viernes, 1 de enero de 2010

El Estado rejuvenece.

Por Bob Davis, Deborah Solomon y Jon Hilsenrath

En 2008 y 2009, Washington operó de emergencia a un paciente que llegó en un estado muy precario. En 2010, surgirá un cuadro más claro de cómo la intervención estatal transformó el rostro de la economía estadounidense.

Una vez que la recesión ceda, va a quedar totalmente claro la expansión del Estado en la economía y si, a raíz de ello, emerge un nuevo capitalismo estadounidense.

Lo que ya ha quedado de manifiesto es que el gobierno es una fuerza mucho mayor en la economía estadounidense que antes de la crisis financiera. "La frontera entre el Estado y el mercado ha cambiado", señala Daniel Yergin, cuyo libro Commanding Heights (publicado en español bajo el título Líderes y Pioneros de la Globalización) relata el ascenso del libre mercado en el mundo. "El reino del Estado se ha expandido", sostiene.

Para impedir que el derrumbe de los mercados inmobiliario y crediticio hundiera al resto de la economía, los gobiernos de los presidentes George W. Bush y Barack Obama junto con la Reserva Federal gastaron, prestaron e invirtieron más de US$2 billones (millones de millones) en una iniciativa después de otra.

Washington inyectó US$245.000 millones en casi 700 bancos y compañías de seguros, garantizó deuda bancaria por cerca de US$350.000 millones y concedió más de US$300.000 millones en préstamos de corto plazo a empresas de primera categoría. Además, rescató a dos de las tres principales automotrices del país y desembolsó miles de millones de dólares para estimular el mercado de bienes raíces comerciales y los préstamos a la pequeña empresa y de tarjetas de crédito. En dos paquetes de estímulo promulgados en febrero de 2008 y 2009 dedicó otros US$955.000 millones para reactivar la economía.

Los defensores y detractores de esta contundente intervención estatal compiten por que se imponga su interpretación de los acontecimientos de los últimos 16 meses.

Lawrence Summers, el principal asesor económico de la Casa Blanca, insiste en que fue una terapia esencial y de corto plazo, no una reinvención del capitalismo. "Nuestro gran objetivo era rescatar a una economía que estaba cerca del abismo, donde una depresión parecía una posibilidad real", señala. Según esos criterios, afirma, la intervención surtió efecto. "La clase de colapso financiero y económico que a finales del año pasado parecía muy posible, ahora parece remota", subraya. Los rescates "fueron diseñados para ser, y han sido, temporales", dice. "No hay ninguna intención de alterar el papel primordial del sector privado en nuestra economía", resalta.

Summers, en todo caso, no cree que el Estado vuelva ocupar el rol que tenía antes de la crisis. "La manera en que nuestro sistema financiero estaba operando era mucho más frágil de lo que muchos suponían. Estos eventos apuntan a cambios significativos en la forma en que regulamos la economía y las finanzas", advierte.

John Taylor, ex funcionario del Departamento del Tesoro durante la presidencia de George W. Bush y actual profesor de la Universidad de Stanford, piensa que el papel del gobierno será mucho más amplio de lo que insinúa Summers. "Aunque la emergencia puede haber pasado, todavía tenemos una mentalidad que generará intervenciones similares durante un buen tiempo", observa.

Una preocupación es que las empresas esperen ser rescatadas en la próxima crisis, lo que las animará a asumir riesgos imprudentes. "Si no regulamos adecuadamente el sistema bancario vamos a tener un crecimiento muy moderado debido al exceso de regulación u otra crisis financiera dentro de 10 o 15 años", afirma el economista de la Universidad de Harvard Kenneth Rogoff.

Si bien EE.UU. ha vuelto a crecer, el desempleo llega a 10%, un nivel muy alto, y la vitalidad de la economía una vez que el gobierno retire la adrenalina que provee el estímulo sigue siendo una incógnita.

La intervención, asimismo, ha venido acompañada de un gigantesco déficit fiscal que, en algún momento, podría hacer subir las tasas de interés y la inflación.

El Fondo Monetario Internacional estima que el déficit fiscal estadounidense llegará al 108% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2014, un alza importante frente al 62% del PIB de 2007, de no mediar medidas que son difíciles de digerir desde un punto de vista político, como alzas de impuestos o recortes de programas de beneficios.

Para muchas empresas, la presencia del gobierno se ha agigantado, afectando desde la contratación de ejecutivos hasta el futuro de concesionarios de automóviles.

Bank of America Corp. devolvió los fondos inyectados por el gobierno pero, de todos modos, buscó su asesoría sobre un paquete de remuneración antes de contratar a su nuevo presidente ejecutivo. El banco estudiaba incorporar a Robert Kelly, presidente ejecutivo de Bank of New York Mellon Corp., al que le ofrecería entre US$35 millones y US$40 millones y quería conocer la opinión de Washington. Kenneth Feinberg, el encargado del gobierno de las remuneraciones de los ejecutivos, respondió que, si de ellos dependiera, rechazarían el paquete de remuneración. Ante esta y otras señales, la junta directiva de Bank of America desistió de contratar a Kelly y optó por ascender a la presidencia ejecutiva a Brian Moynihan, que había estado trabajando para mejorar la reputación del banco en Washington.

Mientras tanto, algunas aseguradoras acusan al gobierno de distorsionar el mercado al mantener a flote a las empresas más débiles. Edmund "Ted" Kelly, presidente ejecutivo de Liberty Mutual Group, menciona el caso de Hartford Financial Group, uno de sus competidores, que obtuvo US$3.400 millones en fondos estatales luego de comprar una entidad de ahorro y transformarse en un holding bancario. Liberty Mutual, que no solicitó fondos estatales, no entiende por qué Hartford los obtuvo. "La quiebra de Hartford no le hubiera causado ningún daño a la economía", asegura Kelly. Hartford declinó referirse al tema.

La naturaleza del capitalismo post crisis en EE.UU. dependerá en buena medida de la forma en que el gobierno y el Congreso utilicen sus nuevas facultades. Al interior de Washington hay una profunda ambivalencia al respecto. ¿Debería ser un accionista agresivo o pasivo? Por el momento, el gobierno está dividido acerca de su papel como accionista y guardián del interés público.

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