El mundo fantástico de la Casa Torcida
Fueron las ilustraciones de los cuentos de hadas de los ilustradores Jan Marcin Szancer y Per Dahlberg las que inspiraron al arquitecto Szotyscy Zaleski para rescatar el espíritu burlón y despreocupado de un duende en este pintoresco edificio que rompe los rígidos y tradicionales cánones arquitectónicos. La simetría y la exactitud desaparecen en estos 4.000 metros cuadrados rebosantes de magia, magnetismo e inspiración que nos transporta sin movernos de la acera al mundo fantástico que imaginábamos en nuestra niñez. Un sentimiento de nostalgia se apodera de nosotros al contemplar su pintoresca fachada, sus persianas de un vivo color esmeralda, las vidrieras tornasoladas que componen sus ventanas, su tejado verde como los tréboles de Irlanda alzándose como el sombrero picudo de una bruja. Pero el verdadero espectáculo empieza al anochecer, cuando una cortina de luces se enciende derramándose sobre la puerta principal, como una cascada de diminutas luciérnagas tan brillantes como el corazón de un hada.
La vivienda está abierta al público durante todo el día. Una escalera en el lateral permite el acceso a las tres plantas superiores, aunque los más despistados que no vigilan dónde ponen el pie siempre pueden utilizar el ascensor. Eso sí, si no se mantienen alerta, ni siquiera él será capaz de librarles de los coscorrones en las zonas de techo caído.
Los bordes de las paredes se deforman bajo el peso de los tejados, los marcos de las puertas y ventanas se comban incapaces de soportar los ladrillos, y las esquinas desaparecen convertidas en suaves curvas que se rompen únicamente en los abruptos salientes de los tejados. Como si la propia casa estuviera a punto de derretirse bajo una ola de calor tan pesada e imparable como el plomo hundiéndose en el mar. O tal vez su puerta convexa signifique que se está riendo a mandíbula batiente, incapaz de aguantar las cosquillas provocadas por el hormigueante tráfico de personas que recorre sus habitaciones.
Tal
vez, si se apaga el fragor de los cláxones, el ruido de los tubos de
escape y las voces de los transeuntes; tal vez si cerramos los ojos y
empezamos a soñar, podamos escuchar su risa cristalina y burlona, propia de un duende.
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