miércoles, 11 de enero de 2023
Sin desperdicio, Xosé Manuel Beiras dá en el clavíto...
Este país sigue vivo por abajo. Entrevista a Xosé Manuel Beiras
Xosé Manuel Beiras 08/01/2023
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Escuchar o leer al político gallego Xosé Manuel Beiras siempre es un aprendizaje y una ocasión para reflexionar sobre la actualidad, en esta ocasión a partir de la edición del libro Espertemos! Lo firma el pensador francés Edgar Morin, que no es muy reconocido en los ámbitos políticos y culturales del Reino de España, pero que Beiras, a través de su traducción, pretende incorporarlo a la lista de rebeldes-reflexivos, tan necesarios en la época actual.
Y esa es la excusa, como si se necesitase, para repasar la actualidad, tanto de los temas que plantea Morin como de los más cercanos. Mirando hacia atrás para explicar determinados acontecimientos y hacer las críticas y balances necesarios, pero siempre empujando hacia adelante y diciendo las cosas sin medias tintas, como se puede comprobar en esta entrevista realizada por Moncho Mariño y publicada en Galicia Confidencial. SP
¿Cuál fue el interés que lo movió para traducir el libro Espertemos!, de Edgard Morin?
Realmente fue un poco por casualidad porque una de mis hermanas, que vive en Montpellier, me lo envió a comienzos de la primavera de este año. Me llamó la atención, en primer lugar, porque Edgard Morin es un filósofo, un pensador, de considerable importancia. Personalmente no me identifico con su pensamiento, mas es un pensamiento muy creativo y muy progresista. Me resulta muy interesante escucharlo y leer todo lo que escribe. En segundo lugar, debemos tener en cuenta que tiene 101 años de edad. Por lo tanto, es admirable que un centenario escriba este libro, que sea capaz de mantener la cabeza para hacer unas reflexiones como las que hace. En tercer lugar, este libro es un llamamiento a la rebeldía, un llamamiento al despertar, es una denuncia de lo que sucede en las sociedades contemporáneas, en el “sistema mundo”. Morin hace esto con una óptica centrada en el caso francés, como es lógico, comenzando con la Revolución francesa y con la crisis de valores que está produciendo. A mí me hizo recordar rápidamente lo que escribió Eric Hobsbawn durante los años 90 en el capítulo introductorio o en el final del último de sus cuatro tomos sobre la historia política de Europa precisamente desde 1789. Hobsbawn decía que durante los 90 no solo había una crisis económica y social, sino que además había una crisis de los valores que hicieron triunfar a los modernos sobre los antiguos. Por tanto, una crisis de los valores de la Ilustración, de la democracia, de la ciudadanía entendida como tal y de los fundamentos de la modernidad. En definitiva, Edgard Morin encaja con todas estas críticas. Que un hombre con más de cien años realice un llamamiento como éste es razón sobrada para traducirlo.
Cuando el autor habla de que la Francia reaccionaria está ganando terreno a la Francia humanista ¿está alertando de la vuelta de valores pre-revolucionarios?
Peor que eso, está hablando de valores nazi-fascistas. Lo que está en peligro ahora no solo en Francia, sino en toda Europa, y lo estamos viendo en las últimas noticias. Ahí está la redada realizada por los servicios de inteligencia en Alemania contra un grupo que, no es solo el hecho de querer llevar a cabo un golpe de estado, sino llegar a decir que el estado alemán nacido de la postguerra es ilegítimo y que lo legítimo sería un estado como el III Reich. Esto no pasaba en los 90 con Hobsbawn, más sí está pasando con Vox aquí, con Orban en Hungría, con el trumpismo y el Partido Republicano en los EE. UU., lo que pasaba con Boris Johnson en Gran Bretaña o lo acontecido ahora en Italia con una primera ministra reivindicando a Mussolini. También sucede en países nórdicos donde hay socialdemocracias asentadas desde hace medio siglo y con la posición sueca y finlandesa sobre su entrada en la OTAN. Todo esto es muy grave. Por eso es importante el llamamiento que hace una persona del prestigio intelectual y moral de Edgard Morin. Recordemos también la publicación hace diez años o más de ¡Indignaos!, obra de aquel viejo miembro de la Resistencia Francesa y de su Consejo, Stéphane Hessel, una llamada para rebelarnos, justo antes o coincidiendo con lo que fue la rebelión cívica y su eclosión en las plazas públicas, el 15-M. Ahora estamos ante una involución reaccionaria que no reivindica instituciones del Antiguo Régimen, sino instituciones totalitarias del siglo XX. Eso es más grave. No es el reaccionarismo tradicionalista, es muchísimo más.
