miércoles, 21 de febrero de 2024
Excelente lectura de F.Carantoña....RECOMENDADO.
A pesar de todo, Galicia no está en Marte
Francisco Carantoña
Francisco Carantoña
OPINIÓN
Alberto Núñez Feijoo y Alfonso Rueda, celebrando la victoria electoral en Galicia
Alberto Núñez Feijoo y Alfonso Rueda, celebrando la victoria electoral en Galicia PACO RODRÍGUEZ
21 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.
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La contundencia de los resultados y la sensatez de Ana Pontón han evitado que, como resulta frecuente, hayan proliferado los vencedores en las elecciones que Galicia celebró el pasado domingo. Solo la perspicaz portavoz de la ejecutiva federal del PSOE, Esther Peña, percibió que «la izquierda crece y la derecha retrocede», aunque no lo suficiente para lograr el cambio. No sé si el PSOE llegó a esa conclusión tras elevar a la categoría de izquierda a la Democracia Ourensana del peculiar señor Jácome, o quizá haya decidido incluirla en la más difusa de «progresista». Lo cierto es que el PP obtuvo el 47,36% de los votos y Vox el 2,19, lo que suma el 49,55 y si le añadiéramos el 1,03 de Jácome, socio del PP en el ayuntamiento y la diputación de Ourense, resultaría un 50,58 muy similar al 50,76% que alcanzó en 2020 la suma de PP, Vox y Cs.
Algún periódico inclinado hacia la izquierda ha intentado consolarse atribuyendo la mayoría absoluta a la ley electoral y destacaba el lunes que el PP la había logrado sin alcanzar el 50% de los votos. Lo cierto es que Felipe González consiguió la super mayoría absoluta de 1982, 202 diputados, con el 48,11% y Mariano Rajoy la suya en 2011 con el 44,63. El socialista portugués Antonio Costa la logró en 2022 con el 41,37%. Es muy raro que un sistema electoral proporcional no otorgue mayoría absoluta a un partido que se acerque al 45%, un porcentaje elevadísimo de votos, y en los mayoritarios se consigue con muchos menos. El triunfo del Partido Popular ha sido rotundo e incontestable.
Junto al PP, otra fuerza puede sentirse satisfecha: el Bloque Nacionalista Galego. Con un 31,57% de los votos, Ana Pontón ha logrado consolidar al Bloque como segundo grupo parlamentario y liderar la oposición cuatro años más. Ha dicho con sinceridad que no es lo que esperaba, le falló el PSOE, que, si hubiera conservado su representación, habría completado la mayoría absoluta en el parlamento para la alternativa progresista.
El reto que se le presenta no es menor, ha recuperado el voto nacionalista y le ha sumado el de las fuerzas situadas a la izquierda del PSOE, quizá haya captado también a un sector de los votantes socialistas, desde luego no tan numeroso como quieren hacer creer los dirigentes de ese partido, empeñados en convencer de que ni los pactos de Pedro Sánchez, que se prodigó en los mítines de la campaña, ni el debate sobre la amnistía han influido en su catastrófico resultado. La dificultad surge a la hora de crecer en el sector moderado de la sociedad, galleguista, pero no nacionalista, reformista, pero poco amigo del conflicto. El Bloque, para consolidarse como gran partido alternativo al PP, necesitará conservar los apoyos actuales con una política sin estridencias, que no aleje a los moderados que tradicionalmente votan al PSOE o incluso al PP. Deberá encontrar el equilibrio para que unos no lo abandonen por traidor reformista o los otros por radical.
Es natural que los dirigentes políticos e incluso los medios de comunicación intenten animar a su público con un poco de azúcar tras las derrotas, pero conviene no pasarse en la dosis. Para no perseverar en el error, es preferible aceptar la realidad y buscar las causas de los fracasos, aunque duelan. Por eso resulta muy peligroso el argumento de que en otras ocasiones parte de los electores votó de forma diferente en elecciones municipales, autonómicas y generales, lo que les quitaría trascendencia a estas. Es cierto, pero eso no oculta que, desde mayo de 2019, las izquierdas, incluido el PSOE, no han hecho más que retroceder en todas las elecciones, fuera cual fuese su ámbito, salvo en Cataluña, y que el PSOE perdió las dos celebradas en 2023, aunque haya podido formar un gobierno minoritario con apoyos externos más que inestables. Suponer que, tras el traspiés del pasado mayo, solo parcialmente corregido en julio gracias a Vox y a los errores del PP, y la estrepitosa derrota del pasado domingo, en las próximas municipales y generales, en Galicia y en el conjunto de España, volverán los votantes de forma natural al redil progresista es el camino más cierto hacia la catástrofe.
