sábado, 4 de septiembre de 2021

Intelectuales emergentes....

“La capacidad negociadora de Yolanda Díaz es extraordinaria, pero no se le puede pedir que haga magia” César Rendueles participará en la II Universidá Popular Asturiana de Podemos Asturies, en la mesa titulada ‘Estrategias para ganar un país y recuperar tiempo de vida’, junto con Nuria Alabao y Julia Cámara. Por Christian Ferreiro 3 septiembre 2021 Christian Ferreiro Graduado en filosofía por la Universidad de Oviedo/Uviéu. Inculto cinematográfico en tratamiento. Esperando ser docente de secundaria en un futuro no muy lejano. César Rendueles (Girona, 1975) es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Ha editado textos de autores clásicos, como Karl Marx, Walter Benjamin o Karl Polanyi, además de dirigir proyectos culturales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. En 2013, publicó su primer ensayo, Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital (Capitán Swing, 2013), con el que ganó el premio al Mejor Ensayo del Año por El País. Más tarde, publicó Capitalismo canalla.Una historia personal del capitalismo a través de la literatura(Seix Barral, 2015), donde reconstruye la historia del capitalismo a través de la lectura de obras canónicas de la literatura, y En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico (Los Libros de la Catarata, 2016), en el que muestra el método de la concepción materialista de la historia integrando las aportaciones que se han hecho en los últimos años desde las ciencias sociales. Además, ha publicado junto a Joan Subirats Los (bienes) comunes. ¿Oportunidad o espejismo?(Icaria Editorial, 2016), en el que ambos autores reflexionan sobre los derechos y los deberes de la gestión común de lo público. Recientemente, ha publicado Contra la igualdad de oportunidades. Un panfleto igualitarista (Seix Barral, 2020), donde explora las posibles vías de una propuesta igualitarista profunda como alternativa a la crisis del paradigma neoliberal. Aprovechado su participación en la II Universidá Popular Asturiana de Podemos Asturies, donde compartirá mesa con Nuria Alabao y Julia Cámara, titulada ‘Estrategias para ganar un país y recuperar tiempo de vida’, hemos querido charlar con él sobre diversas cuestiones actuales. Vas a participar en la II Universidá Popular Asturiana de Podemos Asturies, en la mesa ‘Estrategias para ganar un país y recuperar tiempo de vida’, junto con Nuria Alabao y Julia Cámara. ¿Crees que las izquierdas españolas están en condiciones de ofrecer un proyecto amplio de país? ¿Qué opinas de los nuevos liderazgos de Ione Belarra y Yolanda Díaz? Es una pregunta muy complicada porque, la verdad, no tengo muy claro qué significa “estar en condiciones”. Los procesos de cambio político responden a una combinación extraña de ingeniería, astucia colectiva y suerte, mucha suerte. Creo que solemos dar demasiada importancia a los programas y estrategias y menospreciamos el efecto del azar y del contexto en las dinámicas políticas. En todo caso, me parece que estamos viviendo un momento político un tanto desconcertante. Me refiero a que, por un lado, por primera vez en la historia reciente de este país hay fuerzas políticas a la izquierda del PSOE que participan del Gobierno. Es algo realmente insólito que hace no mucho parecía ciencia ficción en un país cuya columna vertebral política era el bipartidismo. Es fácil infravalorar la importancia del gobierno de coalición porque está a años luz de lo que a muchos nos gustaría. Aún así, me parece que está produciendo algunos cambios significativos. Como mínimo, está normalizando nuevas formas de hacer política y de estar en las instituciones. Por otro lado, esa participación en el gobierno se da en un momento de inmensa debilidad de los movimientos sociales y de desmovilización ciudadana. Por supuesto, no es algo casual: la presencia de las fuerzas del cambio en el gobierno sólo ha sido aceptable en su momento de bajamar. Pero, aun así, resulta desconcertante. Tenemos compañeros de viaje a cargo de ministerios pero no tenemos la capacidad de movilización para acompañarles, presionarles y defender las políticas transformadoras que esperamos que pongan en