sábado, 24 de febrero de 2024
La Izquierda y les catarates de Monet...* Hay que operáles *
Las cataratas de Monet, la izquierda y la bronca
A la izquierda no le funcionarán mensajes que no sean enérgicos, orgullosos y que induzcan autoafirmación dejando espacio a la sonrisa.
Por
Enrique Del Teso
24 febrero 2024
Ana Pontón y otros candidatos del BNG.
Los sonidos continuos llegan a no oírse por la costumbre (cosas del sistema límbico). Y las palabras repetidas y manidas llegan a no significar nada por lo mismo. La Academia nombró a «polarización» palabra del año. Es un dudoso honor. Es palabra del año por haber sido muy utilizada, es decir, por estar en el trance de dejar de ser oída y de significar. Empieza a estar en el saco de otras expresiones como «sostenible», «competitivo», «relato» o «poner en valor». Para el año que viene va cogiendo puntos «terrorismo», que ya empezamos a no oír por ser ruido de fondo y va camino de referirse igual a matar a doscientas personas con una bomba que a molestar en el cine con el sonido del móvil. Y, sin embargo, si escuchamos bien la palabra «polarizar» oiremos una idea que, efectivamente, describe el ambiente de la vida pública. Polarizar es orientar en direcciones opuestas. La integridad de los cuerpos tiene un límite para soportar fuerzas. Si tiran de nosotros en direcciones opuestas, nos tronzarían. Así que, a base de polarizar, es decir, de tirar de los ciudadanos con emociones vivas en direcciones opuestas, el cuerpo social se está quebrando. No se está desagregando por sus junturas naturales que son las que definen intereses homogéneos, donde los más gruesos son los intereses de clase. Se están aprovechando fisuras anímicas para infiltrar en ellas odios y prejuicios que hagan un efecto fracking en la masa social y la rompa en cascotes definidos por esos odios y prejuicios.
La sociedad es ruidosa. Las redes sociales hacen audibles todos los chismorreos y para los bobos es un hábitat muy confortable en el que desaguan en igualdad datos interesantes, pensamientos agudos y bramidos estúpidos (la gente inteligente a veces razona y a veces brama; los bobos no tienen más lengua materna que el bramido). Los canales de televisión mezclan, confunden y gritan, nos llenan los oídos con el abogado de la Manada hablando de violaciones o Mario Vaquerizo perorando sobre dictaduras. Nuestra mente funciona diferente cuando trabaja en reposo y cuando trabaja sobre la marcha. La mente en reposo solo oye en boca de Ayuso disparates, insultos y manifestaciones de maldad (quien escribe vio morir a su padre y a su madre; hay una rama de la medicina que se ocupa de que gente como yo no tenga un recuerdo especial de ese momento que añada dolor a la tristeza, aunque ya no se pudieran salvar). Esa mente en reposo queda confundida por el éxito de ese discurso disparatado, insultante y malvado, porque la mente en reposo no recuerda cómo es ella misma en caliente. Recordaba esta semana Jonathan Martínez el libro de Risto Mejide sobre la eficacia de molestar e irritar para convencer. Parece paradójico. Monet tuvo cataratas durante diez años, antes de mitigarla con la operación que se hacía en su época. Los colores de sus cuadros se hicieron más oscuros e intensos. Al desvanecerse los contornos y los tonos, los colores tenían que ser más vivos para recuperar los contrastes. Una persona mayor, cercana a mí, con el gusto ya desvanecido, necesita sabores fuertes para sentir algo cuando come. En medio del ruido y la confusión, la mente en caliente necesita impresiones vivas, alteraciones marcadas que sacudan el aparato emocional para destacar, ser procesadas y afectar a la conducta. Los bulos, insultos y mal gusto ponen cataratas en el entendimiento y la mente necesita tonos intensos para percibir algo. El insulto, la ofensa y todo lo que provoque reacción, aunque sea negativa, es lo que se percibe.
