Cambio climático: una ruta incómoda
16:31 21-12-2009
La cumbre internacional de Copenhague sobre cambio climático -técnicamente, la COP15 o 15ª reunión de los países signatarios de la Convenio Marco de Naciones Unidades sobre Cambio Climático (en inglés, UNFCC) ha decepcionado a quienes esperaban que en ella se aceptaran compromisos cuantitativos concretos de reducción de las emisiones de anhídrido carbono (CO2) y otros gases con "efecto invernadero" durante el período 2013-2020 -esto es, una vez concluido el vigente Tratado de Kyoto-.
No obstante, la declaración final de la Conferencia el viernes por la noche (el llamado "Acuerdo de Copenhague") contiene una referencia expresa al objetivo de que la temperatura media de la Tierra no suba más de 2 grados, lo que presupone, desde un punto de vista técnico, que la concentración de gases con efecto invernadero en la atmósfera no supere las 450 partes por millón (ppm), como expuso en 2007 el Informe del Panel de Expertos (el llamado AR4).
Además, en las negociaciones en Copenhague han participado activamente no sólo Estados Unidos y los restantes países industrializados (los llamados países de la "Parte I", porque asumieron en el Tratado de Kyoto objetivos concretos de reducción de emisiones), sino también China y los demás países emergentes, lo que refuerza el principio de que la lucha contra el cambio climático es un "bien público global" que debe lograrse con la colaboración de todos los países, aun cuando la intensidad de sus esfuerzos no sea la misma.
La ruta que conducirá a una reducción global de las emisiones de CO2 en la Tierra está siendo tan difícil y compleja como exponía en esta Crónica, escrita hace dos años, tras la reunión de Bali (COP13). La lucha contra el cambio climático tiene grandes repercusiones económicas, lo que hace aconsejable integrar los objetivos ecológicos con las restantes consideraciones de política económica.
Puede encontrarse información complementaria en la entrevista que le hice hace ahora un año a Nicholas Stern. El Consejo Asesor de Expansión y Actualidad Económica debatirá próximamente sobre el asunto.
[Publicado en Expansión en diciembre de 2007]
Un ruta incómoda
Si la atmósfera no albergara esa mezcla de vapor de agua, anhídrido carbónico (CO2), metano y otros greenhouse gases o "gases con efecto invernadero" (en adelante, GEI) que, como los plásticos de un invernadero, dejan pasar los rayos del sol pero retienen el calor que irradia nuestro planeta, la temperatura media de la Tierra no sería de 15º: se acercaría a esos gélidos 19º bajo cero con los que nos asusta el comandante del avión tan pronto alcanzamos los 5.000 metros de altitud.
Durante siglos la concentración en la atmósfera de esos gases se mantuvo estable con ligeras oscilaciones y, en el caso del CO2, se situó en torno a 280 "partes por millón" ("ppm", esto es, número de moléculas de tales gases por cada millón total de moléculas en el aire). Por desgracia, como consecuencia de las emisiones humanas (centrales térmicas, industrias, vehículos de motor...) y de la creciente deforestación de la Tierra -los bosques captan anhídrido carbónico de la atmósfera-, en 2005 la concentración de CO2 en la atmósfera alcanzó ya 379 ppm -es decir, más de un 35% de su concentración natural-, lo que explica, a juicio de los científicos, que la temperatura media de la Tierra haya subido 0,74 º durante los últimos cien años.
Kioto y la burbuja europea
La inquietud ante ese previsible "cambio climático" llevó a los países miembro de la ONU a firmar en 1992 un primer Tratado Marco (conocido por sus siglas inglesas UNFCCC), al amparo del cual se han celebrado ya trece Conferences of the Parties (COP) -la más reciente, la 13ª, concluyó el sábado en Bali (Indonesia)-. Confieso que la habitual celebración de esas reuniones contra el calentamiento climático a finales de año, cuando en España luchamos contra los rigores del invierno boreal, me ha producido siempre tanto desconcierto como cuando en la primera reunión ministerial de la OMC en Singapur, en diciembre de 1996, a pesar de los ecuatoriales y húmedos 30 grados, Frank Sinatra cantaba entre lucecitas a la "blanca Navidad".
En 1997, con Clinton y Gore todavía en la Casa Blanca, los países industrializados suscribieron en Kioto un Protocolo complementario por el que se comprometieron durante el período 2008-2112 a reducir sus emisiones conjuntas un 5,2% respecto a 1990. Para lograrlo, los entonces 15 miembros de la Unión Europea (UE) aceptaron reducir el conjunto de las suyas el 8%; y aunque el Protocolo de Kioto no entraría en vigor hasta 2005, acordaron en Bruselas en junio de 1998 el "reparto interno de cargas" que haría realidad la reducción conjunta pactada. En auxilio de la UE en su lucha contra el cambio climático vinieron algunas circunstancias singulares, como el previsto cierre de minas en el Reino Unido y el desmantelamiento de instalaciones obsoletas en la antigua Alemania del Este.