marcha. En ese sentido, aunque tengo muy buena opinión de Ione Belarra y, sobre todo, Yolanda Díaz, creo que los liderazgos, por virtuosos que sean, difícilmente pueden impulsar cambios de gran calado si no van acompañados de dinámicas complejas de movilización social. Es algo, por cierto, que la derecha siempre ha manejado a la perfección, pero mucho más en los últimos tiempos. Sin una masa social que exija a los partidos y a sus líderes que desarrollen una agenda ambiciosa y que defienda ese programa de los ataques de los medios de comunicación o de los poderes económicos las políticas de cambio quedan abandonadas a la habilidad legislativa y negociadora de algunas personas. La capacidad de Yolanda Díaz en ese terreno es extraordinaria pero lo que no se le puede pedir es que haga magia. Es algo que deberíamos aprendido de estos en estos últimos, sobre todo tras la experiencia, en parte fallida, del municipalismo. Foto: Tania González Recientemente, se ha visto un aumento de las posiciones más reaccionarias, tanto a izquierda como a derecha, al menos en ciertos sectores sociales. Incluso tú mismo has hablado de algo así como “un 15M facha”. ¿Cómo valoras este auge? Sí, bueno, yo creo que a veces hay cierto catastrofismo en el modo en que interpretamos ese proceso de movilización de las derechas. Lo que estamos viviendo es un proceso de normalización de España respecto al contexto europeo e internacional. En buena parte del mundo la derecha radical es una fuerza política creativa y muy movilizada desde hace años. Lo que era excepcional era la ausencia en España de esos movimientos. Eso no significa que no deba preocuparnos la movilización de la derecha radical –al revés, sabemos hacia dónde nos conduce y es aterrador– pero es importante contextualizarla. Para mí lo realmente alarmante es la desmovilización de la izquierda. Creo que no se veía nada parecido desde los años noventa. Con la excepción de la oleada feminista el panorama es devastador. Piensa lo siguiente: un joven activista de veinte años es muy probable que nunca haya tenido la oportunidad de participar en una gran manifestación de decenas de miles de personas salvo, tal vez, las marchas del 8M. Ese tipo de manifestaciones rara vez consiguen sus objetivos inmediatos pero el verte acompañado de una inmensa multitud era una experiencia básica en la educación política de cualquier activista. Que hoy esa experiencia haya desaparecido no creo que sea baladí. En tu último libro, Contra la igualdad de oportunidades, tratas la cuestión de la participación ciudadana y el asociacionismo, y hablas de la idea de “habitus” de Bourdieu para referirte al modo en que la democracia se incrusta en la vida cotidiana. A pesar de las bajas tasas de asociacionismo en España respecto de la media europea (29% frente a 42’5%), ¿en qué estado ves la participación ciudadana, sobre todo a partir del ciclo político del 15M, las mareas, el movimiento feminista, etc.? ¿Qué mecanismos de participación política crees que tienen más futuro? Me parece que a veces caemos en cierto dogmatismo a la hora de establecer qué tipo de asociacionismo es el correcto, en el sentido de más importante o con más recorrido. A mí el tipo de asociacionismo que me parece más adecuado es el que funcione. La participación sirve, como decías, para que la democracia sea no sólo un método de gobierno sino una forma de vida. El asociacionismo es fundamental en ese sentido porque suele dar lugar a núcleos de sociabilidad democrática. Además, al final, cuando van bien las asociaciones son muy polivalentes. Las asociaciones de vecinos pueden tener una actividad ecologista muy intensa o servir de pasarela a prácticas sindicales. Los clubes de futbol cooperativo pueden desarrollar un trabajo feminista muy eficaz… Me parece importante no ponernos anteojeras y atrevernos a experimentar con espacios sociales inesperados o aparentemente hostiles al activismo. Foto: Tania González Has dicho que tu libro va dirigido más bien a gente a tu derecha política. ¿Qué posibilidades de convencimiento tiene un programa igualitarista a día de hoy sobre ese sector de la población (izquierda moderada, derecha moderada, etc.) en España? ¿Qué opinas