De la ESA de posguerra a la ESA neoliberal
La ESA de posguerra se completó a final de 1940 y duró hasta 1973. En esta ESA no había dominio del trabajo sobre el capital, sino que más bien existía un equilibrio entre capital-trabajo que evitaba problemas de subconsumo y de estrangulamiento de beneficios. Había una activa regulación por parte del Estado de la actividad económica, un desarrollado Estado del Bienestar, un programa de cooperación entre trabajo-capital y una forma de competencia entre grandes empresas de tipo co-respective (Kotz, 2008; Wolfson, 2006).
A finales de los setenta esa ESA entraría en crisis para comenzar a tomar forma una nueva en Reino Unido y Estados Unidos, cuya naturaleza se asemeja al libre mercado dominante antes de la Gran Depresión. Esta nueva ESA, denominada posteriormente neoliberal, se establece definitivamente a comienzos de los años ochenta y en la nueva configuración se restituye el poder de las empresas y se pierde el equilibrio anterior (Kotz, 2008).
Dado que el neoliberalismo habría promovido el crecimiento del porcentaje de beneficios en el total de ingresos y habría beneficiado al poder de la clase capitalista, a la vez que habría estabilizado temporalmente algunas de las contradicciones del capitalismo, estaríamos hablando de una ESA de tipo liberal (Wolfson y Kotz, 2007).
El neoliberalismo habría tenido tres desarrollos que, en palabras de Kotz (2008b) “estimularon una gran expansión económica pero que contenían las semillas de una crisis sistémica”, y que son los siguientes. En primer lugar, el crecimiento de la desigualdad (entre salarios-beneficios y entre hogares). En segundo lugar, la transformación del sector financiero en más arriesgado y especulador. Y en tercer lugar, el desarrollo de una serie de grandes burbujas de activos.
El crecimiento más alto de los beneficios, en comparación con los salarios, unido a la concentración de la riqueza en los hogares más ricos, creó un volumen de fondos que sobrepasaban las oportunidades de inversión en la economía real. Eso llevó a que esos fondos fueran utilizados en burbujas de activos que llevarían sucesivamente a las expansiones de los ochenta (savings and loans), de los noventa (puntocom) y de los dosmil (bubuja inmobiliaria) (Kotz, 2008b).
La financiarización y la crisis de las hipotecas subprime
Para los teóricos de la ESA la “financiarización” tiene su origen en lo que han llamado “la reestructuración neoliberal”. Como consecuencia de la misma, el papel que tenía el sector financiero como apoyo de la acumulación de capital, fundamental en la ESA de posguerra, se rompió y el sector financiero se hizo más independiente (Kotz, 2008).
En todo caso las raíces de la financiarización también hay que buscarlas en una tendencia inherente al proceso capitalista una vez que éste alcanza la etapa de la corporación, en torno al siglo XIX. Estas transformaciones desplazaron la propiedad del capital desde la posesión directa hacia la posesión de títulos financieros, los cuales permitían escapar de los riesgos asociados a la propiedad individual. Estos títulos financieros podían ser comprados y vendidos instantáneamente, para lo cual era necesario crear mercados líquidos. Como consecuencia, tras estos desarrollos, eran los trabajadores los únicos que soportaban los riesgos de la producción (Kotz, 2008). Esta tendencia a la financiarización, o incremento de los motivos financieros, puede sin embargo controlarse en el marco de las ESA reguladas.
Las contradicciones de la nueva configuración son múltiples e importantes. En primer lugar, la separación entre finanzas y actividad productiva no puede ser total, pues en última instancia los beneficios dependen de la actividad no financiera y ésta tiene impactos en el sector productivo. En segundo lugar, aunque la financiarización puede servir para promover la acumulación vía concesión de préstamos a la vez que estimula el consumo en un entorno de salarios estancados, también genera mayor vulnerabilidad en el sistema.
La crisis de las hipotecas subprime debe ser vista entonces no cómo un fenómeno aislado o coyuntural, sino como parte de un largo desarrollo. En un período, como el neoliberal, en el que la demanda crecía inadecuadamente debido a los bajos salarios era imposible que la acumulación y el consumo capitalista mantuvieran ritmos suficientes para mantener la expansión. La única posibilidad residía en que algún grupo social gastara más de lo que ingresaba, es decir, que se diera un incremento del endeudamiento. La mayoría de los préstamos hipotecarios en el período reciente de la economía estadounidense se dieron para compensar las deficiencias salariales, más que para nuevas compras de viviendas, cuya prueba está en que la gran mayoría fueron préstamos para “refinanciamiento”. Para poder endeudarse, sin embargo, era necesaria la existencia de garantías o ‘colaterales’ que dieran respaldo a los nuevos préstamos. Las burbujas de activos cumplieron ese papel proporcionando tales garantías, a pesar de la vulnerabilidad creciente asociada (Kotz, 2008b).
Mientras el sector financiero proporcionaba los recursos financieros, también dispersaba los riesgos por todo el mundo en complicidad con las agencias de calificación y utilizando mecanismos como la titulización que hacían aún más frágil al sistema en su conjunto. En cada expansión neoliberal el endeudamiento se ha incrementado más y más, precisamente porque sin atajar el problema de raíz –los salarios estancados- el sistema sólo podría subsistir con un nivel de endeudamiento ilimitado. Por lo tanto, la existencia de burbujas financieras de tamaño y alcance creciente ha sido cada vez más necesaria en el contexto neoliberal. La llegada de la crisis reveló que se trataba de una crisis sistémica de una forma particular del capitalismo, el capitalismo neoliberal. Y, dada la naturaleza de las ESA, pronto debería verse el surgimiento de una nueva en respuesta a esta crisis (Kotz, 2008b).
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