España no es un gran país
Por Luis Aneiros
Frases como “España es un gran país, pero que tiene unos políticos que no se merece”, nos hacen vivir una realidad falsa y sólo contribuyen a profundizar más aún nuestro adormilamiento. Un país no lo conforman sus políticos sino su pueblo, y aquellos son únicamente reflejo del momento y del espíritu de los ciudadanos que depositan en ellos su confianza en forma de papeleta cada cuatro años.
Y no tenemos grandes políticos porque no somos un gran país. España es ese lugar donde el partido más corrupto de Europa gobierna por el miedo de la gente. Miedo a la responsabilidad de tener que trabajar, que tomar decisiones por nosotros mismos, que coger las riendas del país y conducirlo hacia donde seamos realmente fuertes y grandes. Pero somos cobardes. Preferimos que nos gobiernen aquellos que propugnan la inactividad como ideal social, aquellos que siempre apelan a la “mayoría silenciosa” como ejemplo a seguir y que nos recuerdan nuestra incapacidad porque no venimos de las élites y nuestros apellidos no son compuestos. Nos gobiernan, con nuestro permiso y nuestra bendición, los que se quedan perplejos cuando se les piden responsabilidades por tanta corrupción, tanto robo y tanta estafa. Pero nosotros, erre que erre, manifestamos nuestra satisfacción porque preferimos su codicia personal a la alternativa de tener que participar en nuestro futuro.
España es ese país donde el grito de libertad se sustituye por el de gol. Nos preocupan más los “cadáveres” enterrados en la hierba y entre porterías que los que reclaman justicia en las cunetas y las fosas comunes de los cementerios. Jóvenes millonarios con habilidad en los pies y prostitut@s televisiv@s se convierten en los modelos de nuestros hijos, porque sus padres no hemos sabido, o no hemos querido, mostrarles otros referentes capaces de aportarles algo atractivo. Los medios de comunicación consideran cultura lo que una hamburguesa es a la gastronomía. Pero su responsabilidad queda limitada por los balances de resultados, no por su papel de transmisores de la verdad. En este gran país baten records de venta un libro de recetas de una presentadora clasista y racista, y el disco de surrealismo musical de un parásito social hijo de una tonadillera condenada por blanqueo. Pero no nos engañemos, en las mismas estanterías hay otras obras, y en los mismos cines se proyectan películas que no sean Torrente X. Somos nosotros los que elegimos, los que decidimos si nos valen los somníferos o si preferimos mantener despierta nuestra curiosidad y nuestro espíritu crítico.
España no es un gran país porque su pueblo no ha querido impedir la desaparición de los mayores logros sociales que tanto esfuerzo, sudor y hasta sangre han costado en los últimos siglos. ¿Para qué queremos una sanidad o una educación públicas y de calidad si podemos hacer cola durante horas para ser los primeros en conseguir el nuevo Iphone X por 1.300 euros? ¿Puede un gran país convertir a sus trabajadores en meras masas productivas, sin más derechos que trabajar sesenta horas con contratos de veinte y cobrando por diez, bajo la amenaza permanente de formar parte de uno de los mayores porcentajes de paro del mundo? Un gran país no tira a sus ancianos al agujero de la miseria, despreocupándose de su subsistencia y de su salud, y olvidando todo lo que ellos han peleado para evitar a sus hijos las mismas penurias que la posguerra les provocó. Y nuestros jóvenes, con un índice de desempleo de más del 50%, ¿pueden estar orgullosos de su país, que les obliga a emigrar si quieren hacer valer sus capacidades lejos de barras de bar y cajas de supermercado? Pero un gran país no repone en los puestos de decisión y poder a los responsables de todo esto. Sólo un país cómodo, cobarde y aletargado lo hace.
¿Para qué queremos una sanidad o una educación públicas y de calidad si podemos hacer cola durante horas para ser los primeros en conseguir el nuevo Iphone X por 1.300 euros?
¿Qué podemos esperar de una ciudadanía que no cuestiona el mismo, o mayor, uso de la fuerza para impedir un referéndum que para combatir el terrorismo? La democracia de un gran país no puede limitarse a la limosna de una urna con fecha fija y para lo que ya está programado, sino que debe de contar con mecanismos que nos hagan participar y nos permitan ser oídos. Cuarenta años de franquismo no han servido para entender lo que este país no necesita, sino para permitir que sean siempre los mismos los que decidan. Y cuando digo los mismos, me refiero a exactamente los mismos, con el mismo espíritu y las mismas intenciones. El fascismo de un gobierno no lo define el número de muertos o de torturados, sino la demostración evidente de que añora aquellos tiempos y aquellas prácticas. ¿Acaso un racista, xenófobo y homófobo que porta una bandera con una esvástica no es un nazi porque no ha asesinado a 6.000.000 de judíos? Pues tampoco hacen falta grises, DGS ni asesinatos de abogados para que un gobierno demuestre su vena fascista. Con leyes como la Mordaza o con una represión de la libertad de expresión tan salvaje como la que estamos conociendo estos años, es más que suficiente.
Yo no sé si España, en algún momento, ha sido un gran país. Posiblemente, en comparación con los demás países hace tres, cuatro o cinco siglos, lo haya sido. Nuestra historia está plagada de cultura y ciencia, pero también de sangre, odio y opresión a otros pueblos. Pero sí sé que, a día de hoy, España es un país del que no me puedo sentir orgulloso. Ni de sus políticos ni del pueblo que los sustenta. Pero más grave es el sentimiento de que no se atisbe en el horizonte ni una pizca de esperanza, y de que la lucha de cada uno de los verdaderos patriotas termina siempre resbalando por las banderas que nacionalistas trasnochados cuelgan de sus balcones.
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