jueves, 4 de julio de 2024
Interesantísimo...RECOMENDADO.
“La izquierda debería leer más historia de la Edad Moderna”
Miguel Martínez, autor de "Comuneros", analiza la intimidad de los soldados del Imperio español en su nuevo libro: "Las líneas del frente".
Por
Diego Díaz Alonso
3 julio 2024
Miguel Martínez en La revoltosa. Foto: David Aguilar Sánchez
Miguel Martínez (Valladolid, 1980) comparte su raíz castellana y comunera con un fuerte vínculo familiar con Asturies, y en concreto Xixón, ciudad en la que cada año pasa una parte de sus vacaciones familiares. Licenciado en filología hispánica y doctor en estudios hispánicos, es profesor de la Universidad de Chicago. Hace tres años deslumbró con un libro apasionante, “Comuneros. El rayo y la semilla, 1520-1521” (Hoja de Lata, 2021), y ahora regresa al mercado editorial español con “Las líneas del frente. La escritura de los soldados en el mundo hispánico de principios de la Edad Moderna” (Akal, 2024), publicado anteriormente en inglés. Este miércoles presentó el libro en La Revoltosa de Xixón y el martes de la próxima semana lo hará en Matadero Uno en Oviedo/Uviéu, dentro de los Alcuentros NORTES.
¿Por qué un libro sobre la escritura de los soldados?
Tenemos la imagen del soldado poeta que, alternando la espada y la pluma, pelea por Dios y por el rey. Garcilaso de la Vega, por ejemplo, o el propio Cervantes. Lo interesante de la escritura de los soldados es que matiza, o directamente desbarata, esa armonía aparente entre armas y letras. Presentan visiones muchas veces críticas de la lógica social de la guerra o la legitimidad de la violencia y el imperio. Lo que los soldados escribían y decían son un lugar privilegiado para ofrecer otra visión, mucho más compleja y abierta, de ese relato historiográfico que llamamos “Siglo de Oro” y que en tiempos recientes algunos han tratado de reducir a caricatura.
¿De qué escribían los tercios?
Los soldados de los tercios escribían y hablaban sobre muchos temas: la guerra en el frente, la nostalgia del hogar, cuestiones de fe, etc. Hablaban de la camaradería o el servicio de Dios, pero también sobre cómo desertar, sobre cómo deberían comportarse sus oficiales o incluso, excepcionalmente, sobre el amor entre soldados. El libro se centra sobre todo en lo que ellos mismos llamaban “las cosas de guerra”, su visión a menudo crítica y a ras de tierra de su práctica profesional, la violencia militar y sus miserables condiciones de vida.
Miguel Martínez. Foto: David Aguilar Sánchez
¿Se sentían españoles?
Los que eran españoles, sí (los ejércitos de la Edad Moderna eran a menudo multinacionales). Por supuesto, las identidades son siempre relacionales y varían contextualmente, de manera que dependiendo de las circunstancias podría primar el ser hombre, católico, catalán o el haber sido curtidor. Pero creo que sí existía un vocabulario reconocible para hablar de España que se solapaba variablemente con otros para hablar de Castilla, Aragón o Asturias, por poner.
¿Se sentían civilizadores de las Américas?
Yo diría que no, a pie de conquista, no. Algunos se sentían orgullosamente conquistadores, pero esto no implicaba necesariamente un discurso civilizador. También hay textos soldadescos, como la famosa Araucana de Alonso de Ercilla entre otros, que planteaban visiones tremendamente críticas de la guerra de conquista y muy conscientes de la grandeza militar del adversario. En el caso de la Guerra del Arauco, en Chile, los soldados desarrollaron un discurso más bien defensivo, frente al empuje de la nación mapuche.
Hay un dato que sorprende: la elevada alfabetización de la soldadesca
Es sorprendente sí, aunque se puede explicar. En primer lugar, los soldados eran hombres y el género era una categoría social más determinante aún que la clase a la hora de predecir quién sabría leer y escribir en la Edad Moderna. Por otro lado, un gran porcentaje de reclutas venía de entornos urbanos, que también era un factor importante de alfabetización. El siglo XVI, en el que se centra el libro, es un momento crucial de expansión educativa y de redistribución del capital cultural. Por último, el libro argumenta que muchos “soldados curiosos” aprenderían a leer ya en la milicia.
Miguel Martínez. Foto: David Aguilar Sánchez
En el libro se plantea que lo más parecido a un proletariado en la Edad Moderna son los soldados. ¿Por qué?
Los historiadores militares han usado el concepto por varias razones. Por un lado, la masificación que implicó la llamada revolución militar: no hay ninguna actividad en la Edad Moderna que concentre de esa manera a decenas o incluso cientos de miles de asalariados, como lo hacía la guerra. Por otro lado, la mayoría de los reclutas eran de origen plebeyo y trabajador. Además, es el propio Marx, nada menos, quien hace la analogía en el “Manifiesto Comunista”, donde los proletarios son los “soldados rasos de la industria”, sometidos a una jerarquía de oficiales y burgueses.
Los Tercios de Flandes y los conquistadores de América vuelven a ser agitados por el discurso nacionalista español de las derechas. ¿Qué memoria debería cultivarse del Imperio español desde una perspectiva democrática y progresista?
Respecto al imperio una memoria crítica, claro, atenta a las resistencias que generó dentro y fuera, sensible a todas sus contingencias y limitaciones. Pero también informada y curiosa. El imperio es un relato historiográfico que no agota todas las realidades que nos interesan de la Edad Moderna. Nos deberían interesar la vida diaria de las clases populares, la historia de las mujeres, la diversidad étnico-religiosa y lingüística de la península, la historia social y la historia intelectual o cultural de un periodo realmente deslumbrante desde el punto de vista de la creatividad humana, entre otras muchas cosas.
En los últimos tiempos “Calibán y la Bruja”, “La hidra de la revolución” o tu propio libro “Comuneros” han funcionado muy bien en el ámbito del ensayo o la literatura de no ficción. ¿A qué crees que se debe ese interés de un lector fundamentalmente de izquierdas por la Edad Moderna?
Tal vez a que son libros que tienen una perspectiva, dicho muy rápidamente, abiertamente de izquierdas. Pero creo que esto es un problema: la izquierda debería leer más historia de la Edad Moderna, independientemente de la oportunidad del tema o de lo explícito de la perspectiva política. Es la única manera de elaborar un discurso útil sobre el pasado compartido que vaya más allá de la Guerra Civil o la historia del movimiento obrero.
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