¿Qué peligro representa la multiculturalidad para los grupos reaccionarios en Europa?
Al revés, qué peligro representan los grupos reaccionarios para la multiculturalidad. La multiculturalidad es lo normal, máxime cuando se habla de un “sistema mundo”, cuando se habla de la ósmosis entre diferentes culturas y entre diferentes espacios económicos, lo que se llamó la “mundialización” o “globalización”. La multiculturalidad es la normalidad desde que existen las civilizaciones. Aun así, ese calidoscopio multicultural puede que esté en conflicto constante o intermitente entre culturas distintas, aunque eso no impide el contacto entre ellas. Por otra parte, que la idea de nación sea la concepción de una cultura homogénea y sobre todo uniforme, de una única cultura o religión o ideología, eso es una barbaridad, es un invento del totalitarismo. En el caso del Estado español, incluso la Constitución reconoce la existencia de las nacionalidades históricas —un problema que no está resuelto de manera federal o confederalizante—, pero la reacción pretende imponer la nación española creada en la época de los Reyes Católicos, por lo tanto, castellana en ese sentido. El peligro no está en la multiculturalidad —en el crisol de diferentes culturas, de diferentes identidades— sino en quien quiere convertir a la humanidad en un ente uniforme. Eso significa la negación de la alteridad, no reconoce la entidad del otro. Cuando yo estudiaba en Madrid preparando mi tesis doctoral en un colegio mayor muy famoso, cuando me presentaban a alguien y preguntaban de donde era yo decía: “soy gallego”, y la respuesta era “ah, español”. No, no, a ver, yo soy gallego y ciudadano del Estado español (se me reconoce esto), a mí no me pueden retirar mi identidad gallega para ser ciudadano del Estado, ahí es donde está el problema, eso es lo que está en el núcleo de la cuestión.
El autor del libro propone fórmulas para la regulación de las olas de inmigrantes, incluso eliminar el tráfico ilegal de personas.
Esa parte en la que Morin propone fórmulas para remediar los problemas es la que menos me satisface. A mí me parece un tema un tanto ilusorio y poco actualizado, no va a la raíz del problema. Aquí no hay que regularizar la inmigración. Hay que regularizar la convivencia entre distintas identidades, distintas maneras de entender el mundo. Que diferentes culturas coexistan en una sociedad, siempre que asuman la existencia de un espacio común y, por tanto, se respeten recíprocamente, no es un problema. Y aún más, la inmigración es la que puede salvar demográficamente Europa. Quien criminaliza la presencia de inmigrantes, como aquí Vox, no dice nada cuando están siendo utilizados como mano de obra barata bajo condiciones infrahumanas en plantaciones de fruta o haciendo los trabajos más indeseables que nadie quiere en las ciudades. Nunca tuve problemas con respecto a la coexistencia con otras culturas, es algo que ya viví cuando estaba en París y ya había una gran cantidad de inmigrantes del Magreb, Oriente Medio; o en Londres, cuando también llegaron las comunidades de la India. Los problemas nacen cuando se inventan, como la cuestión de los judíos para los nazis. Aquí son los inmigrantes. Hacer eso es buscar un “chivo expiatorio” para enmascarar los verdaderos problemas como el de la sociedad de clases y el intento de los sectores privilegiados para dominar a todos los demás.
Entonces el estado como estructura carece de “voluntad propia” frente a determinados estamentos sociales.
