Fotograma del documental No Other Land, de Yuval Abraham y Basel Adra.
Fotograma del documental No Other Land, de Yuval Abraham y Basel Adra. En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí “Hace unos dos meses fui padre. Mi esperanza para mi hija es que no tenga que vivir la misma vida que yo vivo ahora, con miedo constante a los colonos, la violencia, las demoliciones de viviendas y los desplazamientos forzosos”. Estas fueron las palabras del periodista y cineasta palestino Basel Adra al subir al escenario tras recibir el Oscar por No Other Land. Su discurso no fue sólo personal: fue una llamada a la justicia, un alegato contra la opresión israelí que sigue marcando la vida de los palestinos. Yuval Abraham, su codirector israelí, le siguió con una poderosa declaración: PUBLICIDAD “Hemos hecho esta película, palestinos e israelíes, porque nuestras voces juntas son más fuertes. Nos vemos los unos a los otros. La horrible destrucción de Gaza y su gente debe terminar; y los rehenes israelíes que fueron brutalmente tomados en el crimen del 7 de octubre deben ser liberados”. La historia de Masafer Yatta En el corazón de No Other Land (2023) se encuentra Masafer Yatta, una comunidad palestina de la Cisjordania ocupada que lleva muchos años sometida a intentos sistemáticos de desplazamiento forzoso. El documental, codirigido por los periodistas Basel Adra y Yuval Abraham junto a Rachel Tzur y Hamdan Bilal, ofrece un relato sin filtros y profundamente personal de la resistencia palestina diaria frente a la opresión militar israelí. Más que una investigación periodística, es un testimonio de la realidad cotidiana de un pueblo cuya existencia está constantemente amenazada. Adra, periodista y activista palestino, filma con su pequeña cámara la angustia de su comunidad La película no se limita a documentar la devastación material –las casas demolidas, las incursiones militares, los bloqueos de carreteras y los puestos de control–, sino que también expone el coste psicológico de la ocupación. Adra, periodista y activista palestino, filma con su pequeña cámara la angustia de su comunidad, entretejiendo escenas de resistencia y desesperación. A través de su lente, los espectadores son testigos de familias que regresan a las ruinas de lo que fueron sus hogares y que han sido arrasados varias veces, pastores que luchan por acceder a sus tierras ancestrales y niños que crecen en medio de la amenaza siempre presente del control militar. Abraham, periodista en la revista +972 y activista israelí, aporta otra perspectiva: la del ajuste de cuentas interno. Su papel en la película no es sólo el de un testigo, sino también el de un interrogador que cuestiona los sistemas profundamente arraigados que perpetúan la ocupación israelí. Como israelí, reconoce los privilegios y la complicidad que conlleva su nacionalidad, y utiliza su plataforma para poner en cuestión las políticas de su propio gobierno. Su presencia en la película subraya los dilemas éticos a los que se enfrentan quienes se oponen a la ocupación desde dentro de la sociedad israelí, destacando la tensión entre la solidaridad y la dinámica de poder estructural que le separa de Adra. Sin embargo, No Other Land es más que una exposición de desplazamientos forzosos; es también una exploración de la solidaridad, la culpa y la ética de documentar la opresión. La película se enfrenta a la incómoda realidad de ser testigo de la injusticia: ¿qué significa documentar el sufrimiento sin poder evitarlo? ¿Cómo se navega por la delgada línea que separa la amplificación de las voces de la explotación del trauma? Estas preguntas están presentes en la narrativa de la película, y desafían tanto a sus creadores como al público. El documental se rodó a lo largo de cuatro años, de 2019 a 2023, y capta momentos cruciales de violencia y resistencia. El rodaje concluyó pocos días antes del ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, un acontecimiento que cambió el panorama geopolítico e intensificó las operaciones militares israelíes en los territorios palestinos ocupados. Las imágenes sin ambages de la película y su narración profundamente personal la convierten en una denuncia urgente e intransigente de las políticas israelíes de limpieza étnica, así como en una reflexión sobre el poder y las limitaciones del cine documental como forma de activismo. Contexto histórico y político Para comprender plenamente la importancia de No Other Land, hay que situarla en el contexto