viernes, 1 de enero de 2021

Identidades....

Contra el republicanismo de derechas. Un panfleto anti-indentitario. El republicanismo del siglo XXI deberá construir una gran alianza por el ‘Green New Deal’ y la fraternidad plurinacional. PorRoc Solá y Xavi Granell en 31 diciembre 2020 Proclamación de la Segunda República en Barcelona. Foto: Archivo Histórico de Barcelona. SHARETWEET0 Comentarios Hace unas semanas, aparecían los resultados de una encuesta, realizada por 40dM, en donde se preguntaba a la ciudadanía acerca de varias cuestiones fundamentales como si se debería hacer un referéndum sobre la forma del Estado o si habría que hacerse una reforma constitucional. En el momento que salieron los datos, ya se produjeron análisis interesantes. Cabe destacar, por ejemplo que: Un 71,9% de los españoles pide reformas en la Constitución. Solo un 38% votaría a favor de la monarquía en un referéndum sobre la jefatura del Estado. Incluso un porcentaje más bajo estaría en contra de realizar el mismo referéndum entre monarquía y república con un 36,1%. Más allá de los resultados, lo destacado fue que se preguntara por esas cuestiones porque, aunque no debería serlo, hace ya cinco años que el CIS no pregunta sobre la forma del Estado. No es obviamente casualidad que se dejara de hacer. En abril de 2014, la confianza que tenía la ciudadanía en la monarquía era de un 3,7. Una nota que en la selectividad no llega ni a hacer media. Finalmente, en la última consulta que se hizo en abril del año siguiente, después de la abdicación de Juan Carlos y el inicio del reinado del Rey “más preparado”, la nota era de 4,3. En abril de 2014, la confianza que tenía la ciudadanía en la monarquía era de un 3,7 En este contexto es donde se realizó esta encuesta impulsada por medios como Público, El Salto, La Marea, Nortes o Crític. En el contexto también de un verano donde el rey emérito se ha dado a la fuga después de tantos escándalos que cuesta enumerarlos —y que le supondría a Felipe VI recibir incluso silbidos en Extremadura durante una visita en verano—; en el de los gritos de “¡Viva el Rey!” por parte de los jueces del Consejo General del Poder Judicial; y, ahora hace pocos días, en el contexto de que 73 mandos del ejército hayan “mostrado su apoyo” al rey porque según ellos el Gobierno “social-comunista, apoyado por filoetarras e independentistas” amenaza “con la descomposición de la Unidad Nacional”, “en estos momentos difíciles para la Patria”. Caricatura de la I República Con este mar de deslegitimación, de polarización y, como recuerda Maria Corrales, de debilidad del Régimen del 78, se está produciendo un lento retorno de la cuestión republicana. Algunas voces leídas y escuchadas entre las izquierdas han escrito, discutido y planteado algunas cuestiones al respecto. Diego Díaz exponía algunas ideas de discusión estratégica en relación al republicanismo en un artículo en La U. Pablo Iglesias ha planteado que “sin la corona se podría encarrilar la crisis territorial y económica”. También Gabriel Rufián e Íñigo Errejón han discutido la necesidad y la estrategia republicana en una presentación reciente. Xavi Domènech afirmaba que “hacía falta una estrategia republicana conjunta”. Jon Iñarritu pedía en el congreso un referéndum sobre monarquía o república. Sólo por comentar algunos. Así, este artículo pretende ser una aportación más al debate acerca de una argumentación que ha estado presente en algunos de estas discusiones iniciales del vuelo republicano y que habrían planteado que para que el proyecto logre ser hegemónico y ariete debe conseguir que surja un republicanismo de derechas, o que figuras de derechas se pasen a las filas republicanas, como uno de sus propósitos estratégicos y muestra de su fuerza. Republicanos de derechas ayer y hoy Cabe recordar que las repúblicas en España han llegado siempre más por deméritos de la monarquía que por la potencia del republicanismo. Si miramos a la Primera República y al Sexenio democrático, este empezaría con unas elecciones municipales en 1868 —con unos resultados más antidinásticos que antimonárquicos— y la marcha al exilio de Isabel II. Posteriormente, la abdicación de Amadeo de Saboya traería casi sin previsión la República. Si dirigimos la atención al segundo intento republicano de nuestra historia, aquello que dijo Valle-Inclán que los españoles habían echado a Alfonso XIII por ladrón más que por Borbón, lo explica claramente. A veces la historia sucede sin mucha preparación, y esta parece haber sido la suerte del republicanismo en España. Aun así, siempre hubo algunos movimientos previos. Caricatura alusiva a las divisiones del republicanismo español. Un mínimo acercamiento al momento constituyente de la II República muestra cómo las reivindicaciones autonómicas de Cataluña y, en menor medida, del País Vasco y Galicia, contribuyeron a minar el régimen de la Restauración. La Segunda República encarnó así la reforma de la estructura del Estado en su conjunto. La crítica al modelo territorial y su propuesta alternativa iba a ir inseparablemente ligada a la crítica del modelo de Estado. O, dicho con otras palabras, no se podía ser federal sin ser republicano. Esto era así en lo que representaba la monarquía en España. No se habría tratado tanto de una crítica a la forma monárquica en abstracto —que también— sino a todo un sistema de poder que iba mucho más allá del no reconocimiento de las nacionalidades periféricas, y que era caciquismo y propiedad de la tierra oligarquizada, era entreguismo de la educación a la Iglesia Católica y era un sangrante peso del poder militar. Es por este motivo que, si la crítica era integral, el proyecto transformador debía encontrar un horizonte que sintetizara esa propuesta también de conjunto. Posiblemente, también por eso el pacto que devendría fundante de la República, el Pacto de San Sebastián, sería algo realmente amplio. Por poner un ejemplo claro, hay que recordar que allí se encontraron los independentistas