Recapitulamos. La revista "Inversión & Finanzas.com" cumple veinte años, 900 números, y estamos preparando una edición especial. La publicación nació en 1993, en plena crisis económica, la más grave en España antes de que estallara ésta en términos de crecimiento, paro y morosidad. Hemos hablado con varios economistas y hemos descubierto que la causa de esa crisis también hay que buscarla en Alemania.
Ernest Reig, investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, sitúa el inicio de las turbulencias de principios de los años noventa en la reunificación de ese país entre 1989 y 1990. También Miguel Ángel Rodríguez, analista de XTB. ¿Por qué? Por el voluntarismo de crear una Alemania de dos Estados muy diferentes, de dos economías muy distintas, con dos monedas con fundamentales diametralmente opuestos, y, sobre todo, por querer hacerlo todo demasiado rápido, sin un periodo de adaptación. El canciller de entonces, Helmut Kohl, conservador como la de ahora, quería pasar a la historia costara lo que costara. La suerte que tenía Kohl era que su gente, tanto la del este como la del oeste, le apoyaba en el proceso. Estaban dispuesta a sufrir lo que hiciera falta por un bien que creían superior: los del oeste, por recuperar una parte de su espacio vital; los del este, para lograr esa colorida pero casi siempre ficticia libertad de sus hermanos del otro lado del muro.
Kohl, que lideró la reunificación, decidió, decíamos, juntar los marcos del este con los del oeste, dando a ambos el mismo valor. En definitiva, se asumieron como occidentales los marcos que venían de una economía planificada que además sufría una crisis muy profunda.Como consecuencia de ello, la masa monetaria aumentó brutalmente, lo que disparó la inflación en el país. Y ya sabemos que los alemanes, desde los años veinte, tienen pánico a la inflación. Por eso el Bundesbank subió los tipos de interés.
Ello tuvo consecuencias: como ya en el Viejo Continente desde veinte años antes se había creado un sistema monetario preparatorio de la moneda única que llegaría después, existían límites en las fluctuaciones de los tipos de cambio entre las divisas que de él formaban parte. A eso se habían comprometido los países. Para conseguir esa estabilidad forzada y forzosa, sus políticas monetarias estaban unidas para lo bueno y para lo malo. Así, al subir los tipos de interés en Alemania, el resto de bancos centrales, incluido, por ejemplo, el español, tuvo que hacer lo mismo. Alemania, ya por aquel entonces comenzaba a marcar las reglas. Ya en ese momento se tenía que haber intuido que la unión monetaria se iba a realizar a su imagen y semejanza, al servicio de sus filias y contra sus fobias.
¡Y pobre de quien no las acatara! O de quien lo hiciera más tibiamente. Que se lo digan al Reino Unido: si George Soros hundió a la libra fue porque el Banco de Inglaterra, quizás, reaccionó tarde. O porque subió los tipos de interés cuando no debería haberlo hecho y metió a la economía británica en una horrible recesión, poniéndoles a los especuladores en bandeja la opción de jugar a ganar dinero hundiendo países. Entonces fue cuando las autoridades británicas se dieron cuenta de los riesgos de sumarse a una unión monetaria y rechazaron pertenecer a ese club. También lo hizo la lira italiana, pero por poco tiempo: volvió pronto al redil.
España fue siempre un país disciplinado. Y la subida de los tipos de interés explica en parte la crisis de principios de los años noventa. Sobre todo porque luego llegó el agotamiento del proceso de crecimiento de la economía española tras la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. Y el frenazo económico tuvo lugar, además, con una moneda muy sobrevalorada como consecuencia de la entrada de capitales en una España muy necesitada de inversiones y que, además, había elevado el precio del dinero por encima del 14%.
A España, además, le afectó el "no" danés a Maastricht, es decir, el "no" a los criterios de convergencia para la creación de una verdadera moneda única, y el "petit oui" francés. El sistema monetario europeo hacía aguas. La ilusión de crear una sola divisa, con lo que ello suponía sobre todo para los países periféricos en cuanto a igualación de tipos de interés con los centrales, como Alemania, amenazaba con desaparecer. Por eso, el dinero se refugió en Alemania, en el marco. Y se repetían los ataques especulativos contra otras divisas. No sólo contra la libra. También contra la peseta y contra nuestra deuda, que el Tesoro se veía obligado a pagar a precio de oro. Y ya hemos dicho que la lira se autoexpulsó de la unión.
Menos mal que luego se amplió la horquilla de fluctuación de las divisas, y que España continuaba teniendo su banco central, que bajó tipos y devaluó varias veces la peseta. Gracias a que entonces España era un país soberano, la crisis fue dolorosa (aunque mucho menos que ésta, que se pretende resolver con devaluaciones, sí, pero internas, es decir, bajadas de salarios y derechos), pero duró poco.
En los años noventa lo teníamos que haber previsto. Incluso desde el 89. Las necesidades de Alemania durante su reunificación desbarataron el sistema monetario europeo y castigaron con la recesión a numerosos países, también a España. En el Tratado de Maastricht, que ponía negro sobre blanco la obligación de contener la inflación, la deuda y el déficit sobre cualquier otro objetivo económico, incluso sobre el de dar trabajo a todos los ciudadanos, también Alemania mandaba. España asumió el cumplimiento de todos los criterios y mostró al mundo su gran éxito cuando lo consiguió. Ese éxito en realidad se ha convertido en una condena. Miren al Reino Unido: soberano, con un banco central ejemplar... Aunque tengan a Cameron al frente del Gobierno, y la herencia de Thatcher, y a una extrema derecha incipiente, quizás algún día lleguemos a tenerles envidia.
No es que hayamos sido siempre germanófobos. Ni siquiera hemos comenzado a odiar hace poco a los alemanes. Alemania sólo ha defendido sus intereses: a principios de los noventa, luchó contra la inflación, ahora pelea porque le devolvamos todo lo que nos han prestado y no se conforma con que lo hagamos en euros devaluados, por eso no permite políticas más expansivas al Banco Central Europeo. Aquí, en España, los políticos que firmaron Maastricht y los que luego cumplieron su mandato también peleaban por sus propios intereses, aunque éstos fueran, simplemente, meter a España en un supuesto club de ricos. Esos políticos, como Kohl, también querían pasar a la historia. Algunos eran amigos íntimos del alemán, como Felipe González. Otros, sólo correligionarios, como José María Aznar. Ambos tenían en común un gran complejo de inferioridad. A los líderes del Reino Unido no les importaba que su país no se convirtiera en miembro de ese selecto grupo. Igual pensaban más en sus ciudadanos que en ellos mismos.
Cristina Vallejo Redactora de Inversión
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