Miquel Ramos, periodista y autor de 'Antifascistas' (Capitán Swing, 2022).
Miquel Ramos, periodista y autor de 'Antifascistas' (Capitán Swing, 2022). CEDIDA POR EL ENTREVISTADO A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Miquel Ramos es quizá el periodista que más sabe de la ultraderecha en nuestro país. En breve va a publicar Antifascistas (Capitan Swing), un libro de investigación sobre las experiencias del antifascismo en el que desarrolla un ejercicio de memoria sobre un activismo contra el fascismo, en gran medida olvidado. Comentarista y articulista habitual en varios medios de comunicación, muy atento a la guerra en Ucrania, en esta entrevista nos aporta una mirada antifascista del conflicto y de la invasión rusa. Ya está en imprenta Antifascistas, el libro en el que repasas la historia del antifascismo en la España de los 90. ¿Qué enseñan aquellas experiencias a los antifascistas de hoy? El libro es una colección de testimonios de personas que han participado en diferentes momentos y escenarios en la lucha contra la extrema derecha en sus diversas formas desde los años 90 hasta hoy. Mucha gente ha descubierto que en España había extrema derecha cuando ha llegado Vox, sin embargo, hubo personas que se jugaron la vida y pusieron el cuerpo cuando los grupos nazis y fascistas actuaban con absoluta brutalidad e impunidad. El libro cuenta la evolución de la extrema derecha tras la muerte de Franco, y cómo se adaptó el antifascismo para combatirla, con sus debates, sus errores y sus aciertos, sorteando siempre la criminalización por una parte, y la condescendencia de gran parte de los que hoy se preocupan y se preguntan por qué ha llegado Vox. Lo que enseñen esas experiencias es cosa del lector, que interprete y reflexione sobre lo que hemos vivido durante estas últimas tres décadas y entienda que hay mil frentes donde poder trabajar para pararla. Lo que está claro es que, si hoy existe una extrema derecha tan normalizada, es porque no se apoyó en su día a esa gente que llevaba años informando sobre ella y combatiéndola. Se menospreció esa amenaza y se compró el relato del poder que pintaba al antifascismo como una tribu urbana, y no como un antídoto democrático. Se compró el relato del poder que pintaba al antifascismo como una tribu urbana, y no como un antídoto democrático Hoy estamos ante una nueva extrema derecha que no se limita únicamente a Vox y a los grupos neofascistas diversos que siguen existiendo y alimentándose de esa normalización que les brinda el partido de Abascal. Si ya veníamos arrastrando desde la Transición la nula depuración de elementos reaccionarios en algunas instituciones del Estado, como las FCSE, las FFAA o la judicatura, ahora tenemos millones de euros invertidos en desinformación, en fundaciones y think tanks para la batalla cultural, en la guerra contra los derechos humanos. Y eso ya no se combate solo con manifestaciones. Estamos ya en otra fase donde todos y todas podemos y debemos hacer algo en diferentes frentes. También desde las instituciones, ya que no vale solo un discurso desde la tribuna, hacen falta políticas valientes que frenen la precariedad de la que se alimenta el fascismo y que pongan fin a su impunidad y a la represión contra los movimientos sociales. De todo eso hablamos en el libro. Una perspectiva antifascista es importante para analizar la guerra en Ucrania, pero tengo la impresión de que ha habido demasiados clichés en cierta izquierda a la hora de analizar las claves del conflicto y la invasión rusa. Pretender interpretar este conflicto en el eje izquierda-derecha o fascismo-antifascismo es un error grave que lo único que hace es daño a cualquiera de las posiciones que se defiendan. Algunos venimos informando sobre qué estaba haciendo la extrema derecha de uno y otro lado desde el Maidán. Desde los neonazis que acabaron liderando el golpe hasta los batallones neonazis como Azov que combaten en el Donbás, donde, no lo olvidemos, llevan ocho años de guerra y cerca de 14.000 muertos, muchos de ellos civiles a causa de los bombardeos de las fuerzas ucranianas. Allí, las milicias neonazis han tenido un papel importante, y han cometido numerosos crímenes de guerra contra la población prorusa. y son hoy el fetiche del neonazismo