Grecia no es Sísifo, pero el mito del eterno sufrimiento, como al héroe de la mitología helena, le acompaña. Al menos, desde mayo de 2010, cuando la troika –y ante el colapso de la economía helena tras la Gran Recesión– materializó un préstamo de 110.000 millones de euros.
Ese primer préstamo, con el tiempo, se ha transformado en la pesada piedra que arrastraba el pobre Sisifo, condenado por los dioses tras desvelar un secreto a Asopo. Pero si la piedra de Sísifo rodaba nada más coronar la cima de la montaña sin alterar su volumen –cruel metáfora del trabajo inútil y sin esperanza, como lo describió Albert Camus–, en Grecia la pesada carga es cada vez mayor.
Cuando el país comenzó a entrar en barrera tras años de expansión, en 2007, la deuda pública representaba el
103% del PIB, apenas cinco puntos más que la España actual, pero hoy, según las estimaciones del propio Ejecutivo heleno, es probable que supere el
180% del PIB (sin contar la quita de 2012). La
progresiónno sería tan extraordinaria si, en paralelo, no se hubiera producido un durísimo ajuste de su economía helena que ha llevado al desempleo al 27%. El endeudamiento público, en todo caso, ha crecido bastante más en España: del 35% en 2007 al 98% en 2015. Es decir, casi el triple.
El aumento de la deuda se suele achacar a que el país se ha negado a recortar el
gasto público. Pero Eurostat
no dice exactamente eso. Aunque cueste creerlo, Grecia es el país de Europa que más lo ha recortado (del 54% al 49% del PB), incluso en términos estructurales (eliminando factores asociados al ciclo económico). España, en ese mismo periodo, ha pasado del 45,4% al 43,6%, lo que supone
menos de la mitad que Atenas.
Grecia, de hecho, registró en 2014 un déficit equivalente al 3,5% del PIB (frente al 5,8% de España). Y ya en 2015 tendrá superávit primario (sin contabilizar el pago del servicio de la deuda). Sus ingresos, frente a lo que suele creerse (existe el mito de que el país no recauda), representan el 45,8% del PIB, frente al 37,8% de España.
Y es que Grecia, como España,
ha recortado el gasto público, ha despedido a
funcionarios, ha subido impuestos y ha endurecido el sistema de desempleo, además de otros ajustes en sanidad, educación u otro tipo de prestaciones sociales. Pero con una diferencia. Una especie de
pecado original que desde entonces Grecia arrastra, como el mito de Sísifo.
Las instituciones (BCE, Comisión Europea y FMI) entraron a saco en la economía griega desde la intervención, y eso explica que –además de otros factores como la escasa intensidad de algunas reformas o la escasa competitividad de su economía– el PIB en términos nominales haya caído un 14% en Grecia entre 2011 y 2014, frente al 1,6% de España, aunque en términos reales el descenso de la riqueza nacional es todavía mayor (un 25% frente a un 7%).
Grietas de la economía
Un auténtico recorte de la riqueza que esconde la cruda realidad de la deuda: a medida que el PIB se achica, la ratio, lógicamente, empeora. Y eso obliga, como en el mito Sísifo, a empezar de nuevo. La recesión aumenta automáticamente la deuda aunque no se gaste más.
A menudo se esgrime que una de las grietas de la economía griega es el gasto militar. Y sin duda que lo es para un país situado en una zona estratégica, a caballo entre Oriente y Occidente. Pero de acuerdo con el Instituto de Investigación de la Paz de Estocolmo (SIPRI), un instituto independiente que se centra en cuestiones de seguridad global, Grecia tuvo un gasto militar de 7.600 millones de euros en 2009, pero cayó a 4.000 mil millones el año pasado, lo que supone una reducción de 47%. El gasto militar, en todo caso, no es una cuestión irrelevante para el Gobierno de Tsipras.