Sí, en gran medida es lo que pasó con la Constitución española, un documento que a mí me parecía insuficiente, pues entonces yo estaba comprometido en el proceso para traer la democracia. Es decir, después de cuarenta años de fascismo, un régimen totalitario que lo declaraba en sus leyes fundamentales, un sistema basado en el exterminio de los demás por culpa de un golpe de estado que fracasó y luego trajo una guerra mal llamada civil, la guerra de España; después de todo eso, en vez de desmantelar el régimen pieza a pieza y abrir un proceso constituyente y nuevo, se acabó haciendo un pacto con el franquismo, la reforma política de lo irreformable. Un régimen democrático defectuoso está bien reformarlo para mejor, mas dentro de un régimen antidemocrático no cabe reforma. Aun así, la Constitución significaba crear un marco democrático que durante los últimos años se convirtió en un sistema oligárquico que controla la plutocracia con la complicidad de la jefatura del Estado y últimamente con la complicidad de la cúpula del poder judicial que es golpista. Debajo de la máscara de la Constitución está el título primero donde se establecen los derechos de los ciudadanos y sus obligaciones, o lo que regula las bases de la justicia, de las condiciones del trabajo, del sistema tributario y del derecho a reunión. Pues resulta que están derogados en la práctica con la “ley mordaza” o la evasión a paraísos fiscales violando lo establecido de que cada quien contribuya en medida a sus recursos. Aquí, pues, hay un dominio oligárquico establecido por quien dice defender la Constitución. Aquí pasa de una manera más grave. Tengamos en cuenta que en Alemania, Italia y Francia el fascismo fue derrotado “manu militari” y sus regímenes acabaron desarticulados. Aquí no. Además, con la traición de las potencias occidentales: en vez de eliminar el franquismo en 1945, pactaron con él, porque el enemigo ya era la URSS y necesitaban mantener un sistema “vigía de occidente”. Por otra parte, tenemos una monarquía que es corrupta. Hace imposible el reconocimiento de las identidades diferenciales en términos políticos. Por algo las fuerzas antifranquistas que defendían el derecho de autodeterminación de los pueblos —cuando eso estaba bien para hacerse notar frente al franquismo— después votaron en contra del reconocimiento del derecho de autodeterminación.
Por tanto, esas oligarquías son las que pretenden diluir el “hecho diferencial gallego” desde las propias instituciones que debieran preservarlo.
El pacto de la Transición lo que hizo fue expulsar fuera del terreno de juego político y democrático a muchas fuerzas políticas que lucharon contra el franquismo. Es inconcebible que de las elecciones de 1977 apenas hubiese diputados comunistas con todo lo que significaron CCOO y el PCE. El Partido Socialista Galego, que habíamos creado nosotros en 1963 y que tenía más prestigio, fue barrido por el PSOE, que eran cuatro en un taxi, eso sí: con todos los cuartos proporcionados por los alemanes. Luego estaba el caciquismo franquista: los más bestias se apuntaron a Alianza Popular de Fraga y los menos bestias a UCD. ¿Qué sucedió? Que en Euskadi y Catalunya cuando se pusieron en marcha los parlamentos autonómicos, estos estuvieron en manos de fuerzas políticas propias del país (aun cuando fuesen conservadoras y no de izquierdas, pero eran propias). Aquí no, el nacionalismo de izquierda y los comunistas que habían luchado contra el franquismo en las elecciones de 1981 obtuvieron 3 diputados, bajo las siglas del BN-PG —les hicieron la trampa de tener que jurar un reglamento de acatamiento de la Constitución que no estaba en las condiciones electorales—, y Esquerda Galega, con Camilo Nogueira, obtuvo uno. Las mismas fuerzas que habían reprimido el movimiento identitario gallego desde el siglo XIX hasta el final del franquismo fueron las que controlaron el Parlamento y la Xunta. Llevamos cuarenta y un años de autonomía, con un gobierno tripartito que duró dos años y otro bipartito que duró cuatro, en total 6 años frente a los 35 del PP. La deriva del PP es la de un partido fascista. Feijóo es tan fascista como Pablo Casado, solo que es tartufo, como ahora se está viendo. El PP es un partido connivente con el fascismo, por eso pacta con Vox. Este es un régimen malnacido y en Galicia ni siquiera hubo Transición.
Ese aparato autonómico está en manos de la derecha desde el primer momento.
Pues claro. ¿Cómo es concebible que personajes como los de AP no fuesen sancionados y excluidos de la vida pública y política desde el 1977 o 1978?
¿O que Fraga fuese el líder de un partido conservador, el PP? El PP es un fraude llamándose “popular”. No es un partido “popular” porque esos partidos están fundados en la base popular del país, sin usar el término “popular” como carne de cañón. Se lo debemos también a la operación dirigida desde el aparato del Estado, con Felipe González y compañía, para quitar a Fraga de en medio y enviarlo a Galicia como quien envía un virrey a una colonia. ¿Para eso lucharon Castelao, los mártires del 36, las personas que estuvieron en la cárcel o las que fueron fusiladas? ¿Hubo una depuración del poder judicial franquista que aplicaba leyes absolutamente contrarias a los derechos humanos? No.
