Bitcoins, billetes y mercado de
esclavos
El
signo de los tiempos es discutir cual es el mejor símbolo de valor, o su mejor
almacén, porque cada vez nos cuesta más imaginar un bien que logre mantener la
riqueza. La última discusión que leí al respecto analizaba las ventajas e
inconvenientes de los bitcoins frente a la moneda
fabricada y respaldada por el Estado, y resultó que ambas se basaban en la misma
cosa: nada en absoluto.
La
ventaja de la moneda gubernamental es que el propio gobierno se compromete a
aceptártela, aunque sólo sea para que le pagues los impuestos. La ventaja del
bitcoin es precisamente que no te va a cobrar impuestos, y que usarás esa moneda
parea transacciones basadas en una seguridad jurídica garantizada por los demás,
porque tú no vas a pagar impuesto alguno.
Así
las cosas, parecía triunfar en aquel debate el
viejo patrón oro
hasta que alguien sacó a relucir la terrible realidad de que en los casos (casi
todos) en que el oro solamente se usa como depósito de valor, tenemos a la
sociedad empleando grandes cantidades de energía y creando daños
medioambientales y humanos para sacar el oro del fondo de una montaña y
depositarlo acto seguido en el sótano de un banco. ¿Hay algún acto más estúpido
¿ Puede haber un derroche mayor de energía? Pues con los bitcoins pasa
aproximadamente lo mismo, aunque el recurso empleado es electricidad,
microprocesadores y tiempo de computación.
La
respuesta, desde mi punto de vista, es precisamente la energía. Habría que
buscar una moneda que midiese de algún modo la cantidad de energía a la que
tiene derecho su portador, y como la
energía se utiliza para absolutamente todo,
la moneda podría abarcar cualquier tipo de bien o
servicio.
De
hecho, reflexionando sobre este asunto, caí en la cuenta de que en cierto modo y
manera eso era lo que hacían exactamente los antiguos al fijar los precios en el
mercado de esclavos. Dejando aparte otras posibles (y probables) preferencias de
los compradores, el precio de un esclavo reflejaba con mucha eficiencia la
cantidad de energía que se esperaba de él en balance neto, es decir, descontando
la que había que aportarle en forma de alimento y
cuidados.
Así
que con esta idea, o quizás sólo ocurrencia, me puse a buscar el precio de un
esclavo y al final he encontrado ese precio: según el economista americano Paul
Ormerod, un esclavo sano de entre veinte y treinta años valía en su momento en
el mercado de Nueva Orleans el equivalente a 210.000 dólares de hoy, una vez
aplicadas las tablas de actualización
monetaria.
Dependiendo de la edad del esclavo, así variaba también su precio, y os aseguro
que no hay gráfica más ajustada que esta sobre la esperanza de vida, porque las
demás hablan de suposiciones, pero esta habla de
dinero…
En
Roma, otro conocido mercado de esclavos, el precio de un esclavo era de promedio
unos mil quinientos denarios, precio que subió a lo largo del siglo II a. C.
hasta alcanzar los veinticuatro mil sestercios. Este dato lo cita Catón, para
que no se diga que no menciono fuentes.
Teniendo
en cuenta que se da como válido que un denario viene equivaliendo a unos 90 € de
hoy en día, un esclavo costaba en Roma alrededor de los 120.000 € de estos
momentos. Por supuesto, la actualización de la moneda desde entonces se ha hecho
un poco a ojo, basándola en precios sectoriales como el pan, el vino, o el
jornal diario por trabajar en una viña.
En
cualquier caso, aunque sepamos que las cifras son necesariamente inexactas, sí
que sirven para que nos hagamos una idea de que el que tenía un esclavo
procuraba cuidarlo mucho más que el que tenía un jornalero. Dicen que en esta
diferencia, y no en causas éticas, está la verdadera clave de la guerra civil
norteamericana, pues el Norte ardía en deseos de prohibir
la esclavitud para
poder abaratar
la mano de obra de
su industria, ya que pagaba mucho menos en salario a sus obreros de lo que los
patrones del Sur daban en especie a sus esclavos. Las guerras suelen ir de eso,
o
de espacio vital…
Existe,
además, un dato objetivo, que describe bastante bien este asunto: los esclavos
del Sur vivían, de media, nueve años más que los trabajadores libres del
Norte.
En
cualquier caso, no hace falta irse tan lejos para darse cuenta de que la gente
trata mucho mejor su propio coche que los coches de alquiler, aunque pague por
ambos.
Pero
regresando a nuestro tema, creo que el ejemplo ilustra perfectamente la
necesidad de cualquier mercado de reflejar las transacciones de energía, tanto a
nivel presente como en expectativa futura.
Y
cuando antes nos demos cuenta de ello, mejor será para todos. Quizás si la
moneda vinculase de algún modo más directo la riqueza con la energía no
caeríamos en esa enorme tontería que padecemos actualmente: creer que porque
imprimimos dólares, podemos imprimir barriles de
petróleo.
Evitar
semejante majadería ya sería suficiente.
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