de que Pedro Sánchez dijera en XLSemanal que “tenía en sus manos ahora mismo” tu último ensayo? Respecto a Pedro Sánchez: le estoy exactamente igual de agradecido que a cualquier otro lector. No tengo mucho más que añadir. Los libros tienen vida propia y los autores no tienen mayor responsabilidad en el uso que hagan los lectores de lo que han escrito. Respecto a lo primero, creo que hay más posibilidades de convertir el igualitarismo en un programa transversal de lo que a veces pensamos. De hecho, es algo que ya ha ocurrido en un pasado no tan remoto, cuando valores que desde la perspectiva actual parecen radicalmente igualitaristas formaban parte del sentido común político, tanto de la izquierda como de la de la derecha. Creo que, en los últimos diez años, desde la recesión del 2008, existe una preocupación creciente por la desigualdad y, más recientemente, hay una desconfianza creciente hacia los valores meritocráticos. El resultado no tiene por que ser un cambio social igualitarista pero me parece que, como se decía antes, la ventana de oportunidad existe y deberíamos explorarla. Es importante no cerrarse a la posibilidad de diálogo con gente que es o se percibe a sí misma como conservadora, porque creo que es posible que participen de un proyecto igualitarista. Evidentemente hay muchísima gente de derechas que odia la igualdad y son elitistas convencidos, pero a otros sencillamente les preocupa en qué medida el programa igualitarista es compatible con la responsabilidad y las obligaciones colectivas. Les preocupa la existencia de gorrones o que nadie realice adecuadamente tareas socialmente importantes. Esa es una preocupación muy legítima que deberíamos tener en cuenta. El igualitarismo es un discurso que tiene que ver con las obligaciones tanto o más que con los derechos. La responsabilidad social no es patrimonio de las ideologías que apuestan por la antropología negativa, la competencia extrema y la hipervigilancia. Por otro lado, incluso quienes desconfían de las políticas igualitaristas que no reconocen el esfuerzo y consideran que se debe premiar el mérito, rara vez les parecen razonables las desigualdades extremas que existen hoy. Tal vez piensen que un directivo de una empresa debe ganar más que el empleado medio, pero no les parece aceptable que ganen 450 veces más que el empleado medio, como ocurre en algunas empresas del IBEX35. Cuando les preguntas por la magnitud de la desigualdad, muchas personas conservadoras que creen que las desigualdades son imprescindibles en una sociedad compleja matizan sus respuestas. La cuestión es que incluso esa desigualdad mitigada parece hoy un experimento bolchevique porque no hay mecanismos políticos para impulsarla. Uno de los problemas estructurales que se deberían abordar es el de la reforma fiscal a las grandes empresas, tanto nacionales como internacionales. Has comentado en alguna ocasión que la Unión Europea, a pesar de todos sus defectos, dispone de una institucionalidad que habría que aprovechar en ese sentido. ¿Crees posible, al menos en el medio plazo, iniciar procesos de alianzas políticas supraestatales desde posiciones progresistas? Sí, cuando digo esto hay gente que me mira como si estuviese completamente loco. Porque, efectivamente, la Unión Europea es hoy una institución aberrante. Ha sido la punta de lanza del neoliberalismo en Europa y lo ha sido de forma muy eficaz. La Comisión Europea está increíblemente ideologizada, está compuesta por auténticos fanáticos del libre mercado disfrazados de burócratas asépticos. Y el Banco Central Europeo ha sido responsable de un golpe de estado de baja intensidad en Grecia. Esa es la Unión Europea realmente existente. Dicho esto, pienso que, si es muy difícil resignificar las instituciones internacionales, darles un contenido y un sentido diferente, aún más difícil es crear esas instituciones desde cero. A pesar de todos sus problemas y defectos la Unión Europea tiene la ventaja de que, como mínimo, es una carcasa burocrática, jurídica y administrativa ya implantada y con un amplio recorrido. Desestimar ese capital burocrático como si fuera irrecuperable me parece un error. Ya que ha causado tanto sufrimiento, por