La izquierda gallega, nacionalista o no, ¿por qué acaba en intentos fracasados de unión?
No, no hay intentos fallidos, hay frustraciones. ¿El BNG fue un experimento fallido cuando estaba en un exilio interior en 1981, 1982 y 1984? En 1997 el BNG protagonizó el único caso en que una fuerza nacionalista de izquierda supera al PSOE. Eso ni siquiera pasó en Catalunya o en el País Vasco. ¿Qué sucedió? Las oligarquías que aquí dominaban todo taparon la olla que estaba a hervir a presión. Luego comenzaron los problemas internos, eso sí, errores de las cúpulas. El BNG en el año 2000 coge una deriva y no se embarca en romper con esa idea de españolismo contra nacionalismo para acoger, unir mayorías comunes sobre la defensa de la izquierda social frente a la oligarquía. El error del BNG fue no entrar en esa estrategia. Si lo hubiese hecho, en 2012 la alternativa no se llamaría AGE y además el nacionalismo sería hegemónico dentro de ese movimiento. Cuando se consiguieron más de 200.000 votos solo después de quince días de formalizada la coalición, era porque la gente quería eso y cuando En Marea obtiene más de 400.000 votos a las Cortes del Estado —cosa que nunca se lograra ni en las elecciones autonómicas— ahí había todo un gran impulso. Luego comenzaron las autocríticas que había que hacer y algunos no hicieron.
Durante la primavera pasada publiqué un ‘manifiesto particular’ que subtitulé “Oficio profano de difuntos” donde hago autocrítica de todo esto. La cuestión no está solo en que las izquierdas debieran unirse —deben hacerlo—; la clave estaba en darle protagonismo político a los sectores de la ciudadanía que estaban activos en combate cívico frente a las oligarquías y que no eran cuadros políticos ni tenían una serie de vicios adquiridos. Eso no se logró, solo muy parcialmente. El resultado fue que los aparatos de los nuevos partidos fueron ocupados por representantes de la “vieja casta”, fue cuando hubo problemas. Eso me lleva a decir, como apunto en el ensayo, que la esperanza está en la rebelión cívica bien orientada. Entonces decía que los partidos, incluida Anova, debíamos de ser “motores auxiliares” y no los protagonistas. No se consiguió porque estamos en un periodo de contrarrevolución histórica que comenzó durante los años 70 y que está en su apogeo a nivel mundial. Es todo muy difícil porque ya ves lo que acontece con las izquierdas en Latinoamérica, nada más ganan ya las están chantajeando, como pasa con Lula en Brasil.
¿Es optimista en relación con el futuro del país?
Cuando era niño sentía dentro de los círculos familiares próximos al galleguismo aquello de que “la gente del campo ya no le habla gallego a los niños” y que, por tanto, iba a extinguirse, y no se extinguió. No soy optimista, pero no creo en la fatalidad. La Historia no es determinismo y estamos en un ciclo histórico de involución, la Historia en su conjunto es un proceso constante de avances y retrocesos moviéndose en espiral. Entonces, a mí me parece difícil que este país desaparezca. Yo digo que está en peligro de extinción como Galicia, como pueblo. Aun así —y yo no lo voy a ver— tengo claro que hay un país que crece por abajo. Eso puede verse en la creación literaria, en la creación artística, en la defensa del idioma, en la práctica del idioma, en la música popular y todo cuanto se mueve por abajo, como las organizaciones que se crean para oponerse a los parques eólicos y a los proyectos mineros abusivos. Aunque todo esto es un archipiélago sin puentes entre sí, sin uniones. Falta el imán que una todo eso como aconteció con el Nunca Máis. Este país sigue vivo por abajo, aunque tiene sobre él una corteza que es muy difícil de quitar. Ahí es donde fallan las direcciones de los partidos llamados de izquierdas.
Xosé Manuel Beiras Miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. Profesor de economía en la Universidad de Santiago de Compostela, ha sido uno de los políticos más sólidos, imaginativos e independientes de las izquierdas durante la Transición política en el Reino de España.
Fuente:
https://www.galiciaconfidencial.com/noticia/217215-beiras-erro-bng-unir-maiorias-oligarquia-se-fixese-2012-alternativa-seria-age
Traducción:Miguel Anxo Fernán Vello
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