Tom Blanton.
Tom Blanton. THE OPEN MIND A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! “La evidencia documental es abrumadora”, escribía Rafael Poch cuando explicó en estas páginas que en 1990 la OTAN se comprometió con la URSS a no ampliarse “ni una pulgada” hacia el Este: una promesa rota una y otra vez, hasta llegar a la posibilidad –anatema para Rusia– de que Ucrania se uniera a la alianza atlántica. Si Poch y otros analistas han podido expresarse con tanta convicción es gracias a Tom Blanton y Svetlana Savranskaya, un matrimonio de analistas que ha trabajado durante muchos años por desclasificar, indexar y publicar los archivos secretos de las conversaciones mantenidas entre representantes occidentales y soviéticos. Su último libro, The Last Superpower Summits (las últimas cumbres de los superpoderes), de más de mil páginas, reproduce y analiza los diálogos entre los presidentes Reagan, Gorbachov y Bush que llevaron al final de la Guerra Fría. Blanton (1955) es director del National Security Archive, una organización sin ánimo de lucro con sede en Washington D. C. que lleva casi 40 años dedicada a usar la ley norteamericana de la Libertad de Información (FOIA por sus siglas en inglés) para desclasificar e investigar documentos secretos del gobierno norteamericano, sobre todo con respecto a su política exterior, desde Chile y El Salvador hasta Medio Oriente y Asia. Desde su fundación en 1985, el NSA (que no hay que confundir con la “otra” NSA, la National Security Agency, hermana del FBI y de la CIA) ha logrado desclasificar más de diez millones de páginas, muchas de las cuales están disponibles al público mediante su página web. Para su investigación de las relaciones entre EE.UU. y la URSS durante y después de la Guerra Fría, Blanton y Savranskaya también han contado, además de con miles de archivos secretos, con testimonios orales de exmilitares, diplomáticos y políticos. Y han colaborado estrechamente con organizaciones rusas como Memorial, la ONG dedicada a investigar la represión estatal en la URSS, que no casualmente fue “liquidada” a comienzos de marzo. Blanton dirige el National Security Archive desde 1992. Nos atiende por videoconferencia desde su casa en Maryland. ¿Cuál ha sido su estado de ánimo estos días? Bueno, ¿qué quieres que te diga? Mi mujer y yo tenemos parientes tanto en Ucrania como en Rusia. Dos primos nuestros de Ucrania han podido salir y acaban de llegar a Holanda. Pero dos tíos de mi mujer aún están en un pequeño pueblo en el oeste del país. Tenemos primos en Kiev y cerca de Odesa que se han negado a salir, decididos a ayudar en la defensa. Además, llevamos muchos años trabajando con organizaciones rusas como Memorial, que fue cerrada hace dos semanas por orden del Tribunal Supremo de Rusia, y con los generales rusos que se involucraron en la recogida de todas las armas nucleares esparcidas por el antiguo territorio soviético desde 1991. En otras palabras, las pérdidas que estamos viviendo son múltiples: familiares, personales y profesionales. Es una tragedia absoluta –inimaginable, la verdad– ver cómo los rusos bombardean ciudades como Járkov, un centro de la civilización ucraniana tanto como rusa. Hay quienes mantienen que esta ha sido una crónica de una tragedia anunciada. La invasión, dicen, se veía venir. No estoy de acuerdo. Es verdad que los servicios de inteligencia norteamericanos estaban vociferando sobre una invasión inminente. Pero no hay que olvidar que se trata de los mismos servicios de inteligencia que nos decían que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. Los que formamos parte de la sociedad civil tenemos el deber de tratar lo que dicen los espías con cierto escepticismo. Por otra parte, en diciembre, la periodista Elena Chernenko publicó un reportaje iluminador en Kommersant –creo que acaban de despedirla por haber organizado la carta de periodistas contra la guerra– en el que señalaba un cambio de postura significativo entre la élite de Moscú, en particular en Asuntos Exteriores, donde perdieron toda fe en una solución diplomática con respecto a Ucrania. Lo más probable –predecía Chernenko en diciembre– era que Moscú reconociera la independencia de las repúblicas orientales de Ucrania y que se dispusiera a reforzarlas militarmente. Pero la periodista también agregó que se estaban barajando opciones más radicales. ¿Quiere decir que la invasión pudo haberse evitado? No. Impedirla habría exigido acciones dramáticas de parte de Ucrania que ni Zelensky ni el resto de los políticos ucranianos estaban dispuestos a considerar. Recuerda que el propio Zelensky insistió en minimizar la amenaza de una posible invasión rusa. Y aunque el segundo día de la invasión Zelenski ofreció lo que Putin llevaba pidiendo desde diciembre –una Ucrania neutral–, hoy ya no estaría dispuesto a considerar esa posibilidad. En otras palabras, con cada día que ha pasado, se han venido cerrando las salidas a la crisis. En efecto. Es una de las grandes tragedias de lo que estamos viviendo: que hay cada vez menos salidas –off-ramps, en inglés– que nos alejen de la violencia, infligida casi toda por los rusos. Mientras tanto, Putin ya ha fracasado con respecto a su objetivo político principal, que era la neutralidad de Ucrania. Lo mismo cabe decir de sus otros objetivos: pretendía dividir a Europa, dividir a la OTAN, hacer que EE.UU. pareciera débil. Está fallando en todo. Calculó mal, dramáticamente mal. Hay quienes mantienen que Putin se ha vuelto loco. Eso no lo creo. Me parece que tiene razón Rob Lee, el analista militar del Foreign Policy Research Institute, cuando concluyó a mediados de enero que, ante la situación en Ucrania y el fracaso de las negociaciones –la negativa rotunda del Parlamento ucraniano, la Rada–, Moscú decidió abandonar su estrategia de deterrence, o disuasión, a favor de una estrategia de compellence, o coacción. Desde el punto de vista de Putin, Estados Unidos lleva 20 años actuando de forma unilateral y enviando mensajes engañosos ¿Usted pensaba que Rusia invadiría? No, la verdad es que no. En el último año, Svetlana y yo dimos docenas de entrevistas, charlas y seminarios sobre el tema. Siempre se nos hacía la misma pregunta: ¿los rusos tienen por qué sentirse agraviados? Y siempre contestábamos que sí, claro. Basta con ver los documentos: les mintieron sobre la expansión de la OTAN. Durante años, los rusos vieron cómo EE.UU. se entregaba a una política exterior unilateral, desde el bombardeo de Kosovo por Bill Clinton y la retirada del Tratado sobre Misiles Antibalísticos –y la invasión de Iraq– por George W. Bush, o la retirada por parte de Trump tanto del Tratado INF como del Acuerdo de París. Desde el punto de vista de Putin, Estados Unidos lleva 20 años actuando de forma unilateral y enviando mensajes engañosos. No sorprende que el tema le tenga cada vez más resentido y airado. Entonces, ¿los rusos tienen por qué sentirse agraviados? Ya lo creo. ¿Esto justifica una invasión criminal de un país soberano? De ninguna manera. Yo personalmente no creía que Putin fuera a invadir porque los costos de una invasión le saldrían demasiado altos. En España, ha habido un debate intenso sobre el envío de armas, que ha dividido a la izquierda. Algunos argumentan que hay que ayudar al pueblo ucraniano a defenderse. Otros dicen que alargar una guerra que nunca podrá ganar Ucrania equivale a incrementar el sufrimiento de la población. ¿Usted tiene una opinión al respecto? No. Ni tampoco creo que tenga mucho sentido debatir sobre el tema, más allá del hecho de que, a estas alturas, es un debate académico porque la UE ya está enviando armas. Los debates no siempre son el mejor camino para llegar a la verdad. No es difícil presentar un argumento poderoso en contra del envío de armas: la única forma de reducir el sufrimiento humano es construir el mayor número posible de salidas diplomáticas, presionar a Zelenski para que asuma la neutralidad, detener el flujo de las armas, incrementar la presión sobre Rusia para que emprenda la retirada. Pero la verdad es que, bajo las circunstancias actuales, no veo forma de que Rusia se retire, por más presión diplomática que se ejerza. Las sanciones económicas, por su parte, tardan meses o años en tener un impacto. Además, en el ámbito doméstico la propaganda de Putin es muy intensa. Cuando hablamos con nuestros amigos en Moscú nos dicen que se lo tienen que pensar dos veces antes de salir a protestar. Antes, lo común era que te detenían, pasabas una noche en la cárcel y te soltaban. Hoy, la policía tiene órdenes de proporcionar una paliza máxima a los manifestantes antes de meterlos en la furgoneta. En otras palabras, para los rusos que se oponen a la guerra, hoy la pregunta no solo es: ¿estoy dispuesto a que me detengan, que pierda mi trabajo y que los servicios de seguridad me tengan fichado durante el resto de mi vida? Hoy, la pregunta es, además: ¿estoy dispuesto a que me abran el cráneo? El domingo pasado, sin ir más lejos, hubo más de 4.000 detenciones, con múltiples contusiones, brazos rotos, etcétera. ¿Quién soy yo, desde la comodidad de mi casa en Maryland, para llamar a los rusos a protestar y arriesgarse así? Entonces, ¿no ve posible que Putin acceda a una retirada de sus tropas? Con el tiempo, creo que puede haber dos dinámicas que lleven a un repliegue. La primera es que continúe el fermento popular. A mí me ha sorprendido el volumen de las protestas. Ya son 103 las ciudades y los pueblos en que los rusos han salido a manifestarse contra la guerra. Esto demuestra que la gente tiene acceso a fuentes alternativas de información. Por este mismo motivo no me parece bien que las grandes empresas tecnológicas estén hablando de salir de Rusia. Sería mejor mantenerlas abiertas para contrarrestar la propaganda oficial. ¿Y la segunda dinámica? Sería que se produjera un cálculo de la élite económica en vista del daño producido por las sanciones. Pero para que esto ocurra, el mensaje tendría que ser mucho más claro. Por ejemplo, si McDonald's cierra sus cientos de sucursales en Rusia, debería decir, a las claras, que las volverá a abrir en cuanto Rusia retire sus tropas de Ucrania. En otras palabras, no se trata de esperar a que el Congreso de Estados Unidos levante las sanciones, que puede ser nunca. Recordemos lo que pasó con Cuba, donde las sanciones no solo fueron ineficaces, sino que acabaron produciendo lo que se decía que iban a impedir: la institucionalización del régimen. Entonces, está a favor de sanciones que exijan una retirada inmediata. Exacto. Porque la retirada militar es la única forma de reducir el daño humano. Después habrá que emprender la reconstrucción, hablar de responsabilidades, de crímenes de guerra y todos los demás procesos de los que disponemos para reparar el daño infligido por actos criminales. Pero las sanciones no se han impuesto desde ese marco. No, o al menos no lo suficientemente. En su lugar, se ha ido imponiendo un marco que me parece absolutamente contraproducente: que las sanciones se mantendrán en vigor hasta que se produzca un cambio de régimen. Perdona, pero eso no es realista. Es más, solo hará que Putin se aferre más a su poder. El trabajo que han estado haciendo usted y sus colegas en el National Security Archive ha demostrado con creces el poder de las conversaciones bilaterales: los acuerdos positivos a los que se puede llegar y qué ocurre cuando los políticos rompen esos acuerdos. ¿No tiene la sensación de que el clima actual, en que se van imponiendo marcos narrativos extremadamente moralizantes, amenaza con borrar todo lo que hemos podido aprender de su trabajo de análisis y desclasificación? Honestamente, no lo creo. Tanto en la Casa Blanca como en el Pentágono y en los servicios diplomáticos hay personas muy sensatas con un gran conocimiento de la historia. También en el Departamento de Estado [Asuntos Exteriores] son muy conscientes de la importancia de mantener abiertos los canales de comunicación, por ejemplo en torno a la estabilidad estratégica. Así también en el Departamento de Defensa reconocen la necesidad imperiosa de crear salidas, off-ramps, para Rusia. Lloyd Austin, el actual ministro de Defensa, es un exconsejero de la Carnegie Corporation de Nueva York, que ha sido, precisamente, uno de los grandes patrocinadores de nuestro trabajo con instituciones en Rusia, Ucrania y Kazajistán. Su trabajo como investigador está dedicado a revelar, a posteriori, lo que transcurría en secreto. ¿Qué está ocurriendo hoy que no sabremos con seguridad hasta cuando, en un futuro, se desclasifiquen los archivos? Una de las grandes lecciones de nuestra labor de investigación subraya la importancia crucial de la comunicación entre las cúpulas militares de cada país, por debajo del nivel político. Ahora bien, me consta que comunicaciones en ese sentido entre Rusia y Estados Unidos se están produciendo a altos niveles, incluso desde la invasión, para evitar que las cosas escalen más. Por supuesto, no escucharemos a nadie de la administración de Biden decir nada en este sentido. Pero me consta que las lecciones del pasado las tienen muy presentes. Lo vimos cuando Putin hizo un amago de amenaza nuclear y el departamento de Defensa de Estados Unidos reaccionó con calma e inteligencia. No me quiero imaginar cómo hubiera reaccionado en esa situación un presidente como Trump. Entonces sí podría haberse impuesto la locura. AUTOR > Sebastiaan Faber Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition' VER MÁS ARTÍCULOS
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