sábado, 24 de agosto de 2024

Kamala yá está en el Sillón Demócrata....

ESTADOS UNIDOS El Partido Demócrata consuma el traspaso de poder La Convención Nacional que coronará a Kamala Harris escenifica el estado de euforia de la formación pero evidencia su aquiescencia ante el genocidio en Gaza Diego E. Barros Chicago , 22/08/2024

Michelle y Barack Obama en la Convención Nacional Demócrata, agosto de 2024. / YT

Michelle y Barack Obama en la Convención Nacional Demócrata, agosto de 2024. / YT En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Cuanto más a la deriva navegaba la candidatura de Joe Biden más crecía en las filas demócratas eso que Richard Hofstadter definió como el “estado paranoico de la política estadounidense”. Mezcla de rumor, deseo y conspiranoia, entre los nombres barajados, en caso de ser necesario un cambio en la candidatura, sobresalía uno en especial, Michelle Obama, ex primera dama y esposa del presidente Barack Obama (2008-2016). En realidad nunca se trató de una opción real. Pero todo lo que rodea a los Obama tiene un aura especial. Lo saben ellos y no lo esconden. Pese a que ambos cuidan mucho sus apariciones y declaraciones públicas desde que abandonaron la primera línea, su presencia en todo lo que rodea al partido es palpable. Está Camelot, la efímera y ya legendaria Administración de JFK, y los ocho años de Obama que, en una transmediación política en la que se hace difícil distinguir ficción de realidad, se confunden con lo escrito por Aaron Sorkin para The West Wing. Fueron ellos, junto con Nancy Pelosi principalmente, los que dijeron hasta aquí, Joe; y fue bajar sus respectivos pulgares para que Biden, al que Obama trata de “hermano”, accediera a echarse a un lado. Es Obama un tipo bendecido por los dioses, de existir alguno. Emana un halo de perfección que lo convierte en sospechoso, casi detestable. Se puede odiar su figura y una presidencia que dejó muchísimo que desear (cómo responder a tales expectativas), pero es imposible apartar la mirada cuando aparece en escena. No escucharlo. No dejarse hipnotizar por sus manos danzando al son de sus palabras. El único político capaz de hacer un chiste de connotaciones sexuales sin perder la elegancia. Pasa algo semejante con su mujer, cuyas declaraciones públicas –pocas mientras pernoctaba en la Casa Blanca, muchas menos desde que la abandonó–, tienen siempre un aura de autoridad pocas veces discutida. Fue el caso en la segunda jornada de la Convención Nacional Demócrata (DNC, en sus siglas en inglés) que tiene lugar estos días en una ciudad, Chicago, tomada por las fuerzas de seguridad, y en la que el Partido Demócrata parece haber declarado el perpetuo estado de felicidad. Fueron ambos, Michelle y Barack, las estrellas de una noche que certificó lo que ya se pudo atisbar durante la jornada inaugural: el PD de Joe Biden ha muerto, Kamala Harris reina. Obama no fue el único en decirlo pero sí el más explícito al hacerlo. La retirada de Biden no ha sido solo un cambio en la candidatura sino un traspaso de poder efectivo y evidente que, además, permite sospechar un movimiento interno de mayor magnitud: el PD neoliberal de Clinton, Bill, (que habló el miércoles, un día después de su esposa) está en retroceso mientras parece ganar espacio y narrativa un nuevo PD con alma rooseveltiana y que quiere mirar hacia la izquierda –teniendo en cuenta lo que izquierdasignifica en la política estadounidense. Obama fue Obama, Michelle simplemente voló tan alto que fue casi inalcanzable. “Soy la única persona suficientemente estúpida como para hablar después de Michelle Obama”, comenzó su marido. Si en 2020 Michelle eludió hacer campaña, el martes demostró que también sabe colocarse los guantes para subir al ring. Lo hizo para defender a Harris, a quien llamó “mi chica”, y para arremeter contra Trump, a quien acusó de hacer “todo lo que estaba en su poder para intentar hacer que la gente nos [a ella y a su esposo] tuviera miedo”. “Su visión limitada y estrecha del mundo hizo que se sintiera [Trump] amenazado por la existencia de dos personas trabajadoras, altamente educadas y exitosas que resultaron ser negras”. Fue en ese momento cuando silenció momentáneamente a una multitud entregada para añadir: “¿Quién le va a decir que el trabajo que actualmente está buscando es uno de esos ‘trabajos para negros’?” Y el auditorio estalló tras asimilar la punzante referencia a las declaraciones de Trump, a principios de este verano, en las que decía que los inmigrantes se estaban quedando con “trabajos para negros”. Controlar la euforia Las posibilidades de Kamala Harris en noviembre pasan en buena medida por mantener vivas y bien engrasadas dos cosas. Por un lado, instalar en el electorado la idea de que