lo menos que no haya sido en balde. Foto: Tania González En tu libro, citas al Financial Times, en un editorial del 3 de abril de 2020, en pleno confinamiento. Allí se habla del nuevo papel del Estado en la economía, de redistribución y otras medidas inimaginables en ese periódico unos meses antes. Así, queda constancia de manera definitiva de que el neoliberalismo es un paradigma agotado. ¿Hacia qué paradigmas crees que nos dirigiremos? ¿Podría darse un acercamiento de la economía a las ciencias sociales, es decir, entendiéndola como praxiología, como has comentado en algunos textos? Se me da fatal predecir el futuro, pero tengo razonablemente claro que las élites globales dan por muerto el paradigma económico que ha dominado en los últimos 30 o 40 años y estamos asistiendo a distintos experimentos socioeconómicos que buscan una alternativa que permita a esas élites preservar su poder. Creo que una posibilidad que está ganando fuerza es algo así como una especie de neocorporativismo posneoliberal –la expresión es horrible, pero creo que se entiende– que asume abiertamente y con un enorme cinismo todos los abusos de poder y privilegios que antes quedaban ocultos tras todos los discursos acerca de la competencia y del libre mercado. Cada vez vemos más intervenciones muy agresivas del Estado dirigidas a beneficiar a un puñado de grandes empresas de forma abierta y descarnada. Se defiende esas intervenciones no con un discurso esperanzador, que promete alguna clase de bienestar común a través de la globalización, sino como mal menor frente a la catástrofe: la recesión, una pandemia… Alguna gente plantea que esto no supone ninguna diferencia respecto al neoliberalismo pues los estados siempre han sido agentes cruciales en los procesos de privatización. Es cierto, pero me parece que el cambio discursivo es importante porque se legitiman opciones autoritarias con mucha más naturalidad. Tal vez en términos económicos no sea un cambio tan importante, pero pienso que política y socialmente sí lo es. Está siendo un proceso tan agresivo que nos lleva a olvidar que estamos en un momento histórico que también debería ser propicio para defender políticas económicas distintas, emancipadoras e igualitarias. A eso apunta ese editorial tan pasado de rosca del Financial Times La desconfianza en el mercado, el capitalismo y la meritocracia es mucho mayor hoy que en cualquier otro momento de nuestra historia reciente. Está en nuestra mano convertir esa insatisfacción en una fuerza democratizadora. También has estudiado las posibles interrelaciones entre los estudios de ciencias sociales y la biología dentro de una propuesta igualitarista. La tradición emancipadora ha tendido siempre a acercarse al constructivismo y a alejarse del naturalismo. Pero parece que el problema de la naturaleza humana se ha reabierto con la crisis ecosocial. ¿Crees que un nuevo modelo de vida buena debe incorporar una reflexión sobre la naturaleza humana? Sí… pero con prudencia. Uno de los problemas del constructivismo extremo que ha dominado entre la izquierda durante décadas es que ha permitido a la derecha monopolizar el naturalismo y vincularlo con posiciones políticas reaccionarias. Así que cuando desde la izquierda se intenta recuperar ese espacio discursivo sensible a nuestras características como animales convivientes con otros seres vivos tendemos a dejarnos arrastrar por ese sustrato reaccionario. Es lo que hemos visto precisamente en algunas horribles discusiones recientes dentro del feminismo sobre la diferencia entre género, sexo, etc. ¿Es posible un naturalismo emancipador? Yo creo que sí. Hay buenos ejemplos ya desde el siglo XIX y pienso que el ecologismo contemporáneo está desarrollando esa posibilidad con sensatez e inteligencia política. Porque de lo que estoy convencido es que es imposible afrontar los descomunales desafíos de la crisis ecosocial desde posiciones estrictamente constructivistas, sin una cierta sensibilidad hacia nuestra constitución como animales herederos de larguísimos procesos evolutivos y frágilmente insertos en ecosistemas compartidos con millones de otros seres vivos.

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