domingo, 8 de octubre de 2023
Modas peligrosas....
Cuando los rockeros comenzaron a romper sus guitarras en el escenario: de Pete Townshend a Kurt Cobain
Casi 60 años después de aquel suceso accidental de Pete Townshend, cuando se observa a un guitarrista destrozar su guitarra en el escenario sigue sin estar demasiado claro si se trata de una expresión artística, de una liberación emocional o de un recurso con intenciones comerciales
Pete Townshend destrozando una guitarra durante un concierto
Algunos lo consideran una expresión artística enmarcada en un momento de trance o de clímax sobre un escenario. Otros un acto de músicos rebeldes, o una especie de ritual de sacrificio del instrumento que mejor define el rock. Pero tampoco faltan quienes lo ven como un truco efectista, definido casi en términos de marketing, que tan solo busca llamar la atención, e incluso hay quien lo cataloga sencillamente de barbarie. Lo que hoy es un gesto relativamente usual y al que los fans ya están acostumbrados tuvo su génesis en un club de Londres un martes de junio de 1964 durante un concierto del grupo The Who, donde su líder, Pete Townshend, hizo añicos su guitarra no con intenciones artísticas, ni como algo previsto, ni siquiera como acción contracultural o contestataria, sino sencillamente por accidente al lanzar por el aire el instrumento sin ser consciente de que el techo de aquel recinto donde actuaba era mucho más bajo de lo que pensaba. Aquella guitarra fue la primera en pagar con su vida el ímpetu, el exceso y el error de cálculo del que se iba a convertir así, en ese preciso instante, en pionero de un gesto que repitieron después otros héroes de la guitarra y que la revista Rolling Stone consideró como uno de los “50 momentos que cambiaron la historia del rock and roll”.
The Who era a mediados de los 60 uno de los grandes grupos de la escena del rock británico. Tras algunas dudas y repentinos cambios de nombre durante sus inicios, se presentaron ya definitivamente con esa denominación en junio de 1964 en su actuación en vivo en el Railway Hotel, en el West End londinense. Con el ya mencionado Pete Townshend a la guitarra, Roger Daltrey como vocalista, John Entwistle al bajo y Keith Moon en la batería, su actuación aquella noche llamaba la atención por su creatividad, contundencia, una energía arrolladora y ese nuevo sonido que resultaría a la postre tan influyente para otras formaciones. Aunque muchas fuentes sitúan ese concierto en septiembre, el propio Townshend recoge en sus memorias Who I Am que fue en el sexto mes del año cuando se celebró esa actuación que marcaría un antes y un después en el género y en las actitudes de un buen número de guitarristas sobre el escenario.
Durante aquel concierto, llevado de un exceso de énfasis, Townshend comenzó a agitar su guitarra eléctrica Rickenbacker cada vez con más fuerza. La puesta en escena de la banda era realmente enérgica y sus miembros procuraban entregarse al máximo tanto físicamente como llevando al límite el volumen de sus equipos. No en vano, durante unos cuantos años figuraron en el libro Guinness de los Récords como el grupo más ruidoso del mundo. En medio de ese torrente de aspavientos y decibelios, el guitarrista de los Who comenzó a lanzar por los aires su guitarra, y en uno de esos impulsos verticales la dañó al traspasar una especie de falso techo que había sobre el escenario. Lo describía así en sus memorias publicadas en 2012: “Empujé con violencia mi guitarra en el aire, y sentí un terrible estremecimiento cuando el sonido pasó de ser un rugido a convertirse en un gruñido; miré hacia arriba para ver la cabeza rota de mi guitarra mientras la sacaba del agujero que había perforado en el techo bajo”.
Un gesto accidental
El grupo AC/DC en uno de sus conciertos.
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El público asistía entre sorprendido y maravillado a semejante escena. Justo en ese instante en que otro músico cualquiera habría decidido parar y cambiar su guitarra tras sufrir tal infortunio, Townshend decidió doblar la apuesta casi fuera de control: “Es en ese momento cuando tomé la decisión, en una fracción de segundo, y en un frenesí loco empujé la guitarra dañada contra el techo una y otra vez. Lo que había sido una rotura limpia se convirtió en un desastre de astillas. Sostuve la guitarra hacia la multitud triunfalmente. No la había destrozado: la había esculpido para ellos. Tiré la guitarra destrozada descuidadamente al suelo, recogí mi nueva Rickenbacker de 12 cuerdas y continué el espectáculo”, recordaba en el libro que repasaba su carrera.
Así pues, había sido una acción totalmente accidental la que había dado lugar a la primera destrucción de una guitarra por parte de un grupo de rock en plena actuación. No había guion, no fue algo previsto, pero ya nada volvió a ser lo mismo.
A partir de ese instante, el boca a boca recorrió a gran velocidad las calles de Londres y en el siguiente concierto de los Who muchos de los asistentes se sintieron defraudados al comprobar que Townshend finalizaba su actuación sin hacer añicos su guitarra eléctrica. Pero no tardaría en repetir aquella escena. En poco tiempo, descubrió que esa acción de destruir su instrumento dotaba a sus conciertos de un punto álgido que desataba la euforia en quienes lo contemplaban. Townshend se empezó a acostumbrar a raspar las cuerdas de sus guitarras con el soporte vertical del micrófono y después a agujerear los amplificadores a “guitarrazo limpio”, para finalmente golpear una y otra vez el instrumento contra el suelo hasta convertirlo en un amasijo inservible con las cuerdas colgando como flecos.
Pólvora en la batería
Ese proceso comenzó a ser representado cada vez con más frecuencia, no sin considerables inconvenientes, como el hecho de someterse a la fiereza auditiva que se desataba durante el acto destructivo y que en ocasiones amenazaba con dañar los oídos de los integrantes de la banda. Así lo reconocía años después su vocalista, Roger Daltrey, que explicaba el destrozo de la guitarra más como una acción en busca de un sonido que como algo puramente visual: “Algunas veces el zumbido en los oídos nos duraba un par de días”.
El grupo Echo and The Bunnymen.
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Tras Townshend comenzó a unirse a la causa el batería Keith Moon, que fallecería en 1978 con solo 32 años de edad. Moon también empezó a destrozar platillos, toms y bombos lanzándolos por los aires, a patadas… Incluso en una de sus actuaciones en televisión colocó una carga de pólvora en el bombo que al explotar llegó a dañar a Townshend.
A partir de 1966 esa actitud destructiva sobre el escenario se convirtió prácticamente en una tradición para The Who. En alguna ocasión, el guitarrista de la banda ha reconocido que al principio intentaban arreglar las guitarras que rompía, pero que cuando empezó a haber más dinero en la cuenta bancaria se despreocupó del coste que tuviesen los instrumentos. Lo cierto es que cuando Townshend maltrataba sin límites su guitarra se erigía en una especie de símbolo, en protagonista y absoluto innovador en un momento en que cada banda buscaba su hueco, su personalidad y su manera de resultar diferente al resto. Pero, a la vez, aquel proceso comenzaba a resultar más elaborado, más estudiado y menos fresco. El guitarrista era ya consciente de que su audiencia esperaba la llegada de ese momento como una parte imprescindible de sus actuaciones.
Hendrix quema su guitarra
Green Day, delante del Garatge Club en 1994, y los carteles de sus actuaciones en Barcelona en 1991, 1993 y 1994.
