¿POR QUÉ ESPAÑA GENERA POCO EMPLEO?
Juan Ignacio Palacio Morena, catedrático de Economía Aplicada, es miembro de Economistas Frente a la Crisis
En un escrito anterior se constataba que España ha tenido siempre una tasa de paro por encima de la media europea, que en la mayoría de los años ha llegado a ser el doble de dicha media. Evidentemente esto tiene relación con el empleo, pero no implica que cambie en la misma proporción el paro que la creación o destrucción de puestos de trabajo. Si por razones demográficas hay generaciones más numerosas que llegan a la edad de trabajar, aumenta notablemente la inmigración y/o hay una mayor o menor proporción de personas en edad de trabajar que se animan a buscar un empleo remunerado, el desempleo puede aumentar o disminuir a un ritmo distinto que la destrucción o creación de empleo. Es lo que se mide a través de la denominada tasa de actividad que mide el porcentaje de los incorporados al mercado de trabajo o activos (ocupados más parados) respecto a la población en edad de trabajar. Los demás son inactivos (jubilados, estudiantes o cualquier otro que realiza labores al margen del mercado de trabajo). Esto explica que en la última Encuesta de Población Activa, correspondiente al primer trimestre de 2015, el paro haya disminuido a pesar de que se ha destruido empleo.
En España ha coincidido en ciertas etapas una intensificación de la incorporación al mercado de trabajo por razones demográficas, incluida la inmigración, y por una mayor propensión de la población en edad de trabajar a integrarse en una tarea remunerada. Es el caso de numerosas personas dedicadas exclusivamente a tareas del hogar, al trabajo voluntario o simplemente “desanimadas” que en un momento dado deciden cambiar y buscar un empleo. Sin embargo, con independencia de ese aumento de la tasa de actividad, se puede comprobar que generalmente se ha creado poco empleo y que cuando se ha logrado romper esa tendencia ha sido a costa de un freno drástico en el crecimiento de la productividad. Se crea un empleo mayoritariamente precario, con un elevado porcentaje de puestos de trabajo temporales y con bajas remuneraciones.
La inestabilidad en el puesto de trabajo junto a unas condiciones de trabajo poco favorables (bajas remuneraciones, escasa valoración de la formación continua y de la mejora del ambiente de trabajo, etc.) acaban por deteriorar el rendimiento de la fuerza de trabajo y derivadamente la productividad de la empresa. Esto explica también que ante cualquier caída de la demanda (crisis), la destrucción de empleo es muy rápida e intensa. El gráfico muestra esta anomalía del modelo de crecimiento español. En las etapas de auge que se logra crear empleo, pero termina por deteriorarse la productividad; y a la inversa, en las de recesión se destruye empleo con gran facilidad propiciando un incremento coyuntural de la productividad.
En los periodos de recesión, 1978-1985, 1991-1993 y 2008-2013, con un pequeño desfase, el deterioro o bajo crecimiento del empleo propicia una mejora de la productividad, de modo que ésta crece muy por encima del empleo. Por el contrario, en las etapas de auge, 1986-1991 y 1994-2008 el empleo crece rápidamente pero la productividad se estanca o reduce. Las fluctuaciones son mucho mayores que en la Unión Europea y tienden a intensificarse cada vez más. Tanto en el último periodo de auge como de recesión, el desfase entre el crecimiento de la productividad y el empleo es muy superior en España que en el conjunto europeo. Cuando se atisba una pequeña recuperación del empleo, como ocurre en 2014, el deterioro de la productividad respecto al empleo vuelve a ser mayor en España.
Notas: La productividad se refiere a la productividad total de los factores, porque es más significativa, y no a la productividad aparente del trabajo como suele ser habitual al ser más fácil de calcular. En cualquier caso, si se considerase ésta última los resultados serían parecidos y en la mayoría de los casos aún más extremados.
Este modelo de crecimiento tiende a ahondar los problemas de la economía española. La falta de competitividad del tejido empresarial, especialmente de las empresas de menor tamaño que constituyen los cimientos del edificio productivo, se encubre tratando de reducir costes laborales. Esto permite que sobrevivan algunas de las empresas que se mueven en mercados competitivos sin que hagan suficiente esfuerzo de innovación propia; y lo que es peor que numerosas empresas, que siguen beneficiándose de la existencia de una baja o nula competencia, aumenten sus ganancias sin necesidad de innovar. Este escaso esfuerzo de innovación propia, resultado de la débil competencia en diferentes mercados, muchos de ellos de ámbito local, implica que la productividad crece poco en un elevado porcentaje de empresas. Eso obliga, a su vez, a volver a tener que reducir costes laborales para ajustarlos a esa baja productividad y propicia un aumento de las desigualdades entre aquellos que se benefician de la falta de competencia y los que desaparecen o tienen que ajustar sus remuneraciones a las condiciones competitivas.
La solución más fácil ante una situación de crisis es recurrir, como se ha hecho en todas las ocasiones anteriores, a la reducción de coste laborales en vez de a la mejora de la productividad, que es un asunto más complejo, como forma de aumentar la competitividad. Pero esto crea, ya se ha señalado, una espiral devaluadora sin fin. Se elude así introducir mayor competencia como forma de incentivar la innovación propia y posibilitar una mejora de la productividad y las condiciones de trabajo. Tampoco se aborda una reestructuración a fondo del sistema educativo que reduzca significativamente el abandono escolar y la excesiva polarización hacia la universidad en detrimento de la formación profesional. Evidentemente estas reformas requieren un amplio consenso político y social, que permita cambios duraderos e impida que intereses corporativos puedan frenarlas sin detrimento de una participación muy activa de los propios implicados. Ante esa ausencia de consenso proliferan propuestas demagógicas y los que se benefician del orden actual se imponen a los que tratan de introducir competencia, por más que hablen hipócritamente de la necesidad e importancia de la innovación.
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