histórico y político más amplio de la resistencia palestina. La película no existe de forma aislada, sino que surge de una prolongada lucha contra el colonialismo, la ocupación y la limpieza étnica. La lucha descrita en la película se remonta a la Nakba de 1948, el desplazamiento masivo de más de 750.000 palestinos durante la creación de Israel, un acontecimiento que configuró la identidad nacional palestina y el movimiento de resistencia. Esta desposesión se afianzó aún más con la ocupación en 1967 de Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén Este, cuando Israel lanzó una campaña militar que dio lugar a la anexión de territorios palestinos, una realidad que persiste en la actualidad. Desde entonces, las autoridades israelíes no han dejado de ampliar los asentamientos ilegales, imponer el control militar y llevar a cabo políticas sistémicas destinadas a borrar la presencia palestina de sus tierras. Uno de los casos más llamativos de esta estrategia es Masafer Yatta, el escenario de No Other Land. Situada en las colinas del sur de Hebrón, Masafer Yatta ha sido objeto de desplazamientos forzosos durante décadas. En 1981, las autoridades israelíes la designaron “zona de tiro” para entrenamiento militar, un pretexto legal habitual para justificar la expulsión de comunidades palestinas. Esta declaración criminalizaba de hecho la existencia de palestinos en sus propios hogares, una táctica repetida en toda Cisjordania para expulsar a los palestinos de sus tierras mientras se expandía el control de los colonos israelíes. A pesar de una sentencia del Tribunal Supremo israelí de 2022, que permitió la expulsión de más de 1.000 residentes, las familias palestinas de Masafer Yatta siguen resistiendo, enfrentándose a las sucesivas demoliciones de viviendas, violencia de los colonos y agresiones militares. Sin embargo, la campaña contra Masafer Yatta forma parte de una escalada más amplia de las políticas israelíes en los territorios ocupados, especialmente tras la guerra de Gaza que comenzó el 7 de octubre de 2023. Mientras la atención mundial sigue fija en Gaza, las fuerzas israelíes han intensificado sus ataques contra Jenin, Nablus y otras zonas de Cisjordania. Jenin, en particular, ha sido objeto de incesantes bombardeos aéreos, demoliciones de viviendas y detenciones masivas, en un intento de Israel de aplastar cualquier forma de resistencia organizada. Un ejemplo claro de la idea que narra el documental es que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha reaparecido con un polémico plan para Gaza, alineándose con las políticas de la extrema derecha israelí. Su propuesta prevé el desplazamiento forzoso de los palestinos de Gaza y el “reasentamiento” del territorio por parte de actores externos, haciéndose eco de los planes coloniales del pasado, destinados a eliminar a las poblaciones originarias. Aunque los detalles siguen siendo vagos, la retórica de Trump sugiere un plan que pretende alterar permanentemente el paisaje demográfico y político de Gaza, potencialmente mediante deportaciones masivas o una administración militar directa israelí. Tal propuesta refleja una tendencia más amplia en el discurso político occidental que trata la existencia palestina como un “problema a resolver” en lugar de un pueblo con derecho a la autodeterminación. También coincide con los debates abiertos entre los altos funcionarios israelíes sobre la posibilidad de empujar a los palestinos a la península del Sinaí o a cualquier otro lugar, una continuación de la política de expulsión étnica que comenzó en 1948. El retrato que hace la película de la resistencia en Masafer Yatta es un microcosmos de la experiencia palestina Como cuenta No Other Land, no se trata sólo de un patrón histórico, sino de una realidad actual. El retrato que hace la película de la resistencia en Masafer Yatta es un microcosmos de la experiencia palestina: un pueblo que, a pesar de las abrumadoras dificultades, sigue desafiando a las fuerzas que intentan borrarlo del mapa. Ya sea en Masafer Yatta, Jenin o Gaza, la lucha palestina sigue siendo una lucha por la supervivencia, la tierra y la dignidad. Un documental que desafía “el doble rasero” El documental destaca no sólo por su retrato sin filtros de la vida palestina, sino también por su audaz desafío a las narrativas de los principales medios de comunicación. Durante décadas, los medios occidentales han enmarcado la ocupación israelí como un “conflicto” entre dos bandos iguales, ocultando