La izquierda tiene digestiones pesadas
Steve Bannon ya dijo que los oráculos de la ultraderecha tienen lo más valioso que se necesita para ser eficaz en un ambiente así: dinero. Cuando los australopitecos se enfrentaron a una sequía que los dejaba sin hierba y sin frutos, a alguien le dio por partir los huesos como si fueran nueces y accedió al tuétano. La carne empezaba a entrar en la dieta. Cabe pensar que algunos no pudieran digerirlo y que los que sí podían tenían una ventaja adaptativa. La democracia sin embarrar y con vía libre para la información y el razonamiento no es un buen ambiente para quienes quieren lo que perjudica a la mayoría. En este ambiente de ruido donde solo llegan los mensajes que ofenden y encrespan, unos digieren mejor que otros la atmósfera. La izquierda tiene digestiones pesadas. Cree que Ayuso es idiota y que Milei está loco, hasta le apetece zanjar que la gente es idiota, que, aunque en Galicia vean a Feijoo en un barco con un narco o a Baltar robando, los votarán, que Ayuso es invencible diga la barbaridad que diga, así los deje sin médico y sin escuela. No basta ofender y molestar. Si Ayuso practicara coprofagia en público, la gente huiría de ella. Para que el mensaje funcione, hay que molestar creando consuelo, autoafirmación y alivio (ese alivio que se siente cuando el jefe se quita la corbata y coge el pollo con los dedos). Hay que impostar el lenguaje y sobre todo los tonos emocionales de la mayoría humilde, estimular la ira y proyectarla al lugar equivocado. La izquierda no digiere bien el tuétano, la democracia formal deriva hacia un barullo macarra en el que se aturde.
Ayuso y Queipo con un simpatizante. Foto: PP
Los bulos y los desvaríos solo funcionan como virus. Cuanto más aberrante sea un bulo y más estridente una zafiedad de Ayuso más impulso hay de repetirlo, para compartir nuestro estupor y para reafirmarnos en nuestra repulsa. Y parece claro que así colaboramos con el propósito de la mentira y de la desvergüenza. Llegó a plantearse esta cuestión en tiempos del terrorismo, cuando el terrorismo era terrorismo, antes de García Castellón. Llegó a plantearse qué sería de los terroristas si la prensa no publicara sus bombas. No duró mucho la duda, porque está claro que la ocultación es una forma de mentira. La prensa de Madrid DF está siempre engrasada para repetir los bulos y asegurar que ningún circo en el que se llame hijo de puta a Sánchez o se vapulee la memoria de 7291 vivos, a los que se dejó morir sin la dignidad que la ley reconoce incluso a los muertos en sus tumbas, deje de ser ese tono vivaz que se necesita para ver contrastes con cataratas. La prensa de la caverna trabaja para que callarse ante la provocación y la mentira no sirva. Lo que decía Bannon: tienen dinero.
Ana Pontón. Foto: BNG
Ana Pontón sacó provecho en Galicia de lo que ya había sacado provecho Mónica García en Madrid: perseverancia, constancia en el tono y el mensaje, sensación de esfuerzo, fiabilidad. Salvador Illa no gestionó la pandemia mejor que otros. Pero mimetizó en sus maneras el gesto del país: aflicción, lucha y dedicación, parecía llegar a los micrófonos sudando y con las mangas remangadas. La izquierda tiene que ser diésel, no puede descender a la astracanada ultra, ni siquiera en versión Abel Caballero. El invencible arte del insulto y el disparate tiene la debilidad de que es ciclotímico, es un fogonazo que no se desgasta, sino que se despeña. El cielo de Milei está siempre cerca del derrumbe al infierno. Feijoo está feliz porque ganó en el juego de las expectativas. En Galicia ocurrió lo previsible (qué fácil es decirlo ahora), pero se habían propagado unas expectativas que convirtieron en éxito lo que al principio era lo esperable. Está pletórico, pero su impulso y su euforia son efímeros. La risa estalla en momentos de distensión súbita, cuando una amenaza que nos aterra resulta ser un gato. Ayuso y la morralla de Madrid DF tensionaban a Feijoo más que Sánchez. De repente la amenaza fue un gato. Y Feijoo ríe y se pone locuaz. La euforia es una emoción más tramposa que la tristeza. La tristeza es como una escayola del ánimo, induce inactividad en quien tuvo alguna quiebra. La euforia induce activismo y precipitación. Le queda a Feijoo un calvario electoral por delante.
A la izquierda no le funcionarán mensajes que no sean enérgicos, orgullosos y que induzcan autoafirmación dejando espacio a la sonrisa. Pero tiene que ser diésel, huevona, coherente. La insistencia también destaca en las brumas y se cuela por las fisuras que dejan los fogonazos efímeros del histrionismo ultra. No tiene que cambiar los principios, solo interpretarlos y subrayarlos para que se vean con cataratas.
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