El gasoducto Midcat en construcción.
El gasoducto Midcat en construcción. A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Seguramente algunas personas que hayan pinchado en el enlace que les ha llevado a este artículo lo hayan hecho con una sensación de incredulidad. De que el titular elegido es una exageración, una hipérbole. Ojalá algunas de ellas, al acabar de leer, puedan ponerse a desmentir lo que aquí contamos. Nada nos haría más felices que estar errados. Pero va a ser que no. Empecemos por el final, con el titular clarificador que debería hacer saltar todas las alarmas: Europa acuerda aprovechar el potencial energético de la Península Ibérica. Sobre todo debería asustar porque es evidente que Europa se está metiendo en un buen lío con las sanciones a Rusia. La propia Ursula von der Leyen declaraba recientemente –atentos al salto mortal con doble tirabuzón–: “Necesitamos comprar más petróleo ruso para que Putin no saque más beneficios en otro lugar”. Ni Marx (Groucho) hubiera explicado mejor el funcionamiento del sistema. Pero el esperpento no comenzó ahí: retrocedamos un poco en la línea temporal de este universo delirante, justo a cuando hace unas dos semanas se lanzó el plan REPowerEU, ese nuevo paquete de medidas energéticas de la Comisión Europea para –según ellos mismos– “poner fin a la dependencia de la UE con respecto a los combustibles fósiles rusos”. Algo ha salido mal, aparentemente, y en poco tiempo. O alguien ha hecho cálculos de una vez. Entre las medidas del plan se incluye una reducción coordinada de la demanda, pero también una “solidaridad” obligada: si países dependientes del gas ruso, como Alemania o Austria, ven cortado su suministro por Putin y, por ende, tienen que cortarle el gas a su población o a su industria, los países menos dependientes del gas ruso, como España, se verán obligados a reducir su demanda “sobre la base del principio de solidaridad”, o dicho de otro modo y sin eufemismos: racionar y entregar el tributo a Europa. No tuvimos un reparto de la riqueza, pero sí tendremos un reparto –desigual– de la escasez No tuvimos un reparto de la riqueza, pero sí tendremos un reparto –desigual– de la escasez. Y, atención, no es solo del gas de lo que hablamos aquí: también del diésel, del cual la Agencia Internacional de la Energía avisa que escaseará en Europa este mismo verano. Que viene una crisis energética peor que la de los setenta. Un organismo conservador, que ha estado maquillando la cruda realidad para no asustar demasiado, da la alarma. Temblemos. Prosigamos con otro ejemplo de locura organizada: en una muestra de planificación sin fisuras, de ingenio y talento sin parangón, una de las ideas que se les han ocurrido a la Asociación de Agencias de Viajes de Alemania es enviar a España a parte de sus jubilados a pasar el invierno. “Vete a España, Günter”. Que si eso, el gas lo consumáis allí, que os damos 500 euros de bono para pasar el invierno en las islas o en Marina D’Or. La medida ha hecho saltar de alegría a algunos sectores patrios, pero no ha hecho tanta gracia en Alemania, que hace cálculos de las pérdidas en consumo interno. Aunque hay una improvisación y un caos evidentes, si volvemos más atrás, a hace dos meses, cuando quizá aun se pensaba que esto sería más fácil, en un encuentro con Pedro Sánchez la propia Ursula von der Leyen ya dejaba entrever que todo este despropósito formaba parte del plan inicial de respuesta al nuevo contexto tras la primera guerra de la Era del Descenso Energético: “España puede tener y tendrá un papel importante en el suministro energético de Europa, y por eso debemos trabajar en las interconexiones”. Gracias a tener más plantas de regasificación que nadie en Europa –el 35% de la capacidad europea entre Barcelona, Sagunto, Cartagena, Huelva, Ferrol, Bilbao (y Gijón, que ha estado tiempo hibernada)– España podría enfrentar una hipotética situación extrema con mejores perspectivas que otros países más dependientes de Rusia. En este sentido, la posición negociadora de España parece de fuerza, y lo es, relativamente. Probablemente esta posición de fuerza –aunque temporal– ha sido útil a la hora de negociar el tope del gas –también temporal– que se ha pactado con Europa. Pero ahora vayamos a las