Los franceses no recuerdan una final electoral tan reñida. Cuatro candidatos pueden aspirar a pasar a la final del 7 de mayo. Nunca una primera ronda de las presidenciales había tenido tanto suspense ni expectación internacional.
El futuro de Francia está en manos de un cuarto de sus electores. Son las personas que aún no han decidido a quién votar hoy. Una segunda cifra tendrá también en vilo a los cuarteles generales de los candidatos: el voto volátil de quienes, después de haber asegurado que se adherían a una opción, han cambiado de idea en el último minuto. Hay una tercera variante de importancia. La abstención aparece en teoría muy alta, un 28%, más de cinco puntos por encima de la media habitual en las presidenciales.
Son algunas de las razones que van a convertir a los comicios de hoy en un rompecabezas para los sondeos a pie de urna que tradicionalmente a las 20.00h en punto anuncian a los dos finalistas. Si a eso se añade que los colegios cerrarán una hora más tarde de lo habitual, los franceses podrían encontrar en la pantalla de televisión tres fotos y no dos, antes de que el recuento posterior elimine al tercer finalista.
Emmanuel Macron ganaba en la 'foto finish' a Marine Le Pen en los últimos sondeos antes de la jornada de reflexión del sábado. El líder de En Marcha sabe que si logra pasar el 'ballotage', será el candidato que concite más votos para eliminar a Marine Le Pen en un eventual choque entre ambos, dentro de dos semanas.
Si Macron pasa hoy el primer obstáculo y se enfrenta a Le Pen el 7 de mayo, su programa de amplio espectro ideológico, tan válido para los moderados de la izquierda como de la derecha, debería servirle para engordar sus redes con los apoyos de votantes de François Fillon, Benoît Hamon o Jean-Luc Mélenchon, a quienes asusta la posibilidad de ver al Frente Nacional instalando a su jefa en el Elíseo.
Para ello, el benjamín de los aspirantes deberá hacer guiños a un lado y otro. Cortejar a la izquierda de la izquierda y a los fans de François Fillon. Un ejercicio que en cualquier otro político podría llevar al estrabismo, pero que en el exministro de Finanzas del gobierno socialista no resulta tan complicado. Se le reprocha afirmar algo con seguridad y admitir que lo contrario es también posible.
Los socialistas irán con Macron
Su calculada ambigüedad le ha valido el apoyo de un espectro ideológico a 360 grados: un exsecretario General del Partido Comunista (Robert Hue), un exministro de Exteriores de la derecha (Dominique de Villepin), una vieja gloria del 68 (Daniel Cohn-Bendit), el líder histórico del centro (François Bayrou), medio partido ecologista, intelectuales variados –como Erick Orsena, Alain Minc o Jacques Attali–, empresarios, la prensa de izquierda y de centroizquierda (Libération, Le Monde , L’Obs)…
Entre los respaldos de Macron merecen un capítulo aparte sus excamaradas del gobierno socialista. Manuel Valls, después de dejar enfangado en la utopía a su "candidato oficial", Benoît Hamon, cree que el exbanquero de Rothschild es el mejor muro contra el nacional-populismo. La línea oficial del PSF, que apoya tibiamente a su propio candidato, dio por perdidas las presidenciales tras sus primarias, y ve en Macron la balsa salvavidas para mantenerse a flote gracias a una posible cooperación con En Marcha para las legislativas de junio.
Por eso, independientemente del enfado de Hamon por verse eliminado y de la catástrofe que los sondeos prevén para los socialistas, el PS no podrá resistirse a llamar a decantarse por Macron contra Marine Le Pen. El todavía presidente François Hollande ya votó por su excolaborador cuando manifestó que había que evitar los extremos. A Hollande no le disgustaría que su exministro pudiera llevar adelante las reformas que el ala izquierdista del PS, con Hamon entre otros, le impidieron desarrollar. Hollande expresará públicamente su apoyo a Macron si este se juega la presidencia contra Marine Le Pen. Si antes no lo ha hecho ha sido por no restarle votos. En efecto, el respaldo explícito de Hollande antes de la primera vuelta hubiera representado una especie de beso de la muerte, tal es la paupérrima popularidad que arrastra el Jefe del Estado.