Al igual que el Protocolo de Kioto, la negociación en la UE tomó como punto de partida las emisiones de cada país en 1990, año en que la Alemania unificada había emitido casi cinco veces más que España. Tan notables diferencias se tuvieron presentes al fijar los límites de emisión nacionales, de forma que Alemania se comprometió a reducir las suyas el 21%, y España a no aumentarlas más de un 15%. Por desgracia, los responsables españoles de medio ambiente sucumbieron al fenómeno psicológico del "anclaje" (anchoring), pues ese porcentaje de aumento, en apariencia generoso, consagró una gran diferencia en emisiones por habitante e ignoró la posibilidad de que España acercara rápidamente a la media europea su renta por habitante. No es, pues, casual que España sea hoy el país de la UE más alejado de los objetivos que aceptó tras Kioto.
El 4º Informe de Evaluación (AR4)
Para reforzar la base científica de la lucha contra el cambio climático, en 1988 la Organización Metereológica Mundial y el Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas crearon un grupo o panel internacional de expertos (conocido en inglés como International Panel on Climate Change o IPCC) para que evaluara periódicamente el estado científico de la cuestión.
Su cuarto informe de evaluación (AR4), aprobado el pasado noviembre en Valencia, tiene todavía más enjundia y solidez técnica que los tres precedentes y sirvió de ayuda durante las deliberaciones de la Conferencia de Bali. El de la página 776 del tercero de sus volúmenes (Box 13.7) resume las reducciones precisas en la emisión anual de GEI por los países industrializados para lograr que la concentración en la atmósfera de tales gases no rebase determinados niveles:
Nivel final de GEI en atmósfera (ppm, equivalentes de CO2)
Año 2020
Año 2050
Reducción (en % respecto a 1990) de la emisión anual de GEI por el conjunto de países industriales
450 ppm
25-40
80-95
550 ppm
10-30
40-90
650 ppm
0-25
30-80
Una vez estimada la concentración futura de GEI en la atmósfera, puede deducirse la temperatura media de la Tierra que producirá: según una regla aproximada, la duplicación del nivel de CO2 en la atmósfera entrañará un aumento de 3 grados.
Tradicional adalid de la lucha internacional contra el cambio climático, la Unión Europea intentó en Bali que todos los países industrializados aceptaran como objetivo global vinculante para el período 2013-2020 los porcentajes de reducción de emisiones necesarios para estabilizar en 450 ppm el nivel de GEI en la atmósfera (ese ambicioso escenario, que haría que el aumento de la temperatura de la Tierra no llegara a 2 grados, supone implícitamente que los países en desarrollo, aunque no reduzcan sus emisiones, moderarían sustancialmente su tasa de crecimiento). Estados Unidos -buen conocedor de los riesgos del "anclaje" en una negociación- se negó en redondo, y mantuvo que los eventuales porcentajes de reducción deberán ser el resultado de la futura negociación, no su punto de partida. De ahí que la declaración final de la Conferencia sólo contenga una referencia a pie de página a esa tabla, que vaticino se hará famosa.
La incómoda ruta hacia Copenhague
La Conferencia decidió crear un Grupo de Trabajo Especial que se reunirá con regularidad durante los dos próximos años y negociará el acuerdo que sucederá al de Kioto. Si el cambio climático es, al decir de ex vicepresidente Gore, una "verdad incómoda", no menos espinosa será la negociación del nuevo Protocolo, cuya aprobación se ha previsto para finales de 2009 en Copenhague.
La "hoja de ruta" hacia el nuevo acuerdo obligará a sortear muchos escollos. En primer lugar, los actuales niveles de emisiones de GEI por habitante no sólo difieren de forma acusada entre los países en desarrollo (China, India, Brasil...) y los industrializados, sino también entre estos últimos, lo que suscitará el tradicional dilema entre el derecho a la igualdad -esto es, al crecimiento económico y demográfico- y el deseo de respetar situaciones pre-existentes (grandfathering). En segundo lugar, la lucha contra el cambio climático es un "bien público internacional" en cuyo logro algunos países pueden sentirse tentados al "escaqueo" (free riding), especialmente si no se sienten muy amenazados por las consecuencias del calentamiento global. En tercer lugar, los países pueden atribuir distinta importancia al "principio de precaución" -esto es, adoptar medidas drásticas desde el principio, ante la sospecha fundada de que la inacción podría tener consecuencias futuras catastróficas- y tener distintos grados de aversión a aceptar costes inmediatos a cambio de probables beneficios futuros.
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