interconexiones –esas que se pretende que pague Europa, ya que España ya pagó las plantas de regasificación que ahora son tan útiles para la Unión–, y a la letra pequeña de las mismas. Comencemos por el Midcat. Ese gasoducto que nos tendría que conectar a la red gasística del sudeste francés y del cual hablan tanto los medios, los empresarios y los políticos. Un proyecto que, cuando debía servir para garantizar que llegase gas a España (desde Europa), se dijo que no era rentable; pero que ahora que España está bien abastecida y falta gas en Europa se considera un proyecto crucial. Y aquí todos frotándose las manos. Pero, ¿de dónde saldrá ese gas que desembarcará en España y a través de ella inundará Europa para compensar la dependencia del gas ruso? El año pasado, la UE recibió 175.000 millones de metros cúbicos (Mmc) de gas ruso. Por vía marítima las posibilidades son limitadas: solo un puñado de países pueden producir gas natural licuado. Y las cuentas no salen: EE.UU. puede aportar unos 50.000 Mmc, pero por tiempo limitado ya que sus pozos de fracking se están acabando y hay quien anticipa un shock de precios del gas este mismo año en territorio estadounidense. Tampoco los 60.000 Mmc que se espera que pueda exportar Qatar este año bastarían, ya que una buena parte ya está comprometida por contrato con otros países. Y todo eso asumiendo que España pudiera dar paso al trasiego de buques metaneros que se precisaría. Por vía terrestre las opciones son todavía peores: o hablamos de gasoductos controlados por Rusia o hablamos de Argelia. Pero la producción de gas de Argelia está prácticamente estancada desde el año 2000 y encima su consumo interno se está disparando desde 2010, con lo que sus exportaciones caen vertiginosamente (de 57.000 Mmc en 2010 a 39.000 Mmc en 2020). A Argelia le ha venido muy bien la reciente conflictividad política, primero con Marruecos y luego con España, para ir reduciendo sus exportaciones a estos países y que parezca algo decidido, no impuesto por la dura realidad geológica del agotamiento de los recursos. ¿Tendrá que ver la impotencia gasística argelina con el sorprendente giro político de España en el conflicto del Sáhara Occidental? En política nada ocurre por casualidad, dicen. Aunque no sea cierto, lo que sí es cierto es que un cúmulo de casualidades tan convenientes con la Ley de rendimientos decrecientes ya sí que no cuela. Entonces, ¿de dónde vendrá, si no, ese gas que a Europa le falta desesperadamente? Algunos dicen que de Nigeria, un país enorme, rico en recursos pero con su enorme población (200 millones) sumida en la pobreza. El gas que los nigerianos no consumen deberá circular a través de un gasoducto que, para evitar países conflictivos, dará una sorprendente vuelta de miles de kilómetros por la costa occidental africana. Más kilómetros igual a más estaciones de control y de bombeo, más mantenimiento, más gasto. ¿Será Nigeria un suministrador fiable? Un país exportador de petróleo que ya tiene problemas de queroseno para sus vuelos domésticos, un país desangrado por eternas guerras y por el control de los recursos. Otro plan perfecto. En realidad, no hay una solución a corto plazo al problema del gas ruso, pero eso en Europa ya lo saben En realidad, no hay una solución a corto plazo al problema del gas ruso, pero eso en Europa ya lo saben. Y cuando apuestan por el Midcat y por las infraestructuras gasísticas españolas, están pensando a más largo plazo. Están pensando en el hidrógeno verde, el gas combustible que deberá sustituir al gas natural. Y ojo que aquí el aroma colonial empieza a atufar. De nuevo, los medios, empresarios y políticos saludan al hidrógeno verde como la gran solución, el gran futuro de la energía, la gran tecnología salvífica. Nada más lejos de la verdad. Para empezar, conviene recordar que el hidrógeno verde no es una fuente de energía sino un vector: se produce consumiendo electricidad (verde, es decir, renovable) para separar el oxígeno del hidrógeno en la molécula de agua. Es un proceso intrínsecamente poco eficiente por razones termodinámicas: en las mejores plantas de electrólisis, una vez contabilizado todo el gasto energético (el de la electricidad, el de calentar el agua a 80ºC…) el rendimiento se sitúa alrededor del 50%. Es decir, que la mitad de la energía que se usa en producir hidrógeno se pierde, inevitablemente, como peaje impuesto por la Segunda Ley de la Termodinámica. Y nadie escapa a esta ley, ni siquiera en España. Según el uso que se le dé a ese hidrógeno, se tendrán que añadir otras pérdidas; lo más ineficiente, el uso del hidrógeno en motores de maquinaria pesada como camiones, tractores, excavadoras, barcos… En ese caso las pérdidas totales rondan el 90%. La propia Estrategia Europea del Hidrógeno reconoce que Europa no podría ser autosuficiente con sus fuentes renovables para producir todo el hidrógeno que se necesitaría en una transición a este combustible. También el informe del Grupo III del IPCC reconoce que la tecnología del hidrógeno no está madura para su implementación masiva. Pero eso no le importa a los amos del dinero, que necesitan que la megamáquina capitalista no pare, y si las leyes de la Termodinámica dicen que nanai y el hidrógeno verde no está listo, es igual, hay que tirar para adelante con lo que hay. Y que lo pague otro, claro. Por ese motivo, el Gobierno alemán se ha lanzado a firmar contratos para garantizarse el suministro de hidrógeno desde otros países: Ucrania (antes de la guerra), Marruecos, Chile, Namibia, Congo… En todos los casos se trata de proyectos empresariales auspiciados y respaldados por el gobierno alemán en persona. El plan de Alemania está claro: a medida que la energía escasee, se tiene que garantizar que al corazón de Europa llegue combustible suficiente para no detener la actividad industrial teutona. Un pensamiento simplista que asume la estabilidad de otros factores, incapaz de ver que un mundo en declive energético no podrá garantizar la seguridad del suministro del vital hidrógeno hasta Frankfurt. Pero hay un plan B. Suele haber un plan B. Como comentábamos al principio, los líderes europeos han decidido que la Península Ibérica aporte su potencial energético para alimentar a Europa. Básicamente, que el plan colonial de saqueo energético, vía hidrógeno verde, que Alemania quería imponer a otros países fuera de la UE se aplique también a los países del sur de Europa. Al igual que Europa, España no podría cubrir sus necesidades energéticas con el hidrógeno verde que puede producir, pero a pesar de ello el plan es que lo exportemos a Europa. Esto le da una nueva visión, siniestra, a los fondos NextGeneration con los que se está financiando el actual aluvión de proyectos renovables en España: se trata del establecimiento de una administración colonial, que de facto nos convierte en ciudadanos de segunda, con menos energía y con menos agua, porque el consumo de agua de las plantas de electrólisis no es despreciable en un país hídricamente estresado como el nuestro. Y nuevamente, medios, empresarios y políticos españoles (o quizá deberíamos decir coloniales) dan palmas puestos en pie. España ya está en proceso de conversión a colonia energética, una que huele a sequía, a desierto y a espejismo fugaz de progreso Algunos “expertos” –del mismo nivel que los que aseguran que jugárselo todo a tecnologías de captura y secuestro de carbono en la cuestión climática es una jugada sensata– y periodistas de prestigio auguran un futuro maravilloso para España, uno en el cual nuestra privilegiada posición y el excedente energético que, presumen, disfrutaremos gracias a las renovables nos colocarían en una posición de relativo privilegio. Lo que esos “expertos” no quieren comprender es que España –el país europeo con mayor riesgo de desertización– ya está en proceso de conversión a colonia energética, una que en realidad huele a sequía, a desierto y a espejismo fugaz de progreso por empecinarnos en defender un modelo suicida que se va a ir cobrando más y más territorios de sacrificio. Si no hay un cambio de modelo hacia el decrecimiento redistributivo, por todas las limitaciones del modelo que se quiere implementar, es difícilmente evitable que el caos climático y la desertificación acaben convirtiendo a España en la nueva Argelia del Norte de Europa. Es lo que pasa cuando dejas que el mundo se pudra poco a poco, que algún día te toca. AUTOR > Antonio Turiel / Investigador Científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario