jueves, 12 de octubre de 2023

Shock total....

PUNTO DE INFLEXIÓN Una barrera psicológica se ha roto en Israel-Palestina El sangriento asalto de Hamás y la subsiguiente embestida israelí contra Gaza se han descrito como “un antes y un después”. No es una exageración Amjad Iraqi 12/10/2023

Los tanques israelíes intensifican la ofensiva en Gaza. / YouTube (La Vanguardia)

Los tanques israelíes intensifican la ofensiva en Gaza. / YouTube (La Vanguardia) En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Palestinos e israelíes se han acostumbrado a las guerras en el sur en los últimos años. Pero la guerra que comenzó en la madrugada del sábado 7 de octubre no se parece en nada a las demás. En un asalto sorprendente, decenas o centenares de milicianos de Hamás, bajo una lluvia de cohetes, cruzaron la barrera de separación Israel-Gaza hacia las ciudades israelíes cercanas a la franja bloqueada: unos atravesaron los puntos débiles de las vallas metálicas, otros fueron en barco por la costa mediterránea, y algunos volaron en paramotores por encima de los muros. Una unidad de Hamás también atacó el cruce de Erez, el único puesto de control civil entre Gaza e Israel, arrebatándole el control del ejército durante varias horas. Al amanecer, guerrilleros palestinos recorrían las calles de Sderot, Nir Oz, Kfar Aza y otros kibutz, irrumpiendo en viviendas civiles, enfrentándose a las fuerzas de seguridad y disparando en todas direcciones. También fue atacada una fiesta nocturna en el desierto, inexplicablemente organizada en la zona fronteriza. Cuando las autoridades israelíes se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, la “Operación Tormenta de Al-Aqsa”, como la ha denominado Hamás, ya había causado un baño de sangre. Están apareciendo historias espeluznantes de tiroteos y secuestros, con niños entre las víctimas. Abu Obaida, portavoz de Hamás, amenazó con ejecutar a los rehenes si Israel realizaba ataques aéreos sin advertir a los civiles. Hasta el martes 10 de octubre por la noche, se había informado de más de 1.000 israelíes muertos, más de 2.400 heridos y unos 100 secuestrados trasladados a Gaza. Hubo un desastroso fallo operativo y de inteligencia israelí, considerado el peor desde la guerra del Yom Kippur Entre otras cosas, hubo un desastroso fallo operativo y de inteligencia israelí, considerado el peor desde la guerra del Yom Kippur: seguramente no es una coincidencia que Hamás lanzara su incursión en el 50 aniversario de aquel conflicto. Las noticias siguen llegando, pero es evidente que, en términos de no combatientes [según las leyes de la guerra, civiles que no participan en las hostilidades], se trata de una de las masacres más mortíferas de la historia israelí-palestina. Desorientado y humillado, el ejército israelí se ha apresurado a igualar el recuento de muertos, asesinando a cientos de palestinos con incesantes bombardeos: más de 950 en los tres primeros días. Y esto no ha hecho más que empezar. “He ordenado el asedio total de la Franja de Gaza”, declaró el ministro de Defensa, Yoav Galant. “No hay electricidad, ni alimentos, ni agua, ni gas, todo está cerrado. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Otros ministros, algunos de los cuales habían abogado anteriormente por la reocupación directa de Gaza y una “segunda Nakba” para expulsar por completo a los palestinos, piden a gritos represalias. “Salid de ahí ya”, dijo Benjamin Netanyahu a los gazatíes en una declaración grabada en vídeo –una broma cruel para dos millones de personas que llevan 16 años atrapadas en un enclave superpoblado–. Los palestinos observan todo esto con una mezcla de asombro y miedo paralizante. La visión de los gazatíes sobrevolando en parapente el muro israelí, y caminando por la tierra de la que sus antepasados fueron expulsados por las fuerzas sionistas en 1948, ha revitalizado la sensación de posibilidad política. Los vídeos de milicianos y de drones armados en acción se han compartido ampliamente en las redes sociales árabes, proporcionando asientos de primera fila para observar la operación, a semejanza de las maniobras de relaciones públicas de las Fuerzas de Defensa de Israel. Otras imágenes también se han hecho virales: un bulldozer palestino derribando una sección de la valla de alambre de espino; hombres armados bailando en el techo de un tanque israelí capturado; el cruce de Erez dañado y quemado. Pero también hay un gran terror. Los habitantes de Gaza se han apresurado a abastecerse de alimentos en medio de la embestida israelí, despidiéndose de sus seres queridos por si no vuelven a verlos. Las familias huyen de un barrio a otro para escapar de los bombardeos. Un periodista con el que trabajo en Gaza, minutos después de enviar un artículo, mandó un mensaje de texto para decir que había tenido que sacar a toda prisa a su familia de casa porque el ejército israelí había avisado de que iban a empezar a disparar contra el barrio. Los habitantes de Gaza se han apresurado a abastecerse de alimentos en medio de la embestida israelí Muchos residentes, temerosos de hablar en contra de Hamás, que ha gobernado la Franja con un control autoritario desde 2007, están furiosos con el grupo islamista por exponerlos a la embestida más mortífera de Israel desde al menos 2014. Dentro de Israel, los ciudadanos palestinos temen que se repitan los sucesos de mayo de 2021, cuando turbas judías y fuerzas policiales atacaron zonas árabes y detuvieron a cientos de personas. En Cisjordania ya se está produciendo una nueva oleada de ataques de colonos, que llevan meses intensificándose, todo ello bajo la vigilancia del ejército. Varios analistas describen el asalto de Hamás como un antes y un después. No es una exageración. El ataque probablemente hará poco por aligerar el asedio israelí a la Franja, que seguramente se reforzará aún con más crueldad. Lo que sí ha hecho, sin embargo, es romper una barrera psicológica tan importante como la física. Desde el final de la Segunda Intifada, y especialmente bajo el gobierno de Netanyahu, la sociedad israelí ha tratado de aislarse de la ocupación militar impuesta a los palestinos durante más de medio siglo, manteniendo una burbuja que sólo era perforada ocasionalmente por los lanzamientos de cohetes o los tiroteos en las ciudades del sur y el centro. Las multitudinarias protestas en Israel, que agitan la calle desde enero contra los planes del Gobierno de reorganizar el poder judicial, han mantenido conscientemente la cuestión palestina fuera de su agenda. Aparte de un pequeño grupo de manifestantes contrarios a la ocupación, la mayoría sigue aferrada a la ilusión de que las actuales estructuras de gobierno pueden ofrecer seguridad a los israelíes y seguir siendo compatibles con su pretensión de democracia. Esa burbuja ha estallado irremediablemente. Pero los israelíes, que llevan años virando políticamente hacia la derecha, están lejos de cuestionar o recalcular su compromiso con el gobierno de hierro. Para los demagogos de extrema derecha en el poder –entre los que destacan el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir–, se trata de una oportunidad histórica para cumplir el máximo posible de su lista de deseos: la destrucción de amplias zonas de Gaza, la eliminación del aparato político y militar de Hamás y, si es posible, la expulsión de miles de palestinos al Sinaí egipcio. ¿Qué espera Hamás de todo esto? Más allá de un discurso grandilocuente de su máximo comandante militar, Mohammed Deif, en el que exhorta a todos los palestinos a exigir un precio por la larga lista de crímenes israelíes, es difícil de decir. Desde que el movimiento islamista se hizo con el control de Gaza hace 16 años, después de que las sanciones internacionales y una guerra civil con Al Fatah lo desalojaran de un gobierno elegido democráticamente, los enfrentamientos armados con Israel han sido el método por defecto de Hamás (y de otros grupos como la Yihad Islámica) para negociar la liberación de prisioneros, frenar el culto judío y el acoso policial en la mezquita de Al Aqsa, y suavizar las restricciones de Israel sobre bienes y personas en Gaza. Sin embargo, en los últimos meses Hamás se ha visto sometida a una presión cada vez mayor de la población de Gaza por no satisfacer sus necesidades básicas, en particular la electricidad, una tarea casi imposible en condiciones de asedio y guerras repetidas, agravadas por la corrupción y la distribución desigual de unos recursos limitados. Más allá de Gaza, la coalición israelí de extrema derecha ha galvanizado el movimiento de colonos para afirmar su “soberanía” sobre Cisjordania lanzando pogromos, construyendo más puestos avanzados y minando el llamado statu quo en los lugares santos de Jerusalén. La perspectiva de un acuerdo de normalización entre Arabia Saudí e Israel, alentada con vehemencia por la administración Biden, amenaza con eliminar una de las últimas cartas geopolíticas con las que aún cuenta la causa palestina. Para Hamás, pues, ya no bastaba con un pequeño ajuste del bloqueo. Era necesario un espectáculo de conmoción y pavor para sacudir la arquitectura política, y lo han logrado con una efectividad aterradora. Incluso con meses o años de meticulosa planificación y secretismo, el grado de éxito fue quizá tan sorprendente para ellos mismos como para los israelíes. Para Hamás ya no bastaba con un pequeño ajuste del bloqueo. Era necesario un espectáculo de conmoción Pero más allá de este cambio psicológico sísmico, no está claro cómo podrá este ataque –contra un Estado con armas nucleares, respaldado por Occidente y fuertemente militarizado– alterar un equilibrio de poder que lleva décadas inclinándose en contra de los palestinos. Estados Unidos se ha apresurado a proporcionar a Israel apoyo material y retórico, y los Estados europeos se han sumado rápidamente a la defensa de Israel, barriendo bajo la alfombra meses de descontento con las locuras de la extrema derecha. Los autócratas árabes están más deseosos de explotar la economía y las industrias de seguridad de Israel que de proporcionar a los palestinos algo más que ayuda financiera. El destino de los dirigentes palestinos sigue pendiendo del aliento de un presidente octogenario, Mahmud Abás, mientras continúan las rivalidades fratricidas dentro de Al Fatah, así como entre Al Fatah y Hamás. Los palestinos están perdiendo influencia rápidamente y, aunque es demasiado pronto para saberlo, es posible que la febril embestida de Hamás no baste para recuperarla. En el peor de los casos, les saldrá el tiro por la culata. Aun así, el asalto del 7 de octubre sigue siendo sintomático de una afección mayor que no ha sido tratada. En ciudades de Cisjordania y campos de refugiados como Jenin y Nablus, jóvenes palestinos –muchos de los cuales se criaron bajo las falsas promesas de los Acuerdos de Oslo, firmados hace 30 años– han tomado las armas y se han unido a milicias locales no afiliadas a los principales partidos políticos. En las calles y en Internet, a los activistas palestinos ya no les importa pasar de puntillas por el lenguaje diplomático ni por las referencias a las leyes internacionales que les han fallado. Rechazan la narrativa amnésica que afirma que sus agravios comenzaron en 1967 y no en 1948, y que su futuro reside en un cuasi-Estado en sólo una quinta parte de su patria y no en su totalidad. Están cansados de disculparse por el uso de la violencia, por fea que sea, como si la violencia no fuera una parte inherente de todas las luchas anticoloniales, como si fuera más atroz que el sistema opresivo que intentan desmantelar, y como si sus esfuerzos no violentos de boicot y diplomacia no fueran igualmente aplastados y demonizados como “terrorismo”. Para ellos, el enemigo es y siempre ha sido un movimiento colonial empeñado en borrarlos. Invocar la descolonización, sin embargo, no debería implicar una posición de suma cero que se niegue a simpatizar con lo que les ocurrió a las familias israelíes el 7 de octubre, como tampoco deberían ser los asesinatos una excusa para consolidar el régimen de apartheid de Israel e instigar su ira. ---------------------- Amjad Iraqi es redactor jefe de +972 Magazine. También es miembro del think tank Al-Shabaka. Además de en +972, sus artículos han aparecido en London Review of Books, The Nation, The Guardian y Le Monde Diplomatique. Es ciudadano palestino de Israel y reside actualmente en Londres. Una versión de este artículo se publicó por primera vez en el blog de la London Review of Books. Este artículo se publicó originalmente en inglés en +972Magazine. El texto en castellano ha sido traducido con DeepL y editado por la redacción de CTXT.

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