No es fácil comparar los datos de las últimas elecciones gallegas con las de 2020 porque ha votado mucha más gente. El PP ha conseguido 72.000 votos más y el BNG 156.000, mientras que de Galicia en Común y las mareas desaparecieron más de 21.000 y el PSOE perdió unos 46.000, pero hubo 187.00 votantes más, descontados los votos nulos y en blanco. Si los 72.000 votos nuevos del PP procediesen solo de la abstención y de los jóvenes votantes primerizos, habría 115.000 que deberían haber ido a parar al Bloque y a Jácome, que obtuvo menos de 15.000 y no todos serían de antiguos abstencionistas, por lo que, si todos los de las mareas y el PSOE hubiesen ido al Bloque, sobrarían en torno a 20.000 votos. Con eso quiero indicar que, frente al discurso oficial del PSOE, es muy probable que miles de votantes de ese partido hayan elegido la abstención, eso sin olvidar que hubo más de 12.000 votos en blanco y casi 14.000 nulos, lo que cuestionaría que el electorado gallego haya sido impermeable al debate sobre la amnistía y a los vaivenes de Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez junto a Abel Caballero (i) y José Ramón Gómez Besteiro (d).
Pedro Sánchez junto a Abel Caballero (i) y José Ramón Gómez Besteiro (d). Oscar Vázquez
Parece que se consolida el panorama de dos partidos mayores con presencia en todo el Estado, situados en el ámbito de lo que ha dado en llamarse centroderecha y centroizquierda, otros dos situados respectivamente a la derecha y a la izquierda de los anteriores y sólidos partidos nacionalistas, de ideologías distintas, en Galicia, Cataluña, Euskadi y Canarias, además de alguno regionalista, de menor entidad, en otras comunidades autónomas. Las mayorías absolutas se han convertido en muy improbables, fuera de algún ayuntamiento o comunidad, y los partidos mayores deben buscar coaliciones. El PP tiene el problema del hipercentralismo neofranquista de Vox, que le priva de socios y de votos, aunque en Galicia ha sabido arrinconarlo, pero las izquierdas necesitan a un PSOE capaz de atraer, al menos, a parte del electorado moderadamente progresista, alejado de los nacionalismos y poco dado a aventuras, mientras que Sumar debería aglutinar al que se sitúa más a la izquierda.
Los dos socios del gobierno central han sufrido un castigo terrible en estas elecciones. Sin duda, el BNG ha atraído a casi todos los potenciales votantes de Sumar, lo que puede considerarse algo específicamente gallego, aunque eso no evita que deba valorarse como un fracaso, que afecta, además, de forma especial a Yolanda Díaz. Podemos podría perjudicar sus resultados en otras consultas electorales, pero parece camino de la irrelevancia. De todas formas, la dirección de Sumar debe replantearse su estrategia para reforzar su implantación y la comunicación con sus hipotéticos votantes, los agrupamientos de siglas y personalidades no garantizan nada, la historia del casi medio siglo de democracia lo ha demostrado de forma reiterada.
El problema del PSOE es mayor. Por un lado, Pedro Sánchez ha perdido credibilidad con sus continuos olvidos de las «líneas rojas» que el mismo decidió imponerse. Probablemente eso haya sido más dañino que la amnistía en sí misma, discutible, pero que puede tener efectos positivos y hubiera sido mejor aceptada por sus votantes y por otros sectores de la sociedad española si no se percibiese como una decisión oportunista, motivada solo por el deseo de permanecer en el poder. Por otro, ha descuidado completamente al electorado moderado, indispensable si no quiere dejar al PSOE por debajo del 30% de los votos; es decir, con porcentajes de apoyo con los que es casi imposible ganar unas elecciones.
El PSOE tiene que recuperar a la gente, que afianzarse por la base, pero también que volver a buscar un apoyo social transversal, amplio. Para eso es imprescindible que recobre la credibilidad. Que se vea permanentemente zarandeado por Junts no lo facilita. Siempre tuve muchas dudas sobre este pacto de investidura, el riesgo es que permita gobernar poco y, en cambio, hunda por mucho tiempo a las izquierdas.
En los países escandinavos, en los que tan fuerte era la socialdemocracia, se ha pasado también a una izquierda plural, esta diversidad puede gustar o no, pero es un hecho. Eso sí, solo puede conducir a gobiernos de coalición si cada partido es capaz de mantener a su electorado, si uno cae, la suma no funciona, si lo hacen los dos, la hegemonía de las derechas es inevitable.
Galicia tiene muchas peculiaridades, como cualquier país, pero no está en Marte y sus habitantes ni están desinformados ni ven como algo ajeno lo que ocurre en el conjunto de España y en Europa, que en sus decisiones hayan influido muchos factores no debe servir para desvirtuar la estrepitosa derrota de los partidos del gobierno y el ridículo resultado de Vox y de Podemos.
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