El FAC se la envuelve....TODO EL PODER PARA MÍ
Francisco Álvarez-Cascos se postula en el Principado como un líder que necesita manos libres y un partido a su servicio
Francisco Álvarez-Cascos ha hecho de su vida una pasión por la política y de la política una pasión por el poder. En sus 34 años de militancia -hasta el pasado día 1, en que se fue del PP, desairado por la decisión del partido de descartarlo como candidato al Principado -, Cascos ha ejercido, allí donde tuvo parcelas de decisión, un estilo de dirección fundamentado en el ordeno y mando ("general secretario", se le llamó en el partido en los años en que desempeñó la secretaría general), sin tolerar la menor discrepancia y recurriendo no pocas veces a las decisiones coléricas y vehementes. La fractura del PP asturiano en 1998-1999 por el feroz ataque -aún hoy inexplicado por Cascos- a su amigo Sergio Marqués puso de manifiesto una concepción del poder que ha vuelto a aflorar en el nuevo intento de ruptura que está tratando de propiciar en el PP de Asturias al convocar a su militancia a que lo secunde en un nuevo proyecto político.
Cascos no llamó al partido para ofrecerse. Se había dado de baja del PP asturiano con un portazo en 2004
Se sabía poco querido en la cúpula del partido regional tras haber roto relaciones con casi todos sus dirigentes
Lo que buscaba el ex ministro era un plebiscito en la calle que le aclamase como único líder del PP
Los dirigentes del PP asturiano han seguido una norma con Cascos: darle siempre la razón, pero no hacerle caso
Cascos tuvo en su mano ser lo que quería: candidato del PP a la presidencia de Asturias. El alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, viajó a Madrid la pasada primavera para ofrecerle su apoyo. El presidente del PP de Asturias, Ovidio Sánchez, hizo lo mismo y le propuso al presidente nacional, Mariano Rajoy, que designase a Cascos. Y el ex ministro asegura que Rajoy le dio palabra de su apoyo. Pero el empeño de Cascos por supeditar su candidatura a que se le diesen todos los poderes en el PP asturiano y su constante convocatoria a la movilización de las bases (la "marea creciente") para arrollar a una dirección regional con la que nunca aceptó sentarse a negociar colmaron la paciencia de todos.
Su personal sentido del poder le ha llevado hoy al ostracismo. El discurso al que ahora se abraza es justo la antítesis de todo cuanto combatió con saña en 1998-1999. Entonces dijo combatir el "fulanismo" en el PP y hoy supedita su lealtad al partido a que este se rinda en Asturias al casquismo. Entonces sostuvo que prefería "partido sin Gobierno que Gobierno sin partido" y ahora renuncia al partido porque no le permite aspirar al Gobierno. Su nuevo proyecto político latente se basa, dice, en recuperar "el orgullo de ser asturiano" y la dignidad de Asturias, pero nadie ha hecho jamás un ataque contra las instituciones autonómicas asturianas como el que él desencadenó desde Madrid en 1998, y nadie como él hizo desaires y desplantes a los presidentes legítimos de Asturias.
En esa visión utilitarista y pragmática de las convicciones, Cascos reprocha a Rajoy que, al designar como candidata al Principado a la teniente de alcalde ovetense, Isabel Pérez-Espinosa, haya avalado los "insultos" de los que asegura haber sido objeto por parte del alcalde de Oviedo, quien se refirió a él como "sexagenario" y "galáctico", y calificó como "kale borroka" el llamamiento de algunos casquistas a quemar periódicos críticos con Cascos. En esa línea de reproches, tampoco ha aceptado ser entrevistado por este periódico.
Cascos puso en marcha su operación de vuelta a la primera línea de la actividad política en el verano de 2009. Faltaban menos de dos años para las elecciones autonómicas y el PP asturiano carecía de candidato.
El presidente regional, Ovidio Sánchez, se había descartado en 2007, después de tres derrotas electorales consecutivas. El PP de Oviedo, en poder del alcalde ovetense, Gabino de Lorenzo, principal poder fáctico en la organización, no deseaba una cuarta derrota del mismo candidato. Así que, a mediados de 2009, estaba sin decidir quién ocuparía el lugar de Sánchez en la lista al Principado. La oportunidad era excepcional porque el PSOE llevaba 12 años consecutivos gobernando Asturias y su tendencia electoral era descendente en la comunidad, aunque no en los municipios. Y las encuestas eran favorables al PP en toda España.
Pero Álvarez-Cascos no llamó al partido para ofrecerse. Se había dado de baja del PP asturiano con un portazo en 2004 y había trasladado su militancia a Madrid. Llevaba cinco años sin apenas contactos con la estructura de poder regional del partido y había pronunciado juicios muy duros contra la gestión de los populares asturianos, con los que estaba muy dolido por la acelerada pérdida de influencia de los casquistas en la vida orgánica e institucional.
No existía interlocución. Y Cascos apenas puso interés en restablecerla. Desde el minuto uno, su estrategia para retornar a Asturias y a la vida pública no fue seguir la vía estatutaria, sino la aclamación popular. Sabedor de que se había cerrado demasiadas puertas en el PP regional, entendió que solo le cabía volver a lo grande, llevado en volandas por un gran movimiento popular, transversal y supraideológico ("una gran marea", dijo Cascos) que hiciera saltar por los aires pestillos y cerraduras, y obligara al PP asturiano a plegarse, sin condiciones, ante el retorno del gran líder.
Solo en esas circunstancias, solo si el partido le dejaba manos libres para reorganizar, podar y decidir, asumiría la candidatura a la presidencia del Principado. Para Cascos (y aún más para los casquistas, que le venían pidiendo hace tiempo una operación de auxilio que les rescatase del ostracismo al que se habían visto relegados en el partido), el control de las listas y, aún más que esto, recuperar el poder orgánico en el PP asturiano era mucho más importante que ganar las elecciones autonómicas. Lo capital era garantizarse el dominio de las estructuras internas de la organización.
Por eso Cascos puso como condición para encabezar la lista al Principado que se celebrase de inmediato, con dos años de anticipación, un congreso del PP regional. Y por eso sus afines reprocharon al partido la tibieza con la que los dirigentes expresaban su disposición a acoger al ex ministro, condicionándola a que estuviese dispuesto a colaborar con el proyecto que ya estaba en marcha. "A los galácticos hay que ir a buscarlos a casa. No basta con decir que pueden venir", le replicó al alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, el hasta hace unos días diputado autonómico Pelayo Roces, uno de los alfiles de Cascos.
Durante meses, el culebrón Cascos se dirimió en una cansina partida de pimpón. El PP astur aseguraba que el ex ministro tenía las puertas abiertas y que si quería ser candidato, solo tenía que pedirlo y comunicarlo a la dirección. Pero Cascos no estaba dispuesto a solicitar su alta en las filas del PP asturiano y mucho menos a ofrecerse como candidato. Se sabía poco querido en la cúpula del partido regional tras haber roto relaciones con casi todos sus dirigentes y no quería arriesgarse a un rechazo. Y aunque se le dieron garantías de que si se postulaba oficialmente, se le aceptaría como cabeza de lista, el ofrecimiento era para él un regalo envenenado. Para ser candidato tenía que solicitarlo, reunirse con la dirección de la que llevaba años distanciado y acceder a negociar lista y programa. Y, aún peor, tenía que aceptar el statu quo existente: el reparto de poder emanado de los últimos congresos locales y regional.
Para Cascos, eso suponía convivir con gente con la que se enfrentó y a la que menospreció en los últimos años (la dirección regional, diputados autonómicos, los presidentes locales de Gijón y de Avilés, entre otros) y aceptar la marginación de los casquistas en aquellas juntas (sobre todo en la de Gijón) de las que fueron barridos en los últimos congresos tras décadas de férrea hegemonía. "Yo no voy a ser un florero", replicó Cascos el pasado diciembre en Siero.
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