occidental. Parte de la estrategia de la propaganda rusa desde entonces fue usar las referencias a la II Guerra Mundial, aprovechando la descarada presencia, impunidad y exhibición de los neonazis en Ucrania, pero sería poco honesto omitir que hubo ultranacionalistas rusos y neonazis que también combatieron en el otro bando. Por otra parte, Ucrania lleva años siendo el lugar de peregrinaje y entrenamiento militar de neonazis de todo el planeta, debido a la impunidad de la que gozan sus milicias (algunas forman parte incluso de las Fuerzas Armadas) por su papel en el Donbás. Esto no lo digo yo exagerando el video de cuatro nazis en Twitter. Esto lo advertían hasta analistas norteamericanos expertos en seguridad y terrorismo, conscientes de que la extrema derecha es hoy la principal amenaza violenta interna en varios países occidentales. Aun así, insisto, enmarcar este conflicto en estos términos perjudica mucho al antifascismo, porque asociar la invasión de Ucrania a una suerte de cruzada antifascista es regalarle a Putin esta lucha mientras en su país persigue y encarcela a militantes antifascistas. Putin es la encarnación de la transición al capitalismo neoliberal en Rusia. Sus ideas, su estilo y sus formas han sido admiradas por la ultraderecha europea ¿Por qué de esto se habla tan poco en los medios en España? Precisamente a los medios occidentales les viene muy bien la retórica de Putin en esta guerra usando el antifascismo y las referencias a la II Guerra Mundial. Les pone en bandeja que le acusen de comunista, y, por ende, que todos los izquierdistas en el fondo apoyan a Putin. Es lo que estamos viendo desde el inicio de la invasión en boca de políticos y periodistas sin escrúpulos. Sin embargo, está más que acreditada la buena sintonía y los nexos entre Putin y varios oligarcas rusos con líderes y organizaciones de extrema derecha, desde Orbán, Le Pen, Alternativa por Alemania o Salvini, hasta los amigos de Vox de Hazte Oír. A esto no se le da tanta bola porque no interesa, porque les rompe el relato contra la izquierda que están articulando desde el principio. ¿Cuáles son los vínculos de ultraderechistas españoles con Rusia? Los lobbies de extrema derecha beben de muchas fuentes a ambas orillas del Atlántico, también de EE.UU y América Latina. La causa común es, sobre todo, propiciar un giro ultraconservador y cargarse las políticas de igualdad alimentando a este tipo de organizaciones en todo el planeta. Es parte de la batalla cultural de las extremas derechas, que, aunque difieran en algunos asuntos, en su lucha contra el feminismo y los derechos LGTBI, están aliados. En España, el nexo con Rusia es, principalmente, Alexey Komov, miembro del patronato de CitizenGo (del que forma parte Hazte Oír), representante ante la ONU del Congreso Mundial de Familias. ¿Crees que Vox se ha beneficiado de los fondos rusos a través de Hazte Oir? No puedo acreditar que así sea, pero lo que sí que es evidente es que todas las campañas que esta organización ultraderechista lleva realizando desde su creación están perfectamente enmarcadas en la batalla cultural que llevan a cabo Vox y el resto de extremas derechas para revertir el sentido común progresista y normalizar los discursos de odio y la negación de derechos a determinados colectivos. A menudo, no hace falta que una organización política obtenga dinero, le basta con que otros que sí lo reciben hagan el mismo trabajo que ellos en otros escenarios. Respecto a Ucrania, desde hace algunos años denuncias el ascenso del ‘banderismo’. El futbolista Zozulya nunca ha ocultado sus simpatías por esta corriente nazi que reivindica la participación de nazis ucranianos en el exterminio de judíos durante la II Guerra Mundial ¿Tienen tanto peso los nazis en Ucrania como han denunciado muchos antifascistas? A nivel electoral es obvio que no lo tienen, pero el éxito de estos grupos y su peligrosidad no se puede medir única y exclusivamente por esto. Sin embargo, que las milicias neonazis como Azov o Pravy Sektor estén armadas e institucionalizadas, con el beneplácito no solo del gobierno sino de la propia OTAN y la UE, es público y notorio. Incluso El Mundo explicaba recientemente cómo los nazis de Azov patrullaban las calles de Kiev haciendo ‘limpieza’ de