interesadas sombras que los paladines del patriotismo unitario ofrecen en su batalla contra las naciones periféricas. “Falta sofisticación democrática y más madurez política para gestionar una realidad plurinacional como la nuestra. El partidismo exacerbado lo impregna todo”, concluye. España no ha tenido mucha suerte con la identidad de Estado. No es un país unitario. Mire, yo creo que la historia puede ayudarnos a entender la situación que vivimos. Aunque no somos ninguna excepción si miramos hacia otras democracias liberales occidentales, España es un país complicado y hasta cierto grado curioso, al menos para los colegas extranjeros que trabajan distintas disciplinas de las ciencias sociales. Mi impresión es que ha habido y sigue habiendo un punto de incapacidad en las élites políticas para asumir y gestionar la realidad de que somos un Estado plurinacional. Y esa impericia se produce porque persiste una confusión interesada entre lo que es el Estado y lo que es la nación. A lo largo del siglo pasado se intentó abordar esta dicotomía. La primera vez que se intentó fue con la aprobación del Estatut de Catalunya en los años 30 pero fue rápidamente abortado por el golpe militar. Casi medio siglo después, con la llegada de la democracia, el tema volvió a ponerse sobre la mesa, en este caso de los redactores de la Constitución, y lo solventaron de manera aparentemente muy contradictoria. Si lee el artículo 2 encontrará que en el primer párrafo se dice que la nación española es única e indivisible para inmediatamente después, en el segundo párrafo, añadir que en España hay nacionalidades y regiones. A mi juicio fue una redacción intencionadamente ambigua. ¿Cómo lo interpreta? Pues que fue redactado en función de las necesidades pactistas de aquel momento. Fue la concreción del pacto político. Pensaron decididamente que era mejor posponer el debate sobre las naciones para más adelante y se centraron en desarrollar el Título VIII, el que hace referencia al modelo de Estado que hoy tenemos. ¿No acertaron con el modelo de Estado? A mi juicio, sí acertaron. Principalmente, porque el nacionalismo español y las naciones subestatales estuvieron de acuerdo con el modelo autonómico. Y las naciones siguen existiendo. Ni siquiera han perecido ante la globalización. Al contrario. Han reforzado sus identidades, sus propios proyectos y sus resistencias. Juan Linz ya explicó en el año 1973 que la existencia de una nación española es muy importante pero convive con realidades, en Catalunya y en Euskadi, donde España representa el Estado pero no es la nación para una parte significativa de la ciudadanía. Esto es lo que las élites políticas deberían afrontar y en su caso, gestionar, pero me temo que no saben cómo hacerlo. Si hace 50 años se optó por la cesión, oficialmente consenso, para no herir las sensibilidades de la dictadura, el ambiente para avanzar en el reconocimiento colectivo de la plurinacionalidad no es mejor ahora. Sí, pero quienes se oponen a aceptarlo deberían interiorizar que ese problema no se solventa ilegalizando partidos ni intentando llevar a la cárcel a políticos sino con diálogo y negociación. España es un país muy complejo, demográficamente grande y muy diverso. No hace falta ser nacionalista para proclamar esto. Y se lo dice un castellano que tiene estudios de historia y observa con preocupación la realidad en la que vivimos. Somos un Estado plurinacional que no asume este hecho y que, por lo tanto, se muestra incapaz de gestionarlo. Para mucha gente, el diálogo es una muestra de debilidad, una traición a sus principios patrióticos. ¿Es posible cambiar esta percepción? Cuando hablo de esto con mis alumnos suelo remitirles a la lectura sosegada de dos libros que son fundamentales. Uno es Retóricas de la intransigencia de Albert Hirschman donde reflexiona sobre la importancia que tienen las posiciones maduras para resolver situaciones difíciles. Yo creo que es lo que hoy necesitamos en España. Decisiones inteligentes y pragmáticas para gestionar una realidad compleja. Y la otra lectura que suelo recomendar es El liberalismo político de John Rawls, un análisis sobre la capacidad política para tejer consensos basados en la justicia, lo que él denomina overlapping consensus, para respaldar instituciones básicas en una comunidad política. Una teoría que en el caso español tendría un marco de desarrollo ante la falta de armonía que muestran los tres niveles de organización de un Estado descentralizado como el nuestro –el local, el autonómico y el central–. Por lo tanto, conformamos un Estado funcionalmente federal sin cultura federal. Yo lo defino como un ejemplo de federalismo incompleto y disfuncional. Desde luego, toda esta reflexión está muy alejada de los discursos vacíos que escuchamos a diario. La mayor parte de las políticas públicas son compartidas y requieren miradas en común ¿Qué le falta a España para aceptarse así misma? Un mayor grado de sofisticación democrática y más madurez política para solventar sus contradicciones. ¿Quién tiene competencia en la gestión del litoral? ¿Y en la del agua? ¿Qué hacemos con la gobernanza metropolitana? ¿Cómo encaramos el cambio climático? ¿Qué soluciones damos a las zonas despobladas? Todas estas cuestiones no son competencia de nadie en exclusiva sino de las tres administraciones al mismo tiempo. En España no hay competencias exclusivas, aunque lo diga la Constitución y lo digan los estatutos. La mayor parte de las políticas públicas son compartidas y requieren miradas en común, coordinadas, de cooperación. Y esa armonía ha sido erosionada, corrompida diría yo, por el partidismo exacerbado que impregna las instituciones. Lo que está ocurriendo en el CGPJ, por ejemplo, es una anomalía muy grave. ¿A quién beneficia esta polarización? Aparentemente, a los dos grandes partidos. Aunque perjudica a todos. Creo que tanto el PSOE como el PP se encuentran cómodos con esta situación. Yo no comparto esa forma de hacer política porque nos sitúa justamente en el polo opuesto a lo que considero necesario para solucionar los graves problemas que arrastramos. Si fracasa esto, las políticas públicas no se pueden impulsar. Mire EEUU. Hemos incorporado todas las patologías que Trump acentuó durante su mandato. Hay un libro titulado Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, donde explican muy bien ese peligroso proceso de banalización, radicalización, colonización partidaria y polarización del discurso que está detrás del debilitamiento institucional en el que estamos embarcados. Los autores lo sitúan en EEUU, pero cualquiera puede ver retratado el caso español. Están desapareciendo los guardarraíles de la democracia La hipérbole se ha apoderado del discurso político. Sin duda. Y están desapareciendo los guardarraíles de la democracia. Hoy parece que vale todo. El discurso político se ha llenado de emociones sin una pizca de razón ni de argumentos. Hablar con el oponente, y no digamos alcanzar pactos, resulta cada vez más complicado porque ya está estigmatizado y aislado por muros. Unos hablan de levantar muros, otros de empalizadas. Fíjese qué metáforas. Estamos yendo demasiado lejos con esas tácticas divisivas y esos mensajes preilustrados. Faltan signos de deferencia y voluntad para crear espacios de confianza que permitan construir consensos básicos. Todas las naciones existen, resisten y no desaparecen por mucho que algunos lo deseen ¿Qué opina del protagonismo judicial en la crisis de Catalunya? Para mí, es una muestra de la incapacidad, no sé si estructural, para comprender que las tensiones y los desacuerdos políticos no se solucionan en los tribunales ni con la fuerza sino con diálogo. Recurrir artículos de un Estatut aprobado por el Congreso y por la amplia mayoría de la sociedad catalana, y que una sentencia del Tribunal Constitucional lo avalara de manera discutible fue reabrir la caja de Pandora. Aquel Estatut habría llevado tranquilidad y serenidad a todo el país durante dos o tres décadas. Pero optaron por lo contrario de forma irresponsable. Creo que ya va siendo hora de que todos nos mentalicemos, para bien y para mal, de que la vía penal no resuelve esta divergencia. Las naciones, todas las naciones, existen, resisten y no desaparecen por mucho que algunos lo deseen. Observe cómo lo gestionan en Bélgica, Reino Unido o Canadá. Nosotros estamos obligados a encontrar el camino que resuelva nuestra diversidad. ¿Falta educación cívica? Falta educación, el pilar más democrático que hay. El modelo educativo en este país debería ser, junto al acceso a la vivienda, una cuestión de Estado. En España funcionamos con un sistema de enseñanza atípico que preserva un gran espacio a la red privada financiada con fondos públicos. Cada gobierno trae su propia ley, modifica aspectos simbólicos, pero deja intacto lo esencial. Esto, indudablemente, tiene consecuencias. La más preocupante es la pérdida gradual de calidad del sistema público mientras se consolida una red de formación paralela para las élites financiada por el Estado. Ahí están los datos. Creo que somos el país de la UE con más leyes orgánicas de educación en los últimos 40 años, ocho desde 1980, y el segundo por la cola en abandono escolar prematuro. Pasan las décadas, consumimos el tiempo y seguimos con esta doble red educativa. Esto debería ser suficiente para hacernos reflexionar sobre el significante vacío en el que han convertido los acuerdos de Estado. Hay que desmercantilizar la educación. ¿Ya no desempeña su función de ascensor social? Hace tiempo que cortaron las poleas. Esto es muy preocupante porque acentúa el proceso de fractura social bajo la tiranía del distrito postal. Las élites han asfaltado una autovía de tres carriles, desde la educación infantil hasta los másteres universitarios. Al resto sólo le queda la escalera de servicio. En mi opinión, esto está produciendo una fractura social ciertamente importante que unido al otro gran problema de la juventud española, la vivienda asequible, conforma un escenario de bloqueo generacional tremendo. Hablo de entre 7 y 10 millones de jóvenes hasta 35 años sin una formación adecuada y sin garantía de acceso a una vivienda. Estamos produciendo una generación entera que solo aspira a vivir con salarios bajos. Son el nuevo proletariado de servicios, el “precariado” del que hablaba Guy Standing. Así que no debería extrañarnos los datos de desafección política, la pérdida de confianza en las instituciones y en los partidos que estamos sufriendo. A las capas sociales bajas y medias-bajas, expulsadas hacia abajo o hacia los márgenes, no les queda más opción que mirar hacia otros lugares y abrazar ideologías que los utiliza como carne de cañón. Tal vez el tiempo de los populismos sea efímero, no lo sabemos, pero ahora millones de ciudadanos miran hacia ahí en busca de falsa seguridad y esperanza. El populismo no es más que la expresión política del resentimiento ¿Qué es el populismo? El populismo no es más que la expresión política del resentimiento. Es el refugio de quienes se sienten olvidados, engañados por falsas promesas, los que no encuentran respuesta en los poderes públicos. El único antídoto contra este problema que asola nuestras sociedades europeas es trabajar en favor de la igualdad. Y la primera piedra en favor de la igualdad es la educación. La segunda es un plan estatal de vivienda asequible, que no es ni de izquierdas ni de derechas. No hay mejor antídoto contra la desafección que reforzar el pilar social. Es usted un intelectual que se educó sin ir a la escuela. Nací y me crié en un ambiente muy parecido al de los caseros de los Santos Inocentes y recibí una formación laica, respetuosa y amable de un par de maestros represaliados que iban por los cortijos enseñando a los niños a cambio de comida. Nunca les estaré suficientemente agradecido por lo que me enseñaron. Así que cuando me matricularon en la escuela nacionalcatólica sentí que me estaban “deseducando”. Para mí fue un pequeño shock pero, bueno, me ayudó a relativizar las cosas y hoy puedo decir con orgullo que pese a los intentos por adoctrinarme, no tuvieron éxito. Autor > Gorka Castillo Es reportero todoterreno. Ver más artículos @gorkacastillo Suscríbete a CTXT Orgullosas de llegar tarde a las últimas noticias
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