Nosotros cuatro años diciéndolo!
El foco
La nueva realidad de la banca
España necesita reconocer hasta dónde llega el deterioro bancario, aportar y soportar soluciones y pagar el precio que ello exija. Con Bankia, dice el autor, se inicia un proceso duro y lleno de incógnitas
Santiago Carbó - 28/05/2012 - 07:00
Los hechos que están ocurriendo estos días y que llevaron primero a
la nacionalización parcial de Bankia y a la petición desde su renovado
consejo de administración de una ayuda de 19.000 millones de euros son
la constatación de que el reto era titánico y la solución ha tenido que
ser de proporciones descomunales. Con la anterior inyección de fondos
del FROB, son 23.500 millones de euros, el mayor rescate bancario de la
historia de España que, sin paliativos -y como se reconoce desde la
propia entidad- es una ayuda pública a fondo perdido.
España necesita reconocer hasta dónde llegan el deterioro bancario, aportar y soportar las soluciones -los rescates no deben ser gratis- y pagar el precio que ello exija, algo nada fácil porque las arcas públicas no son, en absoluto, ilimitadas y el gran reto tras el megarrescate de Bankia es el mismo que nos preguntábamos tras la reforma financiera: ¿de dónde van a salir los recursos? Con Bankia, España entra en el capítulo fundamental de ese ejercicio de reputación crucial que es cerrar de una vez por todas la reforma bancaria. Será necesario afrontar, al menos, cuatro retos pendientes:
1) La decisión de nacionalizar y sus consecuencias: la nacionalización de Bankia ya era conocida pero la magnitud de los recursos que finalmente serán aportados da un control casi total al Estado sobre la entidad. Dado que esa aportación de recursos tan importante se ha hecho en el marco de la nueva reforma financiera, es posible que otras entidades (por ejemplo, las ya nacionalizadas anteriormente) adopten una vía similar y soliciten nuevas ayudas al Estado de una cierta magnitud. Se ha hablado incluso de la creación de una gran corporación bancaria pública. En este punto, podría parecer algo desfasado apostar por nacionalizaciones pero no lo es. Con las crisis bancarias siempre se producen dos fenómenos en la industria financiera en alguna proporción: nacionalizaciones y fusiones. De hecho, en toda Europa estas nacionalizaciones se observan ahora con bastante naturalidad, toda vez que en otros países como, por ejemplo, Reino Unido, hace ya cuatro años que el Estado tuvo que tomar cartas en el asunto -entre otras, aportar 66.000 millones de euros a Lloyds Bank- para tratar de recomponer el puzle bancario. Eso sí, las nacionalizaciones no pueden ser sine die. Se trata de procesos de reestructuración en los que el Estado aporta recursos, reflota entidades y, si el proceso de conduce de forma razonable, acaba recuperando gran parte de la inversión realizada con la nueva privatización de la entidad. Así sucedió en Estados Unidos y está sucediendo en el resto de Europa. La participación pública no se puede mantener indefinidamente porque acaban surgiendo problemas reputacionales y competitivos muy importantes que distorsionan la industria. Por ejemplo, no puede sostenerse la idea de que una corporación bancaria pública dará más crédito que una privada. El crédito debe concederse bajo criterios razonables y en ningún caso debe desnaturalizarse y forzarse. Tampoco vulgarizarse, como sucedió antes de la crisis.
2) El esfuerzo de transparencia y reconversión desde Bankia: una gran ventaja de la nacionalización que se ha emprendido es que los nuevos directores de Bankia han adoptado una posición de realismo orientada no ya a una transición progresiva sino a una completa reconversión. Tanto el viernes como el sábado se ha explicado con detalle la realidad (ahora sí auditada) de Bankia, empezando por reconocer pérdidas de 3.000 millones de euros. Esto supone un golpe a corto plazo, pero había que encajarlo cuanto antes. No va a ser fácil este proceso pero, tal y como se ha explicado, se inicia ahora un camino para crear un nuevo valor de franquicia para la entidad.