indeseables. El ultranacionalismo surgido principalmente tras el Maidán los ha normalizado, y son vistos como jóvenes patriotas, como aquí cuando salen nazis levantando la zarpa y gritando Sieg Heil y los medios los etiquetan de “jóvenes con banderas de España”. Salvando las distancias, por supuesto. También hay que apuntar que los ultranacionalistas ucranianos usan a menudo referencias como Stepán Bandera para tratar de resignificar el colaboracionismo con los nazis y presentarlo como una legítima lucha contra Rusia. Los antifascistas ucranianos están atrapados ahora entre las bombas rusas y los neonazis a los que combaten en las calles Sin embargo, también existe antifascismo en Ucrania, y no es nada fácil llevarlo a cabo. Los militantes antifascistas están atrapados ahora entre las bombas rusas y los neonazis a los que combaten en las calles. Y todos están armados. Y en Rusia, muchos de ellos encarcelados. Una de las señas de identidad históricas del antifascismo ha sido el pacifismo y el internacionalismo, precisamente porque las guerras alimentan el fascismo. Estamos viendo a la izquierda rusa, empezando por varios diputados comunistas, oponerse a la invasión de Ucrania. ¿Podemos esperar un movimiento contra la guerra en toda Europa? Está siendo muy difícil salirse del guion. Varios analistas internacionales no occidentales coinciden en manifestar su sorpresa por cómo este conflicto ha unido tanto a izquierdas y derechas en aumentar la escalada bélica aportando armas, algo bastante inédito hasta ahora. Entiendo la impotencia del espectador ante las imágenes de la invasión, y que exija a sus gobernantes que hagan algo, pero enviar armas no me parece la mejor idea, y explico por qué: La OTAN y la UE no van a intervenir militarmente, y prefieren armar a los ucranianos, a pesar de ser absolutamente consciente de su incapacidad para frenar a las tropas rusas, que, por su parte, no han actuado todavía con toda su capacidad ni mucho menos. Además, ese material puede acabar en manos del ejército ruso conforme vaya avanzando. O de milicias sin ningún control, en las que, no lo olvidemos, combaten también voluntarios extranjeros que luego vuelven a sus países, como pasó en Siria cuando Occidente armó a los rebeldes. Se echa de menos un movimiento social masivo y global contra la guerra, también contra quienes se benefician de ella y quienes deciden sin que les salpique la sangre Recordemos que esto es una batalla geopolítica de consecuencias imprevisibles que puede llegar a implicar a otros países y potencias que no son precisamente amigas de la OTAN. Lo que también se está dirimiendo aquí, queramos o no, es la hegemonía de Occidente en el tablero global, algo que hace ya tiempo que se está cuestionando, y Rusia lo sabe, por eso ha elegido el momento y le importa poco la opinión pública. Aquí y en su país, donde hay que apoyar a los que se manifiestan contra la guerra, sin ninguna duda, conscientes de que las consecuencias de las sanciones las van a pagar más ellos que los que se alimentan del conflicto bélico. Y cuando un imperio cae, con las ruinas de una guerra y su relato latente, estamos ante un terreno enormemente fértil para los fascismos, como la historia bien nos debería haber enseñado. Contribuir con armas al conflicto no es otra cosa que una demostración del fracaso de la diplomacia de la que nuestros gobernantes, como miembros de la UE y la OTAN, también son responsables. Aquí es donde la izquierda debería marcar firme su posición contra la guerra apostando por vías exclusivamente diplomáticas y humanitarias, sin miedo a señalar los peligros de contribuir al fuego con gasolina. Se echa de menos un movimiento social masivo y global contra la guerra, pero también contra quienes se benefician de ella y quienes las deciden desde sus despachos sin que les salpique la sangre, como la hubo en otras ocasiones. Lo que está ocurriendo en Ucrania puede tener consecuencias catastróficas si se amplían los contendientes y se alimenta el belicismo. También con las medidas de censura que se están aplicando, aprovechando el consenso generado por el shock. Estamos viendo actuaciones muy poco democráticas, que no sabemos a dónde nos conducirán en un futuro.
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