Cangas de Onís, la Guernica astur
Sobre Cangas, las aviaciones alemana, italiana y franquista arrojaron 400 bombas en octubre de 1937. Franco había calculado que la toma de Asturias tardaría siete días en consumarse, pero la región resistió 51
Guernica fue primero y Picasso decidió escoger esa población vizcaína para condensar en un cuadro icónico los horrores de la guerra de España, y los de todas. Pero hubo otras Guernicas en aquel malhadado 1937. Y una de ellas fue Cangas de Onís, población sobre la que en los primeros días de octubre se abatió un bombardeo que el Ministerio de Defensa republicano consideró «sólo comparable con el que destruyó la villa vizcaína de Guernica». Hasta cuatrocientas bombas, algunas de 250 kilos y muchas incendiarias, cayeron sobre la cuna de la Reconquista, condición que no generó absolutamente ningún escrúpulo a las cristianísimas y españolísimas tropas nacionales.
Había prisa por terminar la campaña del norte, que había arrancado ya a la República todo el País Vasco y la provincia de Santander, pero la heroica resistencia republicana tenía a las hordas de Franco atascadas en los montes del oriente asturiano. Siete días había calculado el Estado mayor franquista que tomaría la conquista de Asturias, que dio comienzo el 1 de septiembre, pero 51 acabó costando, con auténticas Termópilas republicanas como la de El Mazucu (donde las tropas republicanas resistieron dos semanas) despertando la admiración del mundo. Qué se podía hacer para desatascar esa resistencia, la Legión Cóndor nazi lo tuvo claro: bombardear sistemática e indiscriminadamente a la población civil de las ciudades tras la línea del frente con el objetivo de cortar las líneas suministro, destruir industrias, dividir el esfuerzo de guerra de la República al obligarla a defender a la población civil y aterrorizar a los ciudadanos. A ello se lanzaron los franquistas con entusiasmo, y quienes más lo sufrieron fueron los cangueses.
La estrategia surtió efecto: la República, cuya aviación era irrisoria en comparación con la de Franco, bien nutrida de suministros alemanes e italianos, se vio obligada a concentrar lo poco que tenía en Asturias (y que era literalmente todo lo que pudiera volar: desde aviones civiles hasta deportivos) en Gijón, por cuyo puerto de El Musel entraban los escasos suministros que recibía la aislada Asturias. La región había sido dada ya por perdida por el gobierno legítimo, concentrado ahora en reestructurar su Ejército para atacar Teruel y recuperar la iniciativa: Asturias, como rezara el hermoso poema de Pedro Garfias y cantara Víctor Manuel, estaba «sola en mitad de la Tierra». Y ese concentrar lo poco que se tenía en Gijón dejó desguarnecido todo lo demás, circunstancia que las aviaciones nazi, italiana y franquista aprovecharon con desparpajo. Los junkers de Hitler y los Savoia italianos aprovecharon cada minuto de luz para dejar caer con saña sus bombas sobre Llanes, Ribadesella, Colunga (dónde sólo quedó en pie una fábrica de sidra), Infiesto, Arriondas… y Cangas de Onís. El 10 de octubre de 1937, las Brigadas Navarras se enseñorearon de una población tan completamente destruida como hoy, en otra guerra muy diferente y sin embargo muy parecida, lo están Alepo, Palmira o Mosul. Nada se salvó de la quema, y después de la guerra hubo que reconstruir la iglesia de la Santa Cruz, la de Santa María y el emblemático puente romano.
El 29 de octubre de 1937, el Abc de Madrid, tenía claro a quiénes señalar como culpables de aquella destrucción despiadada: «El Norte de la Península se ha perdido para la República no porque lo hayan ganado los rebeldes, sino más bien porque Europa, y acaso sea más exacto decir que el mundo, admitió sin repugnancia que nos lo destruyesen Alemania e Italia. Los episodios que siguieron a Irún, Durango, Guernica, Galdácano, Reinosa, Cangas de Onís…, se cancelaron en el exterior con unos testimonios de condolencia y unos gestos vagos de caridad, como si los apesadumbrados productores de aquella literatura se encontrasen a presencia de una catástrofe irremediable, originada en la violencia cósmica de uno de los cuatro cimientos».
Nuevamente, qué desoladora modernidad tiene ese lamento. Qué aplicable sigue siendo a las guerras indiferentes de hoy, y qué necesario sigue siendo el grito pictórico antibélico del Guernica picassiano, que bien podría haberse llamado el Cangas.
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