Marine Le Pen ha encabezado las intenciones de voto desde hace un año. Su partido ha llegado en primer lugar en los últimos comicios regionales, departamentales, locales y europeos. Solo el cordón sanitario impuesto por todos sus rivales unidos en las segundas vueltas electorales le impiden traducir en poder sus espectaculares resultados. Solo una improbable concurrencia de circunstancias, entre ellas una abstención masiva, le podría dar esperanzas en una eventual segunda vuelta.
Macron ha resistido el empuje de Le Pen, incluso después del atentado del jueves en París. Y la favorita de los sondeos durante meses corre también el riesgo de ser eliminada hoy si los votantes de Fillon acuden en masa a las urnas y olvidan por unos minutos los capítulos de codicia, puestos a la luz por jueces y periodistas, que han hundido la campaña de su campeón.
Muchos de los fillonistas que se deprimieron con las revelaciones sobre los episodios político-económicos de su líder han recuperado el tono. Son conscientes de que Fillon no es el ejemplo de honradez que vendía, pero no están dispuestos a dejar el paso libre ni a Macron, a quien consideran un joven clon de Hollande, ni a su rival a la derecha, el FN.
Mélenchon, moderado para ser presidenciable
Fillon ha tenido tiempo en los últimos días para revertir en parte la situación y convencer a sus seguidores de que, además de sus "errores", es víctima de un complot urdido desde el Elíseo, en el que participan jueces y periodistas de izquierda. El objetivo de ese gabinete negro sería, según el representante de los Republicanos, impedir la victoria del centroderecha, la única opción capaz, según él, de ofrecer una alternativa válida a la esclerotización política vigente.
François Fillon subraya, además, que es el único candidato que podrá contar con una mayoría suficiente en la Asamblea Nacional. El FN cuenta ahora con dos diputados y sufre las consecuencias del sistema proporcional. Los socialistas tratarán de salvar los muebles en las legislativas. El movimiento político de Macron es nuevo y se estrenaría en la Asamblea partiendo de cero. Fillon le ataca por ese flanco: Macron puede llegar al Elíseo, pero no tendrá la mayoría legislativa.
Jean-Luc Mélenchon ha animado una campaña electoral que sin él hubiera sido muy clásica en la forma. El contendiente de más edad ha sabido mejor que ninguno utilizar las redes sociales y las nuevas técnicas de comunicación. Receptivo a los consejos de su joven jefa de comunicación, la franco-bereber Sophia Chikirou, debería al menos llevarse el Óscar a la mejor puesta en escena.
Mélenchon, que ya en 2012 se encaramó a un 17 por ciento de intención de voto para recibir un 11 en las urnas, ha moderado su mercancía electoral a medida que la toma del poder aparecía posible. En la última semana de la campaña ya no se trata en absoluto de salir de la Unión Europea. Ahora el mensaje es trasformar al club de los 27 en una comunidad diferente. Pero desde dentro. La visita de los insumisos del sur, Pablo Iglesias y la portuguesa Marisa Matias le servía para certificar la idea de mantener a Francia en una nueva Europa, la de los "rebeldes".
Iglesias, Matías, el griego Alexis Tsipras y el alemán Oskar Lafontaine compondrían el cinco inicial de esa nueva Europa, con Mélenchon de base. Ese nuevo movimiento tiene también un invitado internacional, según el jefe de La Francia Insumisa, el norteamericano Bernie Sanders. Ninguna mención a refuerzos latinoamericanos. Niguna palabra de recuerdo para Chávez o Fidel, los ejemplos que Mélenchon recitaba antes de sentir el vértigo de verse "presidenciable".
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