deliberadamente el enorme desequilibrio de poder que define la realidad sobre el terreno. No Other Land desmonta esta falsa equivalencia, ofreciendo un retrato íntimo de la resistencia palestina al tiempo que expone las arraigadas estructuras de ocupación y desposesión. El núcleo de la película es su rechazo del discurso dominante en los medios de comunicación, que a menudo recurre a un lenguaje aséptico y a eufemismos para evitar describir las políticas israelíes. Términos como “enfrentamientos” y “violencia en ambos bandos” borran la realidad fundamental de la ocupación militar, la violencia de Estado y el colonialismo. A través de documentación de primera mano, la película obliga al público a enfrentarse a estas verdades incómodas, que el periodismo convencional suele diluir u omitir por completo. También pone de relieve los fallos del periodismo occidental en la información que publican sobre Palestina. La cobertura de los grandes medios suele estar dictada por alianzas geopolíticas, lo que refuerza una narrativa centrada en Israel, que minimiza o ignora el sufrimiento palestino. Los reportajes amplifican desproporcionadamente las perspectivas israelíes, retratando a los palestinos principalmente como víctimas o agresores, pero rara vez como actores políticos con capacidad de acción. La atención prestada a la “seguridad” israelí eclipsa la realidad cotidiana del robo de tierras palestinas, las demoliciones de viviendas, las incursiones militares y las ejecuciones extrajudiciales. Mientras tanto, los periodistas palestinos –los mejor situados para informar sobre su propia realidad– son habitualmente censurados, desacreditados, detenidos o incluso asesinados. En cambio, No Other Land surge como un acto de rebeldía, un desafío directo a estos prejuicios arraigados. El trabajo de Basel Adra encarna la valentía de los periodistas palestinos que arriesgan sus vidas para documentar la lucha de su pueblo. En una época en la que las redes sociales censuran el contenido palestino y los principales medios de comunicación se niegan a llamar al apartheid por su nombre, este documental es una poderosa contrafuerza que insiste en la verdad frente a la supresión sistémica. Pero el impacto de la película va más allá del periodismo. Para Yuval Abraham, codirector israelí, el proyecto también es un ajuste de cuentas. Su transformación –de periodista que informa sobre la ocupación a disidente activo que se enfrenta a la complicidad de su propia sociedad– añade una dimensión crucial a la narración. A diferencia de muchos israelíes que optan por la ignorancia voluntaria, Abraham se obliga a ver. La película no ofrece una vía de redención fácil, sino que presenta su viaje como una confrontación incómoda pero necesaria con la brutalidad del apartheid israelí. La inquebrantable crítica de la película a las políticas israelíes no ha pasado desapercibida para las instituciones políticas y mediáticas de Occidente. En Estados Unidos, donde el apoyo militar y diplomático incondicional a Israel determina la política exterior, la película se ha enfrentado a múltiples intentos de censura. Ningún estudio estadounidense ha querido programar la película, que hasta recibir el Oscar solo se había proyectado en 23 cines del país gracias a una autodistribución artesanal, ciudad a ciudad. Esto refleja un patrón más amplio de silenciamiento de las narrativas palestinas en el discurso público occidental, donde las películas, los libros y los debates académicos que cuestionan las relaciones entre Estados Unidos e Israel a menudo se enfrentan a reacciones violentas. Fotograma de No Other Land. Fotograma de No Other Land. El Oscar: ¿un cambio en la conciencia mundial? La victoria de No Other Land en los Oscars marca un momento histórico en el reconocimiento mundial de las luchas palestinas. Durante décadas, Hollywood y las principales corporaciones cinematográficas han ignorado o marginado las voces palestinas. El reconocimiento de No Other Land señala un cambio, por pequeño que sea, en la forma en que el mundo percibe la ocupación y su devastador impacto en las comunidades palestinas. Este hito no puede considerarse un galardón más, sino que tiene un profundo peso político y cultural. El éxito de No Other Land obliga al público a enfrentarse a la dura realidad del régimen militar, el colonialismo de los colonos y el apartheid de Israel. Sin embargo, sería ingenuo suponer que este reconocimiento vaya a representar una transformación completa