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Pete Townshend fue el primero. El que abrió la veda. Tras él, otros cuantos guitarristas comenzaron a sacrificar su instrumento. Uno de los más conocidos es Jimi Hendrix. La escena en la que el genial guitarrista estadodunidense prende fuego a su guitarra eléctrica tras rociarla de un líquido inflamable sobre el escenario del Festival Pop de Monterey en 1967 es una de las más recordadas en la historia del rock. En aquel mismo festival actuó ese año The Who. Contaba el propio Pete Townshend que su grupo y Hendrix querían tocar en último lugar para cerrar el festival y que tuvieron que echarlo a suertes lanzando una moneda al aire tras una no llegar a ningún acuerdo. El azar quiso que Hendrix tuviera que salir al escenario antes que los británicos. Entonces, aconsejado por su manager y consciente de que debía aprovechar aquella ocasión (y de que para simplemente romper una guitarra ya estaba Townshend), Hendrix como colofón a su interpretación del tema Wild Thing vertió un combustible sobre su Fender Stratocaster y lanzó sobre ella una cerilla para contemplar de rodillas cómo ardía. Después, cuando el instrumento ya estaba envuelto en llamas lo cogió y lo hizo girar alrededor de su cabeza para rematar aquella performance golpeándolo contra el suelo hasta desmembrarlo y concluir arrojando el mástil al público. Hendrix no se lo puso precisamente fácil a The Who aquella noche.
Con el paso de los años, tras cambios generacionales, e independientemente de los apellidos de cada familia del rock que fueran surgiendo en la escena musical, cada vez más guitarristas fueron uniéndose a la moda de machacar sus guitarras durante sus actuaciones en vivo. Uno de los más celébres, el siempre controvertido Ritchie Blackmore (Deep Purple, Rainbow), que no sólo dio al traste con unos cuantas guitarras a lo largo de su carrera, sino que llegó a utilizar una de ellas como arma para golpear una cámara que se le había acercado más de la cuenta en el escenario. Fue en 6 de abril de 1974, durante su actuación en el California Jam, y la cosa acabó aquel día con Blackmore prendiendo fuego a los amplificadores.
Otros 'rompeguitarras'
El rito de la destrucción fue acogiendo a cada vez más practicantes. Uno de los más célebres rompeguitarras del rock es Paul Stanley, el integrante de Kiss, quien a lo largo de su amplísima carrera ha enviado al más allá un número incalculable de instrumentos. Lo que ya comenzaba a evidenciarse era que detrás de esas acciones en las que los rockeros destrozaban sus guitarras no se escondían tanto una serie de gestos improvisados a los que se llegaba de forma espontánea o en pleno éxtasis sino más bien algo meticulosamente previsto y guionizado. Se ha dicho, incluso, que algunos grupos daban el cambiazo poco antes de cada ceremonia de destrucción y sacaban al escenario modelos de guitarras económicas para dañar en menor medida sus bolsillos. Precisamente el guitarrista de Kiss incluso ha sabido sacarle tajada al asunto. Nada de eso de que “el que rompe, paga”. Todo lo contrario. Kiss ha llegado a poner a la venta cada guitarra que rompe en sus conciertos al módico precio de 5.500 dólares (Unos 5.200 euros). Módico, sobre todo, si se lo compara con los 600.000 dólares (casi 570.000 euros) que se pagaron por una de las guitarras eléctricas que destrozó en escena Kurt Cobain, el líder de la banda grunge Nirvana, que se suicidó a los 27 años, la misma edad a la que falleció Hendrix. El grupo de Cobain llevó a cabo un buen número de rituales de destrucción de instrumentos en sus conciertos.
Kurt Cobain destrozando su guitarra en uno de los conciertos de Nirvana. / STEVE DOUBLE
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También Matt Bellamy, de Muse, machacó 140 guitarras durante la gira de 2004, lo que le ha procurado un hueco en el libro Guinness de los Récords. El ejército de rockeros que han aniquilado alguna guitarra incluye al sueco Yngwie Malmsteen, al británico Noel Gallagher, de Oasis, el californiano Billie Joe Armstrong, de Green Day, o a Wendy O. Williams, de Plasmatics, que llegó a utilizar una motosierra para partirlas.
Hoy, casi 60 años después de aquel suceso accidental de Pete Townshend, cuando se observa a un guitarrista destrozar su guitarra en el escenario sigue sin estar demasiado claro si se trata de una expresión artística, de una liberación emocional o de un recurso con intenciones comerciales. Quizá, después de todo, dependa de cada músico e incluso de cada ocasión. O simple y llanamente se trate de dar la nota. En el caso de esas “pobres” guitarras, la última.
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