viernes, 6 de enero de 2023
Claves de nuestro Futuro....
El año en que tomamos conciencia de nuestra demografía
JACOBO BLANCO
ASTURIAS
CARLOS CORTÉS
Asturias tiene ante sí un desafío colosal, que requiere quizá de un giro copernicano en los enfoques que, desde hace más de medio siglo, dirigen las políticas regionales
06 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.
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2022 fue el año en el que cristalizó la percepción del reto demográfico de Asturias. Un problema que, sin embargo, viene de muy atrás. Porque fue en la década de 1980 cuando el Principado, con casi 1.200.000 habitantes, comenzó a perder población. Lo hizo, primero, y ya desde mediados del siglo XX, en sus territorios rurales. Miles de parroquias se vaciaban. Pero no le dimos mucha importancia: era la consecuencia lógica de la urbanización. Y, más allá de alguna práctica exitosa, como el Plan para los Oscos-Eo, poco se hizo para paliarla. Además, ya en los albores del siglo XXI, la inmigración atraída por el boom del ladrillo parecía enmascarar el problema. Pero, cuando en 2008 estalló la burbuja, fue el sistema de villas el que empezó a perder población. Y, desde 2012, es el área metropolitana la que pierde efectivos.
Pero lo que ha disparado las alarmas después de tantos años es la consecuencia de ese proceso: la previsión de caer por debajo del jalón simbólico del millón de habitantes, que parecía inminente, pero que unos movimientos migratorios algo alterados por la pandemia, quizá retrasen unos meses o incluso, un par de años. Sin embargo, y más allá de cuándo censemos los 999.999, no podemos obviar dos cosas: una, que los indicadores de fecundidad y mortalidad de Asturias están entre los peores -sino son los peores- de Europa; otra, que las tendencias demográficas raramente sufren cambios bruscos de tendencia, en parte por responder a pautas acumulativas. En el caso de Asturias, por ejemplo, a una bajísima fecundidad se suma la baja en el efectivo de madres potenciales, que son cada vez menos como consecuencia de una natalidad muy reducida desde hace lustros. Y, muy especialmente en el rural.
Las consecuencias de todo ello son importantes. No sólo disminuye la población, sino que, además, envejece, con el consiguiente incremento del gasto sanitario y en cuidados de larga duración. Más aún cuando muchos de nuestros futuros mayores no tendrán hijos o habrán emigrado. Menos población implica también menor consumo, un rubro que supone 2/3 de nuestra economía. Y una depreciación a largo plazo del parque inmobiliario. Lo que implica desequilibrios presupuestarios, por el mayor gasto y los menores ingresos. Supone también un problema político, por tender los mayores al conformismo (también puede ser una ventaja) y, desde luego, por la pérdida de peso político de una Asturias que en 1977 sumaba 10 escaños al Congreso, está en siete y se encamina hacia los seis. Una pérdida de peso político que puede ser crítica en las negociaciones por el reparto de financiación nacional y europea, en una región que depende crecientemente de ella -la que más en España- para financiar sus rentas y sus políticas públicas, sin que se atisbe estrategia alguna para paliar esa dependencia creciente.
Por eso es importante revertir, o al menos paliar, no ya la sangría demográfica, sino también los crecientes desequilibrios territoriales de la región. El gobierno regional parece superponer acciones un tanto descoordinadas. Puso en marcha, en 2017, un Plan Demográfico a diez años vista. Pero este año inició la tramitación del proyecto de Ley de Reto Demográfico, planteando además incentivos presupuestarios, para 2023, a la natalidad, especialmente para el rural, con cierto énfasis en las ayudas directas por hijo y, algo menos, en medidas de conciliación. Sin embargo, todo hace pensar que, por su escasa dotación económica, su efecto será limitado y, a buen seguro, insuficiente para revertir tendencias. Quizá se deba considerar que, 1) el motor de la demografía es el empleo (empleo bien pagado, con buenas condiciones laborales y horarias, propio de una economía productiva) 2) que la conciliación es un motor auxiliar, de importancia creciente y que pocas cosas hacen más por conciliar que los buenos empleos (especialmente en el territorio rural, donde el problema empieza a ser la carencia de mujeres jóvenes) y 3) que las ayudas económicas son efectivas, sobre todo, en las familias con menores rentas y que, para serlo, requieren de generosidad y continuidad a lo largo de la crianza. Y todo ello sin olvidar la importancia de crear expectativas razonables de futuro para los padres, pero también para los hijos. Algo que pandemias, geopolítica y cierto tremendismo a cuenta del calentamiento global no contribuyen a favorecer. Y todo ello en un contexto de caída de la fecundidad en toda la Tierra.
Asturias tiene ante sí un desafío colosal, que requiere quizá de un giro copernicano en los enfoques que, desde hace más de medio siglo, dirigen las políticas regionales, centradas, sobre todo, en la captación de rentas públicas y no en la inversión productiva que mueva todos nuestros recursos, soslayando nuestra reiterada tendencia al monocultivo, sea carbón, metal o hidrógeno. Giro que requiere un cambio también en los valores que animan la cultura política y ciudadana de una Asturias envejecida. Y que pasa por un acuerdo, que debe implicar a los jóvenes y a los sectores económicos más emergentes e innovadores, involucrándoles en una estrategia a largo plazo capaz de romper inercias, como esa que, de no mediar un cambio disruptivo, nos lleva irremisiblemente hacia una Asturias de 500.000 habitantes para dentro de 40 años. En estos días de buenos deseos y mejor voluntad, sólo nos cabe confiar que el próximo 2023, año electoral, sea el que dé paso a ese debate cívico que debe preceder a ese giro copernicano en los enfoques de nuestras políticas públicas… y también en tantas actitudes privadas.
*Jacobo Blanco es sociólogo
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