3) La duda pendiente de las valoraciones y el backstop para las pérdidas: ahora el mercado se pregunta si el hecho de que hayan aflorado (con la auditoría) nuevo activos tóxicos en Bankia es extrapolable al resto de entidades. Las valoraciones independientes que ha encargado el gobierno deben arrojar la luz necesaria en este punto. Con ello, debería cerrarse uno de los dos grandes problemas de incertidumbre sobre la banca española: cuán profundas son las necesidades de saneamiento. El otro gran interrogante es de donde van a salir los recursos para cubrir esas necesidades y lo que potencialmente pudieran agrandarse (el llamado bacsktop o soporte para las pérdidas). Es importante señalar que Bankia no había aportado cuentas auditadas y que el resto del sector sí lo ha hecho o lo está haciendo y con ellas se están asumiendo nuevas pérdidas de valor que acaban reflejando la magnitud del problema. Se señalaba este fin de semana que el caso de Bankia no es extrapolable pero alguien debería tomar cuanto antes cartas en el asunto y evitar la continua corrección en las cuentas de las entidades financieras españolas. Es preciso dejar claro -ya que esto extraña mucho a los ciudadanos- que no es que las pérdidas afloren como las margaritas sino que persisten discrepancias sobre qué activos deben clasificarse en cada tipo de crédito y hasta qué punto están deteriorados y hace tiempo que se viene demandando la clarificación definitiva de este asunto.
Y 4) Los efectos para accionistas y tenedores de bonos: la historia, por supuesto, tiene afectados que esperan, cuando menos, una explicación. Los accionistas de Bankia participaron de un proceso para dar salida a la entidad a bolsa y ahora sus acciones no sólo han perdido valor sino que se diluyen con la entrada de capital público. Para los bonistas -empezando por los que compraron preferentes-, los efectos negativos también serán importantes. Por lo tanto, a la hora de reconocer, apoyar y pagar las pérdidas del sector es justo también exigir transparencia. Además, la aportación del dinero de los contribuyentes -tanto a fondo perdido como el potencialmente recuperable- exige también esa mayor transparencia y responsabilidad.
España comienza un proceso duro. Se ha llegado tarde y probablemente con nuestros propios recursos no será suficiente. Pero sí llegamos finalmente, más valdrá tarde que nunca.
Santiago Carbó. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada
España necesita reconocer hasta dónde llegan el deterioro bancario, aportar y soportar las soluciones -los rescates no deben ser gratis- y pagar el precio que ello exija, algo nada fácil porque las arcas públicas no son, en absoluto, ilimitadas y el gran reto tras el megarrescate de Bankia es el mismo que nos preguntábamos tras la reforma financiera: ¿de dónde van a salir los recursos? Con Bankia, España entra en el capítulo fundamental de ese ejercicio de reputación crucial que es cerrar de una vez por todas la reforma bancaria. Será necesario afrontar, al menos, cuatro retos pendientes:
1) La decisión de nacionalizar y sus consecuencias: la nacionalización de Bankia ya era conocida pero la magnitud de los recursos que finalmente serán aportados da un control casi total al Estado sobre la entidad. Dado que esa aportación de recursos tan importante se ha hecho en el marco de la nueva reforma financiera, es posible que otras entidades (por ejemplo, las ya nacionalizadas anteriormente) adopten una vía similar y soliciten nuevas ayudas al Estado de una cierta magnitud. Se ha hablado incluso de la creación de una gran corporación bancaria pública. En este punto, podría parecer algo desfasado apostar por nacionalizaciones pero no lo es. Con las crisis bancarias siempre se producen dos fenómenos en la industria financiera en alguna proporción: nacionalizaciones y fusiones. De hecho, en toda Europa estas nacionalizaciones se observan ahora con bastante naturalidad, toda vez que en otros países como, por ejemplo, Reino Unido, hace ya cuatro años que el Estado tuvo que tomar cartas en el asunto -entre otras, aportar 66.000 millones de euros a Lloyds Bank- para tratar de recomponer el puzle bancario. Eso sí, las nacionalizaciones no pueden ser sine die. Se trata de procesos de reestructuración en los que el Estado aporta recursos, reflota entidades y, si el proceso de conduce de forma razonable, acaba recuperando gran parte de la inversión realizada con la nueva privatización de la entidad. Así sucedió en Estados Unidos y está sucediendo en el resto de Europa. La participación pública no se puede mantener indefinidamente porque acaban surgiendo problemas reputacionales y competitivos muy importantes que distorsionan la industria. Por ejemplo, no puede sostenerse la idea de que una corporación bancaria pública dará más crédito que una privada. El crédito debe concederse bajo criterios razonables y en ningún caso debe desnaturalizarse y forzarse. Tampoco vulgarizarse, como sucedió antes de la crisis.
2) El esfuerzo de transparencia y reconversión desde Bankia: una gran ventaja de la nacionalización que se ha emprendido es que los nuevos directores de Bankia han adoptado una posición de realismo orientada no ya a una transición progresiva sino a una completa reconversión. Tanto el viernes como el sábado se ha explicado con detalle la realidad (ahora sí auditada) de Bankia, empezando por reconocer pérdidas de 3.000 millones de euros. Esto supone un golpe a corto plazo, pero había que encajarlo cuanto antes. No va a ser fácil este proceso pero, tal y como se ha explicado, se inicia ahora un camino para crear un nuevo valor de franquicia para la entidad.
3) La duda pendiente de las valoraciones y el backstop para las pérdidas: ahora el mercado se pregunta si el hecho de que hayan aflorado (con la auditoría) nuevo activos tóxicos en Bankia es extrapolable al resto de entidades. Las valoraciones independientes que ha encargado el gobierno deben arrojar la luz necesaria en este punto. Con ello, debería cerrarse uno de los dos grandes problemas de incertidumbre sobre la banca española: cuán profundas son las necesidades de saneamiento. El otro gran interrogante es de donde van a salir los recursos para cubrir esas necesidades y lo que potencialmente pudieran agrandarse (el llamado bacsktop o soporte para las pérdidas). Es importante señalar que Bankia no había aportado cuentas auditadas y que el resto del sector sí lo ha hecho o lo está haciendo y con ellas se están asumiendo nuevas pérdidas de valor que acaban reflejando la magnitud del problema. Se señalaba este fin de semana que el caso de Bankia no es extrapolable pero alguien debería tomar cuanto antes cartas en el asunto y evitar la continua corrección en las cuentas de las entidades financieras españolas. Es preciso dejar claro -ya que esto extraña mucho a los ciudadanos- que no es que las pérdidas afloren como las margaritas sino que persisten discrepancias sobre qué activos deben clasificarse en cada tipo de crédito y hasta qué punto están deteriorados y hace tiempo que se viene demandando la clarificación definitiva de este asunto.
Y 4) Los efectos para accionistas y tenedores de bonos: la historia, por supuesto, tiene afectados que esperan, cuando menos, una explicación. Los accionistas de Bankia participaron de un proceso para dar salida a la entidad a bolsa y ahora sus acciones no sólo han perdido valor sino que se diluyen con la entrada de capital público. Para los bonistas -empezando por los que compraron preferentes-, los efectos negativos también serán importantes. Por lo tanto, a la hora de reconocer, apoyar y pagar las pérdidas del sector es justo también exigir transparencia. Además, la aportación del dinero de los contribuyentes -tanto a fondo perdido como el potencialmente recuperable- exige también esa mayor transparencia y responsabilidad.
España comienza un proceso duro. Se ha llegado tarde y probablemente con nuestros propios recursos no será suficiente. Pero sí llegamos finalmente, más valdrá tarde que nunca.
Santiago Carbó. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada
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