sábado, 11 de junio de 2022
Stephen Curry, el poeta del Basket iguala la final...
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En el nombre de Stephen Curry
Juanma Rubio - Hace 1 h
© ELSA (AFP)
Liturgia de noche grande en un escenario gigantesco, ese Garden sobre el que se proyectan las banderas de 17 títulos como si fueran las siluetas de Bill Russell y Larry Bird, los destructores de mundos. Una Final sin escondites ante el quirúrgico cuarto partido: resurrección de los Warriors o 1-3 para los Celtics. O la dinastía 2.0, el dorado de la Bahía, o el aliento encima del anillo 18, el verde del viejo Garden, la bruma de la historia en el número 100 de Legends Way. Los Celtics tenían el físico, la inercia, el ánimo, la grada. Los Warriors… a Stephen Curry. Y un récord que era la última página de su santoral, el hilo que quedaba de esperanza, y que crece después de este 97-107: son ya 27 eliminatorias de playoffs seguidas ganando al menos un partido a domicilio. Pocos como este, pocos con tal nivel de dificultad, drama y esfuerzo. Una victoria improbable, literalmente imposible sin un jugador generacional, único. Una fantasía de los dioses del baloncesto: Wardell Stephen Curry.
En un duelo con profundo pedigrí de Finales, con una atmósfera gruesa, trascendental, una temperatura extrema y una llamada constante a la supervivencia, por los medios que fueran necesarios, emergió el Stephen Curry imposible de explicar. El devorador de almas, el conquistador con esencia de poeta. Solo él, su voluntad y su talento, explica que los Warriors sobrevivieran a una noche de cuchillos largos, una en la que durante 48 minutos rondaron la épica y el desastre a partes iguales: muy cerca o muy lejos según cuándo miraras o en qué te fijaras. A veces sin más explicación. Solo una, Curry: 43 puntos, en 41 minutos, 14/26 en tiros, 7/14 en triples, 8/9 en tiros libres, 10 rebotes, 4 asistencias. Catorce puntos en un tercer cuarto en el que su equipo pudo deshilacharse del todo, en el que la ayuda no parecía llegar nunca. Y diez en los últimos cinco minutos, cuando los Celtics gastaron una bala de plata de la que veremos si se acuerdan o no: 5-17 desde un 94-90 con las hogueras encendidas en Boston.
Unos números para la historia de las Finales
Ahí, en esos cinco minutos en los que se comprimía la temporada y un anhelo de catorce años persiguiendo el anillo número 18, los Celtics zozobraron. Fallaron todo menos un triple de Al Horford, jugaron con prisa pero sin ritmo, se pusieron en manos de un Marcus Smart al que muchas veces le sobra ímpetu en su constante voluntad de opositar a héroe. Ahí, en ese trance agónico, volvieron los viejos Warriors. Los ajustes de Steve Kerr, algún tiro de Klay Thompson, una defensa salvaje y el timón de Stephen Curry, el jugador supremo. La victoria le pertenece a él, a lo que produce y a lo que representa. Solo durante muchos minutos, en un esfuerzo que a veces parecía no tener sentido, condenado al fracaso. Ahí, rodeado por una jauría y cociéndose en las calderas del Garden, donde se han escrito varios tomos de la historia de la NBA, sobrevivió un jugador especial, grandioso, histórico. Divino. En las Finales, por ahora, 137 puntos en 148 minutos. 34,3 de media con un 50% en tiros de campo, un 49% en triples, un 86% en tiros libres, 6,3 rebotes, 3,8 asistencias y 2 robos. Contra una defensa de primerísima categoría y sin más generadores de juego en su bando.
