Manuel Valls y François Hollande, los últimos gobernantes del Partido Socialista francés, antes de su debacle
Manuel Valls y François Hollande, los últimos gobernantes del Partido Socialista francés, antes de su debacle LUIS GRAÑENA A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! La debilidad de la izquierda en el mundo desarrollado es muy llamativa. Si examinamos los países de Europa occidental, en estos momentos sólo hay gobiernos progresistas en España, Dinamarca, Finlandia, Portugal y Suecia. Quizá en Alemania haya alternancia en unas semanas, quién sabe. ¿Recuerdan cuando los socialdemócratas gobernaban en la mayoría de los países europeos? Los partidos socialdemócratas llevan en crisis muchos años, con pérdidas electorales que a veces llegan al 50 por ciento de los votos que tenían hace un par de décadas. El Partido Socialista francés está prácticamente desaparecido. El PASOK no sobrevivió a la crisis griega. El Partido Laborista holandés ha bajado del diez por ciento del voto. Partidos que antes superaban cómodamente el 30 por ciento del voto ahora están diez o quince puntos por debajo. A la izquierda de la socialdemocracia han surgido, o se han reforzado, algunas fuerzas políticas radicales, pero no tienen el impulso suficiente para reemplazar a los partidos moderados de izquierda: ahí están Podemos en España, la Francia Insumisa, el Bloco portugués. La gran excepción ha estado en Grecia, donde, en 2015, por primera vez en la historia europea, ganó las elecciones y llegó al poder un partido a la izquierda de la socialdemocracia, Syriza. La cosa no acabó bien. Aquel gobierno fue humillado por la Troika y decidió no seguir el mandato popular expresado en el referéndum, el rechazo de las condiciones anexas al enésimo rescate. Syriza pasó a la oposición en 2019. Por su parte, los partidos verdes llevan en la brega un buen tiempo, pero no acaban de despegar, ni siquiera en los países con mayor conciencia ecológica. El caso británico es especialmente interesante, pues el histórico Partido Laborista pierde las elecciones desde 2010, ya sea con candidatos moderados (como Gordon Brown y Ed Miliband) o radicales (Jeremy Corbyn). Con la experiencia acumulada, resulta difícil afirmar que el problema estribe en que la socialdemocracia se ha vendido a las fuerzas de las finanzas y la globalización o que se ha vuelto demasiado radical; los conservadores se han impuesto a laboristas de toda condición, moderados y extremos. En España, me parece, no se debate demasiado sobre la debilidad de la izquierda. El hecho de que tengamos, por primera vez en nuestra reciente historia democrática, una coalición de izquierdas en el poder, difumina la sensación de crisis. Sin embargo, la situación no es demasiado halagüeña: el PSOE, según indican las encuestas, no consigue volver a los niveles de apoyo de su época dorada, y Podemos muestra una clara tendencia descendente con respecto al excepcional 20 por ciento de voto que obtuvo en las elecciones de diciembre de 2015. Como Pablo Iglesias recordaba hace unos días en su artículo de CTXT, ya no cabe descartar la posibilidad de que en los próximos comicios el PP y Vox alcancen conjuntamente una mayoría absoluta en el Congreso. Esta debilidad de la izquierda, ¿es consecuencia de un reflujo coyuntural o es síntoma más bien de una crisis duradera? Para responder a esta pregunta, resulta necesario examinar la tendencia general de al menos los últimos veinte años. Así, he analizado los resultados electorales a lo largo del presente siglo en quince países de Europa occidental (Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Noruega, Portugal, Suecia y Reino Unido). Antes de llegar al resultado principal, me gustaría mostrar la evolución de los partidos socialdemócratas en el largo plazo, a lo largo de 70 años de historia (1950-2020). He utilizado este gráfico en otros artículos o trabajos. A pesar de ello, creo que es importante reproducirlo de nuevo, pues nos da una visión global de un periodo muy extenso. Gráfico 1. La evolución del voto a partidos socialdemócratas en 15 países de Europa occidental (1950-2020) Se observa una larga fase de estabilidad en las décadas de los cincuenta y sesenta, con una caída bien visible en la crisis de los primeros años setenta. Esta crisis, sin embargo, la supera la socialdemocracia y, gracias a los éxitos electorales en el sur de Europa, regresa a valores cercanos al 35 por ciento en los primeros ochentas. A partir de entonces se observa una ligera caída, que se agudiza ya entrado el siglo XXI. Da la impresión de que la crisis económica de 2008 aceleró un proceso de decrecimiento que se había iniciado anteriormente. En estos últimos años, los datos indican que se ha frenado la caída y se ha estabilizado el apoyo medio en torno al 20 por ciento, lo que significa una pérdida de 4 de cada 10 votantes con respecto al momento de esplendor de comienzos de los ochenta. Si en el futuro habrá cierta recuperación o continuará bajando el apoyo es algo incierto en estos momentos. En el gráfico 2 se representa la evolución de las izquierdas (la socialdemócrata, la radical y la verde) durante las dos primeras décadas del siglo. Puede apreciarse claramente que la pérdida de apoyo de los partidos socialdemócratas no se compensa con el crecimiento de la izquierda radical y los partidos verdes. Frente a una pérdida de 12 puntos en la socialdemocracia, la izquierda radical sólo avanza 3,1 puntos y los verdes, por su parte, 1,7. Por tanto, entre 2000 y 2020 se registra una pérdida neta de seis puntos porcentuales en el conjunto de las izquierdas, pasando del 41,5 por ciento en 2000 al 35,7 en 2020. Gráfico 2. La evolución de las izquierdas en el siglo XXI En España las cosas no son muy distintas. Las izquierdas en su conjunto obtuvieron el 47,7 por ciento del voto en 2008 y el 40,9 en las elecciones de noviembre de 2019. Esta comparación deja fuera a los partidos de izquierdas que sólo se presentan en parte del territorio español (como Esquerra Republicana de Catalunya, Bildu o el Bloque Nacionalista Galego). La comparación entre los 15 países europeos se limita a los partidos que obtienen al menos un tres por ciento del voto. En nuestro país, una parte considerable del voto progresista a los partidos nacionales de izquierda (PSOE, IU, Podemos) se ha ido a los partidos nacionalistas de izquierda. Todo indica, pues, que las izquierdas no han sido capaces de capitalizar de forma duradera el descontento generado por la crisis de 2008 y las políticas de austeridad que le siguieron. Paradójicamente, el aumento de la desigualdad en los países desarrollados ha supuesto un debilitamiento de la izquierda. Al tratarse de un análisis de dos décadas que combina resultados de partidos muy diversos en quince países, la tendencia decreciente no puede atribuirse a los “sospechosos habituales”, es decir, la línea ideológica seguida o el modelo organizativo del partido y su relación con la sociedad. Por un lado, los datos muestran que la mayoría de los descontentos con la socialdemocracia no se han ido a la izquierda radical: nada hace pensar que estuvieran demandando una política más de izquierdas. Por otro lado, la tendencia se da a pesar de que en los cálculos se han agregado partidos con funcionamiento interno muy distinto (unos tienen primarias y otros no, unos tienen buena relación con los sindicatos y otros no, etcétera). Parece, por tanto, que debemos mirar más allá de la ideología y la organización. La concentración de poder (económico, mediático y cultural) en unas pocas manos, favorecida por el capitalismo financiero globalizado, quizá explique por qué las izquierdas lo tienen tan difícil. El tablero de juego, por así decirlo, está inclinado. Pero eso es materia para otro artículo y, con suerte, para un debate más general sobre lo que está sucediendo con las fuerzas progresistas en las sociedades occidentales. AUTOR > Ignacio Sánchez-Cuenca Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019). VER MÁS ARTÍCULOS
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