Los candidatos y candidatas a las elecciones andaluzas, en el debate electoral del pasado 6 de junio.
Los candidatos y candidatas a las elecciones andaluzas, en el debate electoral del pasado 6 de junio. RTVE A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! El primer debate televisado entre candidatos a la presidencia de Andalucía fue un debate plano. Quizá no por culpa de los comparecientes, sino de la mala costumbre que hemos adquirido de entender los debates en lógica madrileña. Esa en la que, de repente, un Albert Rivera saca un adoquín. Anoche no sucedió nada de esto. Durante las dos horas que duró el encuentro, el tono fue pausado. De peli de cine independiente en la que el diálogo entre los protagonistas y no los bruscos giros de guión es lo que lleva el peso de la trama. Una de las voces, la de Macarena Olona, desentonaba en medio de este ambiente. No por ser la no andaluza de la reunión –aquí no somos excluyentes como ella– ni tampoco por no saber bien de lo que hablaba, cosa de la que dejó constancia en las pocas ocasiones en las que se atrevió a entrar en alguna materia concreta, sino porque sus intervenciones, sobreactuadamente épicas, quedaban siempre desnudas, a medias, al no escucharse de fondo la banda sonora de Braveheart mientras la alicantina se llevaba la mano al pecho a lo Fachita Perón. Tan pausado fue el tono que el presidente Juanma Moreno Bonilla salió del debate como de la legislatura: sin hacer nada especial y sin despeinarse. Nadie lo puso contra las cuerdas para que explicara si pactaría o no la gobernanza de Andalucía con la representante de El cuento de la criada allí presente. Nadie fue capaz de que la privatización de la sanidad andaluza se convirtiese en asunto vibrante para quien estaba en casa siguiendo unas elecciones marcadas por el conformismo. Una inmensa parte de esa culpa pesa sobre las espaldas de los tres partidos de la izquierda que anoche se daban cita en el plató de RTVE. Uno veía al candidato socialista, Juan Espadas, hablar del voto útil encogiéndose de hombros y era inevitable acordarse de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, o de cualquier otro perfil con capacidad de darle a aquello un tono diferente al de reunión de comunidad un martes por la tarde con un par de vecinos en desacuerdo con la derrama. Uno veía a Inmaculada Nieto (Por Andalucía) –oradora inteligente de tono amable y constructivo– y se preguntaba cuántos espectadores recordarían el 19J quién era esa mujer elegida por la izquierda andaluza en el último minuto y de penalti. Uno se preguntaba si crear ilusión y las condiciones para que la ilusión arroje frutos no hubiera requerido de otro método de cocción para llegar a esta cita en la que Andalucía se juega que la ultraderecha manche sus instituciones con más armas que una buena oratoria y un tono amable. Uno veía a Teresa Rodríguez, a la que el espectador ya conoce, y se preguntaba dónde estaba la cámara oculta. Si no sería una broma pesada ver a las candidatas de Por Andalucía y Adelante Andalucía defender el mismo programa electoral desde atriles distintos y desafortunadamente contiguos por culpa del sorteo. A pesar de que el tema central de esta campaña es la posible llegada de El cuento de la criada a las instituciones andaluzas, el resto de candidatos jugaron a la estrategia de ignorar al elefante –o a la fascista– en la habitación. Nadie entró al trapo de las provocaciones de Olona cuando de su carpeta, con portada que decía “Por España”, sacaba una foto en blanco y negro –más pistas ya no podía dar– o cuando criminalizaba a quienes, al contrario que ella, sí son nuestros vecinos sin importar el color de piel que tengan. Dos excepciones. Tras una de las intervenciones de los dientes de la ultraderechista, a Teresa Rodríguez se le escapó un “racista” que se escuchó en casa gracias a la sensibilidad del micro, pero no se escuchó en el plató. Lo sabemos porque la representante de El cuento de la criada no rodó por el suelo simulando una lesión a lo Neymar, que era a lo que iba al debate. La otra excepción fue Juan Marín, candidato de Ciudadanos que sí miró a la cara a Olona en varias ocasiones del modo en que hay que mirar a la cara a la desfachatez con patas: sin miedo. Miedo que, gracias a las nefastas encuestas, Juan Marín ya tiene más que amortizado. Quizá fue un arrebato de celos al ver que su Juanma se va a ir con otra. Quizá, no quiero ser mal pensado, simplemente fue decencia democrática. Pero las miradas de desprecio del actual vicepresidente naranja a la indecente y siempre sobreactuada representante del franquismo fueron de lo mejor de una noche insípida dentro una campaña insípida, diseñada para que algo lamentable como la llegada de los feísimos ultraderechistas a la bella Andalucía acabe ocurriendo de la forma más pausada y natural.
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