De los agujeros del capital.
BANCA
¿Todavía necesita el mundo a los suizos?
@Holman W. Jenkins. WSJ.
Harry Lime habló del reloj de cuco como contribución de Suiza a la cultura mundial, pero podría haber mencionado la otra contribución del país al acervo mundial: la cuenta corriente con numeración secreta, blindada por una ley de 1934 que convirtió en delito traicionar al propietario de una cuenta.
Y el uso del término "contribución" no es accidental. Por casualidad o no, entre los clientes de la época había judíos alemanes que ocultaban su dinero a los depredadores nazis. Los suizos no hacían preguntas, claro. Entre los clientes había también unos cuantos de esos depredadores nazis. Esa es la paradójica virtud del secreto bancario suizo, que ha protegido tanto a los codiciosos evasores fiscales como a los que simplemente trataban de salvar parte de su patrimonio para las generaciones futuras en momentos en que los políticos hundían la economía.
El acuerdo de la semana pasada entre el fisco estadounidense, el Gobierno suizo y el gigante bancario UBS supone otro agujero para el que antes fuera sacrosanto muro de discreción. La entidad suiza, tras un breve proceso, entregará los nombres de 4.450 ciudadanos estadounidenses en cuyas cuentas secretas hay hasta 18.000 millones de dólares en activos.
La decisión llega tras otras en las últimas décadas por las que los suizos acordaron reconocer los delitos de blanqueo de dinero y uso de información privilegiada, aunque siempre se dijo que el último bastión era la negativa suiza a unirse al grupo de países que consideran la evasión fiscal un delito grave. Ahora, este baluarte ha comenzado a tambalearse. El secreto suizo podría ser en el futuro un privilegio de los que no tienen nada que ocultar.
Hace una década, esta columna -Holman W. Jenkins es articulista del diario The Wall Street Journal- ofreció una opinión más optimista de esta erosión gradual de la que ofrecería hoy. Entonces dijimos que el mundo caminaba hacia la democracia y el imperio de la ley. Los gobiernos estaban desmantelando normas sin sentido y gravámenes tan elevados que impedían el crecimiento y permitían a los Estados recaudar menos de lo que recaudarían con impuestos más bajos. El mundo se parecía cada vez más a Suiza, dijimos en su momento, es decir era cada vez más sensato.
Hoy no hacemos un comentario parecido, no después de dos años que nos han recordado tanto a los primeros años de la década de 1930. No predecimos tamaña crisis y caos como los que sufrió el mundo entonces. Es cierto que no se pueden descartar por imposibles, pero tampoco son probables, en vista del ansia de orden de la humanidad. Con todo, la actual guerra del fisco estadounidense contra el secreto bancario suizo sí que tiene un sentido.
En 1934, los políticos suizos legislaron en respuesta a acontecimientos específicos en el extranjero: una ley nazi que convirtió la tenencia de activos fuera del país en delito penado con la muerte; un escándalo atizado por los políticos socialistas franceses sobre las cuentas bancarias suizas propiedad de prominentes ciudadanos. Los suizos miraron fuera de sus fronteras y vieron que el mundo se había vuelto loco: quiebras de bancos, depresión, militarismo, fascismo, comunismo. La nueva ley estaba pensada para apuntalar la confianza del mundo en la privacidad y seguridad de una cuenta bancaria suiza.
Hoy, el mundo está, como poco, ligeramente trastornado, con la posibilidad de empeorar mucho más. Los demócratas en el Congreso estadounidense, ante cada lección económica, quieren devolver los tipos fiscales marginales a niveles confiscatorios. Se ha amenazado a los empleados de AIG con un linchamiento político si no renuncian "voluntariamente" a los ingresos a los que tienen derecho legalmente. El congresista Henry Waxman quiere ahora recabar datos de los salarios de los consejeros delegados que no apoyan el ObamaCare. A nivel macroeconómico, los suizos siempre han hecho un buen negocio cuando los ciudadanos de otros países ven a sus gobiernos realizar más compromisos de los que pueden permitirse, justo la situación de Washington hoy, ya que se dan todos los antecedentes de un reventón inflacionario y el único obstáculo para ello es el hombre de Obama, Ben Bernanke.
No es de extrañar que el jefe de UBS, Oswald Grubel, aunque tenga que hacer limpieza después de la imprudente propaganda (con los directivos anteriores) de la evasión fiscal entre los ciudadanos americanos, siga esperando un futuro brillante. Él considera que los inversores adinerados están a la caza de refugios de estabilidad económica y política. A ese respecto, dijo al Journal que "Suiza parece mucho mejor que Estados Unidos, Reino Unido o cualquier otro país".
Quizá sea cierto, pero él y sus clientes deben considerar el dilema que puso de manifiesto el fiasco de UBS. UBS tenía grandes oficinas y una numerosa plantilla en Estados Unidos. Mantenía el mayor parqué de negociación del mundo en Connecticut. Esto no era realista en vista de que el banco prometía al mismo tiempo a sus clientes discreción en Suiza, ya que convirtió a la entidad en un claro objetivo de presión política y legal en Estados Unidos.
Para confiar en el futuro, el banco suizo tendrá que tener sus activos y personal a resguardo tras los Alpes y al gobierno suizo igual de acostumbrado que otros países a actuar según sus propios intereses. El pecado de UBS fue intentar vender demasiado barato el secreto bancario suizo y en demasiados frentes; demasiado barato y en demasiados frentes para que lo tolerasen los demás. Esperemos que nunca los necesitemos nuevamente como los necesitamos en el pasado. Pero, por si acaso, esperemos también que los suizos hayan aprendido a manejar mejor su franquicia.
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