de Estat Català con los radicales de Alejandro Lerroux, que años antes habían hostigado al catalanismo como el que más. Integrantes del Pacto de San Sebastián. Como dice Xavier Domènech en una entrevista reciente, en España “surgió un republicanismo de derechas, pero hacia el final, es decir, cuando ya había descomposición del sistema”. Durante la dictadura de Primo de Rivera, en Cataluña, a gran diferencia de España, los liberales catalanistas se hicieron republicanos y los republicanos se hicieron catalanistas. Esto se entiende por un motivo muy concreto: el Régimen dictatorial había perseguido no sólo a republicanos y catalanistas, sino que además reprimió casi cualquier signo de catalanidad. Este hecho sorprendería a la derecha catalana, que defendía volver al sistema constitucional de la Restauración porque creía que la República sería la revolución social. La amargura de Cambó sería evidente al descubrir que la reivindicación de la autonomía de Catalunya iba a ser posible solo bajo la República. Fue esa contradicción de la derecha catalanista con sus intereses de clases la que posibilitó que las izquierdas republicanas y catalanistas tomaran el liderazgo del movimiento nacional catalán. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y Francesc Maciá, president de la Generalitat, en 1931. Hay otra experiencia interesante que demasiadas veces se olvida, como es el caso del blasquismo en Valencia (ciudad y en menor medida provincia): un movimiento abiertamente anticlerical y con una fuerte implantación en las clases populares —con evidentes conexiones con el republicanismo radical de Lerroux o Clara Campoamor—, que perdió su amplia base social cuando, por una parte, dejó de dar respuesta a las demandas populares —con un inusitado giro a la derecha— y, por otra, el escenario político se disputaba entre el Frente Popular y la alternativa antirrepublicana (en este caso, la Derecha Regional Valenciana). Este ejemplo pone de manifiesto dos cuestiones fundamentales: (1) el giro a la derecha de Lerroux le hizo perder su base social al radicalismo —esto en la trayectoria de Vicent Marco Miranda, alcalde de Valencia, es paradigmático—; y (2) el Frente Popular y la vuelta de las izquierdas al gobierno fue posible en una asunción del regionalismo —en sus distintas intensidades— como una identidad patrimonio de las izquierdas a partir del octubre del 1934. Manuel Portela Valladares, fundador del Partido de Centro Democrático en 1936. En nuestra experiencia republicana más reciente, vemos como la fuerza del republicanismo no consistió en la existencia de un republicanismo de derechas, sino en la inclusión de algunos republicanos conservadores, la Derecha Liberal Republicana de Zamora y Maura, por ejemplo, en el nuevo modelo de Estado, de distribución de la propiedad y de organización territorial. Dicho modelo debía dar respuesta a las grandes problemáticas o nudos del momento: la cuestión social (propiedad de la tierra), reforma del poder eclesiástico (educación pública), organización territorial (autodeterminación) y la cuestión del Ejército. Salvando las distancias, podríamos decir que se trataba de una situación que debía ir hacia algo así como un Espíritu del 45 o el consenso del New Deal avant la lettre: grandes pactos y amplias alianzas sociopolíticas para empujar transformaciones estructurales de una profundidad extraordinaria. De hecho, es interesante recordar que después de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de gobiernos europeos conservadores aplicaron programas fuertemente redistributivos. Alejandro Lerroux en un mitin en la Monumental de Madrid en 1932. Por un republicanismo anti-identitario Si volvemos al presente y al porvenir, tiene razón Diego Díaz cuando escribe que “un republicanismo que realmente quiera ser de masas debe esforzarse en hablar un lenguaje comprensible para amplios y heterogéneos públicos”. Además, como decía Manuel Delgado, “no tiene interés que yo sea republicano o no, lo que sí que tengo claro es lo que representa la monarquía en España, y nada más”. Así, es muy evidente con el discurso del 3 de octubre de 2017 —que luego se supo que ni el PSOE ni el PP quería que fuera ese— es imposible de construir un modelo territorial que reconozca la soberanía de las distintas naciones “periféricas”. Al fin y al cabo, ya decía Pi Margall que “una república centralista no sería otra cosa que una monarquía con gorro frigio”. Tenemos pocas dudas de que solo será un republicanismo plural, que apueste por construir alianzas amplias y un Green New Deal el que pueda avanzar hacia un horizonte de esperanza que identifique la República con ideas como la igualdad social, la libertad democrática y la fraternidad plurinacional. De este modo, sólo se podrá acometer la edificación de un espacio político que vaya mucho más allá del politicismo imperante construyendo un campo social a base de espacios de encuentro, clubes de discusión, grupos de lectura, cursos de formación, podcasts de difusión, revistas, proyectos de memoria, plataformas artísticas y foros de debate que permitan enmarcar y producir debates fundamentales de nuestro tiempo: ¿Qué modelo económico queremos para la post-pandemia? ¿Cómo hacemos la transición ecológica de un modo justo? ¿Cómo abordamos la crisis de la vivienda? ¿Qué tipo de construcción nacional queremos y qué relaciones en el seno de la UE? Finalmente, si las izquierdas quieren tener un proyecto político orgánico y que por eso trascienda los diferentes partidos y los liderazgos e incluso pueda vivir y retroalimentarse en las distintas realidades nacionales de la península, sólo se podrá hacer dentro de una larga y fértil tradición que, por mucho que los distintos regímenes monárquicos —centralistas y capitalistas— han tratado de eclipsar, o por mucho que se empeñe en decir que el republicanismo sería un nuevo procesismo, siempre ha vuelto a resurgir como un viejo topo ibérico.

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