no hay vuelta atrás, que solo se puede mirar al futuro y este, bajo la presidencia de Harris, es esperanzador. Por el otro, revivir y reforzar la coalición que hace cuatro años llevó en volandas a Joe Biden a la Casa Blanca. Toda conferencia nacional de un partido estadounidense es, en primer lugar, un gigantesco acto de propaganda. Todo está preparado para mayor gloria de la candidata y su compañero de ticket, el gobernador de Minnesota, Tim Walz. También es un espectáculo televisivo de primer nivel en el que participan desde entregados seguidores a periodistas y comentaristas de todos los colores, pasando por personajes de todos los ámbitos de la cultura estadounidense, desde deportistas hasta cantantes y humoristas. Por supuesto, políticos, muchos, algunos republicanos anti-Trump. De todas las tendencias y de todos los puntos cardinales que componen un país que es casi un continente, y un partido con ramificaciones en (casi) todos los espacios de una sociedad tan compleja y contradictoria como la estadounidense. Y también a sus familiares, hijos, sobrinos, nietos y lo que se ponga a mano, siempre dispuestos a ofrecer lo que más gusta a un estadounidense: una buena historia de superación personal, la especialidad de todo escritor de discursos en este país. Y lágrimas; como las del hijo de Tim Walz, Gus, que se pasó los 20 minutos de discurso de aceptación de su padre, el miércoles, llorando a lágrima viva mientras gritaba, señalándolo con el dedo, “¡ese es mi padre!” Es el equipo de Kamala quien tiene las riendas no solo de la campaña sino de la propia convención desde la retirada de Biden. Y el cambio de rumbo es evidente. Primero, con la elección de un progresista como Tim Walz como compañero de ticket, una clara señal hacia el ala izquierda del partido frente a quienes reclamaban una elección más conservadora: el gobernador de Pennsylvania, Josh Shapiro. Estamos en campaña y este es el mismo Partido Demócrata que se entregó al neoliberalismo de los noventa como si no hubiera mañana, pero el giro narrativo es esperanzador: futuro, clase trabajadora (media, si el orador es centrista), salarios, derechos (sobre todos los reproductivos), educación, sanidad y unos EEUU inclusivos en lugar de una América excluyente. “Pese a toda la increíble energía que hemos podido generar en las últimas semanas, esta seguirá siendo una carrera reñida en un país profundamente dividido”, advirtió un realista Barack Obama. El miércoles, la todopoderosa empresaria televisiva Oprah Winfrey subió al estrado para decir: “Muy pronto, vamos a estar enseñando a nuestras hijas y a nuestros hijos que la hija de una madre india y un padre jamaicano, dos inmigrantes –y repitió varias veces lo de “inmigrantes”–, idealistas y llenos de energía, creció para convertirse en la 47ª presidenta de los Estados Unidos”. Es precisamente esta una de las cosas llamativas de la campaña de Harris. Si los derechos reproductivos de las mujeres ocupan un lugar central en la misma (evitando por ahora cualquier confrontación explícita con el Tribunal Supremo), brilla por su ausencia cualquier referencia a que Kamala Harris podría ser la primera mujer en sentarse en el Despacho Oval. Como si todo el partido se hubiera conjurado para ahuyentar el mal fario: la maldición de Hillary. Precisamente la ex secretaria de Estado y candidata presidencial en 2016 ocupó un lugar central durante la primera jornada, pensada como homenaje a la vieja guardia –¿ella?–, y presentación del cambio generacional. Brilla por su ausencia cualquier referencia a que Kamala Harris podría ser la primera mujer en sentarse en el Despacho Oval Hillary Clinton es mejor oradora cuando no aspira a ningún cargo. Más allá de sus problemas estratégicos en 2016 y su incapacidad natural para mostrar empatía y esconder una soberbia intelectual de la que no puede evitar hacer gala, Clinton eludió el gran elefante blanco en el United Center de Chicago, lo que todo el mundo en el pabellón y en casa estaba pensando: pudiste ser tú, es probable que debieras haber sido tú. No lo fue, llegó Trump y aquí estamos. Hillary centró su discurso en un genérico pero bien articulado “romper el techo de cristal” al que se enfrenta toda mujer, comenzando por la lucha de las sufragistas estadounidenses para conquistar el derecho al voto en EEUU, ratificado en 1919. Nada escenificó mejor ese cambio de guardia y de narrativa que lo acontecido esa primera noche de la convención. Homenajes y puestas de largo. En la primera categoría, cayó la sorpresiva presencia del histórico reverendo Jesse Jackson, luchador por los Derechos Civiles (estaba con Martin Luther King el día de su asesinato en Memphis) y primer candidato afroamericano a la presidencia de los EEUU (intentó ser nominado en 1984 y 1988, sin éxito). También némesis de Bill Clinton, quien no escatimaría esfuerzos en orillarlo a causa de sus posiciones progresistas. Apareció en silla de ruedas a sus 82 años, aquejado de párkinson. Como ya lo hiciera también a principios de verano en el campus de la Universidad de Chicago para mostrar su apoyo a la acampada estudiantil contra la masacre israelí en Gaza. No habló pero se llevó una de las ovaciones más grandes de la noche. También, por supuesto, el de Joe Biden. El todavía presidente se subió al escenario poco antes de las once de la noche, hora de Chicago. La emoción del momento y las conjeturas sobre su estado generaban dudas sobre su desenvoltura ante los focos. No se puede entender de otra manera la hora elegida para su aparición, lejos del prime time en la costa Este, pasada ya la medianoche. No fue así y Biden se extendió durante 53 largos minutos en un discurso potente que contenía en realidad tres: una defensa y reivindicación de su legado, del que hizo partícipe y protagonista a Kamala Harris, una especie de miniestado de la nación y, finalmente una despedida. “Ha sido el honor de mi vida serviros como presidente”, dijo Biden poniendo el punto final a cinco décadas, como senador, vicepresidente y presidente. “Amo el trabajo, pero amo más a mi país”, zanjó sobre su apurada renuncia a la reelección. E incluso se permitió ironizar: “Decían que era demasiado joven para estar en el Senado –fue elegido a los 29 años–, y ahora dicen que soy demasiado viejo para permanecer como presidente”. “He cometido muchos errores en mi carrera”, añadió, “pero les he dado lo mejor de mí”, remachó. AOC y la sempiterna “traición” de la izquierda Antes que Biden ya habían pasado por el escenario Raphael Warnock, primer senador afroamericano por Georgia. Pastor de la Ebenezer Baptist Church, la misma en la que predicó MLK durante años. Su discurso del lunes 19 fue uno de los mejores y más emocionantes, lleno de referencias al King más socialista, que lo era. Encarna Warnock a esa nueva generación de políticos demócratas salidos de las organizaciones de base y no de las instituciones educativas de élite. Con él, sobre todo, Alexandria Ocasio-Cortez, estrella fulgurante, un huracán sobre el escenario y que dio el discurso más izquierdista que yo he visto en un representante político estadounidense de primera línea. El hecho de que su alocución fuera colocada en prime time es una prueba del cambio narrativo en el PD y, también, de que la sucesora natural de Bernie Sanders como cabeza del ala izquierda del partido ya no es la novata que sorprendió a todos en 2019 y parece haber ganado cierta influencia dentro del aparato. Alexandria Ocasio-Cortez durante su intervención en la Convención Nacional. / YT Posee AOC un talento político gigantesco. Tiene una habilidad innata para comunicarse con un amplio público y vincular las luchas de la clase trabajadora estadounidense con la élite institucional del Partido Demócrata. Sin embargo, algo se rompió el lunes entre ella y el movimiento que la llevó al Congreso hace cinco años. Ocasio-Cortez pronunció un emotivo discurso en apoyo a Kamala Harris. El público entró en éxtasis, olvidando que muchos la veían como una enemiga mortal hace solo unos años. Todo estaba diseñado para agradar a una audiencia lo más amplia posible, pero su discurso estuvo plagado de ausencias. Las referencias a Medicare para Todos, el Green New Deal y gravar las rentas más altas fueron casi inexistentes. Quizá el punto álgido fue cuando tildó a Donald Trump de “millonario barato rompesindicatos”. Puede que esté AOC ante ese momento abismal al que se asoma todo político de izquierdas y que otro talento gigantesco como Pablo Iglesias definió como la elección entre la moqueta y la barricada. En este sentido, la señal más desalentadora del distanciamiento entre Ocasio-Cortez y el Movimiento Socialista Democrático fue la forma en que esta decidió abordar la matanza en Gaza. Apenas una línea en la que acreditó a Harris por “trabajar incansablemente para asegurar un alto el fuego en Gaza y traer a los rehenes a casa”. El problema es que lo dicho por Ocasio-Cortez dista mucho de ser cierto. No hay indicios de que Harris esté desempeñando papel alguno en las negociaciones de un alto el fuego. Y hay crecientes evidencias de que esas negociaciones son más una fantasía que una realidad. Mientras, las bombas sufragadas por EEUU siguen cayendo sobre Gaza en una masacre que ya se ha cobrado más de 40.000 víctimas, un tercio de ellos niños. Gaza es el gran silencio, el fantasma, la sombra que lo nubla todo y el tabú Porque Gaza es el gran silencio, el fantasma, la sombra que lo nubla todo y el tabú. Por más que se empeñe el PD y toda su maquinaria mediática, es imposible abstraerse de la carnicería que Israel, supuesta única-democracia-de-la-región, y gran aliado estadounidense, está perpetrando en la Franja desde el pasado octubre. Especialmente cuando las propias autoridades hebreas han declarado abiertamente sus intenciones. “Luchamos contra animales humanos”, dijo el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant. “Y estamos actuando en consecuencia”. Actuar en consecuencia ha significado hasta la fecha bombardear campos de refugiados, hospitales y colegios donde se refugian civiles ya que, según señaló el propio presidente israelí, Isaac Herzog, “no hay civiles inocentes en Gaza”. En el área metropolitana de Chicago se concentra la mayor bolsa de población palestino-americana de todo el país, fuertemente movilizada desde el comienzo de la ofensiva israelí como respuesta al ataque perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre. Una ramificación de esta movilización fue precisamente el movimiento de delegados no comprometidos que, desde las primarias de Michigan donde alcanzó un 13% de voto, se extendió por todo el país. Según el reglamento del propio partido, el Uncommitted Movement, nacido en protesta por el apoyo estadounidense a las acciones de Israel, está presente en la DNC con 29 compromisarios. El martes 20, los cofundadores de Uncommitted, Abbas Alawieh y Layla Elabed, organizaron un encuentro en el que un grupo de médicos hablaron con periodistas sobre lo visto y vivido en la Franja. Alawieh se mostraba optimista: “La vicepresidenta Harris está involucrándose en este tema”, dijo a la prensa. “Consideramos que esto es un paso en la dirección correcta”, pero señaló que su solicitud de que una “voz palestina” subiera al escenario aún no había recibido una respuesta afirmativa por parte del partido. El miércoles 21, el micrófono de la convención (y todo el público dentro del United Center) se entregó al desesperado relato de Jon Polin y Rachel Goldberg, padres de Hersh Goldberg-Polin, uno de la decena de rehenes estadounidenses de entre el centenar que permanecen aún en manos de Hamás. Como ser humano es difícil no solidarizarse con el sufrimiento de esta familia, como padre es imposible no hacerlo. “Esta es una convención política. Pero necesitar a nuestro único hijo y a todos los rehenes de vuelta en casa no es una cuestión política,” dijo Polin mientras la audiencia aplaudía. “Es un tema humanitario”. Tratando de mantener cierta ecuanimidad y empatía para con los palestinos, también elogió los esfuerzos para conseguir un acuerdo que lograra la liberación de los rehenes y, dijo, “pusiera fin al sufrimiento de los civiles inocentes en Gaza”. Pese a los deseos de Polin, el problema es que sí es un asunto político. Lo prueba el hecho de que en el interior de la DNC se puede gritar “free the hostages” y todo el mundo aplaude. Si gritas “free Gaza” o “free Palestine” te sacan escoltado por la policía. Y si despliegas una pancarta que pide que se deje de enviar armas a Israel te agreden con un banner de “We♥️Joe”. Y esta es una diferencia de naturaleza pornográfica que evidencia que unas vidas importan más que otras, y el doble rasero de un partido acostumbrado al doble lenguaje. A última hora del miércoles 20, pocas horas después de la alocución de los Goldberg-Polin, Abbas Alawieh confirmaba a las puertas de la DNC, bajo focos de neón Harris&Walz, que ya habían recibido una respuesta por parte de la dirección del partido. Esta era tan fría y devastadora como un bombardeo israelí: no. Desde el realismo, Alawieh confirmó que en su conversación con “el equipo de la vicepresidenta Harris” no habían pedido “ningún cambio de política”. “Obviamente la queremos, pero somos realistas”, dijo, “solo queremos que se escuchen nuestras voces, las voces palestinas”. Desde Uncommitted se insistió durante toda la tarde del miércoles que habían dicho al PD que ellos mismos podían escoger “la voz palestina” que quisieran. Como se sospechaba, nunca se quiso a ninguna. Como respuesta a la guerra de Israel en el Líbano, Edward Said publicó en 1984 un ensayo titulado Permission to Narrate, en el que criticaba la parcialidad de la opinión pública occidental a la hora de situarse ante el conflicto palestino-israelí. Entre otras cosas, decía Said, a los palestinos se les ha cercenado su derecho a contar su versión, mientras que la narrativa y las justificaciones israelíes estaban por todas partes. En una Convención Nacional Demócrata que lo ha apostado todo a la pluralidad y a lo simbólico como puede que nunca antes en la historia del partido, una vez más, a los palestino-americanos se les ha arrebatado el permiso para narrar su sufrimiento.

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