Una de las razones por las que Tsipras eligió para formar una coalición con el partido nacionalista Griegos Independientes es que esto, en teoría, fortalece la relación del gobierno con las fuerzas armadas y la policía, con gran peso en el país. No es casualidad que el líder de Griegos Independientes, Panos Kammenos, fuera nombrado ministro de Defensa.
No es la única diferencia. El diseño de la intervención se hizo con arreglo a la ortodoxia aplicada en otras zonas del planeta (principalmente en Latinoamérica) donde no existe un banco central. En Europa, sin embargo, nació a finales de los años 90, pero el BCE –al contrario que la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra– sólo ha actuado como prestamista de última instancia (comprando títulos públicos directamente en el mercado) en los últimos meses (y, paradójicamente, a quien más compra es a Alemania, ya que su peso en el banco central es el mayor).
Es decir, la troika, en lugar de asegurar la liquidez (la gran lección de la crisis del 29), lo que acabó provocando fue la expulsión de Grecia de los mercados financieros (y casi lo logra con España), endeudando al país, al mismo tiempo, hasta límites impagables.
La troika estuvo a punto de empujar a España al mismo error –la prima de riesgo rozó los 650 puntos básicos–, pero las célebres palabras de Draghi("haré todo lo necesario para salvar al euro") y una reunión de los ministros de Economía de España, Italia, Francia y Alemania, en el aeropuerto de París, evitaron el desastre. Y es que España nunca podía haber sido intervenida, como lo fue Grecia. Simplemente por su tamaño. Gracias a que no hubo ese modelo de intervención (y a las reformas y a los ajustes), España pudo esquivar el infierno.
El peso de la deuda
El caso de Irlanda es distinto porque la intervención se hizo para evitar su salida del euro después de que Dublín, en contra del resto de socios, garantizase el 100% de los depósitos bancarios. La naturaleza del rescate de Portugal también fue distinta porque allí no se impuso ni un tecnócrata –Lukas Papademos– ni un Gobierno de salvación nacional que al final arrastró al sistema político y facilitó el auge de Syriza.
La troika estuvo a punto de empujar a España al mismo error, pero las célebres palabras de Draghi y una reunión entre ministros evitaron el desastre
La troika, por el contrario, endeudó al país comprando los bonos que la banca europea (principalmente la alemana y francesa) había adquirido al Estado griego a unos precios exorbitantes (cuando las rentabilidades estaban disparadas al haberse cerrado los mercados y la primera de riesgo subía con fuerza). Esa partida pesa hoy como una losa sobre Grecia, que debe 393.000 millones de euros repartidos de la siguiente manera:
Casi 131.000 millones se adeudan a la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (EFSF por sus siglas en inglés); unos 53.000 millones de préstamos bilaterales, 25.000 millones en bonos, unos 85.000 millones de la ELA (los préstamos que hace el BCE en la ventanilla de emergencia) y 99.000 millones del Target2. En total, casi 400. 000 millones, de los que unos 26.000 millones corresponden a España (las tres cuartas partes son avales y no se han dispuesto formalmente). De ahí, como dicen algunos analistas, que sea más barato un mal acuerdo con Grecia que una buena salida del euro, en caso de que exista esa posibilidad.
El problema de Grecia, con todo, no es la deuda. De hecho, en el documento que hizo público la Comisión Europea sobre la última propuesta de la troika, este asunto es irrelevante. Entre otras cosas, porque apenas representa poco más del 2% del PIB gracias a que los tipos interés son muy bajos y los vencimientos son a muy largo plazo.
El problema es, por lo tanto, el modelo de intervención, y ese es el debate de fondo. Y como consecuencia de ello, como sostiene Mohamed El-Erian, antiguo alto cargo del FMI y exjefe ejecutivo de Pacific Investment. “Grecia se encamina a una gran contracción económica” y es “probable” que sea forzado a salir de la zona euro. Sobre todo si un país eminentemente turístico (representa el 17% del PIB) no es capaz de garantizar su sistema de pagos. Y lo que es más importante, su solvencia como país diciendo Tsipras a los ciudadanos las verdades del barquero. Es, como decía Camus, el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra.