Manifestantes del movimiento 'Freedom Convoy' en Canadá.
Manifestantes del movimiento 'Freedom Convoy' en Canadá. CC A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete! Tras la disolución del Freedom Convoy en Ottawa y otras partes del país, y con el sucedáneo estadounidense –el autodenominado People's Convoy– acercándose a Washington, ha llegado el momento de formular la pregunta más importante: ¿cómo es posible que Canadá diera alas a una movilización de extrema derecha hasta el punto de convertirla en una cuestión de Estado? Mientras la ciudad recupera su aburrida normalidad –una de las frases que encabezaron las contraprotestas de los vecinos fue “Make Ottawa Boring Again”–, los principales organizadores se encuentran en mitad del que será un largo proceso judicial y hace semanas que Trudeau levantó la polémica Ley de Emergencias: su gobierno se centra ahora, quizá en busca de un golpe de efecto tras la catástrofe, en interpelar con dureza a Rusia. Judy Trinh es periodista de investigación y una de las personas que mejor ha dado cuenta de la situación desde Ottawa. Su reportaje para la CBC sobre los lazos entre manifestantes, la Policía y el Ejército es clave para entender las dimensiones del Freedom Convoy. Según Trinh, la planificación de las movilizaciones de camioneros contó con experiencia militar, además del apoyo de grupos policiales contrarios a las medidas derivadas de la covid-19. Durante una conversación para CTXT, Trinh dice no creer que la gente entendiera lo que estaba pasando hasta “verlo por sí mismos”. Hablamos, ni más ni menos, de agentes de policía “permitiendo una violación flagrante y sistemática de la ley: fuegos arficiales, intercambio de combustible y hogueras en plena calle” durante días. La pasividad de la policía “envalentonó a los manifestantes y les permitió afianzarse aún más”. Un panorama que pasó de puntillas por la cobertura mediática de lo que estaba ocurriendo realmente en Canadá. La prensa se enfocó, explica Trinh, en cómo las protestas estaban afectando a la población, desde los bocinazos al acoso hacia los vecinos. La imagen que acabó calando fuera de Ottawa fue que sus vecinos eran más “sensibles” de la cuenta. “Pero no es el caso”, asegura Trinh. Las manifestaciones no fueron espontáneas: el convoy estaba “muy bien organizado” y se fundamentó, entre otras cosas, en torno a elementos “racistas y xenófobos”. El convoy estaba “muy bien organizado” y se fundamentó, entre otras cosas, en torno a elementos “racistas y xenófobos” No hay que rebuscar en exceso: los vídeos que compartía habitualmente en redes Pat King, una de las cabezas visibles del convoy, revela un extenso historial de burlas contra población asiática y judía, al tiempo que lanzaba comentarios sobre la pureza sanguínea de los caucásicos. Con líderes así, no es de extrañar el panorama durante semanas en las calles de la capital canadiense, por donde desfilaron banderas confederadas y simbología nazi. Según Trinh, que describe la movilización como predominantemente blanca, hay que valorar el privilegio de quienes protagonizaron las protestas. “¿Se le habría permitido a una persona de color tan siquiera conducir un camión hasta la puerta principal del Parlamento? Probablemente no”, dice. Bailándole el agua a la extrema derecha, capítulo un millón Resulta sorprendente cómo la respuesta mediática frente a movimientos como el Freedom Convoy sigue adoleciendo de la seriedad que cabría esperar a estas alturas; el monstruo de la desinformación no es precisamente nuevo. En el caso de Ottawa, fueron sus propios vecinos, y no el Gobierno ni la Policía, los primeros en cuestionar y enfrentar la actitud de los manifestantes. Si analizamos el papel de los medios, no fue hasta el final –con la población desesperada y el Ejecutivo de Trudeau contra las cuerdas– cuando empezó a cuestionarse el leitmotiv las movilizaciones y la idea de “libertad” que los camioneros y sus adeptos llevaban semanas ensalzando. En opinión de Trinh, la prensa restó importancia a lo que estaba sucediendo en Ottawa: “Los medios no informaron del componente de extrema derecha y racista hasta la segunda semana”. “Fue una protesta contra el Gobierno disfrazada de protesta antivacunas, y no dimos suficiente importancia a la presencia de grupos de odio entre los manifestantes”, añade. Si bien se ha intentado desvincular al Freedom Convoy de toda carga ideológica, el tumulto incluía seguidores de grupos como Three Percenters –un movimiento paramilitar ultraderechista de origen estadounidense que el país considera terrorista– o Canada First, una corriente supremacista que sigue los pasos de America First, el ideario que llevó a Donald Trump a la presidencia. Precisamente, la influencia del trumpismo fue otro de los aspectos del convoy que tardaron en salir a la superficie. “No prestamos atención”, dice Trinh. En una reciente cumbre conservadora, Trump dedicó unas palabras de aliento a los manifestantes, denunciando la “tiranía” canadiense, que les ha colocado las etiquetas de “nazis, racistas y terroristas” cuando, según él, se trató de un “movimiento pacífico de camioneros patriotas, trabajadores y familias protestando por sus derechos más básicos y libertades”. “O estás con los pacíficos camioneros, o estás con la izquierda fascista”, bramaba ante una audiencia entregada. No hay que irse tan lejos: los medios españoles afines a Vox han difundido el mismo argumentario. En El Confidencial Digital, hablan, como Trump, de “tiranía” y de deterioro de los “derechos fundamentales”. En Alerta Digital, lo mismo es la “tiranía covid”, que “los camioneros están ganando” o este demencial titular: “Ahora van por tu perro: Trudeau comenzará a confiscar las mascotas de los manifestantes”. El enfoque es similar al del medio ruso RT en su cobertura del Freedom Convoy. En un artículo titulado “¿Por qué el Freedom Convoy está provocando una histeria sin precedentes?”, se apunta a que el éxito de la convocatoria se debe a que está formado por personas “normales”, “ordinarias”, “con trabajos reales”, en lugar de “activistas a sueldo” o “alborotadores”. El texto, que no merece mayor consideración, resume el argumentario que los organizadores del movimiento, Trump y adeptos de unos y otros han mantenido desde el inicio de las protestas: somos personas de verdad, normales y corrientes, que están hartas, cansadas, de que el Gobierno coarte nuestros derechos y libertades. La tiranía de Trudeau en Canadá es, diría Abascal, la tiranía de Sánchez en España: un ataque a los canadienses, los españoles de bien, que se levantan por la mañana, van a trabajar y se diferencian de los demás que madrugan y se parten la espalda en que, en fin, ellos votan a la extrema derecha. Suena a chiste y, sin embargo, seguimos regurgitando sin parar un discurso que merma nuestras democracias, el único garante de la verdadera libertad. Identificarlo y ponerle coto continúa siendo uno de los grandes desafíos a los que se enfrentan unos medios de comunicación demasiado acostumbrados a no tomar parte. AUTOR > Manuel Gare
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