Perseguido por esa sombra del 1-3 que le daba mordiscos en los tobillos, y a pesar de que durante más de tres cuartos parecía que los Celtics acabarían cayendo de pie de una forma u otra, Curry firmó una obra maestra, una Mona Lisa que no olvidaremos nunca. No digamos si los Warriors acaban ganando este título. El quinto partido se juega el lunes, de nuevo en la Bahía, otra vez con ventaja de campo para los Warriors y en un duelo que se carga de épica entre dos rivales tozudos: 6-0 los Warriors y 7-0 los Celtics tras derrota en estos playoffs. O alguien salta esa zanja o nos iremos al séptimo. Los Warriors estuvieron contra las cuerdas, literalmente. Pero ganaron: supervivencia y convicción, un partido emocionante en el que fue trascendental la energía de Kevon Looney (6 puntos, 11 rebotes) y sobre todo Andrew Wiggins (17+16). En el último cuarto hubo seis rebotes de ataque de unos Warriors desesperados, coléricos, por seis totales de los Celtics, confundidos.
Jayson Tatum, de más a menos en los Celtics
Un arbitraje muy casero toda la noche acabó con un challenge no concedido de forma seguramente injusta a los locales (con 97-102). Un partido nefasto de Draymond Green, otra vez, dejó en la acción anterior un rebote de ataque y una asistencia cruciales del ala-pívot, que había visto desde el banquillo la reacción final de su equipo. Las idas y venidas de Jordan Poole acabaron sumaron más de lo que restaron esta vez (14 puntos y oxígeno para el ataque) y Klay Thompson tardó en llegar pero estuvo (18 puntos, 4 triples). Lejos de su versión superlativa, la que robaron las lesiones, pero con un corazón enorme cuando el partido parecía escurrirse entre los dedos de su equipo. Corazón, fe, talento. El catecismo de la Bahía.
Los Warriors ajustaron su defensa para conceder menos penetraciones y los Celtics se obsesionaron con buscar la desigualdad en los emparejamientos individuales a costa de sacrificar otras formas de anotar. El equilibrio en el rebote y, otra vez, las pérdidas de su rival, mantuvieron siempre a flote a los Warriors, que nunca acumularon desventajas de más de siete puntos (11-4, 49-42, 63-56). La puntería en el triple fue cambiando de bando, moviendo rachas en los dos sentidos como una ruleta caprichosa, y el partido acabó resuelto en el nivel más básico: la clarividencia de Curry, la ofuscación final de Jaylen Brown (21 puntos en 19 tiros) y Tatum, 23 con un 8/23. Entre los dos, solo 16 puntos en una segunda parte en la que Tatum firmó un 2/9, empeñado en buscar faltas y acercarse al aro a empujones. También entre los dos, un síntoma constante para ubicar el nivel de los Celtics, 8 asistencias por 8 pérdidas.
Derrick White (16 puntos) estuvo a punto de ser, otra vez, factor X en un partido de poco peso para Al Horford y en el que Robert Williams fue desapareciendo, de mucho a poco por las combinaciones de quintetos pequeños, el empuje de Looney en las zonas y, suponemos, sus problemas de rodilla.
Los Celtics no hicieron un partido brillante, no estuvieron a su mejor nivel. Pero se sumaron al baile maldito, un juego peligroso que los dejó en el andén de la estación hacia el decimoctavo: ese 94-90 a cinco minutos del final repicará durante todo el fin de semana en el pecho de un equipo tremendo, que se ha especializado en ganar fuera de casa y en responder tras este tipo de derrotas, las que partirían el corazón a casi todos los demás. De Milwaukee a Miami y de ahí, otra vez, a San Francisco. De nuevo sin colchón, en la jungla solo con un cuchillo y comida para un puñado de horas. En realidad, donde más cómodo se siente este grupo que es pura resiliencia y que tiene que volver a ganar, no queda otra, en el cubil de Stephen Curry. Un hombre del renacimiento con botas de combate, un segador que baila mientras afila la guadaña. El cuarto partido resucitó a los Warriors y colocó las Finales ante su punto culminante: el lunes, a las 03:00, alguien se ganará el el derecho a viajar a Boston con punto de partido: 3-2 o 2-3, un pedazo de historia en juego. Que nadie pestañee.
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