Un concejal llamado Madera
En memoria del edil Graciano Díaz
IGNACIO GRACIA NORIEGA
La muerte, muy lejos de los esplendores públicos, de Graciano Díaz
Madera, me trae al recuerdo el papel considerable que desempeñó durante
la transición en Oviedo. Por aquellos años de mucha actividad y lucha
del movimiento vecinal, el Ayuntamiento de Oviedo levantaba barreras
infranqueables contra las asociaciones de vecinos; una de las más
tenaces y mal educadas era un conserje alto, con aspecto parecido al de
Pinón y nariz morada, que odiaba a los asociacionistas y les impedía por
todos los medios la entrada en la «Gran Casa». Por aquel tiempo el
asociacionismo en Oviedo estaba en manos de voluntaristas más o menos
dogmáticos o sólo aventados, y algunos realmente desagradables por su
activismo y dogmatismo, como una Arusi, del Cristo; otros tenían todo el
aspecto de ser los típicos «independientes» del PC y algunos eran
comunistas sin disimulos. En realidad, el PC estaba detrás de todo este
movimiento, que dominaba en la Asociación de Pumarín, en la que había
gente magnífica, como Ángel Díaz del Valle y Ramón Iglesias, además del
presidente, cuyo nombre lamento no recordar, y de la que yo era
vicepresidente. En una ocasión que le propuse a Luis Gómez Llorente,
«hombre fuerte» del PSOE asturiano por aquel tiempo, mayor presencia
socialista en el movimiento ciudadano, me contestó con suficiencia
asnal: «El PSOE nunca estará en movimientos que no controle». Y aunque
el PSOE tenía uno de sus pisos francos en Pumarín (teóricamente de las
JJ SS, aunque la renta tenía que pagarla el veterano Avelino Cadavieco
de su bolsillo), los únicos de ese partido que colaborábamos en el
movimiento ciudadano éramos el abogado José María Fernández, el
«poderoso Chema», según Vigil, y yo.
En el Ayuntamiento había verdadero derrotismo y confusión. El alcalde Serrano nos consideraba con desprecio de señorito ovetense; la alcaldesa Eloína no sabía dónde tenía la mano derecha, mucho menos la izquierda. De manera que con los únicos concejales con los que podía tratar eran Folgueras, Higinio (que más tarde sería alcalde por poco tiempo y era muy buena persona) y Graciano Díaz Madera. Este era el más activo de los tres. Un hombre bien plantado, bien vestido, guapo, simpático, dialogante, que olía a colonia: le gustaba guiñarle el ojo a Aurora Puente, también muy guapa, inteligente y elegante. Seguramente Madera tenía aspiraciones políticas. Algunos le reprochaban su pasado falangista (pocos estaban libres de ese pecado hacia 1976 o 1978), y más tarde ingresó en UCD, donde no llegó a tener relevancia, aunque facultades políticas no le faltaban. Siempre que recibía a alguien lo hacía con amabilidad y una sonrisa, siempre tenía palabras amables o de ánimo, y escuchaba solicitudes, reclamaciones y quejas del movimiento vecinal, tanto de la coordinadora como de cada asociación por separado. Y aquello, encontrar un interlocutor que además escuchaba, significaba mucho para un movimiento que se extinguió, como era natural, con la llegada de los ayuntamientos democráticos, pero que batalló duro para que ésta se produjera.
En el Ayuntamiento había verdadero derrotismo y confusión. El alcalde Serrano nos consideraba con desprecio de señorito ovetense; la alcaldesa Eloína no sabía dónde tenía la mano derecha, mucho menos la izquierda. De manera que con los únicos concejales con los que podía tratar eran Folgueras, Higinio (que más tarde sería alcalde por poco tiempo y era muy buena persona) y Graciano Díaz Madera. Este era el más activo de los tres. Un hombre bien plantado, bien vestido, guapo, simpático, dialogante, que olía a colonia: le gustaba guiñarle el ojo a Aurora Puente, también muy guapa, inteligente y elegante. Seguramente Madera tenía aspiraciones políticas. Algunos le reprochaban su pasado falangista (pocos estaban libres de ese pecado hacia 1976 o 1978), y más tarde ingresó en UCD, donde no llegó a tener relevancia, aunque facultades políticas no le faltaban. Siempre que recibía a alguien lo hacía con amabilidad y una sonrisa, siempre tenía palabras amables o de ánimo, y escuchaba solicitudes, reclamaciones y quejas del movimiento vecinal, tanto de la coordinadora como de cada asociación por separado. Y aquello, encontrar un interlocutor que además escuchaba, significaba mucho para un movimiento que se extinguió, como era natural, con la llegada de los ayuntamientos democráticos, pero que batalló duro para que ésta se produjera.
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