de las actitudes occidentales hacia Palestina. La industria cinematográfica, como muchas instituciones mundiales, opera en un marco determinado por presiones políticas y económicas. Hollywood, en particular, se ha visto influido durante mucho tiempo por los grupos de presión proisraelíes y por la reticencia a presentar contenidos que desafíen los intereses de la política exterior estadounidense en la región. Aun así, el éxito de la película ha forzado conversaciones que muchos han intentado suprimir durante mucho tiempo. El alcance mundial de los Oscar ha proporcionado una plataforma que amplifica las voces palestinas en un espacio donde históricamente han sido borradas. El propio Adra lo reconoció en un artículo de opinión para la revista +972 Magazine: “Mientras el mundo ve No other land, los colonos israelíes asaltan e incendian nuestros pueblos y los soldados nos detienen, abusan de nosotros y derriban nuestras casas”. Sus palabras subrayan una verdad fundamental: el reconocimiento de la película es una victoria para la narración palestina, pero la violencia que documenta no cesa. El reconocimiento de la película es una victoria para la narración palestina, pero la violencia que documenta no cesa En Israel, las reacciones a la película han sido muy diversas. Activistas de izquierdas, grupos de derechos humanos y organizaciones contrarias a la ocupación han elogiado su descarnado retrato del apartheid y la limpieza étnica, argumentando que expone las realidades que muchos israelíes prefieren ignorar. Sin embargo, los políticos de derechas y nacionalistas han condenado de forma feroz el documental, y lo han tachado de propaganda antiisraelí. El ministro de Cultura israelí, Miki Zohar, ha sido uno de los más críticos, calificando el Oscar de “momento triste para el mundo del cine” y acusando a los realizadores de dañar la imagen internacional de Israel. Sus comentarios reflejan los esfuerzos más amplios del Estado por suprimir las narrativas palestinas. Otra cuestión ética crucial que plantea No Other Land es la siguiente: ¿cómo puede ejercerse la solidaridad sin reforzar las jerarquías existentes? Uno de los dilemas éticos más acuciantes del cine documental, especialmente en el contexto de la guerra y la ocupación, es la delgada línea que separa el testimonio del sufrimiento. La narración visual tiene el poder de humanizar y movilizar, pero también corre el riesgo de reducir las experiencias de la gente a un espectáculo. La pregunta es: ¿cómo captar el sufrimiento sin mercantilizarlo? La asociación entre Adra, activista palestino, y Abraham, periodista israelí, es especialmente significativa en este sentido. Históricamente, las voces israelíes han dominado el discurso sobre Palestina, incluso en los llamados círculos de “izquierda” o “pacifistas”. Con demasiada frecuencia, los críticos israelíes de la ocupación siguen manteniendo el privilegio de la interpretación, hablando por encima de los palestinos en lugar de junto a ellos. No Other Land desafía esta dinámica situando las voces palestinas en el centro, asegurando que la película no caiga en la trampa de la validación israelí del sufrimiento palestino. Abraham no se posiciona como salvador o mediador, sino que se enfrenta a su propia complicidad como israelí. Su papel en la película no es “dar voz” a los palestinos –porque ya la tienen–, sino reconocer las estructuras de poder que durante tanto tiempo han intentado silenciarlos. Este enfoque es esencial en cualquier debate sobre la solidaridad ética. La verdadera solidaridad no significa simplemente amplificar las voces; significa desmantelar los sistemas que han hecho necesaria la amplificación en primer lugar. La película modela una ética de la solidaridad que no se basa en la caridad o la culpa, sino en una lucha compartida por la justicia. En el fondo, No Other Land es una película sobre el testimonio. Trata de la responsabilidad de documentar, resistir y cuestionar los relatos que justifican la opresión. Obliga al público a preguntarse: ¿Puede un israelí apoyar plenamente a los palestinos sin verse implicado en las estructuras de ocupación? La película no ofrece respuestas fáciles. Nos obliga a enfrentarnos a verdades incómodas. Al hacerlo, se erige como un poderoso acto de resistencia que garantiza que las historias de Masafer Yatta –y de Palestina en su conjunto– no serán borradas. Autor > Mahmoud Mushtaha Ver más artículos @MushtahaW
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